Escribir sobre José Tomás es un serio problema. Su tauromaquia no cuenta con ninguna referencia anterior, pese a las notables influencias que su toreo tiene: el estoicismo de Manolete, el sitio de Lorenzo Garza, el impávido o inhumano valor de Diego Puerta...y sin embargo, todos ellos se distancian de Tomás hasta un punto donde el pase natural de nuestro torero en cuestión es un imposible físico: la ruptura del cánon de Belmonte, donde el toro no pasa en derredor, sino a través. Un estremecimiento metafísico.
Valga hacer un memorial de agravios: se le considera un torero sin mando, con codilleo; que participa en el trapazo, en el tremendismo serio de mancharse el traje.Algunos le acusan de ser un samurai, un suicida que traza el 7 del seppuku, pero toreando. Se le pone en solfa al vender su toreo a precios exorbitantes y en sitios exclusivos prestos a la manipulación. También, y por extensión de lo anterior, se le acusa de tener el poder de llenar cualquier plaza del mundo, y no hacerlo con las más necesitadas. José Tomás, el único que llenaba la Monumental de Barcelona, el torero más grande de la posmodernidad, se esté o no de acuerdo.
En mi personal opinión, el toreo de Tomás me parece metafísico; metafísica por cuanto su tauromaquia es capaz de transmitir, como ninguna otra, una sensación de muerte y belleza, todo inmediato, todo ofrecido. La muerte es un campo que no experimentamos propiamente: tras la muerte cerebral y la nada, hemos dejado de percibir el mundo, pues la muerte no es el mundo, ni está en él. Esa imposibilidad de conocer la muerte, de vivirla, solo puede romperse con el ritual; tras la misa latina, y algunos rituales de interés etnográfico en comunidades remotas, no conocemos a la muerte más que como una molesta irrupción en nuestra vida cotidiana, capaz de perturbar con el dolor de la desaparición de un ser querido, o la violencia; la modernidad ha perdido entonces la capacidad de 'vivenciar' la muerte más allá de todo rasgo doloroso y social; pero necesitamos otra cosa; sin perder de vista, la muerte como experiencia pura. Sin embargo, occidente solo cuenta con la tauromaquia para la intromisión de la muerte en la vida. Tomás es quien más llega tras ese muro, con su torero que en cada pase es muerte y emoción, y una caracterización de la valentía, la más grande. Por eso Viard dice que su tauromaquia es un
<<sobresalto místico y ético
>>, y tiene toda la razón.
Pero aquella suciedad manchada, aquella acusación sobre "no saber torear", es terriblemente imprecisa. Es entonces cuando recordamos su primera puerta grande en Madrid con este corto toro de Alcurrucén, la primera de 7: una total y absoluta cátedra de toreo al natural, esto es, de tauromaquia clásica y pura:
¿Cómo puede lanzarse una acusación de incapacidad técnica sobre José Tomás, después de este puño en la mesa del toreo contemporáneo? La resurreción del toreo clásico, en una línea que iniciara Ortega, y siguiera Bienvenida, Antoñete, Rincón...Todo ese toreo clásico y puro, por extensión el más difícil de practicar, reivindicado en esta faena. Tomás sabe torear.
Luego conoceríamos al torero maduro, pasado por el tamiz de la experiencia, y la saludable influencia de un apoderado, Antonio Corbacho, quien lo inició en la ética y la mentalidad de los samurais, en la obsesiva reiteración de los pases y lances proyectados desde un estado interior, en la renuncia del Yo...en fin, en una forma de espiritualidad con la muerte, reflejada a la perfección en el filme catalán
El Brau Blau, donde una persona se obsesiona con el toreo de José Tomás, e inicia un camino interior hacia la faena y la muerte. De ese filme, se desprenden unas palabras de Belmonte superpuestas a unas de Takuan y luego el mismo torero; todo es casi poesía:
Dijo Juan Belmonte: "Tan pronto
como el toro salió, fui a él
y al tercer pase oí el clamor
de la multitud puesta en pie.
¿Qué había hecho?
Al instante me olvidé del público,
de los otros toreros, de mí mismo...
...en incluso del toro.
Comencé a torear como lo había hecho
tan frecuentemente en los corrales
y en las dehesas,
con la misma precisión
que si hubiera estado trazando
un dibujo en una pizarra..."
"La espada no tiene voluntad
propia,
no es sino vacuidad.
Es como el destello de un relámpago.
El hombre que está a punto
de ser abatido es también vacuidad
y lo mismo el que maneja la espada.
Como son vacuidad, el hombre
que golpea no es un hombre,
la espada en sus manos
no es una espada,
y el "yo"
que está a punto de ser abatido
es como el corte
de la brisa primaveral
en el destello de un relámpago.
Cuando la mente no se fija,
la espada que se blande
es como el soplo del viento.
El viento no es consciente de sí,
cuando sopla sobre los árboles
hace estragos en ellos.
Así ocurre con la espada."
Maestro Takuan, siglo XVll.
Dijo José Tomas:
"El valor es dejar dormir la mente
para que el espíritu
toree con libertad."
No evadas la forma.
Repite hasta la saciedad.
Tienes que librarte del peso.
Tienes que sentirlo todo
sin tener nada.
Esa es la esencia del toreo interior.
Absoluta mismidad.
Un ritual pleno y cerrado.
Un lugar para perderse.
