Fui invitado por Edgar Álvarez
(@plastilinacrea) para dar 10 razones que sustenten el retorno de las corridas
de toros a Bogotá. Defenderé mis tesis de la forma más sencilla posible,
acusando que en realidad la tauromaquia es un tema complejo y problemático que
no debe ser reducido al ritmo de las consignas rimadas, los prejuicios o los
sentimentalismos. En corto y por derecho, la mayoría de argumentos en realidad
versan sobre aclaraciones a propósito de los prejuicios animalistas implantados
a golpe de propaganda en la ciudad.
¿Por qué deberían volver las corridas de toros
a Bogotá?
1.Por sujeción a la Ley. Incluso los antitaurinos
entienden que la Ley es un principio rector de la Democracia bajo el cual el
ciudadano debe someterse. Invocando acaso de forma abusiva al Leviatán,
entendemos que el hombre sacrifica su libertad y se sujeta a la Ley para que la
figura del Estado cumpla la otra parte del pacto social: garantizar la
seguridad y el resguardo del ciudadano. Por esto cumplimos leyes y por esto
debemos cumplirlas todas, así contravengan nuestra opinión personal. En eso
creo que todos estamos de acuerdo. Los antitaurinos además usan todos los
recursos de Ley en su ofensiva contra la tauromaquia: tutelas, proposición de
referendos o consultas populares, proyectos de ley para reformar la
legislación, o incluso el ataque penal al taurino. Esto indica que los
antitaurinos pretenden sujetarse a la Ley. ¿Entonces por qué no respetar lo que
la Ley, la Constitución y los fallos de la Corte Constitucional, dicen sobre la
tauromaquia o el patrimonio cultural en Colombia? Sobre el tema taurino hay en
total cinco sentencias de la honorable Corte Constitucional, y una Ley de la
República, y la línea jurisprudencial de todas expresiones jurídicas señala que
la tauromaquia en Colombia solo puede ser abolida por el Legislador. La última
sentencia, la C 889/12, restringe incluso la potestad del alcalde para abolir,
sea por eufemismos o decreto, la celebración de corridas de toros en plazas de
primera categoría, como La Plaza de Toros de Santamaría, contemplada en la Ley
916 como tal. Sobre los temas legales, recomiendo el estudio del profesor
Santiago García-Jaramillo[1]. Todo
este ruido cotidiano, por demás se debe a la inminente sentencia de la Corte
que le daría razón a los taurinos, de conservar la línea jurisprudencial sobre
el tema. En cualquier caso, el antitaurino de inmediato estaría dispuesto a
decir que la Ley no es un principio sagrado: también la esclavitud de los
afrodescendientes fue legal en siglos pasados. Es cierto. Pero aquí inicia mi
segundo punto.
2. Porque la argumentación antitaurina en realidad
es una hipérbole de las falacias de asociación. Sí, es cierto. No es una
pretensión válida el desconocimiento de la Ley y de la potestad de la Corte
Constitucional, solo porque puede invocarse hechos del pasado como la
esclavitud, la ablación, el casamiento infantil o cualquier otro estruendoso
fenómeno que tuviere amparo legal en determinado punto de la historia. Además,
porque es un desvarío lógico suponer que una argumentación puede estar basada
en una red de asociaciones. Esto en realidad es una muletilla común del
animalismo, ya denunciada por el exvegano Rhys Southan[2].
¿Pero cómo puede ser esto un argumento para la vuelta de los toros a Bogotá? Puede
serlo, porque si se le solicita al discurso antitaurino que se presente sin
falacias de asociación, se vería seriamente empobrecido, y sus razones para
pedir que el toreo no vuelva a la capital quedarían reducidas al absurdo. ¿Que
el toreo es una cultura? Pues también la ablación del clítoris lo es (sic). ¿Que
hay 35.000 familias que quedaron lesionadas económicamente por la prohibición
de Petro? Pues también el narco da empleos, y no por eso debemos admitirlo. ¿Que
sería conveniente la protección de la patrimonio inmaterial de la identidad
cultural de un pueblo? Pues entonces revivamos el Coliseo Romano…Cuando yo era
antitaurino, podía explicar cualquier cosa con esto; luego me di cuenta de la
inconsecuencia, pues incluso la jugarreta podía invertirse: ¿Que hay miles de
personas en contra de las corridas de toros, y los taurinos son minoría? Pues
también en su tiempo había más racistas que afroamericanos. ¿Que el antitoreo
es una manera de reafirmar mi moralidad, y debería ser extensible para toda la
sociedad? Pues Hitler o Tomás de Torquemada también fueron antitaurinos, y no
por ello vamos a pedir que la gente tenga la moral nazi (muy antitaurina), o
emprenda una persecución xenófoba contra los taurinos, como hiciere en su
tiempo el Santo Oficio...Como puede notarse, en realidad esta clase de
argumentación entraña partes iguales de irrespeto y falacia, pues las premisas
no versan sobre lo tratado, sino sobre ejemplos convenientemente sacados del
sombrero. Sin falacias de asociación, el antitoreo y sus razones sobre la no
vuelta de los toros a Bogotá, cambiaría sustancialmente. El discurso está
adulterado. Finalmente, hay que desconfiar siempre de la argumentación que
reitera el “también…” o el “entonces…”, pues está obviando el foco
constantemente.
