Cagancho. Según los revisteros el lance no fue enganchado por el toro, esto es, hubo un temple absoluto. |
Templar a un toro siempre ha sido lo mismo: reducir la velocidad de su embestida. Decía Belmonte que el toro ha de entrar como huracán a la muleta y salir como brisa, algo metereológicamente aplicable al muletazo y al lance de capa; insistimos: pero tomado a la ligera da para malentendidos. Así que repitamos este principio: templar, es lograr reducir la velocidad de la embestida del toro, en el momento en que se da un lance o un pase, lo que se tiene por apreciable visualmente.
¿Para qué templar? Porque en el toreo, lo valioso es lo difícil, LA VERDAD consiste en exponer, en el grado de dificultad de un pase o lance; eso es lo que vale la pena. Instintivamente, lo más difícil es someter al toro, en cuestión de terrenos (revisar abajo nuestra entrada sobre ‘cargar la suerte’), y finalmente, en cuestión de sus movimientos naturales: un animal de media tonelada, que logra desarrollar no sé cuántos trenes de fuerza, por arte (y no artificio) gracias al temple se mueve con lentitud, adquiere ritmo, y por ello, compone una danza con el torero. He ahí la magia, y lo difícil, y el temple.
Con ello, vamos a la primera conclusión: el temple no es una técnica, es un resultado, que consiste en ralentizar o reducir la velocidad del toro, a fin de lograr un ritmo coherente, que será danza, y por ello ARTE. Con esto, sin duda debemos pensar que el temple es un atributo del toreo moderno, aunque permitamos una digresión histórica útil:
Podemos contar desde los revisteros una escuela del temple en la historia del toreo: Cúchares, el último Paquiro, Pepe Hillo, Pastor. Todos ellos en sus tauromaquias contienen formas primitivas de reducir la embestida del toro; la lentitud que lograron en el toreo de capa no se puede comparar con la actual, la veríamos como un juego desaseado y muy rápido. Pero para la época, donde el toreo de poder y de piernas era una lucha épica entre la potencia de un toro bravo y descompuesto y un torerillo, el instinto de querer reducir la velocidad del toro marcaba un corte de diferencia. Luego, me aventuro a decir que Belmonte y Chicuelo sentaron las bases del temple. Belmonte, al invertir el axioma de Lagartijo (o te quitas tú o te quita el toro), introduciendo la quietud, y Chicuelo, especialmente en su tauromaquia del periodo 1927-1928, al introducir la ligazón y el toreo en redondo real. Todo ello necesita temple, necesita que el toro “deje estar”, y no por bondadoso, no por buenazo, sino en conclusión porque el torero lo torea.
Con ello llegamos a una segunda conclusión: el temple es resultado del torear, y por tanto de un proceso en la lidia; no puede confundirse el temple con torear lento a un toro lento, ya que esto último niega el proceso de torear, y su resultado: templar la embestida.
Tenemos que en la gran parte de los casos antiguos, el toro era sometido a un tercio de varas sucio pero fuerte, a los quites de capa, banderillas, y luego llegaba al tercio de muleta con fiereza. Incluso, cuando la bravura era ejemplar, el toro iba a más, esto es, aumentaba su violencia y acometividad, sin dejar respiro, tragando terrenos y empujando con más furia; esto especialmente en los 50`s y 60`s del siglo pasado, donde el toro era más pequeño pero estaba más en tipo conforme a las características de cada casta y encaste. Bien, este toro, y se supondría que todo bravo, requería lidia, una guerra de poder en la que la fuerza del toro estaba incólume, y si el torero lograba ralentizar su embestida era por torear, romper al toro, tener una muñeca prodigiosa (el toreo es juego de muñecas y piernas firmes, para el que hay que tener cabeza de ajedrecista y expresión corporal de artista) y saber llevar los vuelos de la muleta, lo que hoy se extraña. Lo verdaderamente increíble del temple, era dar constancia de que la fuerza del toro y su empuje seguían transmitiendo fiereza y bravura cuando embestía, pero durante el muletazo, tenían una lentitud que paraba los relojes y el aliento; la magia ocurre, se comprueba que el toro tiene dos ritmos distintos: uno dado por su naturaleza fiera, que es el rápido, y otro lento y con coherencia de danza, lo que se llama temple, y que le da el torero.
Con esto, llegamos a una tercera apreciación:
Para templar, es indispensable el contraste entre la bravura y la dominación, esto es, para templar la condición es que haya algo qué templar: se necesita una embestida brava que sea detenida por el milagro de ralentizar con un trozo de tela a un animal irracional, hasta el punto de hacer que sus embestidas se parezcan a la danza.
