miércoles, 21 de enero de 2015

La maravillosa historia de Gracioso y sus cinco hijos indultados



Jerónimo Pimentel, oriundo de la torista Cenicientos, da inicio a esta historia.
Había traído desde España un lote de sementales de encaste Domecq a Colombia, tropilla que agitarían su sangre con el trópico, luego la altitud del páramo, para revolver por siempre la historia del toreo nacional. Es el 95, año en que Rincón abre su quinta puerta grande de Madrid. Entonces la tauromaquia colombiana experimentaba ya el desgaste natural que sucede a cada burbuja o boom. Las cuatro puertas grandes en Madrid de 1991 habían supuesto un aceleración brutal en nuestra tauromaquia, al vivirse una auténtica fiebre taurina, revuelta en las capitales, las provincias, las ocho plazas portátiles importadas. Se multiplicaron las ferias, cundieron los visitantes, los festejos se aumentaron en número y las ganaderías se estiraron para poder soportar ese movimiento. Ya en el 94, algunas casas señeras dan síntomas de consanguinidad y mansedumbre, pues para abastecer la cantidad de festejos se destinan adelantos y se relaja la selección para poder sacar más toros en la camada, bajando con ello el trapío y el comportamiento. Allí está entonces la temporada del 94, abúlica en Bogotá, casi conmemorativa en Medellín, extraña en Cali, eternizada en Manizales y quebrada en Cartagena.
Pimentel, quien había administrado la Santamaría, coincide con la nueva necesidad de reformar la cabaña brava colombiana. Años antes el de Cenicientos se radicó en Colombia, en aquel año de 1958. Había sido torero, tomando la alternativa en Burdeos con los portugueses de Palha,  oficiando de padrino Julio Aparicio y con Ordóñez como testigo. Los rumores de la naciente Feria de Cali lo trajeron a este país, donde se quedaría hasta nuestros días, siendo ganadero de El Paraíso, hierro que motiva el presente escrito.

Tras Monserrate, el cerro tutelar de Bogotá, siguiendo cuesta arriba en esa espalda por una sinuosa carretera, Cundinamarca se enfría y va desarrollando una orografía helada. Se sube junto abismos llenos de niebla, pueblos de cordillera y flora de páramo. Se sigue ascendiendo en medio del sobrecogedor frailejón y ya está, Choachí, un pequeño pueblo con escuela taurina, fundada por Pimentel, y una plaza fija para 2000 espectadores, enclavada junto a la plaza de mercado en la falda de la montaña. Se siguen 40 minutos por una tormentosa carretera veredal, atravesada por dos puentes de madera que salvan dos riachuelos de agua blanca. Lo primero que se piensa es en la cantidad de toros pesados que habrán trasegado esos puentes endebles, algunos para luego volver con la gloria del indulto para la casa. Llegaron al Paraíso.
En la vereda Fonté desembarcan entonces 150 vacas de Juan Pedro Domecq, Jandilla y Torreón. Ellas son la avanzada de una revolución ganadera que aún retumba en Sudamérica y que transformó los conceptos ganaderos en Colombia. Luego llegarán en el 95 y 96 los 16 sementales, también de las mismas ganaderías de los vientres, además de tres de Salvador Domecq y otros dos de Enrique Martín Arranz. Ya están madres y padres en El Paraíso, la finca que los recibe. Son entonces las montañas de Cundinamarca y un toro melocotón herrado con la V ducal del Duque de Veragua, gloria del campo bravo del siglo XIX en España, ahora observando la muerte del siglo XX en la lejana América.
Aquel melocotón se llama Gracioso, dejando ver en su costado el número 120.