3. Porque la abolición de los toros no implica
ninguna forma de bienestar animal. Algunas personas suponen que la abolición de
las corridas de toros es, de inmediato, una forma de garantizar bienestar al
animal. De hecho, además de la condena de tono moralizante en contra del
taurino, la segunda parte del antitoreo versa sobre el bienestar del toro. El
antitoreo intenta impedir la “tortura” y el “asesinato” del astado, y este es
su fin último. Todo muy loable, siempre y cuando se corra un tupido velo sobre
el toro que queda en el campo. El toro, si no va a la plaza, sigue necesitando
alimentación, atención fitosanitaria, las dos hectáreas por cabeza donde vive,
y un sinfín de cuidados más. Está acostumbrado a vivir en un régimen extensivo
muy dispendioso. Pero abolir las corridas de toros redunda inmediatamente en la
asfixia económica de las ganaderías de bravo, que se ven en aprietos para
seguir manteniendo el bienestar vital del 100 % de reses bravas que viven en la
cabaña brava. Con corridas, solo el 6 % de toros es lidiado, y el 94 % de reses
restantes, comprendidas en madres, añojos, cabestros, utreros, sementales y
demás, viven sin ninguna clase de explotación, manteniéndose con el dinero venido de las corridas de toros. Es una forma realista y ecuánime de garantizar
bienestar vital a los animales. Muchos antitaurinos han visitado ganaderías de
bravo para comprobar que las cifras y la situación de las reses es cierta, como
de hecho lo es. Bien, abolir el toreo implica cortar el flujo económico que
deriva en vacas bravas libres de máquinas ordeñadoras, por ejemplo. Las
ganaderías colombianas, sobre todo las toristas que lidiaban en Bogotá, han
tenido serios aprietos para subsistir sin el dinero devenido de La Santamaría.
También, la oferta de corridas en plazas de menor aforo, no puede sostener el
público bogotano (unos 35.000 aficionados a distintas facciones de la
tauromaquia), por lo que el número de corridas de toros en los alrededores de
la capital ha venido en aumento (Subachoque, Choachí, Duitama). En realidad las
medidas antitaurinas de Petro han desembocado en más toros muertos, sea por
problemas ganaderos o por tener que realizar más corridas para satisfacer la
demanda de aficionados. Su formas
moralizantes, he aquí una paradoja, resultan amplificando las consecuencias de
afectación en los animales. Sin una salida realista a esta paradoja, cualquier
intento de abolición es irresponsable para con los animales. ¿Por qué el hambre
va a ser menos inmoral que la muerte?
