Esta es la faena de El Cid a Veranero de Victorino Martín durante su encerrona en Bilbao, cuando su carrera no era, como hoy, un triste testimonio del fantasma que puede ser un hombre. El toro (cárdeno, 534 kilos, tocado de cuerna), fue encastado pero aplomado, lo que advirtió lo que sería esta torera lucha entre toro y torero: una faena de tragar la mirada, el terreno, y la acción. Aunque mediando un pinchazo en la torista Bilbao de entonces, El Cid cortó las dos orejas, lo que ya es decir. Su imagen de hombre roto, llorando en el estribo y en la vuelta al ruedo, recuerdan al llanto de Aparicio tras su gloriosa faena en el 94.
Lo que demuestra esta faena es que la ligazón no es torear necesariamente, y que ligar los muletazos además no es un valor estético que deba ser, mediando el sacrificio del sitio. Hoy, muchos toreros abusan de ponerse fuera de la embestida con tal de dejar un espacio o ventana abierta, y así poder lugar los muletazos en masa. Ligar no es torear, conviene repetir. Torear es algo más profundo.
Lo hecho por El Cid ha de pasar por el toro: uno encastado que va a media altura, pero se detiene a mirar o adquirir sentido. La mitad del escalafón obviarían la condición del toro, dedicándose entonces a intentar tocarlo a pitón contrario con el pico de la muleta, muy salidos, para poder ligar 3 muletazos y un pase de pecho afuera. Tampoco ello es torear. El resto de toreros, aducen que hay que ponerse fuera para ligar, pues el toro no viola la ley de la impenetrabilidad de la materia. Tampoco es torear. Torear es mandar la embestida, con el mayor riesgo de exposición y temple.
El sacrificio del sitio es a su vez el sacrificio de la exposición. Lo hecho por El Cid es entender que el toro solo va si la muleta está cruzada a su embestida; por ello, es embestida encastada que requiere una mano poderosa. El Cid ha completado el cánon expuesto por Navalón en la colocación: hay que ofrecer el medio pecho, de forma que la muleta adelantada coincida con la cruz del toro. Allí, no puede haber artificio, se debe torear con todo el poder para que el toro no cornee el pecho, sino que su embestida pase toreada y circular por la suerte cargada. El pavor sentido al ver que los cuernos del toro coincidían con el pecho de El Cid, es el pavor de la transmisión que debe tener el toreo, su justificación. Como reforzador de esta idea, también recuerdo la ligazón de pases de pecho de frente (los más hermosos) de El Cuqui de Utrera en una novillada de Guardiola en Sevilla, o también, el mismo pase de pecho efectuado por Finito de Córdoba en su puerta grande en Madrid con un toro de Aldeanueva.
El Cid tragó en esta faena lo que no tiene nombre, pues su sitio era el de mayor riesgo mediando las condiciones del toro. Así que el poder, entendido como ligar o bajar la mano, es una expresión menor al lado del verdadero poder: torear la embestida del toro con la verdad del peligro, el cuerpo expuesto. Así que todas las costillas, el hígado y la femoral de El Cid, tragaron lo que no tiene nombre. Tras pinchar y luego tumbar al toro de un estoconazo, cayeron las dos orejas, pero El Cid antes y después lloró como un niño: había pasado una raya donde el toreo existe y nos atraviesa a todos, pero primero al torero:
En suma, la ligazón no depende de la colocación, sino de la capacidad del torero para mandar la embestida del toro. El Cid en esta faena demuestra el principio, pues incluso ofreciendo el medio pecho, la faena fue ligada, y más que ello, toreada. Esto era El Cid: estremeció a Madrid con un toreo que podía competirle en pureza al de César Rincón, con su toreo al natural y su toro encastado y el pecho de frente; El Cid zurdo que perdió no sé cuántas puertas grandes por pinchar, y que ahora es un fantasma.