En tiempos pasados, cuando los toros tenían complicaciones por su bravura o mansedumbre, el toreo era consecuencia de la lidia, y se entendía por ambos términos la misma cosa. Hoy, con un toro monotemático y a veces predecible, sin tercios de varas ni complicaciones de la casta, la lidia es algo innecesario infelizmente. Pues bien, a Morante le cayó la inspiración en Logroño con un medio toro manso y complicado al no tener faena a la vista; lo regular en este torero artista es que abrevie las faenas donde no ve la embestida clara. Cuando todos esperábamos tal conducta, Morante sacó de la nada una aparición sagrada: lidiar, buscar las vueltas en el mismo terreno, encontrar la altura necesaria, insistir, tapar la cara, tocar el pitón contrario, desahogar la embestida cuando el toro perdía fuelle; después de todos estos recursos técnicos sobrevino el milagro de una serie por la derecha perfecta que desbarató la plaza: el toreo no como ligazón, sino como consecuencia de la lidia. Basta una sola serie que responda al anterior imperativo, y se pone bocabajo toda una temporada. Luego hay personas a las que no les gusta el toro que debe ser lidiado por sus complicaciones (sea por las de casta o mansedumbre) y ponen así toda su fe en la ligazón. Morante nos demuestra que torear no es ligar solamente, torear es lidiar:
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