4. Porque el toreo es una cultura. Pese a años de
programación propagandística en contra, y aunque a muchos les cueste creerlo,
la tauromaquia es una cultura. Su naturaleza ha sido abordada por muchos
antropólogos capaces de poner una mirada profunda sobre este rito milenario[3], que ha configurado un arte vivo, un
metalenguaje, una relación con la naturaleza, y una identidad transmitida de
generación en generación desde hace varios milenios: en suma, eso es la
cultura. Bajo el fenómeno de la
transculturación, la tauromaquia se adaptó rápidamente en Colombia, pues los
indígenas prefiguraron una deidad similar al toro, que no era endémico en nuestro
país. Los indígenas y los afrodescendientes practicaron la tauromaquia como un
acto de libertad y afirmación. Luego, los republicanos que forjaron nuestra
emancipación de España, no solo fueron devotos del toreo (todos, sin
excepción), sino que incluso financiaron nuestra independencia con corridas de
toros. Ya en la vida republicana, todos los actos públicos estaban rematados
con corridas. En fin, 400 años de una expresión que forja la identidad de una
minoría, un discurso cultural arraigado, y estamos aquí. ¿El sacrificio animal
es un argumento suficiente para enervar una cultura? Para responder el
antitoreo solo puede anteponer su falacia de asociación: cercenar el clítoris a
las doncellas africanas…¡también es cultura! Y no por ello…(etc), pero esta
escaramuza dialéctica ya fue señalada como falaz, obviando que no es lo mismo
una cultura que en un proceso endógeno (la cultura taurina es una construcción
mucho más compleja que la ablación, que no es una cultura), y que la ablación
viola derechos humanos, no animales, y por ello las premisas de la asociación
no coinciden en nada. ¿Y cuál es la necesidad de una cultura? Quisiera reforzar
la respuesta citando la definición de la pertinencia cultural que dio Clifford
Geertz en su celebrado estudio sobre las riñas de gallos: “tiene la función de
sintetizar el ethos de un pueblo-el tono, el carácter y la calidad de su vida,
su estilo moral y estético-y su cosmovisión, el cuadro que ese pueblo se forja
de cómo son las cosas en la realidad, su ideas más abarcativas acerca del hombre”[4]. Sin su cultura, un ser humano no es
humano. Recientemente la tauromaquia ha sido avalada bajo un severo estudio por
el Ministerio de Cultura francés (en Francia, las corridas de toros son
Patrimonio Cultural Inmaterial, según los requerimientos de la UNESCO). El paso
es importante, pues el riesgo de xenofobia ha hecho que distintos organismos
internacionales amparen el derecho a la cultura como uno de primer orden. La
cultura está contemplada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos[5] y del Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales[6]. La Declaración de Johannesburgo en 2002
delimita la cuestión: «Our rich diversity...is our collective strength»[7]. En suma, el derecho a la cultura es a
la vez un derecho humano, y debe estar en relación a los derechos animales, mas
no sometidos por estos. ¿Por qué la persecución cultural va a ser un valor
positivo en la sociedad posmoderna? Que lo explique Petro. El derecho a la
cultura es de por sí suficiente como hacer más serio el debate, apenas
respondido por los antitaurinos con rimas como “la tortura no es cultura”.
5. Porque la cultura taurina no afecta a la
sociedad. Los animalistas esgrimen que toda violencia está interrelacionada, y
que la tauromaquia pondría en grave riesgo a la sociedad, pues la violencia
sublimada del ruedo podría trasladarse a las calles. Este argumento se conoce
como el de “la pendiente resbaladiza”, y
en el tema animal destacan los estudios de Andrew Linzey, investigador este que
ha intentado indagar el vínculo entre la violencia animal y la violencia social.
No hay que dudar de esta honesta preocupación, pero sus pretensiones empíricas
sí deben ser contrastadas. ¿Realmente el carácter cruento de la tauromaquia ha
derivado en violencia social para Bogotá? No hay un solo estudio que logre
mostrar evidencia empírica suficiente para comprobarlo. Yendo un poco al plano
general, sobre las ideas de Linzey pesan algunos cuestionamientos. Por ejemplo,
no logra una sola cifra significativa, en términos estadísticos, que pruebe la
inalienable relación entre las violencias. Sus ideas pecan de parecer frenología,
y tampoco logran explicar la furiosa violencia de algunas expresiones
animalistas, como el grupo terrorista Animal Liberation Front. En estos temas,
nunca debemos perderlo de vista, la acusación debe estar reforzada con estudios
empíricos antes de convertirse en una ley general. Los animalistas además
aducen un estudio inexistente del FBI sobre crueldad animal para definir
parámetros de asesinos en serie, (siempre reto a que me faciliten la
información oficial del mismo FBI, pero curiosamente solo están los casos de
ALF en el portal del buró[8]), afirmación pues incomprobable, y que
se basa en una afirmación emitida en 1991 por un agente en una entrevista
publicada en el The New York Times. Pero estamos yendo muy lejos. Son
incontables los estudios hechos por criminólogos y psicólogos animalistas sobre
el particular, pero sin evidencia empírica esto no pasa de ser una teoría
bienintencionada. Es decir, ¿cómo comprueban que la corrida de Mondoñedo en
2012 generó actos de violencia a nivel social? ¿Cuáles fueron esos actos? ¿Por
qué los toreros en Colombia no tienen cargos por violencia intrafamiliar,
asesinato, o cualquier otro delito social? También hay serias teorías que
informan sobre peligros mentales merced a la acumulación de animales, pero yo
considero irrespetuoso e insultante pretender que los animalistas, pese a
ciertos grados de agresividad, son enfermos mentales. Los taurinos tampoco lo
somos, y en general somos socialmente una de las minorías más pacíficas del
país. Si los antitaurinos de Bogotá pretenden que el argumento de la pendiente
resbaladiza sea cierto, deben presentar un informe demostrando palpablemente
los hechos de violencia generados a nivel social por la tauromaquia en nuestra
ciudad. Contrario a lo que se piensa, la discriminación cultural sí ha empañado
con cierta violencia antitaurina esta disputa, y esto es una desgracia para el
animalismo mismo.