Entonces inauguramos la época donde José Tomás demostrará un valor inhumano en los ruedos: a su sitio, totalmente cruzado, estoico, quieto, vertical y cercano a la cruz del toro, hay que añadirle una condición inusual para reponerse y quedarse en pie tras la cornada. Si bien es cierto que todos los toreros están hechos de otra pasta, y todos están dispuestos a brindarnos un testimonio de cómo torear con el cuerpo atravesado por una cornada, también es verdad que en Tomás esto parte del concepto ético de su tauromaquia: su sitio es el más expuesto, torea donde nadie, y por ello, debe cambiar toreo por cornada, y cornada por toreo. Las acusaciones sobre sus errores técnicos acaso obvien este principio: la tauromaquia de José Tomás es evidenciar al máximo la posibilidad de la cornada, la oportunidad y el honor del toro,y cambiar esto por toreo, en el filo preciso de la muerte. Quizá por ello su tauromaquia, que he dicho metafísica, sea la más poderosa en la transmisión de la sensación de la muerte.
Recordemos esta corrida en Madrid, donde cortó 3 orejas, pero también sufrió 3 cornadas durísimas en sus muslos. El primer toro, de El Puerto de San Lorenzo, rajado en tablas y apretando hacia adentro, pero el torero obviando la existencia de la tabla, en una faena de complicaciones técnicas. Su segundo toro, con transmisión y recorrido, y Tomás con la pierna perforada, pero haciendo un toreo de distintos registros -colocación de frente, de perfil absolutamente cruzado, manoletinas de escándalo, una estocada pura que valió cornada-:
Es el José Tomás de la impureza estética, pero de la ética pura, que quizá pueda ser explicada en este feliz aparte de la nota luctuosa sobre la muerte de su apoderado y mentor, el maestro Antonio Corbacho:
"Corbacho aplicaba al mundo del toro el ‘Bushido’ y los códigos de comportamiento de los guerreros japoneses. Se acercó a aquel mundo a través de Michael Von der Goltz, un amigo suyo novillero y barón alemán con el que entraba en los cines a ver películas de Kurosawa después de beber sake. A partir de ese momento, el apoderado, que resultó un estudioso de autores como Confucio y Anácletas, depuró un código mental, unas reglas radicales de comportamiento que influyeron en sus pupilos. «El toreo tiene que ver mucho con aquel mundo de honor del samurai, de compromiso vital, de aceptación de la propia muerte». Una parte importante de esas teorías se vieron en los toreros que forjó y en su capacidad para el sacrificio en la plaza, «algo incomprensible hoy en día, en una sociedad en la que la gente se cree con todos los derechos y ninguna obligación»."
¿Y la estética de José Tomás? La pregunta peca de palmaria, pues, ¿qué sería de un torero moderno, tras la revolución de Belmonte y Chicuelo, si no tuviera estética al torear? Cuando en José Tomás la carga ética y dramática logra conciliarse con su técnica, su pureza, y su forma de torear plena de transmisión, surge su estética. Resulta de sumo interés esta corrida en Madrid, con toros enclasados de Victoriano del Río -el último con un galope encastado-, toros con la embestida y la cabeza suelta, esto es, con dificultades técnicas, pero a los que José Tomás les receta un concepto de toreo por abajo y 'semidefrente' exquisito. En el tercer video se ve al toro rozar la taleguilla en el inicio de la faena por estatuarios; cabe recordar que el estatuario, también conocido como Pase del Celeste Imperio para denotar su engaño, en José Tomás no es engaño: solo él ha podido pegarle un trincherazo a un toro que arranca atrás de la cadera, y solo él ha podido rematarlo en la pala contraria, como si el toro hubiese atravesado al torero: el pase ha sido absolutamente toreado. Cortó 4 orejas:
Esta es pues la estética de Tomás: verticalidad pero con verdad, impresionismo, que no tremendismo; ética total en la danza con la muerte, valor y nuevamente valor, y si me apuran, una ruptura del cánon de Belmonte, una trascendencia del cánon del toreo moderno. La espada sin mentiras:
Y sin embargo, sigo insistiendo en que escribir sobre José Tomás es un serio problema, como seria es la muerte, y todo lo que sobre ella trata. Luego José Tomás se irá diluyendo, toreando a cuenta gotas cada año-agitando profundamente las aguas de la tauromaquia cuando aparece en el ruedo-, buscando la perfección a costa de toda esta voluntad de no hacer una temporada decente, cosa que lo enemista con un gran sector de la afición. El torero que pasaba 14 horas frente a un espejo de gimnasio haciendo el mismo lance de capote, no ha aparecido en el 2013, y el año anterior solo hizo 3 paseíllos en ruedos convencionales. Conmocionó profundamente al mundo taurino en el 2012 con una encerrona en Nimes que tocó la perfección en algunos apartes, incluido el indulto de un toro que llamaron Ingrato, pese a llamarse Vándalo. En este punto me da igual la reiteración sobre lo manipulado; lo que advierto es un torero de pasos y pases medidos con perfección geométrica, y toreo al natural con la mano derecha, con la muleta asida a la manera de Antoñete.
Hace algunos años, jugábamos fútbol en un baldío pavimentado junto a una autopista altamente transitada por carros, por lo que todo el juego debía estar medido por los pasos exactos y leves, ya que, si el balón daba en la autopista, sacarlo de allí no solo nos ponía en riesgo de atropello, pues además era un serio problema para el mismo balón, que resultaba pinchado, y a 2 calles, arrollado. Para un niño, aquel era un cálculo definitivo. Recuerdo esos partidos como el juego de no dejar salir el balón más que el de meter el balón en el arco enemigo. La total consciencia del movimiento para eludir el peligro, la total y absoluta consciencia de los pasos y la levedad, la delicadeza (patear la pelota duro, era lanzarla a la autopista). Por alguna obvia y desconocida razón, esta faena de José Tomás me transmite la misma impresión que aquellos juegos junto a la autopista:
Para J.J.N. Y también para A.O.