En las últimas horas hemos vivido un nuevo episodio de acoso y derribo contra un taurino por parte de las multitudes de la inquisición antitaurina-animalista. En este caso la 'culpable' a ojos de la moralina actual fue una cocinera que se anuncia como Samantha de España en los carteles del circuito culinario y los estúpidos reflectores del reality show. Su culpa fue subir a redes sociales una foto familiar con sus pequeños hijos en la barrera de una plaza de toros:
Inofensivo. Aparentemente nada del otro mundo frente a las miles de fotos de personalidades en los toros desde que Niépce se inventó la técnica de la fotografía. Inofensivo, en apariencia, hasta que una horda de miles de personas en redes sociales empiezan a atacar a la cocinera por haber subido la foto. Pasemos de largo sobre los impecables razonamientos morales vertidos por los antitaurinos (incluidas las mofas y sugerencias nocivas sobre uno de los hijos, que tiene Síndrome de Down), para señalar no solo la capacidad de interacción y conexión de la sociedad actual, lo que desde luego explicita la estupidez en todas sus formas, sino también la gran ventaja que tenemos los taurinos para captar el campo de batalla, cosa que cualquier ejército apreciaría: estamos en guerra.
Obviamente Sammy Spain (o Samy, según su CM) se retractaría ante las amenazas de sus patrocinadores. No hay que meterse nunca con el pan de la gente:
Lo increíble del caso es que en menos de 24 horas esta cocinera ha tenido que aguantar la presión de la inquisición animalista, y ahora la de los taurinos que le reprochan la falta de entereza por no ser firme con sus gustos, cultura y potestad sobre sus hijos. ¿Pero cómo? ¿Ahora va a ser culpable esta mujer por lo que pasa con la tauromaquia en general?
Sammy Spain en ningún caso es culpable de tenerse que retractar a causa de las amenazas de sus patrocinadores. La insostenible situación de acoso y discriminación contra los taurinos tienen una sola causa: los propios taurinos, incapaces de estar a la altura de siglos y siglos y tradición en defensa de la Fiesta, y de quienes se saltaban la censura de papas, inquisidores, príncipes invasores y políticos pelmazos. La cocinera es una víctima más del inmovilismo de nuestras fuerzas frente a la amenaza de la discriminación. El sector, en el que habría que conjugar a toreros, ganaderos, empresarios, periodistas y aficionados, décadas después del inicio de la ofensiva antitaurina no ha sido capaz siquiera de articular una defensa coherente a ataques localizados como, por ejemplo, la increíble mentira sobre la subvención multimillonaria a las corridas de toros. Este ambiente crea sus víctimas lógicas, como Samantha, una persona a la que los taurinos ofendidos no darán de comer y que solo apela al contexto general.
Homofobia, racismo, sexismo, solo son asimilables como morales cuando se dirigen contra un taurino. |
Una vieja paradoja de la sabiduría judía sobre revolución y acción decía:«¿Nunca has salido del guettho pero estás en contra de su existencia?». Con esto querían significar que el animal que no es consciente de los límites que lo apresan no tiene derecho a la queja si al mismo tiempo esa queja de los límites no es un llamado y una vocación a la acción. Lo mismo debería ocurrir con los aficionados indignados: ¿cuántos de los que recriminan a la cocinera han defendido a la tauromaquia en debates, actos de activismo, escenarios políticos o en movilizaciones físicas y virtuales?
Hace años, Morante dijo que la Fiesta no necesitaba defensa, pues se defendía sola. Esa audaz estupidez hizo carrera en la mentalidad conformista de muchos aficionados, pero sus pronósticos fracasaron estrepitosamente. La fiesta no se defiende llenando plazas, presentando toros cinqueños o jaleando faenas de arte al toro bobo: estos hechos no significan absolutamente nada en la realidad antitaurina y son más bien formas de explicitar los gustos propios de cualquier aficionado. Lo que salvará a la fiesta es saber elevar nuestro mensaje y nuestros valores a una sociedad que nos tiene confinados en un gueto. La discriminación se convirtió en corrección política y el acoso, ilegal en todos los casos, se hizo justificable, todo porque jamás nos quejamos de la forma correcta: con la ley y la denuncia penal en la mano, con los argumentos incontrovertibles en el debate.
Samantha Vallejo-Nágera sacó su cabeza y la de su familia por una ventana del gueto. Los devolvieron a palos y ya adentro la culparon por no resistir por nosotros los golpes. ¿Acaso los valores de la tauromaquia no versan sobre el heroísmo, la resistencia, el honor y demás? Exigirlo a una cocinera, y no a los profesionales que viven de esto, es una de las vergüenzas más grandes de nuestra reciente historia.
Ortega y Gasset toreando. |