6. Porque el antitoreo está en contra de una
tauromaquia que no existe. Lo anterior es algo que yo mismo he podido
comprobar. Cuando di el paso desde el antitoreo hacia mi actual afición
(mediando José Tomás y su toreo espiritual), me di cuenta de que la mayoría de
cosas que pregonaba el antitoreo sobre el rito son completamente exageradas,
falsas, inventadas o sencillamente incomprobables. Muchos dirigentes
animalistas callan, por ejemplo, que hay mitos espectaculares como el de la
vaselina en los ojos antes de salir al ruedo. Se exagera la medida de las armas
y las operaciones rituales (un columnista de El Espectador incluso aseguró que
la espada salía por la boca del toro). Se le infiere al taurino un carácter que
no tiene, o se supone que la finalidad del toreo es la diversión o el goce
sensual con el dolor. Cuando se conoce por dentro la cultura taurina, todo esto
no pasa más que como una broma malintencionada, apoyada en la reiteración
obsesiva de la propaganda, las imágenes editadas o sacadas de contexto, y la
saña de desinformar. Por ejemplo, yo pensaba que la pica destrozaba los músculos
del cuello para que el toro no pudiese levantar la cabeza, aunque luego noté
que la pica volvía más preciso y peligroso al animal (pues sacaba la casta), y
que este levantaba la cabeza en todos los pases de pecho. Lo que parecía un
acto ruin con un específico propósito, en realidad tenía otro sentido, y el
propósito pensado no resultaba ser real, aunque allí estuviese la sangre como
prueba. Volviendo, la necesidad de mentir para el antitoreo es algo sintomático
y que deshonra el concurso de su acción contra la tauromaquia: se enfrentan a
una tauromaquia que no existe en el fondo. Saliendo un poco al trapo, es
innegable que hay sangre y muerte en el ruedo, y que hay puyas, banderillas y
estoques. Pero también que lo valorado del toro es su bravura, su forma para
enardecerse ante la agresión, su capacidad de sublimar la lucha hasta embestir
más de 100 veces. Hay toros que van decenas de veces al caballo de pica, aun
sabiendo que allí les espera la puya. ¿Coincide esto con la imagen de un animal
inofensivo, si entendemos este término como la capacidad de no ser ofensivo,
como también la imposibilidad de poder luchar? La tauromaquia se trata
precisamente de convertir en danza la embestida o ataque del toro. Para ello se
requiere que sea el toro el que pase a la ofensiva. Su peligrosidad y fierezason el verdadero
sentido del rito. ¿Acaso lo sospechaban los antis? Por ejemplo, el gurú
animalista Leonardo Anselmi posteaba la imagen de un caballo de puya
destripado en el suelo, para reafirmar que la tauromaquia era un trasunto
indecente de sadismo contra un pobre animal indefenso, y que esto no debería
volver a Bogotá. ¿Pero cómo puede un animal indefenso matar un caballo? ¿No se
supone que el toro está siendo letalmente torturado, y que el torero está ensañándose
sobre su indefensión? Ni siquiera tienen en claro si confundir al toro con una
mascota o un letal animal cuando mata caballos. Por cierto, la imagen es
sospechosamente falsa, porque los caballos llevan peto desde hace casi un
siglo. En resumen, el antitaurino clama que no quiere leer, aprender, ver o
entender nada de tauromaquia, pero al mismo tiempo se cree capacitado para
entender el sentido del rito, sus significados, y hasta para saber qué hay en
la mente del taurino. Algo aquí mueve a sospecha.
7. Porque el sensocentrismo no puede ser una moral
que invalide a la tauromaquia. El sensocentrismo es el nombre con el que se
conoce a todas las posturas morales hereditarias del utilitarismo moral, si
entendemos a este como una concepción axiológica basada en cálculos de placer y
dolor: el dolor es inmoral, y el placer es moral o una identificación del bien.
