lunes, 30 de diciembre de 2013

La década de los 80 en Las Ventas, el documental



Este documental, de discreta fotografía por los archivos de origen, es una pieza audiovisual invaluable incluso para nuestro propósito de entender la tauromaquia contemporánea. Desde la mítica Corrida del Siglo donde Esplá ofendió a un Victorino Martín amarrándole (mal) su corbatín al pitón, hasta la luminosa decadencia de toreros de culto como Curro Romero y Rafael de Paula, esta historia vivida en la plaza de Las Ventas es un testimonio de una época donde el toreo era un temblor. Historia pues de esto: la tensión entre la pureza ortodoxa de Antoñete, y la descarada heterodoxia de Ojeda que a la postre vendría a triunfar como concepto subterráneo en nuestro toreo actual; en medio de todo ello late una tauromaquia sin duda más rica y variada que la actual, con Manili y Cámara en las sombras, Espartaco o Robles porfiando, Esplá, Manzanares padre, Curro Vázquez y Yiyo en dos extremos, y ante todo un filtro definitivo que traspasado, daba la medida de ser una figura del toreo: la corrida de Victorino Martín en Madrid, indispensable para la ratificación de la categoría del torero, segunda alternativa, quizá más real y necesaria, que todo espada debería lidiar. Así que es mejor extasiarse con esta soberbia pieza de historia: grandes faenas en Madrid, es decir, grandes faenas en la historia del toreo. La cantidad de toreros importantes que no nombro, por extensa y justificada, obliga a verse completa esta joya:

         
La década de los 80 en Las Ventas from Plaza de Toros de Las Ventas on Vimeo.
(NOTA: hay que dar click en "watch on Vimeo" para que se redireccione el video. La configuración de privacidad de esa plataforma de videos pone taras para que no pueda verse en otros espacios, mas sí embeberse. Vimeo, go home, you`re drunk. En cualquier caso, de no servir pueden dar clic aquí.)

Luego vendrían los años 90`s, con la irresistible consolidación de Joselito, Rincón, Ponce, y en los años finales, Tomás. Pero hablamos de los 80`s. El toreo aún guardaba la característica constitutiva de la diversidad de encastes, modos de torear y criterios de observación en la faena. El torismo tampoco se había impuesto como concepto subterráneo en el crecimiento del volúmen de los toros, hecho que quizá pueda observarse en la resistencia de la plaza a los toros de Baltasar Ibán, que sin embargo propiciaron una gran cantidad de triunfos aceptados. Luego, daría la sensación de un estancamiento con el inicio del siglo XXI, cuando el monoencaste se fue acaparando, incluso en el serial de San Isidro, y Victorino Martín dejó de ser un referente para las figuras. Una época destruida, ¿por el avance? ¿por la decadencia? La respuesta depende de la facción.



Característica importante e insoslayable de la época: la absoluta diversidad de encastes lidiados y la poca probabilidad de darle la vuelta al ruedo a un toro (solo siete toros de vuelta al ruedo en 10 años, con 228 ganaderías distintas lidiadas), cosa que ilustra mejor el grupo de gráficos mostrados al inicio del documental. Quizá con un poco de esfuerzo, uno pueda ver los resortes de la historia que van formando nuestra tauromaquia contemporánea, ya sea para decirnos que antes la tauromaquia con diversidad de encastes era posible, estética, necesaria y real, o para explicarnos que el incontenible avance del toreo tiene sus razones.

Saludos a todos, y gracias por visitar Descabellos en estos pocos meses de vida en el 2013. Fernando Cámara con la izquierda:


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sábado, 21 de diciembre de 2013

Enrique Ponce El maestro de Chiva, el documental



Ad portas de la conmemoración de los 25 años de alternativa de Enrique Ponce, Canal Plus realizó el siguiente documental. Si es cierto que la tauromaquia de un hombre es su historia, este documental es necesario para entender el desarrollo y la evolución de una tauromaquia definitiva en el crisol del toreo contemporáneo:

             

Con las correrías de su abuelo Leandro, y aquella época donde había que torear de todo para merecer el grado de maestro, la tauromaquia de Ponce inicia como la búsqueda constante de la elegancia y la prestancia. En meses pasados, el abuelo Leandro murió a una alta edad, dejando para la historia al nieto valenciano de las becerras toreadas con sobriedad, y también al nieto de los Samueles descomunales. No me queda claro si el abuelo vio acaso el segundo aire que la tauromaquia de Ponce se tomó desde el llamado de atención que hizo en Bilbao este año (y ante todo aquí). Entonces, quizá todos recordamos esa aptitud para torear, donde la lidia era un elemento inherente, y no accidental. Ponce sacó de la chistera una serie de recursos para resolver las embestidas inciertas, inconstantes y ausentes de ritmo, y con el toro ya lidiado, empezó a correr la mano.

¿Pero de dónde pudo sacar esos recursos, cuando entendemos hoy que la tauromaquia de algunos es solo la reiteración del argumento, y no de la trama? Lo anterior quiere decir una cosa: que hoy solo existe una faena por torero, y esta solo es posible cuando sale el toro que confía aquel torero. Si la embestida se sale del margen aceptado, no hay faena, principio que llevamos viendo con cierta figura dos años seguidos en Lima, y con cierto gitano hipster en todas sus temporadas. Pero Ponce pertenece a una generación que vio despuntar a Rincón, a José Tomás y a Joselito Arroyo.


Mientras en América la rivalidad con Rincón llenó de gloria unas temporadas que no conocían esa gracia desde el toreo de El Cordobés y Palomo Linares, en Europa la incurable indiferencia contra José Tomás avivaba, si bien un poco menos, un espíritu de rivalidad que hoy no existe en la tauromaquia. Se vendría a cerrar todo con la retirada de Rincón en mano a mano con Ponce en La Santamaría de Bogotá, y con el soliloquio teatral de José Tomás, a años de distancia de la retirada de otro grande, Joselito, que ya no se podía embraguetar con los toros.

Precisamente es la bragueta, o mejor, la ausencia de ella, la primera y gran recriminación contra la tauromaquia de Ponce. Se pasa los toros lejos, desfajados, en la curva comodidad del toreo de pico. Es entonces cuando debemos preguntarnos si en la geometría del toreo, el inicio de la mentira es al mismo tiempo el inicio del arte, o de una forma estetizante de torear, y si la verdad no puede convivir con el toreo de arte en niveles iguales. Entonces viene ese incontestable toreo prestante, que reverbera una elegancia perseguida como símbolo de dominio al toro, y también despliegue del arte taurino. Elegancia que a veces nos obsequia Rafaelillo en medio de la guerra, y que no es otra cosa que el toreo de cadera y riñón metido. Esta elegancia en Ponce va siempre a media altura, sin hostigar la embestida del toro, un desahogo que quizá lo explique como el torero con más indultos en la historia. Discreto estoqueador, pero mejor en la capa, la suya no es una tauromaquia mediocre.


¿Cómo puede un espada tan estético no ser torero de Sevilla y sí de Bilbao? Esta pregunta es de una materia tan inexplicable como la tauromaquia misma, o como aquella abominación que pasará para la historia como la aportación de Ponce al toreo: la poncina, toda una destrucción al concepto mismo de Ponce, en un horroroso y teatral telonazo inelegante, un suicidio de escorpión cuyo mérito parece la gimnasia de rodillas y poses que preceden a un muletazo popular en el toreo de la rodilla en tierra para alarmar a los profanos.

Yo prefiero en lugar de ello al Ponce de la guerra con Lironcito; al de la diversidad de encastes y lidias y no al enfermo de Zalduendo; al de Gomero y la elegancia sin aduladores cursis, pues en esa época no estilaba eso de la poesía de pasquín en lugar de la crítica taurina. Prefiero al Ponce que rinde culto a Manolete toreando Miuras, y no al de la trampa en la América que lo idolatra. Prefiero al Ponce que bañó a todos este año en Bilbao, desmentido por la presidencia de Matías con una oreja, pero que se impone en el recuerdo más que la eternamente olvidada puerta grande de todos los años de aquel que ya tiene las dos orejas desde el paseíllo en Bilbao. Quizá con un poco de inocencia más que de esperanza, se puede pensar que Ponce puede revivir la tauromaquia de antes del 2002, donde su insufrible vicio de la distancia y la falta de bragueta se silenciaba por el nombre ganadero que rezaba en la tabilla.

