RAFAEL EL GALLO EN BOGOTÁ
Poco después [de 1920] llegó a Bogotá un auténtico "peso completo" de la tauromaquia: el famoso Rafael Gómez "El Gallo", ampliamente conocido en todo el mundo de los toros además de por su pericia y maestría, por sus manías, supersticiones y arbitrariedades. Y se dio la coincidencia de que al tiempo con "El Gallo", visitó a Bogotá el célebre tenor italiano Titta Ruffo para una corta temporada en el Teatro Colón. Hubo, por supuesto, alborozo en esta ciudad tediosa y conventual por la coincidencia de estos dos magnos acontecimientos. El miércoles haría su aparición Titta Ruffo en el Colón con Rigoletto y el domingo siguiente "El Gallo" se encerraría en el Circo de San Diego con seis tremendos ejemplares criollos. Bogotá hervía de emoción puesto que la mayoría de aficionados a la ópera eran a la vez grandes taurófilos.
Teatro Colón de Bogotá, epicentro de la vida cultural republicana |
Y llegó el domingo. Un sol esplendoroso y San Diego lleno hasta reventar. Lo que no sabemos es cuántos de los ansiosos espectadores de ese día sabían que "El Gallo" era un supersticioso compulsivo e irreductible que otorgaba fe ciega a las más extravagantes supercherías, con la condición de que si cualquiera de ellas se hacía patente antes de la corrida, Rafael Gómez se negaba a torear, así cayera sobre él la ira divina. Y fueron ese día tan malaventurados los bogotanos, que cuando el diestro ya se había cubierto con el traje de luces y se disponía a partir hacia San Diego, se asomó a una ventana de su habitación y desde allí divisó el paso de un negro cortejo fúnebre que se desplazaba por la Carrera Séptima hacia el Cementerio Central, encabezado por uno de aquellos inolvidables carruajes de cristales biselados, grandes airones negros, auriga luctuoso y caballos igualmente exornados con penachos de luto. "El Gallo" quedó fuera de sí. Toparse con un desfile mortuorio era para el torero el más siniestro de los presagios. Se vio corneado, desventrado, muerto. Enloquecido, echó mano de la espada y estoqueó las ventanas. Cuando recobró algo de sosiego, advirtió que, ante tan funesta señal, no torearía aunque lo mataran. Los enfurecidos taurófilos desentablaron el circo mostrando esa vez una vesania mucho más feroz que en las anteriores, en tanto que la Policía, en una medida de elemental precaución, montaba guardia en el hotel en que Titta Ruffo convalecía de la laringitis y "El Gallo" de su pataleta. Sin embargo, el final de esta serie de insucesos fue feliz. Y el domingo siguiente no hubo que sepultar a ningún bogotano y todos los gatos negros huyeron de la ruta de "El Gallo", debido a lo cual el diestro pudo encerrarse a gusto con sus seis astados y salir del circo, ya nuevamente entablado, en hombros de los taurófilos y blandiendo manojos de orejas y claveles. Y el remate de toda esta pintoresca cadena de episodios corrió por cuenta del incomparable y bogotanísimo Federico Rivas Aldana, "Fray Lejón", quien lo narró en unos versos llenos de gracia y humor que terminaban así:
Si Titta Ruffo toreara
otro Gallo nos cantara.
Alfredo Iriarte
Rafael El Gallo, haciendo el paseíllo en el Circo de San Diego, predecesor de la Plaza de Toros de Santamaría. |