Todavía logró hablar con precisión sobre ello, después de todo. Es el 24 de abril de 2010 en la plaza de Aguascalientes. El toro Navegante acaba de dividir la arteria femoral de José Tomás, lo que en el siglo XIX y en gran parte del XX hubiera significado su inapelable muerte. Instantes previos el burel estaba en el tercio, renuente por el pitón izquierdo, agarrándose al piso. Tomás cambia de terreno, le sigue ofreciendo la querencia y le hila una serie cualquiera por el pitón derecho con la muleta retrasada. Es el enorme problema generacional del rebajamiento de la sangre de casta, que en lugar de mansos con poder produce tardos sin ganas. Quedando a favor de la querencia del toro, hace un cambio de mano con un barrigazo a último momento. El toro, que va por el derecho, se revuelve izando al torero con su pitón izquierdo, levantando esa delgada línea de cuerpo como si fuera papel de seda. Es el instante más importante en la vida del hombre más importante de la tauromaquia posmoderna. Un atajo de nada, ridículamente balanceado por un animal que huye. El hombre no es nada. El hombre es víctima del sitio cruzado que tanto preconizó; desde luego también de la ausencia de casta ofensiva que su generación solicita. Antes de caer, Tomás dio un vertiginoso giro en el cuerno del animal, quien a su vez ya emprendía su huida hacia los terrenos donde, irónicamente, el torero quería enviarlo al inicio de la faena. Luego de que las nueve personas que fueron al rescate del torero desaparecieran de la escena, todo salpicado de sangre, el toro queda solo con un peón en el centro del ruedo, como si fuera bravo.
Cientas de rotativas después, de estatutas de yeso, proyectos editoriales, litros de sangre tipo A negativo, carreteras cerradas a media noche, el helicóptero oficial, los lugares comunes ardiendo, el abuso semántico y las aliteraciones con aquel pobre nombre de Navegante, título propicio para metáforas de naufragios, y también las seis horas de cirugía, minuto a minuto, y aquellos moscardones en torno a la sangre fresca que no termina de secar para quienes invocan la tragedia (en nombre de su propio beneficio); luego de todo ello, poco nuevo hay. Acaso alguien, Méryl Fortunat-Rossi, con su documental tan obviado, como se obvia hoy en el mundillo taurino lo que es realmente artístico y cultural en torno a nosotros.
Trailer Aparición from Hélicotronc on Vimeo.
Aparición narra con un lenguaje particular el retorno a los ruedos de Tomás luego de la cornada en Aguascalientes. Todos sus planos están concentrados en el público de Valencia, captado en tomas fijas de larga secuencia. El resultado registra la red de emociones y reacciones de las personas ante los hechos del ruedo. Sin necesidad de ver una sola vez al torero o al toro, a través del lenguaje gestual del público se sabe si Tomás toreó bien al natural o si fue prendido en pavorosa voltereta. Cada rostro, cada movimiento de los brazos, la concentración de las miradas, el terror femenino, son una extraordinario fresco sociológico sobre el aficionado taurino. Se dirá algo tan provocativo como obvio: los aficionados también son la corrida.
La cinta expone al máximo el grado de implicación que el espectador siente con respecto a la corrida. Allí nadie se está divirtiendo. Lo mismo valdría preguntarse: ¿Por qué, si los aficionados taurinos supuestamente padecen de sadismo, reaccionan ante el hecho de la agresión contra el torero con tanto pavor y rechazo? ¿Por qué al culminar las series sus expresiones parecen de un saludado alivio que rompe la tensión? Es como si esas personas no aplaudieran la destreza del torero, sino el conjunto coral del que también hace parte su capacidad de resistir la avalancha emocional provocada por el toreo. José Tomás, se sabe, es el torero que mayor transmisión logra con los tendidos, a causa de un valor descomunal, el belmontiano dramatismo de sus lances, su pose hierática y la inminencia de las cornadas que siempre anuncia su toreo.
Aparición, cuyo transito en la tertulia taurina ha sido menos que discreto, afronta esta tremenda injusticia acercándose a lo que mañana, 02 de mayo de 2015, representará el retorno a los ruedos de José Tomás al mismo sitio donde hace cinco años cayó herido de muerte. Tras morir en el ruedo y revivir en una enfermería mexicana, José Tomás aparece. Su viaje desde la enfermería de vuelta a la arena es una explicación moral sobre lo que es ser un torero: en el momento en que él se pare en el mismo tercio donde Navegante le infirió la cornada mortal, y aunque el toro de turno esté renuente a embestir, José Tomás estará toreando, pues torear es volverse a poner en pie para situarse más firme, más cruzado, cargando más la suerte...torear es vencer la muerte que promete la embestida, pero también los miedos que invoca.
¿Debió Fortunat-Rossi esperar hasta el retorno de Tomás en Aguascalientes para grabar esos imponentes planos de relieves humanos? Seguramente nadie podría apostar que el torero volviera a esa arena. A pesar de la moralidad tomasista en la tauromaquia (extremo heroísmo, desprecio de la cornada, valentía, arrojo), el torero sigue siendo alguien fuera de lo común precisamente porque nadie le obliga a hacer lo que está haciendo. Arriesgar la vida propia ante las astas de un animal de media tonelada y un motor increíble de empuje, es algo a lo que no se obliga a nadie. Y como nadie obliga a Tomás a anunciarse en fechas señaladas en plazas y ferias de responsabilidad, ni tampoco se le obliga a lidiar encastes duros, ni a mantener su lugar de figura central de una época rica en registros, pues él tampoco se obliga. Su ostracismo, mitad disfrazado y mitad real como forma de protesta contra el modelo taurino actual, perjudica más al tomasismo mismo que al modelo actual.
Como sea, que su zapatilla pueda hollar la arena de Aguascalientes sigue siendo un inestimable triunfo de la solidaridad, la medicina, la valentía y la tauromaquia.