Para el antitoreo la tauromaquia es el acto exclusivo de infligir dolor al toro
de lidia, y allí radica su inmoralidad. La tauromaquia además eliminaría la posibilidad
de florecimiento del toro, erradicando las capacidades que pudiera desarrollar.
Los animales, dicen, tienen intereses en no sentir dolor, y en florecer como
especie. También aseguran que las tesis del doctor Illeras[9]
sobre la particularidad hormonal del toro de lidia, y que ratifica que el
astado tiene la capacidad hormonal de morigerar su dolor, son falsas y han sido
rechazado por la comunidad científica, poniendo una nueva pared de contención. Desarrollemos
esto con un zoom invertido: para empezar, lo que llaman “comunidad científica”
no ha emitido ningún comunicado desmintiendo los estudios del doctor Illeras;
solo es posible hallar comunicados sueltos de sociedades veterinarias
antitaurinas y de veterinarios independientes, también animalistas, todo esto
lo suficientemente vago como para pretender que engloba a toda la comunidad
científica a nivel mundial. De por sí, la comunidad científica no es tal, ni
emite comunicados rechazando estudios. El discurso institucional de la
antitauromaquia en cambio es el de adoptar por estrategia una postura que no
reconocerá absolutamente nada a la tauromaquia. Lo cierto es que los estudios
de Illeras no han sido desmentidos con ciencia, esto es, usando las magnitudes
y experimentos que él usó, para concluir otra cosa, demostrando que sus tesis
son falsas. Así se desmiente a la ciencia: realizando el mismo estudio, pero
llegando a una conclusión distinta, y denegadora de la original. Por demás, los
estudios de Juan Carlos Illeras no son los únicos que versan sobre el tema.
Desde los análisis del Nobel Ramón y Cajal, numerosos fisiólogos y veterinarios
han estudiado la particularidad hormonal del toro de lidia, acaso guiados por
la intuición de lo visto en el ruedo: un animal que se crece ante el castigo,
hasta el punto que luce más agresivo tras las puyas y las banderillas que sin
ellas (como el toro Bastonito, por ejemplo). Laburu, Montero, Sanz Egaña, Paños Marti, Gavin, son solo
algunos de los nombres que pueden sumarse a una bibliografía completa sobre el
tema de la bravura[10]. ¿Es posible hallar el rechazo de la Asociación
Mundial de Comunidad Científica sobre todos los estudios que cursan esta
materia?No sense… La secreción de
hormonas hipofisiarias y adrenales es algo normal en los animales adaptados a
través de los tiempos a la lucha, incluso de ser herbívoros, y esto es algo
sobre lo que nadie puede tener dudas. Los taurinos creemos que el toro es capaz
de bloquear su dolor gracias a su naturaleza brava. Por eso vemos que los
animales mansos saltan al sentir las banderillas, o son remisos a ir hacia el
caballo, mientras que los bravos nunca acusan los rehiletes, y persiguen por el
ruedo a los banderilleros, o van varias veces al caballo para vencerlo, pese al
puyazo que eso traduce. La agresión extrae la bravura. Solo produciendo un
dolor inicial, este proceso hormonal se pone en marcha, y garantiza que la
muerte del toro es un trance menos doloro que similares experiencias en el
matadero o en el campo. Esta ha sido una digresión sobre la cuestión del
sensocentrismo. Me gustaría remitir a las tesis de Peter Carruthers y Adela
Cortina en contra de esta postura moral, además de los argumentos de Mikel
Torres (desde el mismo animalismo) en contra del utilitarismo. La capacidad de
sentir dolor no es un baremo moral. Nunca ha sido usada en la historia para
determinar la agencia moral de los seres, y abre la puerta al “sacrificio
humanitario” y al “nuevo bienestarismo” (matar animales a nivel industrial,
aturdiéndolos primero para que no sientan la muerte).El sensocentrismo se
revela incapaz de garantizar protección a los animales que no son cordados, y
también a los ecosistemas, los patrimonios culturales, los nonatos o los
muertos, pese a que nuestra intuición moral nos dice que este grupo de
no-sintientes cuentan con consideración moral efectiva. De hecho por eso hace
dos siglos la postura utilitarista de la moral se reveló incapaz de
consolidarse como una moral practicable. No se demuestra que tener A (capacidad
de sentir) necesariamente conduzca a B (tener derechos morales), más que
afirmándolo. En este último prisma, y
hasta que el antitoreo no refute científicamente los estudios sobre la
sintiencia particular del toro de lidia, la tauromaquia no violaría los
derechos del toro, siempre y cuando se garantice que su bravura elimina la posibilidad
del dolor. Con respecto al enfoque de las capacidades, la teoría del
florecimiento y demás, esto es una teoría contractualista, y requeriría un
amplio concenso social para que las tesis fuera aplicables. Nussbaum, pensadora
norteamericana que defiende el contractualismo moral, incluso dice claramente
al final de su disertación que los intereses de los animales en no sufrir y
florecer, en realidad son “asunciones teóricas” o “aspiraciones” en las que
todos como sociedad debemos estar de acuerdo, pese a que fácticamente no
existen. Ciertamente el toro de lidia cuenta con una programación genética
sobre su supervivencia, pero en ningún caso esto puede aliarse a una forma de
voluntad sobre tener intereses. Los animales sin consciencia reflexiva
secundaria carecen de construcciones volitivas acabadas, cosa que asegura
incluso la etología animalista. Para finalizar, ciertamente lo que truncaría
para siempre la capacidad del toro de lidia para florecer como raza particular,
es que el antitoreo cumpla su aspiración de extinguirlo.