Dada la violencia habitual del Victorino en su salida, se puede decir que estos lances de Morante en su comparecencia en Sevilla 2009 tuvieron una de las cimas del temple en el toreo reciente. |
Cuando esto sucedía, la sensación de estar sintiendo la eternidad ocurría. No es un exceso poético o retórico al estilo de mundotoro.com, en realidad este juego de paradojas visuales crea un efecto que solo produce el arte de verdad; de lo último se extrae que el temple entra como una de las categorías artísticas del oficio de lidiar toros bravos, como una muestra de creación estética que requiere de plástica, pues un material en bruto es refinado por un proceso hasta el punto de crear un material coherente y capaz de producir emociones que se desprenden de su belleza. No hay que confundir antitaurinamente este proceso de plástica con el hecho de sangrar al toro en la pica y las banderillas para así reducir su velocidad, pues un toro bravo va a más, y los temples más altos de la historia del toreo (Curro Puya, Curro Romero, Morante cada vez que hay elecciones en Colombia, o sea, cada 4 años más o menos) han sido en el tercio de capa. La plástica del toreo es la lidia, y el lenguaje estético más explícito del toreo, es el temple, de allí la importancia de la tercera apreciación: necesariamente el proceso de plástica debe existir, necesariamente ha de haber una embestida fiera-veloz-brava que el torero a punta de lidia transforme en lenta-templada-danza.
Si unimos las cursivas explicativas tendremos que el temple es:
El temple no es una técnica, es un resultado, que consiste en ralentizar o reducir la velocidad del toro en el momento en que se da un lance o un pase, a fin de lograr un ritmo coherente, que será danza, y por ello ARTE. El temple es resultado del torear, y por tanto de un proceso en la lidia; no puede confundirse el temple con torear lento a un toro lento, ya que esto último niega el proceso de torear, y su resultado: templar la embestida. Para templar, es indispensable el contraste entre la bravura y la dominación, esto es, para templar la condición es que haya algo qué templar: se necesita una embestida brava que sea detenida por el milagro de ralentizar con un trozo de tela a un animal irracional, hasta el punto de hacer que sus embestidas se parezcan a la danza.
Así que vamos a formular el centro: hoy, el concepto de templar se malentiende suciamente, en parte por el estado lamentable de la bravura, y en parte por la mediocridad de los públicos y críticos, que han reemplazado lo bonito y falso de lo visual, por lo difícil y emocionante de la lidia y la verdad.
¿Cómo puede decirse que torear a un toro lento es templar? La pregunta es casi ridícula, si uno no tuviera que formular otra: ¿De dónde sale el toro lento, en la historia de un rito que existe precisamente para que el toro será bravo y fiero? Sale de los procesos históricos de degradación de la bravura, hechos actualmente con criterios de selección en las ganaderías que admiten el toro descastado (llenándolo de adjetivos: toro con clase, con movilidad, crudo, fresco, NOBLE, dulce (¡), colaborador (¡!), apto para el toreo con ARTE, etcaetera) , supuestamente porque sin él, el toreo de arte no sería posible, como si las faenas de Curro Romero, Curro Puya o Antonio Ordóñez, y que marcaron una cumbre del toreo hecho arte, no fueran ante toros encastados de Conde de la Corte, Contreras y Palha, respectivamente. No hay que confundir estas lidias a toros sin empuje, que embiste caminando o que desconocen cualquier movilidad, con toreo templado. Pero es mejor machetear:
Curro Puya, para la mayoría de teóricos, la mejor verónica de la historia. Hay que ver cómo lleva embebido en los vuelos al toro. |
Hemos analizado con anterioridad la naturaleza del temple como atributo estético del toreo. Entonces concluíamos que el temple es una operación, no un resultado, y que la introducción del cánon belmontiano de dicho atributo, añadió al toreo su dimensión artística actual. Templar, decíamos todos, es reducir la velocidad de la embestida mediante las telas, en un acto soberbio de mando y de metafísica. Sin embargo, también denunciábamos el falso temple: aquel que es producto de los toros lentos, en cuyo caso no hay proceso [de templar] sino lógica: al toro lento, el muletazo lento, pero en ningún caso el templado.
