Si yo fuera un historiador, pongamos, de toros, haría una línea negra con la que se pueda reconocer nuestro viaje en común, que salta de un hito a otro, de tal forma que un festejo pueda resumir toda una época o sea consecuencia de una serie de hechos que se arrastran por las décadas. Nada es ocasional, pese a ser los asuntos del toro los más impredecibles.
A veces esta abusiva simplificación es posible. Por ejemplo, en el caso de la corrida de Miura en 1912, verificada en la Plaza de la Corte en el mes de mayo, y estoqueada por Ricardo Torres Bombita, Vicente Pastor, Rafael [El Gallo] (A.d.J.) y el mexicano Rodolfo Gaona, festejo hecho aprovechando el clamoroso éxito de Bombita tras cortar la oreja a un Santa Coloma en la misma plaza, días atrás. Esta corrida de Miura, quizá una de las más duras de la historia, vería comparecer en la enfermería de la vieja plaza madrileña a toda la terna, salvo a Rafael. Siendo Vicente Pastor el lidiador más suficiente de aquellos años, Bombita la figura indiscutible tras la desaparición de Rafael Guerra, y Gaona el torero más importante de América, que los tres resultasen heridos en la enfermería da cuenta de la aspereza de un encierro que cierra para siempre el toreo decimonónico de piernas y poder.
Pero hay que ir mucho más atrás para entender la razón incluso de la dureza de estos toros.
La Edad heroica del toreo (de Cayetano Sanz, pasando por Frascuelo y Lagartijo, finalizando con Guerrita) está separada en el tiempo de la Edad dorada (el reinado de Joselito, el virreinato de Belmonte y Gaona) por un intermedio donde las funciones de toros experimentan un suspenso en todos los sentidos. Cunden los problemas gremiales, España es asolada por la depresión moral tras el derrumbe del colonialismo, y el espectáculo taurino se ve incapaz de arrastrar el fervor popular de siempre. La Generación de los nadies («Después de mí, nadie. Y después de nadie, Fuentes») estaría dominada por el falso enfrentamiento entre Bombita y Machaquito, dirimido por el primero al ser un torero que recordara vagamente la gracia torera de Guerrita.
Es precisamente el fin de Guerrita, el último gran torero del siglo XIX, el que está anclado en el tiempo a la irrupción de Ricardo Torres, aunque sería inconveniente suponer que uno es la continuación del otro. En 1899 Ricardo Torres Bombita estoquearía 29 toros en sus 11 corridas, tomando la alternativa en el mes de septiembre. La época que moría saludaba a la naciente, y Bombita la dominaría, pero ni aún con el dominio de su generación el torero sevillano logrará opacar la memoria ni la trascendencia de Rafael Torres. La relevancia de Guerrita es tal que el número con el que La lidia anuncia el corte de su coleta en noviembre de 1899, es al mismo tiempo la edición final de la mítica revista. Miles de aficionados abandonan la pasión taurina, desolados ante el panorama donde el torero es desplazado como ser heroico que lidia toros míticos.
Hache, antes de su Doctrinal Taurómaco, pone fin a La Lidia. Según los editores, el toreo moría con el retiro de Guerrita. Clic. |
Este reinado en la Edad de los nadies traería el insultante poder en los despachos de Bombita, quien, en palabras de Paco Aguado, utilizaría su influencia para aplastar a Rafael El Gallo, lo que provocaría el profundo resentimiento de Joselito. El Rey años después lo humillara constantemente en los ruedos hasta desmoralizarlo y provocar su despedida final, con una venganza generacional de la que también valdría la pena hablar en otra ocasión. Sea como fuere, el poder de Bombita, su reinado de tuerto en época de ciegos, provocaría el primer incidente que empieza a hilar el hecho que convoca a esta lectura: Miura.
Así que hay unos elementos sobre la corrida de 1912: el resquemor del ganadero Eduardo Miura. La abulia del reinado de Bombita. Los cambios que el toreo empezaba a presentir.
Un año antes, en 1911, Gamito de Vicente Martínez inaugura la modernidad ganadera al ganar la corrida concurso en Madrid con la que inicia la contemplación del último tercio; estando tan cerca el toro de Guadalest por su bravura en el caballo, se premia a Gamito por llegar con acometividad a la muleta, cosa que el Hidalgo Baquero no tuvo. El cambio es sustancial: si antaño la bravura se medía en el rosario de jacos arrastrados al muladar, en los tumbos y en la dureza de patas del tercio de varas, desde aquella corrida concurso de 1911 la bravura en cambio se computaría en la sumatoria del caballo y la muleta. Gamito es así el primer toro cuya boyantía sería tenida como síntoma para identificar la bravura, lo que implicaba la muerte de las faenas de muleta del toreo Heroico, pues estas, mientras más cortas y menos cantidad de pases antes de estoquear, resultaban mejores. Por ejemplo, la faena de Frascuelo a Perdigón, que constó de nueve pases (tres de ellos siendo naturales de belleza hoy extinta, según las crónicas), resultaría contradictoria con la expresión de bravura como resistencia y acometividad. Nueve pases celebrados en el XIX serían un desperdicio de toro en el XX donde incluso en algunos casos las lidias de muleta durarían 10 veces más. Las faenas entonces empezarían a aumentar en número de pases, invirtiendo el sistema de medición: de tres naturales de Frascuelo a 20 naturales de El Viti en Sevilla. Gamito impulsaría el cambio, simbolizando el cruce que trajo el Ibarreño Vistahermosa Diano, que cubrió vacas jijonas con notable éxito. Quedaría un año para el final del toreo antiguo.