8. Porque el animalismo no es honesto en sus
pretensiones a partir de la lucha contra la tauromaquia. En este punto yo entiendo a la
tauromaquia como un ejercicio de contracultura, y que se opone por su
resistencia a una capa de pensamiento anglo predominante, que intenta disolver
la riqueza cultural de los pueblos extranjeros bajo el signo de la monocultura.
La UNESCO ha advertido este proceso a través de los puntos de la Convención de
Paris (2005). Por ello uno puede notar cómo los que en meses pasados usaban una
ruana como apoyo simbólico a los campesinos en paro agrario, hoy se tornan
violentos con las expresiones festivas de la ruralidad, donde se incluye la
tauromaquia. De hecho tuve una experiencia traumática sobre este particular,
aunque no pretendo hacer una falacia ad hominem contra el animalismo o el
antitoreo. Otro punto es el que habla sobre los planes de veganizar la
sociedad, restringir hasta su desaparición el consumo de carne y leche, o
incluso abolir la manutención de mascotas, según aspira el filósofo
abolicionista Gary Francione. El animalismo más radical aspira a la abolición
del principio de propiedad sobre los animales. ¿Por qué no se lo explican a los
antitaurinos que asisten con sus mascotas a las marchas antis? Los animalistas
también creen que el consumo de carne es un asesinato al nivel de la
tauromaquia, y que el omnívoro es cómplice (esto puede leerse en Francione,
Singer, Regan, Cavalieri, o en cualquier reivindicación animalista). ¿Por qué
entonces no explican a los antis omnívoros que gritan contra nosotros, que los
animalistas también los consideran a ellos “asesinos”? Tras el antitoreo, en
realidad subyace un programa ético que de ser conocido ampliamente, sería
rechazado por la mayoría de personas que se prestan al juego de la
antitauromaquia. Los toros son una barrera cultural contra los excesos más
boyantes de un pensamiento animalista que ni siquiera ha terminado de definirse
como programa ético. De Singer a Nussbaum hay un abismo de indefinición y
alimentación constante de nuevos aportes y descartes de lo evidentemente
superfluo. Por ello, defender la tauromaquia es un intento para no empobrecer
nuestras relaciones simbólicas con los animales, ni dar cabida a un proceso
que, desatado sin control, puede tener consecuencias como la desaparición
generalizada de especies, a fin de evitar que sean usadas por el hombre. ¿Qué
animalista se atreve a refutar a Francione sobre las consecuencias de la
dejación del estatuto de propiedad?
9. Porque las culturas tienen derecho a surtir sus
propios procesos. La tauromaquia ha sufrido permanentes cambios a lo largo de
su historia. El último ha sido atravesado por hechos como la revolución
belmontiana, la inclusión de peto a los jacos de pica, la introducción del
indulto, entre otros. Estos procesos son la expresión de las culturas que se
adaptan al cambio social y se enriquecen con las expresiones que llegan y
salen. ¿Por qué negarle este derecho a la tauromaquia? Por ejemplo, la
imposición del peto que evita la muerte del caballo, es una preocupación de la
tauromaquia misma. Desde 1888 pueden verse ya cabalgaduras con peto, o incluso
el reemplazo de caballos por velocípedos, zancos o tapias. Yo recuerdo un tentadero en 1914 con el mejor
torero de todos los tiempos, Joselito El Gallo, donde ya el jaco tenía peto.
