miércoles, 27 de mayo de 2015

Medias Negras y Chicorro, mínima defensa de las orejas


El 29 de octubre de 1876 Chicorro corta la primera oreja en la historia de la tauromaquia. Su faena al toro Medias negras de Benjumea fue premiada con este simbolismo tras una lidia completa. El relato cuenta que el ruedo quedó tapizado de cigarros, sombreros, chaquetas, ofrendas arrojadas que debieron ser devueltas por toda la cuadrilla y los monosabios en forzada empresa. El paso siguiente fue reclamar la res para el matador, no sabiendo las gentes qué más hacer. Entonces se revivió la práctica matarife de cortar una apéndice a la res, lo que en siglos anteriores era una suerte de carta de propiedad sobre la mole de músculos, tiro de carne.

Aunque existen recuentos anteriores, más precisamente del siglo XVIII, la costumbre de otorgar una oreja como simbolización del trofeo no entraría en furor en la tauromaquia hasta inicios del siglo XX, precisamente en la Edad dorada del toreo. Entonces había una estruendosa y silenciosa competencia entre las plazas de Madrid y Sevilla. El coso de la carretera de Aragón y la Real Maestranza de Caballería, eran facciones enfrentadas subrepticiamente en la lucha por la supremacía del toreo en España. Tal distinción sobrevive hoy, reconociéndose a una plaza por ser tan diferente como importante de la otra. Madrid ve caer orejas antes que Sevilla, lo que la afición andaluza presume como signo inequívoco de su seriedad: en la Maestranza las modas foráneas no tienen lugar, y la novísima fruslería de otorgar despojos de la res es propia de las matanceras de las plazas de pueblos. Sin embargo hubo ese terremoto llamado Joselito, como siempre.
En 1915 Sevilla vería al Rey de los toreros cortar la primera oreja al Santa Coloma Cantinero en plena feria de San Miguel, en faena tan apoteósica que la presidencia no tuvo otro remedio que poner en manos del Gallo la piltrafa tibia del astado. José mismo había cortado dos orejas en Madrid el año inmediatamente anterior, cuando se encerrara para gloria de la tauromaquia con siete toros de Vicente Martínez. Tal par de años marcarían la salida para la cada vez más habitual práctica de entregar los trofeos al torero, luego sumados al rabo, las patas, mediciones estas oficiales para determinar triunfos y puertas grandes. Es la Edad dorada la que consolida la práctica de la imposición de trofeos desprendidos del cuerpo del toro, aunque no hay que perder de vista que Vicente Pastor en octubre de 1910 había cortado una oreja en Madrid al manso Carbonero de Concha y Sierra. ¿Cómo no preservar algo legado de la edad más grande del toreo? Podríamos preguntar acaso.


Revisemos lo que el Boletín de loterías y de toros dice acerca de la primera oreja de la historia:


De este modo observamos que las orejas poseen un valor simbólico en el rito de la lidia de toros bravos. La posesión del toro en manos del matador se verifica con la muerte, pero se ratifica con los trofeos. Cuando un matador pasea los apéndices del animal, pasea al toro y al testimonio de la lucha.
¡Qué lirismo, radicalmente provocativo para la moralina actual, estamos echando por la borda!

En todo caso, son cada vez más los aficionados que claman contra las orejas en el siglo XXI. Desprecian el simbolismo, acusan su actual vulgaridad, las condenan como representación del triunfalismo producto de públicos ignorantes de las reglas del torear; depauperadas, las orejas son casquería, despojos, datos inútiles que humean sangre y cera frente a lo realmente relevante: la bravura y el torear. Es cierto, pero precisamente lo que ocupa es revivir la relevancia de las orejas, no abaratando su producción sino educando a los públicos en la justicia. Las orejas son una forma de reconocer la relevancia de la suerte de matar, en lo que respecta a las puertas grandes en las plazas de importancia. ¿No es suficiente motivo acaso para preservarlas? El axioma dice que sin muerte moralizante del toro no hay trofeos, y sin trofeos no hay puertas grandes, y sin ellas no hay gloria ni historia. Es por eso que una oreja de ley en Madrid es más pesada y abundante en significado que un rabo en plaza de tercera, ¡precisamente porque es un simbolismo poderoso! Entendemos su significado, lo que sintetiza, lo que nos dice históricamente sobre las faenas. En la tauromaquia nada existe en vano, nunca lo obviemos.

 Chicorro y el trascuerno, las banderillas cortas, el trasteo suficiente, solo ratifican la apoteosis cuando se hace rodar al toro sin puntilla en la segunda tentativa. De haber pinchado una segunda vez, o luego haberse ido a la media vuelta dejando alguna estocada chalequera, la lidia más importante en la vida de Chicorro hubiera quedado solo en pitos, no alcanzando jamás la ovación que produjo lógicamente la oreja y su  paso a la historia. Me parece que la posibilidad del trofeo es suficiente justificación para garantizar lidias más puras, muertes más moralizantes y toreros más comprometidos con la gloria del toreo, que no la diversión de los brutos beodos. En Lisboa, donde no se mata al toro, tampoco se entregan orejas.