 La anterior es la calificación de los 16 sementales originales que fundan la ganadería El Paraíso. El tercer astado, marcado con el número 120, es reseñado como "Superior en todo lo bueno", por lo tanto calificado con un 9-9-9.
Gracioso es casi el toro perfecto.
¿Pero cómo la cabaña brava española deja huir esta fuente de bravura, comprobada entonces en el tentadero y luego en la historia? La respuesta es cuando menos particular: Enrique Martín Arranz y José Miguel Arroyo, el torero, pactaron una alianza con Jerónimo Pimentel para hacerse con esta cantidad ingente de vientres y sementales de Juan Pedro Domecq en los 90,  que alimentaría a la postre muchas ganaderías en ambos países del toro. A José Miguel Arroyo le había impresionado este Gracioso, hijo del semental Ilusión -el número 40- adivinando una bravura de tal fuerza que fijaría muy bien sus caracteres en su descendencia. Pero el hijo de Ilusión conservaba esa característica del Jandilla en el desarrollo cornidelantero de sus astas, sin duda recesión de algunos goterones de Veragua, también presentes en la sangre Domecq. En suma, Gracioso no tenía la suficiente cuerna para padrear, pues podría heredar, además de su bravura, pitones cortos, inadmisibles ya para entonces en las corridas españolas que variaron el tipo de gran parte de la casta Vista Hermosa. Así como Baratero de Victorino Martín posee una exigua cuerna al lado de cualquier Albaserrada de hoy, también Gracioso era de aquella época cuyo tipo es más reducido que el actual, por tanto incompatible.
 Así es que un toro que pudiera ser el más codiciado de los años 60 o 70 en España, debe descartarse en los 90 con enorme dolor por José Miguel Arroyo, quien lo cede a  Jerónimo Pimentel para que viaje a Colombia, donde la profusión de astas no es un imponderable de la cabaña brava aún hoy. Gracioso, nunca mejor dicho, estuvo a 15 centímetros de quedarse en España, donde sin duda hubiese dado un aliento fundamental a los problemas de remos y fuerzas en la cabaña brava de finales de siglo.

Para la tauromaquia colombiana es este un documento histórico: la reata de Gracioso 120. Hijo de Ilusión y  de Graciosa, Melocotón fino, de calificación 9-9-9. Abajo, la finca El Paraíso, donde padrearía.


Gracioso llega así en el 96 a tierras colombianas tras un viaje en avión y el camino de dos horas desde el aeropuerto de Bogotá hasta la finca donde sería rey, pasando por aquellos dos puentes de espanto. De inmediato empieza a padrear bajo los lineamientos de seriedad y transmisión infundidos por el ganadero, quien tienta sus vacas en la plaza de Choachí para dar oportunidad de torear a los novilleros de la escuela taurina. La primera camada, a inicios del siglos XXI, sería observada por los aficionados como un revulsivo ante la anestesia de una tauromaquia que abría los ojos tras el estallido de Rincón, más social que taurino en nuestro país para entonces. Sus hijos llenarían de una nueva bravura los ruedos, más larga, con ese tranco adicional que da el galope entregado. Desde luego también sube el tipo del toro, cuajado y rematado pese a la altitud superior a los 2600 metros sobre el nivel del mar donde se cría. Jerónimo Pimentel no olvida que es de Cenicientos, y aunque la proteína se acumula para producir el abundante pelaje que protege a los toros del frío, en detrimento del desarrollo de los cuernos que usan la misma proteína, remata sus toros con imponentes estampas y el hasta entonces inadvertido desarrollo de los cuartos traseros, sinónimo ahora del buen criar. Sus toros son bajos, macizos, empujan en el caballo y desarrollan emoción en la muleta por su tranco serio, alimentado por el motor que gira con la sangre de Gracioso.
Pero el cuajo es su seña de identidad, incluso hasta para su inri. Algunos aficionados observaron un tipo de exageración en una corrida bogotana que bordeaba los 600 kilos, y en la que actuaba José Tomás, página triste, ineludible en todas las ganaderías de la historia, pero lejana de aquel inicio de siglo cuando Gracioso tuvo más de 10 hijos que volvieron de la muerte, cinco de ellos en plazas de primera categoría.


Dos sementales más de la importación original. El 150  Refrenado  (cinco puyazos, franqueza, seriedad y recorrido) y el 22, de nombre Desgreñado (ocho puyazos, casta y seriedad), ambos también piezas fundamentales al ser productores de vacas que ligarían de forma ejemplar con el fondo de Gracioso 120.
























