martes, 10 de septiembre de 2013

El caballo de Turín, Bela Tarr



El 3 de enero de 1889, Federico Nietzsche asistió al derrumbamiento de su mundo; en la vía Carlo Alberto de Turín, un cochero brutalizaba a su caballo, que se negaba a andar. El filósofo prusiano, ya desquiciado por la esquizofrenia, golpeó al cochero y se echó a llorar abrazando al caballo por el cuello, mientras las sandeces que salían de su boca escandalizaban a los transeúntes. Según el filósofo colombiano Rafael Gutiérrez Girardot, Nietzsche identifica entonces al caballo con Jesucristo, su mayor antagonista; el episodio vendría a simbolizar tremendamente el abismo de Nietzsche contra sí mismo, el colapso del anticristo en la identificación con su contrario. Luego del episodio, Nietzsche será trasladado a Weimar, donde 11 años después morirá ahogado en sus propias babas.

¿Y qué sucede con el caballo y con el cochero luego de abandonar la escena de Nietzsche? Esa es la pregunta que se plantea la gloriosa película de Bela Tarr, todo un testamento del director húngaro, quien logró una pieza de perfección insoportable, capaz de conciliar la estética del cine con el pensamiento filosófico de Nietzsche y sus estragos nihilistas. Narrando la creación en 6 días, el alumbramiento del superhombre mediante las tinieblas del mundo, la muerte de Dios y la estética del cine por el cine, Tarr logra con El Caballo de Turín una pieza que no cualquiera puede aguantar; de hecho, críticos estultos como Carlos Boyero la califican como 'aburrida', sin estar conscientes de la grandeza del filme.


La trama es perfectamente ausente de cualquier elemento argumental: durante 6 días consecutivos, un hombre y su hija emprenden labores cotidianas como cambiarse, comer una papa cocinada, sacar agua del pozo, partir leña, intentar sin éxito hacer que el viejo y enfermo caballo ande o coma, mirar por la ventana. Repetir las mismas acciones por 6 veces en una película de más de dos horas y media, puede resultar difícil de ver para personas habituadas a ver filmes convencionales. Sin embargo, la épica fotografía de la película, la disposición de los planos y el ambiente de incertidumbre que rodea la historia, hacen que cada momento sea de una belleza única e irrepetible, y por tanto, digno de ver. Precisamente la reiteración de las mismas acciones viene a simbolizar la idea de Nietzsche sobre el eterno retorno, base de toda comprensión del arte, el mundo, y además, directo corolario sobre el nihilismo; para Tarr, su intención era la de "reproducir la vida", con toda esa carga que redunda en "la pesadez de la existencia humana"; precisamente ese embotamiento de las acciones, ideas y visiones, que para Nietzsche constituyen un patrón que se repite a lo largo de los tiempos, y que desemboca en un sinsentido: el nihilismo. La película tiene el mérito de evidenciar poderosamente este principio.

El viejo cochero, cuyo brazo derecho está lisiado, es ayudado en todas las labores por su perturbadora hija; les rodea un mundo donde el viento aúlla y arrastra las hojas de manera apocalíptica, preludio de lo que vendrá: al séptimo día, todas las luces del mundo se apagan, el sol deja de brillar y las brasas no quieren prender; la lámpara que el loco de Nietzsche en la Gaya Ciencia estalla al medio día en un mercado lleno de crédulos y brutos, tampoco volverá a prender. Es el fin de la Historia, tras la muerte de Dios, y los dos humanos están en la mesa frente a sus dos papas cocinadas, incapaces de comerlas del mismo modo que el caballo desde el segundo día fue incapaz de probar comida o bebida. Todo ha sido acompañado siempre por una estética de composición impecable, una sabiduría y economía de los planos, y una capacidad increíble para crear imágenes bellas, una tras otra, en un filme de apariencia plana para algunos silvestres; sirva de ejemplo la sutil hermosura de este plano, donde con una mesa y 4 camisas se logra un encuadre perfecto que habla sobre el progreso de la pesadez en padre e hija:


A mitad del filme, un hombre calvo y emplumado que recuerda un personaje de Ingmar Bergman, llega a la casa para sentarse a la mesa y hablar; será la única aparición, junto a un grupo de gitanos que llegan a robar agua del pozo y simbolizan lo dionisíaco. El hombre calvo, emprende entonces un discurso donde narra que las ciudades están devastadas por los vientos, los gobiernos han caído y los príncipes y reyes han entendido que no existe ni el bien ni el mal, y por tanto, tampoco el hombre: es el principio de Nietzsche, la piedra angular de su moralidad, la superación del hombre y la muerte de las religiones como punto de toque que arrastre todos los gobiernos y paradigmas hacia un sitio menos embrutecido. todo este movimiento de destrucción como forma de ética. La profundidad del diálogo del hombre calvo, en medio del silencio de los diálogos del filme, acentúan aún más la sensación de grandeza de lo dicho. Luego, el hombre paga por aguardiente y abandona la casa:


Claramente, el rol que interpreta es el de la consciencia nietzscheana, que luego se embriaga y se va cojeando hacia la disolución. El caballo, en cambio ofrece interpretaciones problemáticas.

Sobre ese particular hay que decir algo: en el 2011, año del lanzamiento del filme, asociaciones animalistas atacaron la película, por lo que el mismo Bela Tarr tuvo que pretextarse, diciendo que no se trataba de un caballo maltratado a propósito, sino de una yegua comprada en un bazar, lo que evitó su muerte; según el cineasta húngaro, la yegua está pastando en prados amplios, y logró un embarazo. Es curioso como el animal llega a un punto de divinización donde ni siquiera se le puede representar lastrado, pues esto de inmediato despierta la ira de la sociedad posmoderna, lo que es el contrario absoluto de la idea de Nietzsche y la superación del hombre: asistimos a la degradación humana, a su categoría inferior con respecto a la de otro animal.

Con el caballo de Tarr, según algunos animalistas sucede algo similar a lo del burro de Bresson en 'Al azar de Baltasar': ellos ven ambos filmes como denuncias contra el maltrato animal, e intentos de sabios para conciliar al humano con el animal en un acto de tierna empatía, como incluso afirma la animalista Elena Duque con respecto a la filmografía de Bresson. Lo ignorado en estos casos es que el animal, sea el burro o el caballo-yegua, vienen a simbolizar al hombre: en el caso de Bresson, el burro simboliza al trabajador absurdamente sometido en distintos estadios de la historia. En Tarr, al igual que en el episodio nietzscheano, el caballo simboliza a la humanidad, y la derrota del proyecto de la civilización. Por ello, el cineasta húngaro se permite juegos de identificación entre el cochero y el caballo: ambos están lisiados, y necesitan ayuda para vestirse diariamente: uno, que se deja poner prenda a prenda toda la indumentaria por su hija, y el otro, siendo un animal sin locomoción bípeda, que debe dejarse poner los aperos en su cuerpo para ser montado o arrastrar cosas. Hombre y caballo terminan dejando de comer, de beber, de ver la luz y el mundo y no es por un profundo sentimiento de igualdad: Nietzsche defiende en su locura a un animal que no identifica como tal, sino como una representación de Cristo-Dyonisos, si le creemos a Rafael Gutiérrez Girardot. Simbolizando al hombre y su destino en un filme que según su autor tiene la intención de mostrar "la pesadez de la existencia humana" -no la "existencia animal"- también es difícil encontrar una identificación de igualdad en El Caballo de Turín. Sin embargo, el miserable destino del caballo logra conmover, al igual que el de padre e hija cuando la luz deja de existir y el viento de soplar, pues Dios, quien organiza el mundo, ha muerto.


"Ellos se detuvieron aquí desconcertados, pero no resignados. Hasta que algo despertó en sus cerebros y finalmente los iluminó. Y todos a la vez se dieron cuenta que no hay ni Dios o Dioses. Todos a la vez vieron que no hay ni bien ni mal. ¡Entonces todos vieron y entendieron que si esto era así, entonces ellos mismos ni siquiera existían!"- El Caballo de Turín, Bela Tarr.

Pueden descargar la película completa y en HD  en el siguiente link:
 http://scalisto.blogspot.com/2012/12/bela-tarr-torinoi-lo-2011.html

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".