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El dilema de Jabatillo-145


Se ha verificado en Madrid la corrida de Alcurrucén dejando como saldo la puerta grande de Sebastián Castella, ahíto de torear a Jabatillo-145, un colorado de presentación correcta en el encaste Núñez, de menos a más y al que se le dio la vuelta al ruedo póstuma.

        

El francés firmó una faena ajustada a la intensidad de Madrid, sin embargo en el filo del 2.0 en algunos pasajes, lo que a Las Ventas del 2015 le tiene ya sin cuidado. Cuando la faena perdía vuelo el de Beziers cerró a tablas al toro con doblones toreros, algunos de ellos realmente preciosos, para luego matarlo en la suerte contraria con una estocada caída. La concesión excesiva de los dos trofeos es ya papel de debate, pero no tanto como la atropellada vuelta al ruedo que el presidente dio sacando al unísono los pañuelos blancos -de la segunda oreja- y azul de la vuelta.

El reglamento entiende la vuelta al ruedo póstuma como un homenaje a la bravura de los toros. Esta posee un carácter inequívoco en su concesión: la ha de pedir el público, cosa que desde luego no sucedió. ¿Fue Jabatillo un toro bravo? Ostensiblemente manseó en la primera vara, de la que salió por najas tras recostarse en un pitón y acercar su pala al estribo. Se vio corto en un quite de Morante, ofendiéndose en las banderillas hasta el punto de dar vueltas de toro de rodeo para quitárselas, apenas cambiado el tercio al de muerte y citándolo Castella para su archiconocido pase invertido del Celeste imperio. En cuanto Castella cambia el viaje empieza el toro a desarrollar una acometividad, una codicia, una profundidad de tranco que emociona a la plaza. Series de hasta siete muletazos, todos sacados por debajo de la pala del pitón, dan cuenta de un exigente trasteo, incluso con algunos naturales metiendo al toro para adentro, terreno del torero que al animal manso le cuesta tomar.


El anterior es un relato que puede entenderse de dos formas: según la clásica concepción de la bravura, o la posmoderna.

Para la clásica el toro manseó en varas y se dolió en banderillas, desarrollando luego boyantía en la pañosa hasta el punto de presentar una embestida de bastante importancia; eso le da una categoría de manso encastado.
Para la definición posmoderna, que prescinde de los datos de los dos primeros tercios, la bravura es una dimensión creciente cuya manifestación es cierta en Jabatillo, toro que termina embistiendo 60 veces con ejemplar codicia a la tela, incluso dejándose partir en muletazos poderosos y en redondo (que no circulares).
Lo cierto es que para ambas concepciones el toro era exigente y Castella le planteó la lidia correcta, incluidos esos toreros doblones finales que buscaban apaciguar el gas loco que aún tenía el Núñez, rozando el primer aviso.

En mi opinión, habría que considerar algunas preguntas valientes. ¿Hace cuánto vemos a un Núñez que no sea de Rincón partirse los riñones en las varas de auténtica bravura? El preconcepto del encaste frío que rompe en la muleta está muy popularizado hoy día. ¿Pero es cierto? Si es verdad que el Núñez en su genética se ve corto al momento de desarrollar bravura en varas, sería desproporcionado decir que la vacada es incapaz por ello de sacar un toro bravo. Sería como afirmar que el Duque de Veragua jamás sacó a un bravo tampoco, pues sus toros, buenos mozos, destripadores de jacos, luego se aplomaban escandalosamente en la muleta, lo que hoy puede interpretarse como un ir de más a menos.



La pregunta por la diversidad de encastes debe ser al mismo tiempo una que arroje luz sobre la importancia de entender la riqueza de fenotipos, comportamientos y formas de ser del toro bravo según su procedencia. Cierta vez algún insolente ganadero desde un perfil falso le afeaba a los vazqueños el no embestir por abajo como los Domecq (vacada que cría con tan cárnico éxito). La diferenciación de tableros en los fenotipos de ambas sangres le indicaría hasta al menos avezado que es imposible que cuellos distintos embistan igual. Lo mismo debería valer para realidades más profundas, como la genética. Mientras leemos a ganaderos como el de Conde de la Maza o El Torreón diciendo en Twitter que echarían a Jabatillo a las vacas, algunos por intuición nos resistimos a creer que fuera un toro de diana grande. ¿Pero acaso no es esto una negación de la particularidad de cada encaste?

El dilema de Jabatillo requiere horas de hemeroteca para determinar si la bravura Núñez puede manifestarse en varas como lo requiere la exigencia de nuestra afición. En todo caso, el toro que vale es que inicia las tertulias.

Las fotos son de AFP.
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Lagartijo y Perdigón, cuando el arte también era épica


Ad portas de la que quizá sea la corrida que represente el punto de inflexión en la historia taurina de Madrid, el ánimo empuja a recordar.