Buboso, Lanudo, Jarrero, Trotón, Apasionado; Lascivo, Lanzafuego, Vagabundo I, Vagabundo II, Giboso...todos hijos de Gracioso 120, rompiendo plaza con la primera impresión de su estampa cuajada. Todos empujaron en los tres tercios con la bravura transmitida de su padre, ante la mirada de una afición que comprendía de un solo golpe los cambios evolutivos de la cabaña brava mundial, disputada en ese equilibrio entre la transmisión en la muleta y la seriedad del tipo. Bogotá, Cali, San Cristóbal, Manizales, serían las ciudades americanas que presenciarían este rompimiento en la muleta, la ligazón emocionante, el pozo profundo de la bravura que va a más.

Así que una ganadería debuta en las ferias, precedida por la historia de un toro de color desconocido para América hasta entonces, por inexistente,  y sus hijos embestían como tampoco se había visto.

Gracioso, padre de los jaboneros en América, produce máquinas de embestir que vengaban así el rechazo sufrido en España contra su tipo. El primer golpe sobre la mesa fue con Buboso, indultado en Cali por El Juli en una corrida donde se ovacionaron los cuatro primeros, se le dio la vuelta al ruedo al quinto y se indultó al jabonero. Aquel 2001 vería descollar para Colombia a El Paraíso y El Juli gracias a esa faena, aún hoy rememorada por su estilo apasionante y encadenado, cuando el diestro de Velilla era una promesa precoz y no un espasmo de retorcimientos y cólicos.

José Pacheco El Califa, quien observaba la corrida, declararía en El Tiempo que Buboso era perfectamente un toro de indulto en España. ¡Un toro de un nuevo color y que ponía bocabajo la feria! Demasiada sorpresa para el americano consumidor de sorpresas.

Un año después embestiría Lanudo, inicialmente rechazado por los veterinarios de la Santamaría de Bogotá y que entraría en la corrida por los buenos oficios del ganadero. Ramiro Cadena lo indultaría en una faena atropellada, pero que desbordó los ánimos de la plaza por la bravura del toro, luego exportado a Venezuela donde encontraría la muerte a sus 14 años en la ganaderías Los Ramírez, no sin antes cubrir de bravura parte a la cabaña brava de ese país, al tener cinco hijos suyos indultados, nietos de Gracioso.
En el festejo de Bogotá todos salieron a hombros.

Trotón fue indultado por Paco Perlaza en Manizales, semanas después del indulto de Buboso en Cali. La crónica echa de menos una tercera vara a ley en un festejo donde también se le dio la vuelta al ruedo al primero.

Jarrero sería indultado en Venezuela por David Luguillano, en una feria de San Cristóbal que premiaría al Paraíso por una corrida apoteósica; esta feria que también vería a El Cid indultando a Galopo.

Apasionado también salvaría su vida en Venezuela, aun en contra de una presidencia que se resistía a la creciente tendencia a indultar. Su bravura fue tal que Javier Conde se negó a matarlo, reclamando el derecho de Apasionado a padrear. Se dejó sonar los tres avisos y pasó la noche en prisión.

Buboso, Lanudo, Jarrero, Trotón, Apasionado; Lascivo, Lanzafuego, Vagabundo I, Vagabundo II, Giboso...en ese año 2001, desvariado anagrama del 120.




Los indultos de Cali y Bogotá. La tercera foto es de Lanudo, pastando en Venezuela, donde daría cinco nietos del 120, todos indultados.
Maravilla es la palabra que debe ser aquí utilizada para resumir esta historia: maravilla por el cuajo y el pelo de los toros, celebrados por la afición en el momento más necesario, síntomas de renovación y de encanto. Maravilla que un toro produzca tal cantidad del indultos, que pueden defenderse bajo la necesidad de renovar la cabaña brava de Sudamérica hacia un feliz puerto. Maravilla que el prejuicio de una época lo empujara de España hacia Colombia, para repartir sementales en festejos que avivaban la llama de la Fiesta en un momento de anestesia. Maravilla que El Paraíso refundara el torismo en Colombia, marcando el camino para casas como Santa Bárbara, Alhama, Armerías, Juan Bernardo Caicedo, Peñalisa, Paispamba o Guachicono, donde la sangre de Gracioso también se regaría para luego pasar a la práctica totalidad de la cabaña brava colombiana. Maravilla que su finura, que recuerda a la de Diano, encierre ese misterio místico de la bravura de un animal sobrenatural, al que debemos todo. Como un tesoro devuelto, la tauromaquia sudamericana contemporánea no podría explicarse sin la maravillosa historia de Gracioso y sus cinco hijos indultados, pues sus nietos y bisnietos se lidian aún hoy en las plazas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú.