Él puede.

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viernes, 13 de diciembre de 2013

La Tauromaquia de Juan Mora


Golpeado nuevamente en horas recientes por los caprichos de cinco, a uno no le queda más opción que echar cuenta para atrás y recordar aquello que hace grande la historia de la grandeza misma. Porque una cosa es ser grande, y otra muy distinta estar inflado, al socaire de un sistema de taurineo que semeja a las dictaduras que concentran el poder absoluto en pocas manos, y conjugan para sí en esas manos todos los medios de comunicación, y en extensión de ello, la teoría única de la verdad. Dictaduras de lo blando.

Juan Mora es un torero que por esa misma virtud del veto de cinco a la plaza de Sevilla, también estuvo todo este 2013 sin torear apenas. Porque es ese sistema cerrado el que no deja salir ni entrar nada sin su severo juicio; sistema pues que ve con malos ojos que se le haga luz o sombra al perfecto mundo luminoso y mistificado donde es posible cantar allí donde antes había pavor y respeto. Juan Mora sin embargo nos sigue interpelando tres años después de su última gran faena, cuando en aquel otoño del 2010 rompió de un cerrojazo de autoridad la puerta grande de Las Ventas con una faena del frascuelismo más puro: 17 muletazos a un toro de Torrealta, tres de ellos naturales perfectos, y luego un espadazo en lo alto que rodó al toro, mientras el torero caminaba garboso en dirección contraria, sabiendo que el toro había salido de sus manos muerto y matado.

(Adenda: cuatro naturales son lo suficiente como para cortar orejas de ley en Madrid, o producir un documental como el hecho por Canal Plus Toros, que dejo a continuación)

      


     

¿Qué es todo este espíritu que revive y reconocemos como visto desde un sueño del XIX? El toreo de la brevedad, de salir a torear con la espada de verdad y no con una de palito; el torero que para con la capa, o lleva al toro hacia el caballo con una mano y saca también al toro de la cabalgadura con la misma mano; la tauromaquia donde se puede comprobar el pavor que surge cuando se tensiona la torería contra la bravura.

He hablado, quizá con mucha ligereza, de frascuelismo y rasgos decimonónicos en una tauromaquia enclavada en los inicios del siglo XXI, poseída además por el espíritu más posmoderno de la ligazón y el asentamiento. Plantear la cuestión como lo he hecho aquí, nos lleva a reconocer puntos de encuentro con la tauromaquia de Frascuelo en lo fundamental: el contenido por brevedad, y de allí la intensidad.

Las faenas de Frascuelo, en son del siglo XIX, nunca sobrepasaban la docena de muletazos, si eran buenas. Entonces debía comprobarse el carácter medido de todos los pasos del torero en el albero, y su efectividad (más que la belleza) para ayudar a la estocada. Desde ese momento la tauromaquia de Juan Mora es la sabia medición del toreo para dejar al toro cuadrado y dispuesto para la muerte. No por otra cosa, el torero sale con la espada de verdad, filosa y pesada, estorbosa para el toreo por la derecha, y un elemento de riesgo cuando se torea con la izquierda. Lo hábil sería que esta construcción de poco espacio, tuviera además una forma concentrada. La tauromaquia de Juan Mora tiene esa forma concentrada.


Si la tauromaquia de Morante se tiene como barroca al ser la expresión profusa y total de muchos elementos plásticos, incluido el cuerpo del torero (lo que se conoce como empaque), la de Juan Mora no renuncia a ese barroquismo, aunque se represente en una dirección totalmente opuesta: en Juan Mora la expresión no es la del cuerpo, sino la del muletazo como una identidad independiente. Un toreo vertical, si se quiere de recargue en los riñones, donde el mérito está en tirar del toro y llevarlo hasta atrás estando absolutamente cargando en los riñones del torero. No cabe más verticalidad como expresión de la verdad, pero tampoco puede confundirse como 'panzaso' un toreo donde el diestro está asentado en el cite. Entonces, es como si el muletazo cantara solo en un espacio concentrado. Sabemos que la espada es de verdad, y que el torero en cualquier momento puede empalmar el pase de pecho con la estocada, al perfecto modo como en el XIX Lagartijo tumbó al toro Perdigón, o Frascuelo echó a rodar a Peluquero, toro de la ganadería de Antonio Hernández, que antes le había roto tres costillas al mítico torero de una cornada. Así.

             
      


Si la tauromaquia tiene algo de ballet, y este es la concisa exactitud en los movimientos plásticos de un bailarín, Juan Mora tiene el ballet más concentrado de la tauromaquia contemporánea. Su importe de artista se acrecienta cuando a él añadimos el talante de lidiador auténtico requerido para dar muerte a los toros en el momento preciso, lo que estuvo precedido de una lidia correcta. Ritual y arte son lo mismo por primer vez.

La evolución de su toreo es prueba de sus intenciones, que no guardan la pretensión de perpetuar el toreo clonado actual, de mano baja y culto al pase circular. De hecho, Juan Mora nunca baja la mano porque nunca quiebra el cuerpo al estar cargando en los riñones, pero nadie puede asegurar a la vez que el suyo es un toreo por alto.

El especial sobre de su carrera emitido por el Plus, como testimonio de una empecinada trayectoria para hallar esa forma cuya perfección depende de la exactitud.

En una época blanda de cinco doblegando a miles, y donde las tendencias mediocres se suceden como las luces en una autopista de noche, lo de Juan Mora es de agradecerse.

Una blasfemia contra el cánon mexicano de la duración. Una bofetada sincera contra el neotoreo del cuerpo doblado hacia adelante y el descargue de todas las suertes. Una afrenta digna con una espada de verdad contra los ayudados de fibra de carbono, propios de deportistas de alto rendimiento y no de matadores de toros. 17 muletazos que ya van para tres años, y si quisiéramos hacer alarde de radicalismo, tres naturales y un espadazo. Devaluada la época, y mientras algunos rapiñan lo poco que queda de nosotros con la imposición de una Fiesta virtual y socialmente cómoda, Mora está oculto en una zona sombreada que a la vez representa lo que la Fiesta debe ser y no es. Y lo reafirmo: el chantaje de los cinco participa de una misma expresión, que es la de la ausencia de Juan Mora en los ruedos.
     
                       


¿Por qué no se le anuncia en ferias de primera? Dicho con la concisión estilista de un antitaurino como Fernando Vallejo, debemos coincidir en lo siguiente: "Porque todos ustedes son irremediables en lo inútil"











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jueves, 5 de diciembre de 2013

F. Bleu y Matemáticas: resurreción de la fiesta de los toros



El presente escrito intentará indagar sobre la necesidad de establecer un equilibrio entre el poder del toro y el oficio del toreo. La no conclusión de lo anterior, equivaldría a un desbarajuste de las claves de la tauromaquia cuyas consecuencias vemos hoy en el peligro de perder castas y encastes del campo bravo, producto de infelices circunstancias ante monopolios y conceptos cerrados. Haciendo eco de las consideraciones del crítico taurino F. Bleu, y de la lidia de Morante al toro Matemáticas de la ganadería de Victorino Martín, se intentará dejar de presente una serie de consideraciones que juzgo necesarias para que el toreo goce de cierta salud interna, tan necesaria ante las arremetidas de una sociedad hostil.

1.
Lagartijista de la primera hora, y frascuelista de la última, F Bleu legó para nosotros una biblia del toreo decimonónico capaz de volver a nuestros días como una premonición. La bancarrota moral que supone perder el equilibrio entre la relevancia del toro frente al torero, fue narrada como un fresco por Bleu al asistir a la época convulsa donde el lagartijismo, facción jurada a Rafael Molina Lagartijo, fue pasto de fuego para el nacimiento del culto a la personalidad del torero (o exageración en la afición por un torero), los ísmos, y también el surgimiento de figuras que harían valer su peso mediante imposiciones de ganado, alternantes y honorarios. En el apogeo de la rivalidad de Frascuelo y Lagartijo, se dan las circunstancias para traducir el culto a la personalidad hacia otros toreros, que se declaran herederos de las escuelas. Nace El Guerra, y con él la abusiva superioridad del torero frente a un toro mermado de todos sus aspectos relevantes. Sobre lo anterior, incluso el célebre panegirísta Peña y Goñi es capaz de acertar, al condenar que su torero imponga ganaderías blandas en detrimento de la maestría que una figura debe ostentar.