A punto de consumarse un acto de apostasía en la que fuera la plaza más seria del mundo, el arte de los que solo pueden ante el toro de condición mórbida al fin habrá declarado su victoria. Estetas, estilistas, orfebres de bisutería, en todo caso habrán removido una piedra fundacional de la tauromaquia: la lidia de toros fieros, que mueven al miedo más fundamental y mágico antes que a la lástima.
El toro de lidia, todo patas, leña y arrobas, debe inspirar reverencia y no misericordia, pues solo la existencia de dicha fiereza hará moral e importante aquello que haga el torero en su faena. El sentimiento de piedad hacia el animal, además de una inversión de los valores humanistas, es una forma oculta de animalismo, por tanto de antitauromaquia. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es lo que interesa de la Fiesta de los Toros a los que solo ven la tauromaquia como el complejo ballet ante toros de condición mórbida? No serán los toros, naturalmente, sino una complicada concepción del arte que rompe el tabú de la muerte animal, cosa desde luego relegada a un segundo plano, que derivará con el tiempo en la corrida incruenta. De hecho, el desprecio al tercio de varas es un síntoma del incruentismo, lo mismo que la tendencia al indulto generalizado o la ausencia de alarma ante toros parados, enseñando la lengua y ofreciendo la impresión de un animal humillado. Ciertamente toda la propaganda antitaurina está compuesta por imágenes de esta clase de toros. ¿Cuándo han visto acaso a los ejemplares de la vacada de Miura adornando la ilegal propaganda de PETA? ¿A un Cuadri, enseñando su estatura, su pezuña, su hondura bestial, en la propaganda de PACMA? En cambio es propio de estos afiches, reversos de los carteles de toros, a los anovillados afeitados, sin entidad de toro, tardos de expresión fiera, acaso vomitando un chorro de sangre producto de las malas estocadas, desprecio del arte de matar al mismo tiempo que el de criar toros poderosos que jamás abren la boca, ni siquiera para morir. Es antitauromaquia, pero no podemos culpar a las asociaciones animalistas de ese enfoque amarillista sin, al mismo tiempo, señalar a los responsables de criar semejantes animales dignos de piedad y no de respeto, de culto y de tauromaquia.

Poniendo que era bueno recordar, la anterior parrafada se ha encargado de hacer unos descargos sobre el futuro. Acaso eso es una insolencia.

Nos ocupa esta vez una de las faenas más significativas de la Edad heroica del toreo. Acaecida el 4 de octubre de 1874 en la entonces nueva plaza de Madrid (predecesora de Las Ventas), marcó un auténtico varapalo en toda la temporada, siendo después de la cornada a Hermosilla el primer acontecimiento de la plaza de la Carretera de Aragón. Su repercusión podría leerse en los diarios taurinos incluso hasta el final de la temporada, llegando a reñir con la retirada voluntaria de Frascuelo para 1875 en Madrid, plaza en la que no toreó, vapuleado por un mal año en su competencia con su competidor cordobés. Hablamos, desde luego, de la mítica faena de Lagartijo a Perdigón de Laffitte.



Se ha dicho que Perdigón, un colorado, pertenecía a la vacada de Rafael Laffitte y Castro, ganadería procedente del excelentísimo señor Barbero, y conformada en 1869 con puntas de Gallardo-Cabrera, divisa blanca verde y encarnada, que luego incorpora reses jijonas, navarras y vazqueñas, cruza que sera adquirida en sus génes más gallardos en 1885 por un nombre que hará eco en los siglos de la tauromaquia: Felipe de Pablo Romero. La condición fiera de Perdigón perduró en los tercios de la lidia hasta hacer que Juan Molina, hermano de Lagartijo, tuviera a bien cometer el exceso de parear un cuarto par de banderillas luego de tocar los clarines la muerte del toro. Pero a un toro bravo el reto de los rehiletes no le conviene en exceso, pues se avisa de los recortes que le propinan para ponerlo y sacarlo y clavar, con lo que pasearlo por dicho tercio de la lidia de forma tan ostentosa es como irle poniendo moscas detrás de la oreja. Por eso antaño se consideraba ejemplar a la cuadrilla que cubría el tercio de los romeros en el menor tiempo posible; por eso, hoy chirrea tanto esos maratónicos tercios de banderillas con sus correteos insustanciales, donde cada paso de toro y atleta carecen de significado para la lidia. Perdigón pues quedaría en condición de avisado, propinando al hermano de Lagartijo una cornada en el trámite de dicho cuarto par de banderillas, con lo que el torero vería su peón familiar marcharse herido hacia la enfermería, quedando así frente al toro ofensor, con la plaza en vilo, con los corazones de todos los espectadores en un puño: ¿Cómo torearía Lagartijo al duro toro que antes había mandado a su hermano al hule de la enfermería? Con el ánimo roto precisamente en el momento que más serenidad de espíritu requiere un hombre, es decir, frente al momento de torear, Lagartijo haría esto:


O bien la impresión de un lagartijista como Peña y  Goñi, habida cuenta del frascuelismo de F. Bleu:


Ambos autores desde sus orillas se detienen a narrar la emoción que produjo esta faena. Helaba la sangre, conmovía el espíritu, justificaba el sacrificio, producía belleza real,  luego sacudida en sus hombros por la aparición certera de la muerte más apoteósica. La complejidad de esta maratón de emociones dramáticas producía esas reacciones descritas por Carmona y Jiménez, de personas que salían redimidas de las plazas de toros, unánimes y resplandecientes.
¡Qué gran ejemplo de cómo el arte y la épica son el camino a la tauromaquia más alta! La intensa emoción de esta faena se desprende del dramatismo ante la tragedia de la cogida, lo que explicó la importancia del toro, pero también la sangre fría de Lagartijo para sobreponerse al duro trance, actuando como el torero-héroe y no como el hombre común;  y desde luego también a aquellos naturales, caracterizados por Bleu -un frascuelista- como resurrección del arte de Cayetano Sanz, primerísima referencia del toreo al natural del siglo XIX. Luego, el incomensurable espadazo que le recetó al toro, polvo mordido por una bestia poderosa, antes toreada con el toreo eterno, al mismo tiempo arte y lidia como preparación para la muerte. La faena lo posee todo para situarse ente las más grandes de la historia de la tauromaquia, pues dice que el toreo artístico también puede ser lidiador y coronarse con la suerte de matar, ejecutada con toda ortodoxia ante un toro poderoso. Se puede hacer arte taurómaco ante toros de respeto, no mórbidos y sin producir ese efecto sedante tan denunciado. ¿Qué esta tautología? Una explicación de vergüenza torera: Lagartijo prefirió torear con todo el arte posible al natural en lugar de despenar a sablazos al toro ofensor. En lugar de buscar los blandos, cosa que hubiera entendido el público, se entregó en la suerte de matar con total corrección, dejando una estocada fulminante. Hizo precisamente lo que ningún ser humano haría, excepto los toreros: épica.


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martes, 19 de mayo de 2015

Sobre Pedro Romero, primer maestro de tauromaquia


En horas donde es preciso recordar nuestros principios más altos, cuando Madrid es cada vez más una rara avis, Nimes lidiará una charlota despreciable y Vic-Fezensac se ofrece como el islote salvador visto por el naufrago, hay que desandar pasos y recordar nuestra historia. 

Los principios a los que aludimos no son invenciones de radicalismos, como algunos intentan responder cuando el aficionado exige -en contraparte al dinero, las horas de estudio, el cultivo de su afición más entrañable-,  que los maestros expongan ese pundonor capaz de llevar al torero más allá del hombre, y que ha caracterizado las gestas que luego entendemos, clasificadas con una hache mayúscula, como Historia de la tauromaquia. Lo mismo que las redes sociales como generadoras de hechos; lo mismo que los medios de comunicación buscando inventariar las simpáticas ocurrencias susceptibles a ser virales en lugar de las noticias trascendentes; lo mismo que la literatura inofensiva trastocada en serie televisiva norteamericana, la tauromaquia posmoderna es una rotativa imparable que produce, casi a diario, un puñado de noticias que luego se revelan como agua en la mano que después se larga; la tauromaquia de hoy es incapaz de producir Historia con la misma intensidad que décadas atrás, pese al ritmo obsesivo de sus cosas, salvo obvias excepciones.
¿O acaso qué histórica realidad ha trascendido de esta primera sermana isidril, tan celebrada con sus orejas personales, largas y baratas como piltrafa de matadero porcino? Acaso la promesa de futuro de Roca Rey y la certeza del pasado de Morenito de Aranda y Eugenio de Mora.

Sin más preámbulo, este es el hecho:


Quien escribe es Peña y Goñi en su magnífico libro Lagartijo y Frascuelo y su tiempo. La deliciosa anécdota es un soberbio ejemplo de cómo una simple lidia es capaz de revelarnos el profundo pozo magisterial de un torero de época. Lo que leímos es Historia: los tres grandes matadores del toreo dieciochesco se encierran en Madrid para honrar a Su Majestad. Cual figuras actuales, dos de ellos, el autor de la primera tauromaquia escrita y el inventor del Volapié, exigen que se quiten las reses de casta Castellana del festejo. Pedro Romero evita que así sea, y resuelve el trance de Pepe-Hillo salvando su vida y matando al toro ofensor, al que desde luego no había tanteado; la estocada recibiendo es una hombrada, pues se deja llegar una res de la que como lidiador desconoce sus complicaciones. Convirtió el susto mental y material de sus compañeros en un alarde suficiente de su propio poder, a despecho de los toros más temidos de su época. Es el siglo XVIII y se echaba a andar, gracias a hechos como este, un hilo emocionante que movería década a década lo que conocemos hoy como cultura taurina.