A la anterior condena cabría añadir dos conceptos autorizados: uno,el de un torero de época como Paco Camino; diremos que su autoridad se sustenta en haber disputado su época con El Viti, Puerta, Cordobés, sí, y con el toro. Puede presumir una puerta grande en Madrid con toros de Pablo Romero, y una Beneficencia solo. Eso lo puede presumir, y entonces le creeremos. El otro concepto, es el de José Bergamín, el fantástico escritor que despliega un virulento ataque contra Belmonte en su libro El arte de Birlibirloque. El ataque no es otro que el de la condena al temple y la lentitud: torear despacio es lánguido, afeminado, dice Bergamín, pues el toro bravo es veloz y fiero. Reproducimos los dos conceptos a continuación:
"Yo creo que el temple ha sido un camelo total...El temple es acomodarse a la embestida del toro, no es una cosa que puedas imponer o crear. Claro, si te echan una burra que embistiendo hace dos metros en medio minuto, tu pase puede durar medio minuto. De otra forma, no es posible. Date cuenta de que a mi siempre me gustaron los toros crudos que los toros parados. ése no es el caso de todos."
Paco Camino citado por François Zumbiehl en El discurso de la corrida.
Y esto añade Bergamín en su El arte de Birlibirloque: "La falta de poder y bravura, de años, de casta, resta al toro el ímpetu en el empuje: le hace tardo, medroso y suave en la embestida, lo que permite al torero pasarlo lento y eludir el peligro del cruce, simulando ventajosamente, en ralenti, una ilusión de suerte: lo que llaman temple, templar; efectivimos sin expresión ni estilo; amaneramiento afeminado, retorcido, lánguido, falso; latiguillo fácil para el torero como un calderón o un portamento, y espejuelo de tontos; porque el único que templa es el toro."
A la anterior condena cabría añadir dos conceptos autorizados: uno,el de un torero de época como Paco Camino; diremos que su autoridad se sustenta en haber disputado su época con El Viti, Puerta, Cordobés, sí, y con el toro. Puede presumir una puerta grande en Madrid con toros de Pablo Romero, y una Beneficencia solo. Eso lo puede presumir, y entonces le creeremos. El otro concepto, es el de José Bergamín, el fantástico escritor que despliega un virulento ataque contra Belmonte en su libro El arte de Birlibirloque. El ataque no es otro que el de la condena al temple y la lentitud: torear despacio es lánguido, afeminado, dice Bergamín, pues el toro bravo es veloz y fiero. Reproducimos los dos conceptos a continuación:
"Yo creo que el temple ha sido un camelo total...El temple es acomodarse a la embestida del toro, no es una cosa que puedas imponer o crear. Claro, si te echan una burra que embistiendo hace dos metros en medio minuto, tu pase puede durar medio minuto. De otra forma, no es posible. Date cuenta de que a mi siempre me gustaron los toros crudos que los toros parados. ése no es el caso de todos."
Paco Camino citado por François Zumbiehl en El discurso de la corrida.
Y esto añade Bergamín en su El arte de Birlibirloque: "La falta de poder y bravura, de años, de casta, resta al toro el ímpetu en el empuje: le hace tardo, medroso y suave en la embestida, lo que permite al torero pasarlo lento y eludir el peligro del cruce, simulando ventajosamente, en ralenti, una ilusión de suerte: lo que llaman temple, templar; efectivimos sin expresión ni estilo; amaneramiento afeminado, retorcido, lánguido, falso; latiguillo fácil para el torero como un calderón o un portamento, y espejuelo de tontos; porque el único que templa es el toro."
Bien, aunque ocurre la circunstancia de que de vez en vez a esta clase de toreros y ganaderías les salga un toro con chispa y picante, adjetivos que dan cuenta de lo extraño que se está convirtiendo la bravura en nuestra época, me permito aseverar que es imposible la existencia del temple si uno de sus componentes: la precedente embestida rápida y fiera del toro, no existe; esto a raíz de la ya casi viral peste que cunde en nuestra época, según la cual se torea mejor que nunca, entre otras cosas porque hay más temple, y hay que criar cierta especie de toros, pues es más difícil templar y crear arte, pues hay que “aguantarlos”.
Hoy, todos los muletazos de esta clase de faenas sin temple real son casi idénticos en velocidad y ejecución (ej, el indulto de Trojano por El Juli en la plaza México); cuando hay temple de verdad, y hay lidia ante un toro que va con verdad, un muletazo es una entidad diferenciada, y no se parece en velocidad a ningún otro, porque el temple es difícil. Baste este ejemplo: una cumbre del toreo templado, la faena de El Tato a un Victorino en La Maestranza; permítanse analizar y sopesar mis palabras, sugiriendo posteriormente otros videos de faenas, para que el lector descubra el sentido del temple:
El Tato ante un Victorino en la Maestranza:
El Tato y un Victorino en la Real Maestranza from Por Siempre Toreo on Vimeo.
O también, la diferente velocidad en los muletazos de Victor Mendes en Perú.
El Tato ante un Victorino en la Maestranza:
El Tato y un Victorino en la Real Maestranza from Por Siempre Toreo on Vimeo.
O también, la diferente velocidad en los muletazos de Victor Mendes en Perú.