Pocas épocas pueden sin embargo rivalizar con nuestra tauromaquia contemporánea en lo tocante al monopolio de las ganaderías, el monopolio de un solo encaste (monoencaste) y de determinado tipo de selección. Si bien es cierto que en todas las épocas de la tauromaquia muchas ganaderías, encastes y castas han perecido al ser apuntillados en los mataderos todas sus especies, también lo es que desde hace siglos el toreo no se veía tan hostigado por la sociedad como hoy, hecho que acentúa todos los procesos de desaparición gracias a la pérdida de espacios, fechas, plazas y capital social.

Sin desconocer todas las aristas de la situación, es innegable que las figuras del toreo contemporáneo acaparan cierta cantidad relevante de festejos en plazas de todas las categorías, lidiando un único encaste que despierta serias dudas sobre la exigencia de su lidia. No debe buscarse otro motivo para tan censurable actitud que en esto: las figuras hacen lo que quieren porque el público lo permite.

En el siglo XIX Lagartijo disputó con Frascuelo una época de esplendor y variedad ya no de encastes, sino de castas. Más de lo mitad de lo lidiado en la mayoría de temporadas de ambas figuras, se inscribía en la llamada cabaña de Colmenar Viejo, que encerraba a las ganaderías más duras de la época, incluyendo a la muy andaluza de Miura por descontado. ¿Pero acaso, debemos preguntar de inmediato, no era cierto que en esa época ambos toreros ya tenían sus facciones de partidarios furibundos, dispuestos incluso a pelear en la plaza por sus toreros? ¿Y no hemos dicho que el monopolio o monoencaste es una actitud que existe en virtud al culto a los toreros, con lo que sus públicos le permiten todos los excesos?



2.
En la página 73 de su obra Antes y después del Guerra, F Bleu narra la historia inmortal del toro Perdigón, la cornada al hermano de Lagartijo, y lo sucedido en la lidia del toro, perfecta para los cánones de la época. De la aludida obra extraeré el resto de citas de este escrito:

«A esta época de triunfos pertenece la asombrosa faena empleada con el toro Perdigón, de Laffite, corrido en cuarto lugar el 4 de octubre.
Juan, el segundo de los Molina, entró a parearle de últimas, y al clavar los palos al relance salió cogido y fue volteado y corneado aparatosamente. Puede que aún no hubiese abandonado el redondel el torero lastimado en brazos de los monosabios, cuando Rafael, en medio minuto, en mucho menos tiempo del que se tarda en referirlo, pendientes de él 13.000 almas dominadas por la emoción, llegaba hasta la respetable cara del de Laffite, engendraba y remataba tres pases naturales, tres solos, pero como pudiera soñarlos el mismo Cayetano [Sanz], y enterraba toda la espada en lo más alto del morillo de Perdigón. Y en el preciso momento en el que el toro caía como masa inerte desdeñando el remate de puntilla, Lagartijo, sin abandonar la muleta de la mano izquierda, entró jadeante de impaciencia  en la enfermería para enterarse del estado de su hermano.

... He aquí el tipo de las faenas de los matadores de entonces. Faenas que helaban la sangre, que transmitían al público escalofríos de emoción, y que se recordaban admirablemente años y años. ¡Oh tiempos de toreo trágico, en que Lagartijo y Frascuelo se entregaban con alma y vida, con intereses, con ahorros y con capital, a los azares peligrosos de una profesión que ejercían, nunca como industriales, sino como aficionados y como entusiastas!

En esa clase de faenas, que los contemporáneos de los dos maestros recuerdan por centenares, se interesaba, más que la vista, el corazón del espectador; mejor que divertir, asombraban y sobrecogían; el aplauso no era bastante para exteriorizar el efecto que se experimentaba, porque ante las hazañas que daban completa sensación de la dificultad y del peligro de muerte, vencidos, rugía el pueblo y se congestionaba. 

Por otra parte, la figura hercúlea y musculosa de los lidiadores respondía, lógicamente, a su ejercicio profesional: eran atletas forzudos y no alfeñiques desmedrados; usaban alías hombrunos y no remoquetes infantiles terminados en -illo o -ito o en etc.


Así era el toreo de antaño y así debe y tiene que ser, a juicio de los que nunca le consideraremos como resolución de un problema de habilidad sin mezcla de riesgo personal, o como un concurso o torneo de actitudes plásticas»

El texto de Bleu continúa (puede leerse aquí) hablando de la verdadera sensación que produce la confluencia del Toro y del Maestro: una capaz de helar la sangre y encender el alma. La tauromaquia debe aspirar a eso, o de lo contrario, significar cualquier parapeto vetusto de arte, reproducido de manera incesante e insensata hasta que deje de poseer un sentido, pues la estética taurina de una época siempre caduca. Como es fácil observar, lo que el aficionado busca del maestro es que no haya aquel banderillero hermano caído en las astas, sino que el matador y su Perdigón sean una regla mínima de la tauromaquia.


3.
Lo que cabe fuera de toda duda, es que el culto a la personalidad de los toreros es el inicio del incontenible poder de los mismos para imponer las condiciones de su agrado para el ejercicio de la tauromaquia. Al respecto, y en lo sucesivo de las páginas 187 y 188, F. Bleu señala que  «La exageración inadmisible de ese romanticismo» produjo en Lagartijo un periodo de relajamiento y decadencia que a la postre le hizo perder la batalla histórica contra Frascuelo.  Sigue F. Bleu:  «La casi completa adhesión del público le perdonaba cien cosas detestables por una buena»,  lo que equivale a afirmar que la decadencia de un torero guarda una relación con la cantidad de fanáticos que comulguen en su parroquia. Más allá de la trágica comedia que se forma cuando la esperanzadora carrera de un torero se convierte en un espantajo (Juli, Morante, Tomás, Ordóñez, Aparicio, Pastor, Gordito, etc. per omnes versus), tal trágica comedia debería tener sin cuidado al aficionado de no ser porque hoy, y solo hoy, impacta directamente en la salud de la cabaña brava. En otras palabras, el culto a Morante o El Juli, es el responsable de la muerte de las ganaderías de bravos en el siglo XXI, cosa que espero se me permita argumentar a continuación.

Como ha quedado dicho en la entrada sobre el monoencaste, las figuras del toreo contemporáneo acaparan más de la mitad de los festejos en plazas de primera y segunda categoría en Europa, imponiendo para su actuación un solo tipo de encaste, o mejor, de selección dentro de un solo encaste (ya que no lidian Marqués de Domecq, por ejemplo). Tras ellos, hay una fuerza social de románticos en su legítimo derecho a aficionarse a sus matadores, pero también la ambientación de la imposición del encaste en detrimento del resto de sangres y ganaderías. Cuando la burbuja de festejos empezó a decaer tras el luminoso 2007, los espacios para lidiar cayeron dramáticamente hasta el punto de casi reducirse a la mitad en menos de cinco años. Por desgracia, ante menos espacio, y la permanencia de la imposición del único encaste patrocinada por una afición poco exigente, se ha tenido que extender la alarma por la puesta en peligro de casi todas las sangres y casas ajenas al Domecq de las figuras.Sin lidia, no hay recursos posibles para la crianza. Sin recursos ni crianza, la ganadería va al matadero por quiebra. Sin una afición seria y crítica, la figura tiene el campo libre para que el culto a ella tome la forma de una tauromaquia prefabricada en casi todo.

El 99.9% de toros de Domecq que componen la baraja de un torero como El Juli, viene a representar la indignidad frente al suceso de la muerte de los Coquillas de Mariano Cifuentes o Sánchez Fábres en la oscuridad de los mataderos. Hay una innegable relación estructural entre un hecho y otro. La mistificación de la figura, además, siempre coincide con el eclipsarse del toro, por lo que el desprecio a la lidia de otros encastes, es más una expresión general que particular: el toro ha dejado de ser el protagonista. Se rinde culto indebido al hombre, y no al dios.