¿Pero hoy sucedería algo similar? Una jocosa suposición sería imaginar a Julián López, a José Antonio Morante y a Miguel Ángel Perera encerrándose para honrar a Felipe VI. Pongamos que dos matadores se niegan a que dentro del festejo real se incluyan toros cinqueños de José Escolar, y que Julián López, tocado de pundonor, exige la presencia de esas reses, para mayor gloria del Rey. Pongamos que Morante, gran estilista como Hillo, desatiende las voces que López le envía desde los tableros, y sufre una cornada en el brazo por lo que el de Velilla lo lleva entre sus brazos -no sin grave inconveniente- hasta un palco, y que al volver constata que nadie ha hecho por la res, venida arriba desde el tercio del arte de los Romeros, desde luego cubierto por esas buenas cuadrillas. Perera, un gran torero de costados como Costillares, no ha liado muleta ni estoque, entonces López ordena a todos taparse, con ese gesto magistral que solo poseen los toreros de época, gesto que derrocha autoridad y nobleza a la vez. Cuadra al toro en los medios, planta firme y medio pecho adelante, citando con una voz estremecedora y la pierna de apoyo adelantada en varonil zapatillazo -el único que un torero debe dar-. El Escolar se arranca como una exhalación, arrastrando su duro pellejo hasta el maestro que lo cita, adelantando sus pavorosas astas, coronación del animal más bello del mundo, suma de toda la muerte y toda la gloria posible. Y he aquí que Julián López El Juli ha cobrado una estocada en todo lo alto, untando el sable de cebo de cerviguillo y la palma de su mano de la sangre más sagrada del mundo, aguantando como los machos de Ronda la embestida, vaciando a la perfección en el embroque, clavando a ojos abiertos en la cruz del animal que cae fulminado como un rayo. La arena y los asistentes se levantan al mismo tiempo, conmovidos por el acto de poderío taurómaco que acaban de presenciar. Hasta Morante agita, con su brazo sano, el pañuelo que exige los máximos despojos de la bestia abatida. Torerazo.

Cartel de la época. Nótese que los picadores eran anunciados en tipos mayores y sobre el nombre de los matadores.

Pedro Romero citando a recibir a una descomunal res entablerada. 

Pepe Hillo moriría, Goya haurire, entre las astas de Barbudo el 11 de mayo de 1801. El toro procedía de la vacada de José Gabriel Rodríguez, criador de reses castellanas. Pedro Romero en cambio conservaría su imagen de maestro para las generaciones del siglo XIX que lo tenían como referente del máximo estilo de lidiar y matar toros. Todas las sucesivas rivalidades del siglo, todas: la de Cúchares y Chiclanero; la de Cayetano Sanz y Manuel Domínguez; la de El Tato y Gordito y luego la de Frascuelo y Lagartijo, se dirimirían comparando al ganador con Pedro Romero, inscribiéndolo así en la más alta escuela de aquel torero nacido en 1754, muerto de viejo en 1839, y para el que el mismísmo Goya dejó este retrato (amén los pelmazos antitaurinos que proclaman un Goya antitaurino solo por poner en sus Toros de Burdeos algunas escenas de tauromaquia), todo dignidad su rostro y reverencia su mano derecha, portadora del sable que dicen abatió a más de 6.000 toros en la suerte de recibir, incluso los castellanos.


***

Post data: Va por David Mora, torero que conoce la Colombia taurina más que muchos de nosotros, y al que recuerdo en la finca de Peñalisa con una ruana, bebiendo aguadepanela y soñando con confirmar en la Santamaría, plaza a la que respeta al haber asistido varias veces a ella de paisano. Confirmaría luego cortando una oreja  a un Agualuna en su presentación, (el segundo se lo brindaría a Andrés, ganadero, amigo en común, hijo del otro gran Pimentel de nuestra tauromaquia: Santiago), pero desde luego fue después de ese gran momento de la ruana, esa prenda con la que toreaban los santafereños en siglos pasados, distintivo de la nobleza y humildad de carácter más grande del ser colombiano. Pedro Romero también, pese a tan altos honores que le tributaron en su época, fue un humilde maestro, aunque en realidad la palabra que deberíamos usar es nobleza. Sin mucho ruido de prensa David Mora cruzó el mar para obsequiarle una muleta a los novilleros bogotanos en huelga de hambre. Materialmente algunos de ellos carecían de este avío. Hoy hace un año fue la corrida del Ventorillo que dejó a los tres toreros heridos, Mora el más grave de ellos. Recuerdo la agitación de dicho día, el desespero en el rostro de todos los asistentes cuando les dijeron por megafonía que el festejo se suspendía tras caer heridos los tres matadores. A Nazaré lo atendieron en una silla de ruedas, al estar ocupado el quirófano. Ni siquiera lo repitieron en los carteles de este San Isidro. Estoy totalmente seguro de que Pedro Romero lo hubiera exigido. 

