"Qué tiempos, suspiró Justus, que navega ahora por ríos ignotos pero tranquilos, de vuelta no se sabe por qué a la era topolina, con Erika en abstinencia y el mal humo de los Ideales en los pulmones, y en la cama famélicas muchachas con sostenes espantosos, como de tela de paracaídas -no en vano habían quedado atrás dos guerras sucesivas- y unos guayucos que, más que bragas, eran unos horrendos calzones bombachos que cubrían púdicamente desde más arriba del ombligo hasta casi la rodilla, los pololos, uno de los mayores crímenes del franquismo. "
Finale Capriccioso con Madonna, página 737 de Femina Suite
La trilogía Femina Suite de R.H. Moreno-Durán, quizá el escritor colombiano más vapuleado con las injusticias del olvido, fue reeditada por Alfaguara hace una década, en una edición conmemorativa de sus 25 años de resguardo. Al día de hoy sigue tan olvidada de una manera solo comparable con la extensión de dicha injusticia. Sumergirse en esta prosa entonces es casi una obligación moral si se pretende hacer honor a las letras colombianas, tan mentadas en últimas horas con la infeliz muerte de Mutis.
Lo que se despliega en la trilogía es una historia profunda como profusa de léxico, que narra la historia de Colombia desde el Bogotazo hasta el imperio del Frente Nacional con el que los dos partidos tradicionales se repartieron el poder de manera descarada y alternante. Lo curioso es el móvil: desde tres frentes de narración, cada uno infinito, la historia es contada a través de las mujeres que perlan la historia, aunque el escritor nos arroja a verlo todo desde el prisma de una cómica misoginia, especialmente ensañada contra las enfermeras.
Los tres frentes de narración componen cada uno un libro que salió en su momento con independencia de los demás, pero que se articula a la perfección a todo el conjunto: el primero, titulado Juego de damas, desmenuza la historia nacional desde la perspectiva de los intelectuales de izquierda, siempre dominados por las intrigas de las ideologías latentes en la época, y por supuesto, por las mujeres. El inicio es una evocación a Joyce donde la lectura lineal se rompe en tres para contar en similar tempo la historia del país y de América, una clase de lógica hegeliana en la Universidad Nacional, y en último término la vida de una mujer llamada La Hegeliana; luego, asistimos a una larga reunión de nostálgicos comunistas a los que la vida les dio trabajo, dinero y estatus, pero que sin embargo rememoran sus tiempos de acción, dolosamente concluidos con una explosión en un apartamento en las torres de Pekín (frente a la Academia Colombiana de la Lengua), detonación esta que puso fin a la revolución en Colombia, en virtud a un pollo frito. Por supuesto todo está adobado con largas dosis de misoginia hilarante.
El segundo título, El toque de Diana, cuenta la historia nacional desde la perspectiva de los militares; en absoluto contraste con el título anterior, Moreno-Durán nos introduce en el caótico mundo de un Mayor del ejército que decide meterse a su cama para siempre, luego de caer en desgracia frente a las autoridades castrenses. Casado con una española con la que lucha para que su castellano no sea destruido por las incorrecciones gramaticales de la "advenediza peninsular", el Mayor rememora su vida marcada por la práctica del latín, la construcción de dioramas militares, también los caballos de paso fino, y la estrategia de guerra que pacificó la región de Marquetalia, que por cierto dio origen a la guerrilla de las FARC. Su esposa le es infiel y despide un olor que logra ganar para ella el calificativo de Bagre. La mujer es aún más brutalizada desde esta perspectiva, que la reduce a mero objeto sexuado pleno de vicios y mañas, culpable de conspiraciones masonas que pretenden desestabilizar la democracia, y finalmente, con mayor condena, culpable de practicar la enfermería. Al final, con juego casi de magia sagrada que recuerda un episodio lezamiano, que no de realismo mágico, el mayor logra dar en la diana.
Para finalizar, Moreno-Durán expone un Finale Capriccioso con Madonna, que cuenta la historia nacional desde la perspectiva de las clases pudientes: entonces se apellida uno Obregón u Holguín, se tiene casa quinta en Villa de Leyva y se ha tenido el exceso esnobista de combatir en la guerra civil española. El protagonista, el individuo Moncleano, vaga por una mansión dividida que encierra la pintoresca historia de su estirpe, concluida con la muerte de su madre paralítica en una escalera de caracol. Años después, y a punto de leer un edicto que declara en venta la mansión, Moncleano sostendrá una relación tripartita con su esposa y una judía que recuerda a Simone Weil. Poco a poco, vagando por la espaciada mansión que cuarto a cuarto le recuerda aquellos familiares muertos y tan vivos en la historia nacional, Moncleano sirve de móvil para terminar de explicar la misoginia y el sentimiento de culpa lanzado contra la mujer como gran fondo de la historia de Colombia. Un inesperado encuentro con Laura, la mujer perfecta, y Justus, su tío que nos sirve para abrir esta publicación, terminará desenredando el hilo que articula las tres novelas en la misma trama: la historia del fracaso de Colombia, país donde se habla bien y se vive mal.
Además de ser un alucinante recorrido, fantasioso sin la necesidad de tocar la estéril herencia del realismo mágico, esta trilogía logra conjugar la voz clásica de Bogotá a través de frentes tan dispares, por lo que debiera considerarse a esta, y no a Sin Remedio de Antonio Caballero, como la verdadera historia bogotana por excelencia. La profusión de citas en latín, francés y alemán logra conciliar una prosa donde la voz titular no es la de los personajes, aunque estos a veces se metan en mitad de una frase para ratificar la opinión del escritor. En todo, incluso en aquella misoginia inofensiva pero reiterada, se respira pues un aire de nostalgia frente al gran fracaso de la revolución, el gran fracaso de la guerra, y el gran fracaso de la clase alta bogotana.
Con los años, ojalá no se deba contar el fracaso de esta trilogía en la historia de la literatura colombiana, dominada ahora por escritores medios aferrados a su porción de público e incapacidad.