4.
Lo anteriormente expuesto sobre el patente peligro de extinción de muchas expresiones de la bravura, solo viene a reforzar la idea de que la queja del monoencaste de las figuras es una queja ética. Además del abominable riesgo de perder la riqueza genética del campo bravo, (mientras al mismo tiempo se reivindica con un doble discurso el importe de Patrimonio Cultural de la tauromaquia), se tiene que pensar sobre algunas preguntas. Que las figuras se nieguen a lidiar ciertos encastes, refrendados en el culto a la personalidad que las masas le rinden a los toreros, ¿no habla del poco amor propio, de la ausencia de vergüenza torera, y del poco calado real de algunas tauromaquias incapaces de contrastarse con ciertas embestidas? Si el Lagartijo venido a menos pero siempre adulado por su cohorte de seguidores tuvo la maestría de hacer una faena de época ante el serio Perdigón, no fue por otra cosa más que por ver a su hermano caer ante las astas de dicho toro. Se activó su amor propio en un registro que no era el del culto de los fanáticos (morantismo, julismo, manzanarismo, para hablar del mass media actual), sino el de la vergüenza torera, el ego del matador, la torería real y la sangre taurina. Salió a invocar los naturales de Cayetano Sanz al sentirse torero, no divo. Salió a matar sin el condenado tranquillo del paso atrás en el volapié al sentirse matador de Toros, no centro de culto de un romanticismo mal entendido, por el que se le permiten todas las ventajas.

Antes de terminar este escrito pensando sobre la faena de Morante al toro Matemáticas, juzgo necesario aclarar ciertas respuestas para quienes le rinden culto a algunos toreros cuando uno pregunta sobre el monoencaste, la elección de tipos, la variedad de encastes y demás arandelas del tema.

Que los maestros tienen un cierto deber histórico de contrastar su maestría con los toros más difíciles, es algo propio hasta de cualquier actividad humana. Solo en la mediocre mentalidad de algunos puede albergarse la no muy inteligente idea de que "las figuras no tienen nada que demostrar". Los toreros deben ser conscientes de la delicada situación social que atraviesa el toreo, y tirar del carro a todos los niveles, incluso garantizando la salud y equilibrio de la cabaña brava. Entonces de inmediato seguirá la queja: que los maestros han ganado su puesto en la comodidad, son tan fuertes que pueden elegir, e incluso aquellos toros exigidos por el aficionado no permiten el toreo estético, como si Curro Díaz nunca hubiera hecho una faena de arte a un Cuadri en Madrid, o Morante nunca hubiera expresado su mejor y más real toreo de capa ante un Victorino Martín en Sevilla. Que estas figuras solo matan lo que embiste porque necesitan mínimos de garantía, como si el año que viene tuvieran comprada la camada de La Quinta, Ana Romero o Baltasar Ibán. Luego saldrá la exposición de las heridas y la sangre de la figura cada vez que un Domecq logra pegar la cornada, cuando lo que se ignora es que el reclamo de la variedad de encastes no encubre un soterrado deseo por ver corneadas o en fuga a las figuras. Se es consciente de que todos los toros dan cornadas, porque no saben hacer otra cosa. Se sabe que Antonio Bienvenida murió por la embestida de una mínima becerra, y que en mor de ello todo animal de lidia entraña un riesgo real. Cuando el aficionado sueña con ver a Manzanares con un Juan Luis Fraile, no presume una carnicería. Quiere ver que el maestro sea capaz de hacer su tauromaquia, resolviendo las particularidades y complicaciones de todos los encastes y embestidas. ¿Quién no supone un goce estético al imaginar que la supuesta suficiencia lidiadora de El Juli hallaría un gran enemigo en algún arisco Saltillo de Zaballos? La dificultad del toro vendría a probar la magnitud real de las tauromaquias de todos. Sin toro, no sería posible la existencia del pase natural, por ejemplo; de ahí que sea el toro la medida de la importancia del pase natural en un registro tan o más importante que la estética misma del pase.

Sobre la página 190 de su obra, F Bleu enunciará la idea del aficionado:  «Para mí y para muchos, el mayor encanto de las fiestas de toros descansa principalmente en los momentos difíciles e inesperados que hay que resolver por medio de inspiración súbita.»

Para efectos de la reflexión que se ha intentado hacer en el presente escrito, lo más conveniente es cerrar con el video de esta faena: la Francia torista de la afición, los bastiones, la exigencia y la lidia pura, hace que una plaza que no alberga ni la mitad de asistencia que las más grandes plazas europeas y americanas, sea capaz de doblegar la mentalidad de la figura: Morante resulta lidiando toros de Victorino Martín en pleno 2013, lo que más que hablar bien del torero mismo, habla bien de la afición de Dax. Por el chiquero sale entonces el toro Matemáticas, serio de estampa y de comportamiento. El toro hace una brava pelea en varas, instaura el terror en banderillas, y se engalla en la plaza como amo de la situación. Morante, lejos de todas las centrales de cursilería que le rinden culto por los países hispanos, se ve encerrado en el ruedo con semejante alimaña infumable por el izquierdo y que pide guerra por el derecho. Es el hombre y el destino, pero antes de los dos está EL TORO.  La lidia será la guerra de Morante por intentar imponer su concepto ante semejante animal. ¿Lo logrará?, o mejor: ¿Lo hubiera logrado con mayor rotundidad de no existir el morantismo?    

                        

«Factor principal de las fiestas de toros: el toro. Lo demás es secundario. Con ganado bueno y toreros malos, hay corrida posible y hasta interesante; con los elementos invertidos, no la concibo.»
 página 199.

«Y lo que yo he querido dejar de manifiesto es que en la fiesta nacional el toro es la obra y el torero el intérprete. Sin desvirtuar lo esencial, no puede permitirse que el toro se supedite al torero.
Por eso fui lagartijista de la primera hora y frascuelista de la última. Para aquellos toreros fue el toro la razón suprema del espectáculo. No les cegó su calidad y su influencia de intérpretes famosos para colarse delante de la obra y eclipsarla. Pocas veces se pregunta en su tiempo «¿Quién torea?», sino únicamente «¿Qué toreros se lidian?».
   página 373
F. Bleu, Antes y después del Guerra (Medio siglo de toreo)

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lunes, 2 de diciembre de 2013

La pierna rota del antitaurino en Lima



Lo que puede leerse desde el discurso animalista es esto: que un abolicionista que pretendía invadir el ruedo en la desangelada corrida de ayer en Acho, fue brutalmente agredido por hordas de taurinos, hasta el punto de dejarle una pierna rota. Lo contado sin embargo extiende un manto de duda sobre lo realmente ocurrido antes, durante y después de los hechos, teniendo en cuenta el modus operandi de cualquier acción antitaurina. Para empezar, es bastante sospechoso que no exista un solo video o foto de la supuesta agresión, si es de regla general que toda intervención de acción directa de los animalistas ha de ser grabada o filmada, pues para eso se hace la acción directa: para producir propaganda. La no difusión de las imágenes con fines ideológicos le resta credibilidad a lo contadoEn segundo lugar, no queda muy claro cómo se produjo la lesión (si por patadas, puños, palazos), pues incluso hay varias versiones de lo ocurrido, incluyendo una que cuenta cómo se le hizo rodar por las gradas, como si de un sacrificio mesoamericano se tratara. La anterior versión resulta poco plausible, teniendo en cuenta que los tendidos estaban casi llenos, y es muy difícil que rodara por encima de las personas. Así que ni siquiera se ponen de acuerdo en contar cómo sucedió la agresión, ni tampoco se permiten difundir la información gráfica que seguramente poseen. ¿Fueron lo suficientemente salvajes esos taurinos como para dejar al pobre hombre con la pierna rota allí tirado, o manifestaron algo de humanidad llevándolo a una ambulancia? Tampoco lo cuentan. Entre otras cosas, ni siquiera se rompió la pierna, pues el dictamen médico oficial cuenta que se dislocó el fémur, cosa harto distinta. 