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sábado, 16 de mayo de 2015

A los 95 años de la muerte


Hoy hace 95 años el toro Bailaor de la señora Viuda de Ortega le rajó a José el vientre. El torero, quien antes había inventado el toreo moderno, haciendo de su estilo una hipérbole del pundonor y el poderío, tembló al sostener sus propios intestinos, evitando que dieran en la arena. Lo último que pidió fue que trajeran al médico de Madrid. Farnesio, también el mejor picador para quien escribe estas líneas, le cortaría la coleta al cadáver en una enfermería llena de gente y de silencio. Con esa tijera terminaría la edad dorada del toreo, época de esplendor que la tauromaquia no ha vuelto a conocer, pese a los avances técnicos y ganaderos que hemos visto desde hace ya casi un siglo. Ni la época de los 60-70 con la pléyade de toreros, ni los 50 del campo Charro alzando las astas tras la Guerra Civil, ni la edad heroica de finales del XIX, con el santo triunvirato de Frascuelo, Lagartijo y El Guerra, ni mucho menos esta edad posmoderna, inflada y llena de hechos diarios prescindibles, le hacen sombra a los que fue esa segunda década del siglo XX para el toreo, tiempos en los que las plazas de toros entraban en trance, salían los toros más bravos de la historia (como en aquel gris 1917), los toreros eran tan artistas como maestros lidiadores, y el público era sabio para ver la corrección del rito, produciendo los mejores cronistas y estudiosos del toreo que ha parido esta cultura.
 
¡Viva el Rey de los Toreros!
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domingo, 3 de mayo de 2015

De vencer o morir- Dos puertas grandes en Madrid



Manso y encastado encierro de Montealto en la tradicional corrida goyesca del dos de mayo en Madrid. Al igual que hace poco más de varias semanas, la puerta grande más importante del mundo se abre por vía de la épica. López Simón ha aguantado sin aspavientos hasta el turno de su siguiente toro, luego de ser corneado feamente al salir del embroque en la suerte de matar de su primero. Sus muletazos, salvo un ramillete de doblones toreros, fueron oquedades solo valiosas por la veracidad de estar allí con el muslo abierto, apretado por un torniquete de corbatín. Vencer o morir. Una generosa oreja completaba la cuenta necesaria. El torero no pudo salir a hombros, pues fue ingresado a cirugía tras pasear su trofeo. Como Roca Rey, demuestra que el arte en la tauromaquia no es solo la estética de la coreografía, alguna veces lo suficientemente tramposa como para desengañarnos de la ilusión. El toreo, como dijera Valle-Inclán, es antes que nada un dramatismo. 

No con tanta suerte contó Ángel Teruel, duramente corneado por un animal remolón, de cabeza suelta como uno de sus hermanos, producto de la ausencia de puyazos delanteros capaces de descolgar esas embestidas. A media altura le puso al torero una herida a puñal grueso de 20 centímetros que lo dejó impedido para proseguir la lidia; pero antes había demostrado ese fino empaque madrileño que lo hizo tan preciado hace un par de años en la corrida de Alcurrucén. Teruel sabe torear, recuerda a los maestros de la posguerra en algunos episodios, ante todo solo expresión. A falta de corridas, nos estamos perdiendo otro gran torero, ahogado en las limitaciones propias de su falta de rodaje.

CORRIDA COMPLETA



                   
Morenito por la Puerta Grande; López Simón, dos orejas y herido; Ángel Teruel, herido from Plaza de Toros de Las Ventas on Vimeo.

Quien se llevó en todo caso esta interesante tarde fue Aranda. A su último le cuajó una faena de distancias largas y exactas, mando y un imponente derechazo lleno del temple real que tanto echamos en falta, últimamente confundido con esa paparuza de los muletazos lentos a los toros lentos, o las muletas endurecidas con cera para que sus vuelos no busquen pitón para el enganche. Morenito de Aranda, quien también dejó tres naturales apreciables, hizo de su lidia por diestras un ejemplo de cómo es posible el toreo en redondo, rematando los muletazos y pudiendo a un animal que se vino arriba, sin necesidad de estirar el brazo más allá del cuerpo a pitón pasado, cuando ya no sirve de nada y se tapa, también para nada, ese buen tranco demás. Todas estas descripciones parecen enormemente generales. El toro, de gran condición, galopó de largo en tres series donde también demostró prontitud, humillación y aquel tranco que lo abría de las series para permitir a Aranda volver a dejarle la muleta puesta sin alterar el reposo de su lidia. En la última serie de esta parte de la faena si embargo puso su mirada cada vez más buscando la querencia natural, viaje que Morenito aprovechó en una serie de naturales que terminaron de romper al animal. Ya con los cuartos traseros apuntando a toriles, Aranda acortó la distancia y cuajó un derechazo sobrenatural por la lentitud y la circularidad del mismo, saludo por la plaza con un Olé estremecedor, y por todos nosotros en la transmisión de Tele Madrid con una aprobación unánime. Un derechazo enroscándose al animal, ralentizando el tiempo de un bicho que iba presto y terminó andando. Ya con el toro rajado y cerrado tras un bello trincherazo entre telones, Morenito se tiró a matar dejando una estocada buena que hizo rodar al toro y caer las dos orejas. Se sumaba así a López Simón, cumpliendo esa doble puerta grande que no se veía en Madrid desde aquel 91 con Ortega Cano y Rincón en la Beneficencia. 