Esto indica que la tauromaquia se cuestiona a sí misma, pues en el caso del
peto, y a diferencia de lo que quieren dar a entender los antis, esto no se
trató de una imposición política. El aspecto sacrificial está virando hacia el
multitudinario pedido de indulto, y la técnica de la estocada requiere más
perfección que nunca. La tauromaquia pude verificarse gracias a los medios
masivos. En tiempo real puede verse lo que ocurre en una plaza de la provincia
francesa, o ver el esplendor de la tauromaquia lusitana en la capital
portuguesa. Como nunca, la tauromaquia es fiscalizada por sus propios creyentes
desde todos los puntos del mundo, y esto necesariamente está provocando un
cambio en el toreo contemporáneo, donde la escala moral del toreo es exigida en
puntos que rayan la perfección inaudita. Así que las culturas no son estáticas,
se regulan a sí mismas y deben tener el derecho a cambiar bajo la coherencia de
sus propios procesos. Por ejemplo, la única disertación seria a nivel
antropológico que he leído contra la tauromaquia ha sido la de Bernard Lempert,
un pensador francés que acusa a la lógica sacrificial. ¿Lo imaginan pidiendo
aboliciones a diestra y siniestra? En realidad, y pese a la dureza de su
ataque, Lempert es consciente del daño que se produce a un tejido social cuando
la cultura es abolida unilateralmente por un poder superior. En realidad, esta
es la verdadera cara del barbarismo: lo solamente xenofóbico. Lempert entonces
propone la introducción de una figura: el reemplazo simbólico de la lógica
sacrificial, siempre y cuando este se haga dentro de los principios de la
cultura. En la tauromaquia esto ya ha sucedido, cuando en Portugal se
prohibiera la muerte del toro en el ruedo, pero no la tauromaquia misma. De
forma espontánea la cultura taurina lusitana introdujo una nueva figura: los
forcados, toreros que consuman simbólicamente la muerte del toro, al recibirlo
a cuerpo limpio tras la lidia regular. Los hombres se funden con la embestida
del toro recibiéndolo con el pecho, hasta lograr que el toro se detenga,
muriendo así simbólicamente. No digo que este sea necesariamente el reemplazo
que los bogotanos debamos dar a la muerte del toro en el ruedo si en un futuro
se produce, pues en realidad estos cambios no pueden predecirse con exactitud. Aduzco
que la tauromaquia está en continuo cambio, y que este es un derecho al que
toda cultura debe aspirar. No considero que la persecución cultural sea un
valor positivo de la modernidad. En cambio, algunos antitaurinos creen que
pueden erigir una teoría evolucionista de la moral, donde obviamente ellos
serían la evolución, y nosotros lo atrasado.
Hay que elegir pues entre el evolucionismo moral o el derecho a la
cultura y sus transformaciones. Si se puede aspirar a dar más credibilidad a la
predicción moral, ¿por qué no hacerlo en el tema cultural?
10. Porque La Santamaría de Bogotá es el centro de
la cultura taurina de mi ciudad y de mis ancestros. He
esgrimido varios argumentos, ante todo atajando las posibles respuestas
antitaurinas, pues solo a través de este método es posible entender a lo que
aspiro finalmente: la tauromaquia es mi cultura, y la de otros miles de
personas en la capital. Somos una minoría ante la vasta indiferencia. Como tal,
esto nos da cierto amparo legal y constitucional que está siendo irrespetado.
Lo hace el alcalde remontando una ola tan minoritaria como la nuestra: el animalismo,
que funge como un programa ético, aún en construcción ciertamente. Sus quejas
se basan en el desconocimiento de la particularidad cultural, la distorsión de
la mentalidad taurina, y los supuestos riesgos que entraña el toreo para la
sociedad. Sus inconsecuencias lógicas terminan manifestándose en paradojas como
el tupido velo corrido a despecho del toro en el campo. ¿Dónde estaban todos
esos animalistas cuando debíamos subir a 3.000 msnm para cortar pastos frescos,
ante la insuficiencia del heno que no se podía comprar por falta de dinero?
Aquí campea fuertemente una irresponsabilidad sobre las consecuencias del
antitoreo, pero también el cuidado que le damos a miles de cabezas de ganado,
aunque supuestamente seamos abusadores de animales por consumar un rito que,
lejos de ser inmoral, es una moralidad misma. ¿Alguien puede dar una respuesta
antropológica al hecho de la muerte del toro en el ruedo? En lugar de esto,
encontramos generosas ocurrencias como acusaciones de sadismo, diversión o
sevicia. La estocada, por ejemplo, es el momento más moral de la lidia, pues en
ella el torero renuncia a su cuerpo y se lanza ciegamente entre los pitones
para matar. Es un acto gallardo de heroísmo, que expone el honor que se le da a
la muerte del toro, pues se consuma a total riesgo de la sagrada vida humana.