Para entender lo sucedido debemos ir un poco más atrás, al momento en que esta mujer que posa en la foto, dona al rededor de US$ 1.200 para comprar unas costosas entradas para algunos activistas. Podemos aquí preguntar por qué se gasta tan importante cantidad de dinero en un acto alevoso y estúpido, en lugar de destinarlo a animales que pasan hambre, están enfermos o necesitan hallar un hogar, pues corren el riesgo de ser sacrificados. La respuesta empieza cuando los antitaurinos de Lima publican la anterior foto para agradecer a la mujer: el bienestar animal se pone en segundo lugar cuando lo que se pretende es encontrar propaganda, difusión y reconocimiento. La brutal acción de invadir un ruedo, resulta más espectacular desde todo punto de vista que usar miles de dólares en comida para perros hambrientos, o en rescatar 100 gatos mediante adopción legal.

La versión de los taurinos varía un poco, y por demás está apoyada en videos que ya están en poder de las autoridades, y en cadena de custodia, por lo que no han sido publicados aún: los antitaurinos, necesitando llegar al ruedo, alcanzaron la barrrera sin llamar la atención. Entonces saltaron al callejón, con la mala fortuna para el anti de la foto, de caer mal y resultar dislocado. Ya allí, sus compañeros le abandonaron pues siguieron el camino hacia el ruedo. Fueron sacados a la fuerza en ese intento, pero sin golpes. El antitaurino disculado fue atendido en la plaza por los cuerpos de socorro allí presentes, y luego trasladado a un centro médico. No es cierto lo que arriba dice la página antitaurina (lo hicieron rodar a empujones varias filas de galerías) pues estaban sentados en la fila 2.

Así que la disposición de esto es clara: victimizar a unos activistas deslumbrados con la retórica del activismo y la acción directa, lo que reforzará su estereotipo de héroes. Usar la acción directa con fines ideológicos y aprovechar lo sucedido desde la distorsión y poca precisión sobre la realidad de los hechos. El bienestar animal queda una vez más relegado.  Lo cierto es que ya no solo comercian con el patetismo de la muerte del toro, pues ahora lo hacen con la falsa pierna rota de un antitaurino de Lima. 
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Lo mismo de siempre



Ayer se evidenció una vez más el principio eterno de esto: que la Fiesta es de Toros. Mientras en México D.F. al rededor de 30.000 aficionados abarrotaban los tendidos con un cartel sin el lumbre de las figuras europeas, todo a la voz del Toro que se mostró en redes sociales para promocionar la taquilla, en Lima ocurría el previsible guión del baile de corrales, el parchamiento de una corrida con hasta cinco ganaderías distintas, y la imposibilidad de la tauromaquia de la figura ante toros sin condición de bravura, todo lo anterior sin plaza llena. ¿Acaso no es la tragedia contínua de la Fiesta? El Toro está saliendo en corridas sin figuras, que podemos denominar maestros por uso de la época. El Toro, como aquel Farolero de Barralva, o Don Ramón de Teófilo, imborrables, sale pues para toreros sin cancha que se quedan cortos, y el astado se va con las orejas y el rabo puestos, y sin poder expresar toda su bravura. Al otro lado, el medio toro sale con la figura, y su maestría también se va al desolladero sin mostrarse. En ambos casos el dinero ya está embolsillado.

¿Cuál es la Fiesta que queremos? ¿Las figuras seguirán indiferentes? ¿Se olvidará comparar la tarde de ayer en México con las que vendrán con Luque, Padilla, El Juli y demás figuras? ¿Seguirán pagando en Lima la entrada más barata en US$90 para ver un espectáculo manipulado desde el corral y para siempre?


             
Monumental Plaza México corridal del 1-dic-2013 from Suerte Matador TV on Vimeo.

        





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lunes, 25 de noviembre de 2013

24 horas sin toreo en Bogotá, pero cinco siglos de gloria taurina


La inminencia del pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre el perjuicio a la libertad de los taurinos en Bogotá tras la velada abolición que efectuó Gustavo Petro, tiene algo intranquilos a los colectivos animalistas de la capital del país. Para simplificar las cosas, acaso de un modo algo abusivo, recordemos los precedentes y los contextos del caso: la Corporación Taurina de Bogotá, entidad que organizaba las corridas de toros en La Santamaría, interpuso una tutela que invoca el cumplimiento del derecho a la libertad de expresión, y en segunda medida, el derecho al trabajo. El derecho a la libertad de expresión, consignado en el DDIIHH, estipula que no puede ni cohibirse ni perseguirse al ser humano en función a su cultura, preferencias sexuales, identidad o género. ¿Y cómo altera este derecho al ser humano taurino cuando se efectúa una prohibición de las corridas? La tauromaquia, como una expresión cultural protegida por los estados firmantes del Convenio de París de la UNESCO en 2005, ha sido blindada en países europeos como Francia y España bajo el cánon de Patrimonio Cultural, y tan solo el 5% del territorio portugués carece de este tipo de declaración. La Corte Constitucional, órgano que en pasadas sentencias ha dejado en claro la irrefutable naturaleza de expresión cultural de la tauromaquia, seguramente se pronunciará en sentido positivo para los taurinos invocando que la prohibición velada de las corridas en Bogotá, viola el equilibrio reflexivo que debe haber entre los supuestos derechos de los animales (legalmente hablando) y los derechos humanos en materia de libertad de expresión e identidad cultural. Está fuera de toda duda desde una visión correcta, esto es, antropológica, que la tauromaquia es una cultura, y que en torno a ella se teje la expresión e identidad de una minoría con derechos. La velada prohibición de las corridas de toros en Bogotá viola estas libertades civiles.

Se ha hablado al principio de la publicación sobre la intranquilidad de los amantes de los animales, y se ha puesto por prueba una foto donde el ciudadano Felipe Alejandro Riveros lanza una pregunta al aire (clic en la foto de arriba para verla completa). Las ediciones sobre el texto de la pregunta son declaraciones de lo poco que lo ve él mismo. Vinculado con Animanaturalis y Animal Defenders, este ciudadano en su legítimo derecho a la libertad de expresión, participa en un evento que por 24 horas hará una serie de actividades en torno a algo llamado "cultura de la vida y la no violencia", de cuya configuración antropológica según los principios de esta ciencia social, poco claro algo tenemos. En mi legítimo derecho a la libertad de expresión, me permito responder a su pregunta.



"Hubo épocas en que la humanidad (sic) consideraba justificable y lícito quemar brujas, comerciar con personas, arrasar naciones por creencias religiosas o encerrar animales para matarlos por diversión

Hoy, de todas estas actividades sólo una (sic), la última, es considerada legal en ocho países del mundo, uno de ellos el nuestro. Recientemente la Corte Constitucional colombiana, máxima autoridad en materia judicial, profirió una sentencia que desestimula (sic) estas prácticas en el territorio nacional, y en todo caso prohibe (sic) que se inviertan en ellas recursos públicos, con lo cual ciudades como Bogotá perderían automáticamente su tradición.

Sin embargo, la Corporación Taurina de Bogotá exige que la plaza Santamaría de Bogotá, que es de la ciudad, se reabra de nuevo al público para que presencie estas actividades, con tal de que quienes se lucraban con ellas no pierdan su empleo.

Si usted fuera la Corte Constitucional, ¿qué diría?..."


Este animalista pide que el ciudadano, por un momento, sienta empatía por la Corte Constitucional para la respuesta del interrogante. De entrada es necesario responder que solo le sería lícito responder a un ciudadano informado sobre la jurisprudencia, con experiencia en la judicatura y con conocimiento de la profesión, esto es, que el ciudadano sea un juez formado en el derecho constitucional. De lo contrario, sería como preguntar sobre una ecuación de tercer grado a una persona que no sabe ni sumar ni restar. La pregunta, propia de tribuna, es terriblemente inane como retórica.

Hablando de retórica, el uso indiscriminado de las comparaciones con fenómenos humanos es el único caballito de guerra del ciudadano (y del animalismo en general) para explicar la inmoralidad del toreo o el especismo, bajo el sofisma del "principio de igual consideración". Se nos pide que hagamos una extrapolación de situaciones. Considérese que algunos casos de violencia contra la humanidad han sido dejados, y que ello demuestra de manera incuestionable que debemos abandonar similares casos en animales no humanos. ¿Pero qué tanto se puede defender esta extrapolación, digamos, a un nivel empírico de nuestras intuiciones morales, pero también a través de la realidad de los fenómenos citados, algunos de ellos eminentemente antitaurinos? No pasa inadvertido, por ejemplo, que comparar la tauromaquia con la quema de brujas es una declaración de desconocimiento sobre la naturaleza de ambos fenómenos. La quema de brujas se inscribe en un proceso que, como la inquisición, fue atrozmente antitaurino, persecutor de taurinos a niveles de llevarles hasta las piras de las hogueras, como a la bruja del ejemplo. El comercio de personas, conocido como esclavitud, tampoco es un fenómeno extinto o ilegal en algunos países contemporáneos, pero de ello no se sigue que la violación a un derecho humano como el de la libertad, deba compararse con la tauromaquia desde una posición antitaurina, abiertamente en contra de la libertad cultural humana del taurino. 