Montealto llevó un encierro pleno de romana y edad. Aunque sus animales no pelearon en los caballos, mostraron boyantía en la muleta en un festejo lleno de interés para el aficionado. Excelentes matices de comportamientos, estos sí valiosos, sobre lo mucho que hay que lidiar y torear a un animal encastado. Sirva de prueba los 60 centímetros de heridas que registraron en la plaza sobre los cuerpos de los espadas por causa de los toros, pero al mismo tiempo los interesantes momentos de tauromaquia dejados por la terna, a los que habría que sumar dos palos puestos por el veterano Luis Carlos Aranda, quien lució el mismo terno verde de otra goyesca. 
Como dato final, valga anotar que tres toros del encierro mostraron la lengua pinta en sangre durante la lidia de muleta. Otra anotación sería lo poco que trascenderá, incluso en el medio taurino, un hecho tan relevante como una doble puerta grande en Madrid por la vía del toreo y por la de la épica ante un encierro encastado. Marginalidad esta a la que también hay que vencer o morir,



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sábado, 2 de mayo de 2015

José Tomás en Aguascalientes




Cinco años de la vida para esto. José Tomás volvió a la arena donde regó su sangre entre el cuerno de Navegante, el pantalón blanco del monosabio, la raya granulada. Le hicieron una transfusión de sangre con la tipo A negativo de las personas que hacían fila para donarla, entre angustiosos mensajes de megáfono. Todos tenían una manga de la camisa remangada. Bien. Son cinco años y todos seguimos aquí, incluso Navegante,  toro en la memoria colectiva de una cultura que no deja morir a los animales que mata.

Plaza a reventar, inflada espectacularmente por la vergonzosa reventa. Ante una escalera de lote (uno con edad, otro terciado y escurrido, otro anovillado, en el registro de la placita) José Tomás desplegó una tauromaquia rica en registros, eso sí, sin lograr la rotundidad en una sola faena, descontando ese aletazo de tauromaquia en su tercero: derechazos de uno en uno a su segundo con ese perfilismo cruzado tan suyo, tan de Manolete; doblones toreros a su tercero, y molinetes por piernas de inicios del XX; pases del celeste imperio, el escalofriante pase del desdén a un toro que viene cruzado por la cadera contraria; unas tafalleras en la capa, luego la donzantina hecha con toda la lentitud de un toro que caminaba, hipnotizado por el trazo circular que ningún animal, salvo el hombre, puede lograr. Doblones clásicos en su último, que ante un toro de respetable romana y patas pondrían bocabajo a Madrid, donde gusta ese inicio de faena. Incluso un retorcimiento, visto con nuestros ojos, pero figura al fin y al cabo muy cara en la historia de la tauromaquia mexicana, testimoniada en la siguiente foto:




Solo el vídeo de El País hizo honor al excelso toreo al natural del tercero, recibido en el primer tercio con una verónica por doblón plena de poder y clasicismo. Aquellos toro parecían Jano bifronte, dos caras, una de toro de edad, a la vuelta anovillados de perfil, vacíos de expresión. Lo mismo ocurrió con Tomás, huelga decirlo nuevamente, que no conjuntó toda esta rica magia contada en una sola faena. Se le vio en ocasiones apurado por cabezazos en el pecho por falta de mando, enganchones del pasado, el perfilismo abusivo 2.0. En el fondo da igual. Lo torero hoy era pararse en el mismo sitio donde hace cinco años se paró su propia muerte, para luego torear el pase por la derecha que Navegante había dejado inconcluso, no para siempre.

Cinco vídeos sobre la actuación de José Tomás en Aguascalientes (lista actualizable):


 

OCTAVA CORRIDA 2 MAYO 2015 ATM from Charly Lara on Vimeo.

Monumental de Aguascalientes, corrida del 2 de mayo de 2015 from Suerte Matador TV on Vimeo.









Vídeos extraídos de los portales Al toro México, Suerte Matador, El Mundo, El País, Mundotoro, al igual que algunas de las siguientes fotos:






 Y esta, que es una pequeña poesía:


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viernes, 1 de mayo de 2015

Aparición


Todavía logró hablar con precisión sobre ello, después de todo. Es el 24 de abril de 2010 en la plaza de Aguascalientes. El toro Navegante acaba de dividir la arteria femoral de José Tomás, lo que en el siglo XIX y en gran parte del XX hubiera significado su inapelable muerte. Instantes previos el burel estaba en el tercio, renuente  por el pitón izquierdo, agarrándose al piso. Tomás cambia de terreno, le sigue ofreciendo la querencia y le hila una serie cualquiera por el pitón derecho con la muleta retrasada. Es el enorme problema generacional del rebajamiento de la sangre de casta, que en lugar de mansos con poder produce tardos sin ganas. Quedando a favor de la querencia del toro, hace un cambio de mano con un barrigazo a último momento. El toro, que va por el derecho, se revuelve izando al torero con su pitón izquierdo, levantando esa delgada línea de cuerpo como si fuera papel de seda. Es el instante más importante en la vida del hombre más importante de la tauromaquia posmoderna. Un atajo de nada, ridículamente balanceado por un animal que huye. El hombre no es nada. El hombre es víctima del sitio cruzado que tanto preconizó; desde luego también de la ausencia de casta ofensiva que su generación solicita. Antes de caer, Tomás dio un vertiginoso giro en el cuerno del animal, quien a su vez ya emprendía su huida hacia los terrenos donde, irónicamente, el torero quería enviarlo al inicio de la faena. Luego de que las nueve personas que fueron al rescate del torero desaparecieran de la escena, todo salpicado de sangre, el toro queda solo con un peón en el centro del ruedo, como si fuera bravo.