Sería necesario reafirmar el hilo: muere el toreo heroico, aunque su inercia perdura en una tauromaquia residual. Esta se manifiesta en el abuso del veto contra Miura. El toro antiguo también muere, su aspereza ya no tendrá lugar en la tauromaquia artística de la Edad dorada. Tanto Eduardo Miura como Joselito El Gallo tienen una cuenta pendiente con Bombita, y la historia les dará esta última ficha. El primero enviará un encierro para imponer el respeto perdido con el veto de 1908. El segundo moverá los hilos en los despachos para echar adelante las corridas predispuestas para la obliteración de Bombita. Será un final coral para la época.
Los Bombita: arriba, Emilio Torres. Abajo, su hermano Ricardo, heredero de una época. Un toro y un jaco muertos. |
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Se anuncia pues en Madrid una corrida de Miura que será estoqueada en 1912 por Bombita, Pastor, Rafael y Gaona. Ocho toros antiguos que saltan a la arena para defender con gloria el honor de su era. El ganadero envía una corrida descomunal de hechuras, pavorosa en el fenotipo y presumiblemente en la edad. Todo el encierro saldrá duro, exigente, sosteniendo la emoción del inicio hasta el final de la función. Sirva de ejemplo la lidia del quinto, de nombre Ciervo, un veleto astifino del que podemos adivinar su infernal lidia por la reseña. Tomó cinco varas por dos tumbos, para luego, aún correoso, hacer el terror en el resto de tercios:
«El Barquero, en la segunda entrada, clavó un par desigual y abierto. Enrique Álvarez entra, y al llegar le tira el toro un hachazo de los fúnebres. A la media vuelta entra otra vez, y también le olió a cuerno la taleguilla. No pudo clavar.
»Bombita encontró al toro con la cabeza como una devanadera, tirando cornadas por ambos lados y dando coces; un regalo.
»Intervienen Gallo [Rafael], Gaona y los peones, y resulta la faena pesada, como va toda la corrida.
Bronca».
Pero esta hojarasca que va de la bravura de Ciervo a la derrota simbolizada por la cornada de Mesonero, no sería ni mucho menos lo más emocionante del encierro.
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El veleto Gorrioncito toma seis varas y cobra dos jacos por tres caídas. Hace terror en las banderillas con continuos desarmes, para luego entrar entero a la muleta, donde Ricardo Torres tiene que lidiarlo con seis capotes de la peonería para apoyarle. Recorriendo toda la escala numérica de los tableros (no los dos dígitos tradicionales de la lidia buena: la querencia, la lidia del matador) Bombita intenta por diversos medios aviesos deshacerse del animal en la suerte suprema, a lo que se opone la feroz resistencia del toro. Tras más de seis intentos, Gorrioncito logra lesionar a Bombita en el segundo aviso, lo que supone una humillación insuperable, pero también da cuenta de lo entero y ágil que estaba aún el astado a ese punto de la atropellada lidia. Rafael ultimará al Miura a punta de sablazos, aunque algunas crónicas describen dos bajonazos y una media lagartijera. Perfectamente pueden ser ambas cosas. El Miura había impuesto su ley y nadie lo pudo derrotar.
Por su fiereza inhumana el toro es obsequiado con tres vueltas al ruedo, seguramente oídas por Bombita dentro de la enfermería, deshecho de humillación en su amor propio. Mientras agonizaba el animal que resume la bravura de una época, incluso aún hoy al que más vueltas al ruedo se le han dado en los honores póstumos, el torero que termina con una era de siglos abandona renqueando el ruedo rumbo a la enfermería. Ni toros ni toreros así volverán a existir. Por otro lado, fue la satisfacción al desaire sufrido por el ganadero, que despide de forma gloriosa los años del toreo a pitón y costillar contrario. La apoteosis es que el toro triunfante murió en su ley, anteponiendo a los trasteos las dificultades del altivo y arrogante animal que no se deja domeñar. Morir como un bravo.
Lunanco, Ciervo, Gorrioncito, Platero, Volador, Malleto, Trallero, Aperador.