El forzamiento retórico de los ejemplos son considerados como falacia lógica por cuanto la conclusión no se sigue exactamente de las premisas, sino de ejemplos ajenos a ellas. Por ejemplo,  A (el toreo) es B (malo) entonces C (debe prohibirse) , pues D (la esclavitud, las tormentas del trópico, Hitler) es B entonces E ( ya fue prohibido).


[A . B -> C porque D . B ->E] Donde A es convenientemente cualquier ejemplo que yo sea capaz de imaginar, pero ajeno a la verdadera premisa [ D . B ->E] porque A no es igual a D. 


En lugar de tauromaquia, A también puede ser antitauromaquia. Por ejemplo, decir que así como hoy se considera malo restringir la libertad de los humanos como antaño se hacía con la esclavitud, hoy debería considerarse cosa semejante con los intentos de restringir la libertad de una cultura que no viola un solo derecho humano. El animalismo es hábil en el momento de condenar cualquier atisbo de atropocentrismo, pero también es incapaz de formular una ética animalista en independencia de cualquier mención a ejemplos humanos.




Pero la suma declaración de bienintencionada ignorancia en la pregunta del ciudadano, es considerar al toreo bajo la forma de "encerrar animales para matarlos por diversión"Este error es común en todos los textos canónigos del animalismo, como los escritos por Francione, Singer o Regan, por lo que no puede esperarse que palafreneros de cuarto y hasta quinto orden en el movimiento animalista, eviten pensar esta equivocación, conveniente por demás al momento de desinformar a una opinión pública hostil. El toreo, se ha dicho antes, no es una diversión, es un rito severo, que configura una cultura humana minoritaria, y cuyos móviles son tan graves que implican la vida y la muerte de humanos y animales. El taurino no va a la plaza con la lesiva intención de divertirse, pues asiste a un rito que forma su identidad, y lo vive con pasión pero también atendiendo a todos los estudios necesarios para entender las suertes de la lidia. En la corrida, no se entrega groseramente al goce gratuito, pues el taurino está pendiente del cumplimiento cabal de todos los cánones del toreo, la integridad del toro y la justicia en la lidia. Para divertir existe, en cambio, una rama de la tauromaquia, bufa ella, llamada toreo cómico precisamente por cuanto se diferencia de la lidia en que existe para divertir. Es mayoritariamente practicada por enanos que hacen las veces de dominguillos, se dejan revolcar por la vaquilla a la que jamás se hiere o mata, y consiste en la depauperización del humano frente a la bestia rabiosa. La distorsión del toreo cómico corresponde plenamente a la visión poco informada del antitaurino con respecto al rito de la corrida de toros, pero el toreo es otra cosa. Con evidencia.

¿Qué más puede decirse de la bienintencionada queja del ciudadano? Resumiendo: nos pide que hagamos las veces de un cuerpo judicial para el que no estamos aptos, pues se confunde sabiduría jurídica con intuiciones u opiniones morales. Se plantea la comparación agravada con fenómenos humanos que a la postre se identifican de manera plena con la naturaleza histórica de la antitauromaquia. Se desconoce de manera aberrante la naturaleza de las corridas de toros. Para no ser menos explícitos, es necesario recordar la edición oculta de su texto. Según él, si la Corte Constitucional se pronuncia a favor de la libertad cultural de una minoría, eso sería "como defender hoy a quienes quemaban las brujas o vendían los esclavos". ¿Se quemaba brujas porque esto era el rito de una cultura milenaria? Resulta poco plausible aceptar la comparación, pues el Santo Oficio fue más un aparato penal que cultural ciertamente. ¿Se vendían esclavos por cultura? Desde luego, se confunde de manera infantil una transgresión moral encubierta en el concepto de propiedad económica, con una cultura milenaria. Y así, hasta el infinito, toda la sucesión de ejemplos imprecisos.

Como se ha nombrado la palabra infinito, recordando al tiempo, no debemos perder de vista que este antitaurino fue el creador de un evento en Facebook que invita a los animalistas y antitaurinos a asistir a la maratón "cultural, artística y lúdica" que dejará en claro que el toreo no es una cultura, y que sucesos de "radiofonía" demuestran de manera poderosa que no es necesario matar animales para hacer arte. ¿Y para hacer ritos de sacrificio? ¿Vendrá el inválido ejemplo de los sacrificios humanos, violatorios de los derechos humanos que el toro de lidia no posee? En cualquier caso este evento que promete dilapidar recursos en una maratón de 24 horas sin tauromaquia, no excluye una historia de grandeza de cinco siglos, donde Bogotá ha sido centro de la cultura taurina en Colombia. Le convendría a esta buena gente estudiar qué es una cultura, el derecho humano y desde luego la verdadera naturaleza del toreo, antes de emitir un solo juicio moral basados en la espectacularidad de la sangre ritual. 




Nota adenda: se ha querido contestar a esta publicación que "también los mesoamericanos tenían una cultura configurada en torno al sacrificio humano". Esto no dota de ningún sentido a cualquier argumentación sobre la necesidad o no de una cultura en general y a la tauromaquia en particular. La queja contra el sacrificio humano no es la cultura, es la violación del derecho humano a la vida. El toreo no viola derechos humanos, por tanto la comparación está fuera de foco. 
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domingo, 24 de noviembre de 2013

El animal que da miedo





Las que figuran en la foto que inaugura la publicación son vacas landesas, que son de media casta, utilizadas siempre en festejos franceses incruentos. La razón de su presencia en esta publicación, es que explican el ridículo y la inconsecuencia de las posturas antitaurinas. Informa el diario Sudoest que los extremistas del CRAC nuevamente intentaron sabotear un festejo menor en Rion-des-Landes. Sus pretensiones de torpedear el festejo, encadenándose al ruedo como antes, se vieron frustradas por la suelta de cuatro vacas landesas por parte de la gendarmería francesa. El hecho de inmediato disuadió a los animalistas que emprendieron la huida.

¿Pero cómo pude sostenerse que el toro de lidia es un animal indefenso, cuando hasta una vaca de media casta provoca el pánico de los animalistas? ¿Y con una vaca cinqueña de casta Navarra, sería preciso correr de manera desesperada? El caso, además de estar refrendado en las cornadas a los toreros (que de por sí demuestran la capacidad de ataque y la no indefensión del toro de lidia) recuerda gratamente el reto a Jesús Mosterín, que se reproduce a continuación:


La prohibición de las corridas de toros en Cataluña, votada por el Parlament el pasado 28 de julio, ha generado entre los amantes de la fiesta de los toros un movimiento reivindicativo que parte de un doble convencimiento:1º) La inutilidad de seguir abundando exclusivamente en la defensa de la Fiesta.2º) La necesidad de desenmascarar a quienes la atacan utilizando mentiras y falacias.Dentro de éstos destaca, por su fanatismo y su ofensiva falta a la verdad, el profesor de investigación del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Jesús Mosterín.Para salir al paso de su continuada campaña de injurias, he querido enfrentarlo a sus propias patrañas con este reto que públicamente le lanzo y cuyo texto figura a continuación:

Fdo. Santi Ortiz 


¡¡RETO A MOSTERÍN!!

Haciéndome eco del malestar producido entre los amantes de la fiesta de los toros por las continuadas mentiras y falacias que sobre ella viene vertiendo el profesor de Investigación del Instituto de Filosofía del CSIC, Jesús Mosterín, me veo en la obligación de salir al paso de tan descarada campaña de difamación para frenar lo que considero una tergiversación inadmisible de la realidad.