Cientas de rotativas después, de estatutas de yeso, proyectos editoriales, litros de sangre tipo A negativo, carreteras cerradas a media noche, el helicóptero oficial, los lugares comunes ardiendo, el abuso semántico y las aliteraciones con aquel pobre nombre de Navegante, título propicio para metáforas de naufragios, y también las seis horas de cirugía, minuto a minuto, y aquellos moscardones en torno a la sangre fresca que no termina de secar para quienes invocan la tragedia (en nombre de su propio beneficio); luego de todo ello, poco nuevo hay. Acaso alguien,  Méryl Fortunat-Rossi, con su documental tan obviado, como se obvia hoy en el mundillo taurino lo que es realmente artístico y cultural en torno a nosotros.

                     
Trailer Aparición from Hélicotronc on Vimeo.


Aparición narra con un lenguaje particular el retorno a los ruedos de Tomás luego de la cornada en Aguascalientes. Todos sus planos están concentrados en el público de Valencia, captado en tomas fijas de larga secuencia. El resultado registra la red de emociones y reacciones de las personas ante los hechos del ruedo. Sin necesidad de ver una sola vez al torero o al toro, a través del lenguaje gestual del público se sabe si Tomás toreó bien al natural o si fue prendido en pavorosa voltereta. Cada rostro, cada movimiento de los brazos, la concentración de las miradas, el terror femenino, son una extraordinario fresco sociológico sobre el aficionado taurino. Se dirá algo tan provocativo como obvio: los aficionados también son la corrida.

La cinta expone al máximo el grado de implicación que el espectador siente con respecto a la corrida. Allí nadie se está divirtiendo. Lo mismo valdría preguntarse: ¿Por qué, si los aficionados taurinos supuestamente padecen de sadismo, reaccionan ante el hecho de la agresión contra el torero con tanto pavor y rechazo? ¿Por qué al culminar las series sus expresiones parecen de un saludado alivio que rompe la tensión? Es como si esas personas no aplaudieran la destreza del torero, sino el conjunto coral del que también hace parte su capacidad de resistir la avalancha emocional provocada por el toreo. José Tomás, se sabe, es el torero que mayor transmisión logra con los tendidos, a causa de un valor descomunal, el belmontiano dramatismo de sus lances, su pose hierática y la inminencia de las cornadas que siempre anuncia su toreo.

Aparición, cuyo transito en la tertulia taurina ha sido menos que discreto, afronta esta tremenda injusticia acercándose a lo que mañana, 02 de mayo de 2015, representará el retorno a los ruedos de José Tomás al mismo sitio donde hace cinco años cayó herido de muerte. Tras morir en el ruedo y revivir en una enfermería mexicana, José Tomás aparece. Su viaje desde la enfermería de vuelta a la arena es una explicación moral sobre lo que es ser un torero: en el momento en que él se pare en el mismo tercio donde Navegante le infirió la cornada mortal, y aunque el toro de turno esté renuente a embestir, José Tomás estará toreando, pues torear es volverse a poner en pie para situarse más firme, más cruzado, cargando más la suerte...torear es vencer la muerte que promete la embestida, pero también los miedos que invoca.


José Tomas Faena 2e toro Valencia 23 07 2011 por elboby30

¿Debió Fortunat-Rossi esperar hasta el retorno de Tomás en Aguascalientes para grabar esos imponentes planos de relieves humanos? Seguramente nadie podría apostar que el torero volviera a esa arena. A pesar de la moralidad tomasista en la tauromaquia (extremo heroísmo, desprecio de la cornada, valentía, arrojo), el torero sigue siendo alguien fuera de lo común precisamente porque nadie le obliga a hacer lo que está haciendo. Arriesgar la vida propia ante las astas de un animal de media tonelada y un motor increíble de empuje, es algo a lo que no se obliga a nadie. Y como nadie obliga a Tomás a anunciarse en fechas señaladas en plazas y ferias de responsabilidad, ni tampoco se le obliga a lidiar encastes duros, ni a mantener su lugar de figura central de una época rica en registros, pues él tampoco se obliga. Su ostracismo, mitad disfrazado y mitad real como forma de protesta contra el modelo taurino actual, perjudica más al tomasismo mismo que al modelo actual. 

Como sea, que su zapatilla pueda hollar la arena de Aguascalientes sigue siendo un inestimable triunfo de la solidaridad, la medicina, la valentía y la tauromaquia.


                 
APARICION FR-EN from Hélicotronc on Vimeo.





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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".