Para el taurino es tortuoso pensar que el toro pueda ser abatido en un
matadero. Concebimos la cultura taurina como un mundo simbólico y cultual que
gira en torno al toro de lidia, donde la corrida sería el episodio final y
dramático. El toro necesita ser sacrificado para su consumación, y en torno a
este doloroso hecho se ha tejido por siglos un ritual sacrificial que rinda
honores al animal, y revive el encuentro entre la cultura humana y la
naturaleza inhumana.Se elige a los toros más serios y fieros para luchar, y por
la comunidad bajan al ruedo los hombres capaces de trastocar el sacrificio en
un complejo rito, devenido en arte desde la revolución belmontiana. El toreo es un drama de poder, una tragedia
sublime donde el torero arriesga su vida danzando con el toro antes de
sacrificarlo, y donde el toro expone sus capacidades para representar toda la
fuerza de la naturaleza, y su empeño por imponerse al hombre. Por eso la
tortura es una futeza como categoría, pues el toreo, ya lo he dicho, consiste
precisamente en transformar la lucha brutal del toro en una daza estética y
armoniosa. El torturado no puede luchar. Los grandes temas de occidente, como la
muerte del dios, la sublimación por el arte, la despedida, la renuncia o el heroísmo,
son en sí los temas de la tauromaquia. Es lo que mi cultura intenta conmemorar
bajo la libertad de correr toros, es lo que vemos y sentimos en la plaza,
pagando un precio moral y ecológico muy alto por ello y a despecho de quienes
no son taurinos ni conocen de tauromaquia, pero creen saberlo todo sobre ella.
La muerte cargada de sentido es adulterada por el antitoreo y rebajada a la
categoría de la diversión para poder desactivar su carga cultural. Los derechos
humanos son puestos bajo los derechos animales en medio de una hipocresía nauseabunda,
máxime en Bogotá. Se miente y condena a consciencia, y se justifica la agresión
a la cultura porque “siempre será peor matar toros”. Abogo en cambio a nuestro
derecho de la libre determinación, o por lo menos al derecho de controvertir
contra una imposición unilateral de la alcaldía, que se ha ensañado en todos
los planos contra una minoría cultural hasta el punto de incluso lanzar la
población en contra de una huelga de hambre. Los toros deben volver a Bogotá
porque lo dicta la Ley, porque los derechos humanos deben respetarse, porque el
equilibrio ecológico es más realista que la utopía animalista disuelta en el
tiempo, y porque toda cultura tiene derecho a su libre determinación para
adaptarse a la marea de los siglos.
Descabellos
Teniendo en cuenta el súbito interés de la así llamada por el
animalismo “Comunidad científica”, aporto bibliografía sobre el tema para que
refuten con ciencia estos estudios:
ESTEBAN, R.,
ILLERA, J.C., ILLERA, M. "Influencia de la lidia en los perfiles
hormonales de testosterona plasmática en toros y novillos". Medicina
Veterinaria, 10: 675-681, 1993.
ESTEBAN, R.,
ILLERA, J.C., SILVÁN, G., ILLERA, M. "Niveles de cortisol plasmático en ganado
bravo después de la lidia". Investigación Agraria, Producción y Sanidad
Animal, 9: 21-25, 1994
CASTRO, J.M.,
SANCHEZ, J.M., RIOL, J.A. y V.R. GAUDIOSO.- Valoración del esfuerzo metabólico
de adaptación en animales de la raza de lidia cuando son sometidos a diferentes
secuencias de estímulos. II Congreso mundial taurino de veterinaria. Consejo
General de Colegios Veterinarios de España. Córdoba,
1997
DE LUCAS, J. J.,
DE VICENTE, M. L., CAPO, M. A. y E. BALLESTEROS.- Rapport testosterone-agressivite
chez le taureau de combat detection des fraudes eventuelles. Revue Med. Vet.,
142: 4, 405-406, 1991.
PURROY, A.,
GARCIA-BELENGUER, S., GASCÓN, M., ACAÑA, M.C., J. ALTARRIBA.- Hematología y
comportamiento del toro bravo. Invest. Agr.: Prod. Sanid. Anim., 7: 107-114,
1992.