Como ejemplo, tomaré algunas de las frases que el profesor Mosterín se permite escribir en su artículo ‘Farsa y mitos de la Tauromaquia’, publicado en el nº 214 (julio-agosto 2010), de la revista literaria ‘LEER’, en cuyo texto –salpicado de errores históricos garrafales–, el Sr. Mosterín afirma que:

1º) “El primer mito es el de la presunta agresividad del toro. El toro español no sería un bovino de verdad, sino una especie de fiera agresiva, un “toro bravo”. Como rumiante que es, el toro es un especialista en la huida, un herbívoro pacífico que sólo desea escapar de la plaza y volver a pastar y rumiar en paz”.

2º) “Al salir al ruedo, el toro, siguiendo su tendencia natural, se quedaría quieto o se quedaría de cara a la puerta cerrada”, si no fuera, continúa, porque, para evitarlo, antes “se le clava la divisa”.

3º) “El segundo gran mito es que el torero corre un gran riesgo toreando a un animal de tamaño mucho mayor que él. De hecho el riesgo del torero es mínimo. Toda la corrida es un simulacro de combate, no un combate.”

4º) “El torero se acerca para que el toro no lo vea, no para mostrar valor, y el mayor riesgo que corre es el de ser herido por las banderillas.”

5º) “Cuando el torero se arrodilla ante el toro en una pose de teatral coraje, en realidad no corre ningún peligro, pues el toro lo interpreta como un gesto de sumisión que le impide atacarlo.”

Ante tales consideraciones, yo, Santiago Ortiz, mayor de edad y en pleno uso de mis facultades mentales, RETO públicamente a Jesús Mosterín para que, en virtud del racionalismo y espíritu científico de esa Ilustración que él tanto invoca y a la que me sumo, demuestre en la práctica las aseveraciones que se permite formular acerca de la no agresividad del toro de lidia y de la inexistencia de riesgo para el hombre que se le ponga delante de no mediar esa “panoplia de torturas a las que se somete” al animal.

Para lo cual propongo:

1º) Que el señor Mosterín, acompañado de personal de su confianza, se traslade conmigo, y ante los medios de comunicación que deseen estar presentes, a una ganadería brava de cuyo propietario se haya obtenido el correspondiente permiso (de lo cual yo me encargo).

2º) Que, una vez en ella, los vaqueros de la finca encierren un toro en un corral abierto y lindante con la placita de tientas. Toro que será custodiado por el personal del señor Mosterín para garantizar que nadie le moleste o incurra en cualquier tipo de “torturas” para irritarlo.

3º) Que transcurrido un tiempo razonable, con el beneplácito del profesor Mosterín se le abra al toro la puerta de la plaza, dirigiéndole a ella y se le encierre dentro.

4º) Que en la plaza no se someta al toro a castigo alguno. No habrá, pues, divisa, varas ni tampoco banderillas, éstas sobre todo para no poner en peligro la integridad física del señor Mosterín.

5º) Que el señor Mosterín se comprometerá a esperarlo en el ruedo; cosa que se supone llevará a cabo sin el menor riesgo, ya que, si como él mantiene “dos no pelean si uno no quiere”, menos pelearán en este caso, pues serían ambos –el pacífico bovino (según Mosterín) y el propio filósofo– los que no desearían la pelea.

5º) Si por cualquier casualidad, se observara cierta irritación en el toro, tampoco deberá ser esto motivo de alarma, pues, poniéndose el señor Mosterín de rodillas, el animal aceptaría el gesto como de sumisión y acatamiento y renunciaría a embestirle, como el profesor afirma.

Eso es todo.


Aceptando este reto, el profesor Mosterín tendría una oportunidad única para demostrar experimentalmente la veracidad de sus afirmaciones, cosa que de cumplirse no sólo me obligaría a reconocer públicamente mi error y a expresarle del mismo modo mis disculpas, sino que otorgaría a la causa antitaurina una fuerza y credibilidad extraordinarias. En caso contrario, el señor Mosterín estaría obligado a desdecirse públicamente de sus afirmaciones y reconocer que éstas no se atienen a la verdad.

Ahora bien, si el señor Mosterín rehusara recoger este guante, no sólo ratificaría mis sospechas de que es un simple embaucador, sino que quedaría por embustero (también por cobarde) ante todas las personas de buena voluntad que han venido creyendo en sus palabras.

Sr. Mosterín, el reto está lanzado. Ahora le toca a usted mover ficha.

Fdo: Santi Ortiz,
Licenciado en Ciencias Físicas, en la especialidad de Física Teórica, por la Universidad de Sevilla y Matador de Toros, alternativado en Huelva, el 3 de agosto de 1982, por José Antonio Campuzano en presencia del mexicano Jorge Gutiérrez. Además ha escrito varios libros taurinos y colabora en diversas publicaciones. 



Como si hiciera falta anotarlo, el profesor Mosterín jamás se pronunció sobre este reto público, pese a conocerlo. 

Se ha mentido que el toro de lidia es un animal indefenso, pero no se ha aceptado el reto de mostrar esa indefensión nunca. Se puede decir que la mentira es manifiesta cuando nunca han invadido un ruedo con toro, o cuando constantemente emprenden una campaña para desmentir la naturaleza bravía del toro de lidia, a pesar de toda la etología disponible. Fadjen, un falso toro de lidia, que en realidad pertenece a la raza mansa Morucha-Castellana, es clara prueba de la indefensión mental de los antitaurinos frente a una evidencia clarísima. Que sigan corriendo.

Click para verla completa

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sábado, 23 de noviembre de 2013



Matar al toro de lidia no es un asunto insignificante. Ni ética, ni técnica, ni antropológicamente es un acto vacuo. La estocada, cuando se hace bien, es el momento de mayor exigencia técnica y ética dentro del rito de la corrida de toros, entre otras cosas porque es su razón de ser.

La corrida de toros es la manifestación moderna de una taurolatría que los estudiosos han perseguido hasta la noche de los tiempos, esto es, se concede un carácter constante en la humanidad a su disposición de relacionarse con el toro, enfrentarlo, y sacrificarlo: por eso puede hallarse una expresión moderna del fenómeno, que conocemos como corrida de toros.  El toreo moderno nace al mismo tiempo que la industria de la producción de carne, y mientras el primero ha ido afinando sus formas y sensibilidad, la industria en cambio ha derivado en representaciones inaceptables del horror contra los animales, que aun ocultas de los ojos de las sociedades, están allí.  La muerte ritual del toro en el ruedo, es entonces lo contrario a la muerte del mismo toro en un matadero: a la luminosidad del ruedo, el riesgo de enfrentar los pitones y la moralidad que se desprende de esto, se contrapone la oscuridad industrial y oculta, la indefensión total de la res y la ausencia de cualquier moralidad en el matadero.

La mejor manera de introducir entonces al aspecto ritual de la estocada, es recayendo en el agravio comparativo con el matadero: la sociedad debe entender que son hechos distintos, abiertamente distintos, pero que a la vez demuestran que el humano posmoderno sigue sacrificando animales, y que cada muerte animal posee un significado en las sociedades modernas. Cuando un antitaurino carnívoro defiende su dieta, suele equivocarse al asegurar que "una cosa es matar por necesidad, y otra por diversión". Los términos de la fórmula son imprecisos: ni la carne es necesaria para sostener una dieta, ni el toreo es, en ningún caso, una diversión, pues su naturaleza es ritual, y es tan seria que involucra la vida y la muerte real de dos seres, y su trasfondo dramático y ceremonial. Lo que motiva la industria de la carne no es su necesidad, pues la carne se puede reemplazar por una dieta vegana; lo que motiva su uso es el hábito, el sabor de las presas, el placer que se desprende de su consumación, y la libertad que el humano se arroga. La misma libertad que el humano enarbola para sostener su dieta, es la que asiste al taurino para correr toros según los rituales de su propia cultura. Sin embargo  la cultura, a diferencia de una dieta, es irremplazable. Para un humano, cualquiera sea su condición, es más importante tener una cultura de identidad que comer carne. Por eso, lo correcto sería entender en la queja antitaurina que lo necesario es la cultura, y lo divertido (por su raíz de divergir) es creer que la carne es una dieta necesaria. La muerte ritual del toro es un asunto cultural más significativo que una hamburguesa.


