miércoles, 27 de mayo de 2015

Medias Negras y Chicorro, mínima defensa de las orejas


El 29 de octubre de 1876 Chicorro corta la primera oreja en la historia de la tauromaquia. Su faena al toro Medias negras de Benjumea fue premiada con este simbolismo tras una lidia completa. El relato cuenta que el ruedo quedó tapizado de cigarros, sombreros, chaquetas, ofrendas arrojadas que debieron ser devueltas por toda la cuadrilla y los monosabios en forzada empresa. El paso siguiente fue reclamar la res para el matador, no sabiendo las gentes qué más hacer. Entonces se revivió la práctica matarife de cortar una apéndice a la res, lo que en siglos anteriores era una suerte de carta de propiedad sobre la mole de músculos, tiro de carne.

Aunque existen recuentos anteriores, más precisamente del siglo XVIII, la costumbre de otorgar una oreja como simbolización del trofeo no entraría en furor en la tauromaquia hasta inicios del siglo XX, precisamente en la Edad dorada del toreo. Entonces había una estruendosa y silenciosa competencia entre las plazas de Madrid y Sevilla. El coso de la carretera de Aragón y la Real Maestranza de Caballería, eran facciones enfrentadas subrepticiamente en la lucha por la supremacía del toreo en España. Tal distinción sobrevive hoy, reconociéndose a una plaza por ser tan diferente como importante de la otra. Madrid ve caer orejas antes que Sevilla, lo que la afición andaluza presume como signo inequívoco de su seriedad: en la Maestranza las modas foráneas no tienen lugar, y la novísima fruslería de otorgar despojos de la res es propia de las matanceras de las plazas de pueblos. Sin embargo hubo ese terremoto llamado Joselito, como siempre.
En 1915 Sevilla vería al Rey de los toreros cortar la primera oreja al Santa Coloma Cantinero en plena feria de San Miguel, en faena tan apoteósica que la presidencia no tuvo otro remedio que poner en manos del Gallo la piltrafa tibia del astado. José mismo había cortado dos orejas en Madrid el año inmediatamente anterior, cuando se encerrara para gloria de la tauromaquia con siete toros de Vicente Martínez. Tal par de años marcarían la salida para la cada vez más habitual práctica de entregar los trofeos al torero, luego sumados al rabo, las patas, mediciones estas oficiales para determinar triunfos y puertas grandes. Es la Edad dorada la que consolida la práctica de la imposición de trofeos desprendidos del cuerpo del toro, aunque no hay que perder de vista que Vicente Pastor en octubre de 1910 había cortado una oreja en Madrid al manso Carbonero de Concha y Sierra. ¿Cómo no preservar algo legado de la edad más grande del toreo? Podríamos preguntar acaso.


Revisemos lo que el Boletín de loterías y de toros dice acerca de la primera oreja de la historia:


De este modo observamos que las orejas poseen un valor simbólico en el rito de la lidia de toros bravos. La posesión del toro en manos del matador se verifica con la muerte, pero se ratifica con los trofeos. Cuando un matador pasea los apéndices del animal, pasea al toro y al testimonio de la lucha.
¡Qué lirismo, radicalmente provocativo para la moralina actual, estamos echando por la borda!

En todo caso, son cada vez más los aficionados que claman contra las orejas en el siglo XXI. Desprecian el simbolismo, acusan su actual vulgaridad, las condenan como representación del triunfalismo producto de públicos ignorantes de las reglas del torear; depauperadas, las orejas son casquería, despojos, datos inútiles que humean sangre y cera frente a lo realmente relevante: la bravura y el torear. Es cierto, pero precisamente lo que ocupa es revivir la relevancia de las orejas, no abaratando su producción sino educando a los públicos en la justicia. Las orejas son una forma de reconocer la relevancia de la suerte de matar, en lo que respecta a las puertas grandes en las plazas de importancia. ¿No es suficiente motivo acaso para preservarlas? El axioma dice que sin muerte moralizante del toro no hay trofeos, y sin trofeos no hay puertas grandes, y sin ellas no hay gloria ni historia. Es por eso que una oreja de ley en Madrid es más pesada y abundante en significado que un rabo en plaza de tercera, ¡precisamente porque es un simbolismo poderoso! Entendemos su significado, lo que sintetiza, lo que nos dice históricamente sobre las faenas. En la tauromaquia nada existe en vano, nunca lo obviemos.

 Chicorro y el trascuerno, las banderillas cortas, el trasteo suficiente, solo ratifican la apoteosis cuando se hace rodar al toro sin puntilla en la segunda tentativa. De haber pinchado una segunda vez, o luego haberse ido a la media vuelta dejando alguna estocada chalequera, la lidia más importante en la vida de Chicorro hubiera quedado solo en pitos, no alcanzando jamás la ovación que produjo lógicamente la oreja y su  paso a la historia. Me parece que la posibilidad del trofeo es suficiente justificación para garantizar lidias más puras, muertes más moralizantes y toreros más comprometidos con la gloria del toreo, que no la diversión de los brutos beodos. En Lisboa, donde no se mata al toro, tampoco se entregan orejas.


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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".