Superado el antitaurino carnívoro, todo adquiere un cariz irremediable cuando nos topamos con el vegano, quien sostiene en sus teorías más lógicas que no hay un solo argumento para que el ser humano considere a un solo animal no humano como de su propiedad: de allí se desprendería que cualquier transgresión al animal es inmoral: no es su capacidad para sufrir (pues no creemos en el sensocentrismo), es su uso como objeto. Aceptar este principio derivaría en la extinción de todas las mascotas, razonamiento lógico defendido por Francione. Notamos no pocas dificultades en aceptar un enfoque como el anterior, por ambiguo e impracticable. Sin embargo, la tauromaquia no es la institución de la propiedad del toro como una mercancía: es la reivindicación total de su animalidad, de su combatividad, de su fiereza, y de la libertad de sus movimientos y deseos para luchar y morir en franca lid. El toro en el ruedo no es una propiedad, es un dios (en el sentido no numinoso del término), tiene nombre, familia, rasgos, y defiende su libertad y su animalidad expresándola mediante la lucha. El toro que no lucha, es devuelto a los corrales, porque sin embestida no puede haber tauromaquia. Luchar, lo decía Bataille, es el primer acto después de la libertad, no de la propiedad. Al toro no se le obliga a luchar al verse acorralado, pues hay faenas a campo abierto a espacio ilimitado, y también toros que, ya fue señalado, sencillamente no luchan. Al matador le compete entonces someterse al mismo juego ritual del toro: el de transfigurar una lucha en un arte dramático, exponiendo su humanidad a la cornada en tres episodios, llamados tercios. Ese principio de exposición plantea una moralidad: que el toro tiene un estatus al que solo se le puede oponer la lucha caballerezca, lo que implica aceptarlo como un rival-dios honorable, al que hay que hacerle las cosas de frente, dándole importancia a su ataque exponiéndose a él, y respetando su condición. Los lances de capa y los pases de muleta, son prueba de la veneración al enemigo: se danza con él, dándole por lo menos 100 oportunidades para que el torero sufra una cornada. Si no ocurre, es porque el torero posee una técnica que de fallar un centímetro o un segundo, deriva en la cornada, pero también anula la posibilidad de torear (aunque hay muchos casos de toreros que tras la cornada, siguen toreando con valor), y fundamentalmente la posibilidad de sacrificar ritualmente al toro.


El ritual  sacrificial, dice la antropología,  es la muerte sacra de un ser sagrado para una determinada cultura, fórmula esta donde una perdonable cacofonía no excluye de realidad a la aseveración.  La clase de mentalidad que sustenta el ritual no es la del sadismo. El taurino no permitiría que el toro muriese sin que de la muerte del animal se hiciese una ceremonia, un arte de exposición y una muerte moral. El taurino no persigue el dolor ni la satisfacción desde el mismo, pues se podría realizar una carnicería sin exposición para el torero, y la muerte del toro sería cualquier cosa hecha sin ánimo de establecer una moralidad de ella. No ocurre así, pese a que la propaganda antitaurina mienta lo contrario. Se puede argumentar de manera convincente que los taurinos de Portugal, país donde no existe la muerte ritual del toro, no luchan por la obtención de un inexistente sadismo: luchan, porque quieren una muerte digna para el toro bravo. Aquí de nuevo debe entenderse el contraste entre la muerte industrial y anónima contra la muerte del ruedo. La reacción del público portugués ante la inesperada estocada en Moita, significa la distancia que separa la futilidad de la muerte industrial con respecto al poder del ritual. Para un amante del dolor, lejos de frustrar como a los taurinos de Portugal, imaginar la muerte del matadero para el animal banderilleado que abandona vivo la arena sería un placer. Todos los taurinos lusitanos con los que se puede hablar, compadecerán la suerte del toro en los corrales donde recibirá la muerte.

El toreo existe para ese momento crucial de sacrificio: el toro será honrado con una muerte gloriosa, inconcebible en otro espacio de la aldea posmoderna e industrial. Ha luchado, está lleno de adrenalina, betaendorfinas, morigeraciones y ardor. Sin embargo, el momento también existe para consumarse con moralidad. Sobre el anterior particular, se puede leer en la Revista Aplausos Nº 1875 lo siguiente: «Sin una estocada por arriba en Bilbao no se concede la segunda oreja. Y una estocada de ley, en cambio, sí puede provocar petición suficiente.», de lo que se sigue que no se trata de matar al toro de cualquier manera, pues lo valorado es que se le mate específicamente de una manera: la honorable para el toro, y peligrosa para el torero, como balance moral entre la transgresión al animal, y el costo que se debe pagar por ello. Cuando la estocada «cae arriba», se ha hecho la suerte arriesgando el cuerpo al olvidar los pitones y arrojándose ciegamente hacia ellos, y cuando el animal cae fulminado, aún luchando sin enterarse, se tiene una muerte ritual que honró al toro bravo. Es un principio moral caballerezco, pero también un sacrificio religioso.


Lo anterior no deja de ser una mínima introducción a la naturaleza del sacrificio taurino, tema tan profundo que no puede agotarse en una sencilla publicación de blog. Tampoco es una justificación ética de la tauromaquia, pues no es el tema planteado. Lo que motiva este escrito, es dejar fuera de toda duda algunas verdades que la antitauromaquia se empecina en no oír: que no es el goce de la muerte y el dolor, pues estamos ante un tema antropológicamente distinto. Que no es el abuso sencillo contra un ser indefenso, pues se trata del momento más moral de toda la corrida: toda una institución del sacrificio honorable. Que no es cierto que la motivación sea el indefinido dolor del animal, pues la estocada valorada es aquella donde el torero es capaz de fulminar al animal aún luchando. Todo esto compone un eje de la tauromaquia, pero lo ocurrido en el ruedo es de una amalgama mucho más rica y profunda: ritual, arte, tragedia, guerra, humanidad, animalidad, y cómo todo esto se teje en una cultura milenaria, presente en la posmodernidad contra viento y marea. Considero innecesario tener que explicar la pertinencia del sacrificio en las sociedades modernas: la bibliografía antropológica al respecto es apabullante, y se supone que el ser evolucionado antitaurino tendría un discurso formado contra la lógica sacrificial, con base a conocerla. La UNESCO ha protegido varios ritos sacrificiales en la actualidad, aún cuando involucren animales. Sobre las paradojas que esto suscita (por ejemplo, la falacia de los sacrificios humanos), ya me he pronunciado en la entrada sobre la cultura y la tauromaquia.

Acaso una muestra de qué es la estocada y el sacrificio, sea la que prodigó El Fundi en Sevilla a un toro de Palha (desde el minuto 01:04 del siguiente video): el torero se enfrenta al poder de un animal que incluso con un soberbio espadazo en sus carnes, continua persiguiéndolo sin término hasta darle un puntazo: el animal ha sido matado pero sigue vivo, y su poder alcanza a herir al hombre, pues el toro hasta el final es moralmente un animal guerrero. El torero ha ofrecido su integridad durante la ejecución de la estocada, y a la salida de ella, pues no se puede matar al toro gratuitamente, por lo menos en la posibilidad y la exposición. El toro sigue encampanado, pleno de facultades y poder, y luego la muerte lo sorprende en cuatro segundos. La última embestida del toro bravo pondrá fin al ritual de sacrificio donde se estableció una moral de relación con su animalidad. El toro ha muerto digno, y el matador ha matado con dignidad, cosa tan distinta a la muerte industrial del toro indefenso hasta de las poleas, o del plan general de genocidio en el que desemboca toda antitauromaquia y animalismo, donde el toro necesariamente ha de pasar por la muerte industrial.

           

Lo que se ha explicado, en resumen, es sencillo: no es la satisfacción sádica por la muerte, es el sacrificio ritual, que hunde sus raíces en una taurolatría histórica, y que tiene sus propios móviles morales, antropológicos y estéticos. No es matar por matar, es hacerlo de una manera determinada, no carente de moral, y que persigue una cosa: darle muerte digna a un animal venerado en medio de una ceremonia que pone fin a su vida para perpetuar la cultura en la que nació, fue formado y llevado a luchar. Lo anterior obligaría a replantear de manera más inteligente las quejas antitaurinas con respecto a la muerte del toro y la mentalidad del taurino, pues los juicios contra la tauromaquia parten de suposiciones y tergiversaciones inaceptables.

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".