El 21 de febrero de 2004, a sus 11 años de edad, Gracioso sucumbiría ante una fiebre de garrapatas. Tiempo atrás, la última visión de su ganadero fue la de verlo malamente tumbado en el potrero, lo que produjo alarma. Desde los 2200 metros sobre el nivel del mar el cultivo parasitario de garrapatas está disparado por las condiciones climáticas. Esas garrapatas, que nunca pasaron los puentes de madera, atacaron a traición a uno de los toros más bravos de la historia, logrando doblegarlo de pezuña. Miró del cielo más alto al pasto fecundo y brutalmente verde de Colombia. El mayoral lo encontró muerto. Para entonces había sentado las bases fundamentales de nuestra historia, colmando de bravura la gran tarde de la fiesta americana.



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martes, 23 de diciembre de 2014

Miura, 1912




Si yo fuera un historiador, pongamos, de toros, haría una línea negra con la que se pueda reconocer nuestro viaje en común, que salta de un hito a otro, de tal forma que un festejo pueda resumir toda una época o sea consecuencia de una serie de hechos que se arrastran por las décadas. Nada es ocasional, pese a ser los asuntos del toro los más impredecibles.

A veces esta abusiva simplificación es posible. Por ejemplo, en el caso de la corrida de Miura en 1912, verificada en la Plaza de la Corte en el mes de mayo, y estoqueada por Ricardo Torres Bombita, Vicente Pastor, Rafael [El Gallo] (A.d.J.) y el mexicano Rodolfo Gaona, festejo hecho aprovechando el clamoroso éxito de Bombita tras cortar la oreja a un Santa Coloma en la misma plaza, días atrás. Esta corrida de Miura, quizá una de las más duras de la historia, vería comparecer en la enfermería de la vieja plaza madrileña a toda la terna, salvo a Rafael. Siendo Vicente Pastor el lidiador más suficiente de aquellos años, Bombita la figura indiscutible tras la desaparición de Rafael Guerra, y Gaona el torero más importante de América, que los tres resultasen heridos en la enfermería da cuenta de la aspereza de un encierro que cierra para siempre el toreo decimonónico de piernas y poder.

Pero hay que ir mucho más atrás para entender la razón incluso de la dureza de estos toros.

La Edad heroica del toreo (de Cayetano Sanz, pasando por Frascuelo y Lagartijo, finalizando con Guerrita) está separada en el tiempo de la Edad dorada (el reinado de Joselito, el virreinato de Belmonte y Gaona) por un intermedio donde las funciones de toros experimentan un suspenso en todos los sentidos. Cunden los problemas gremiales, España es asolada por la depresión moral tras el derrumbe del colonialismo, y el espectáculo taurino se ve incapaz de arrastrar el fervor popular de siempre. La Generación de los nadies («Después de mí, nadie. Y después de nadie, Fuentes») estaría dominada por el falso enfrentamiento entre Bombita y Machaquito, dirimido por el primero al ser un torero que recordara vagamente la gracia torera de Guerrita.

Es precisamente el fin de Guerrita, el último gran torero del siglo XIX, el que está anclado en el tiempo a la irrupción de Ricardo Torres, aunque sería inconveniente suponer que uno es la continuación del otro.  En 1899 Ricardo Torres Bombita estoquearía 29 toros en sus 11 corridas, tomando la alternativa en el mes de septiembre. La época que moría saludaba a la naciente, y Bombita la dominaría, pero ni aún con el dominio de su generación el torero sevillano logrará opacar la memoria ni la trascendencia de Rafael Torres. La relevancia de Guerrita es tal que el número con el que La lidia anuncia el corte de su coleta en noviembre de 1899, es al mismo tiempo la edición final de la mítica revista. Miles de aficionados abandonan la pasión taurina, desolados ante el panorama donde el torero es desplazado como ser heroico que lidia toros míticos.

Hache, antes de su Doctrinal Taurómaco, pone fin a La Lidia. Según los editores, el toreo moría con el retiro de Guerrita. Clic.

Este reinado en la Edad de los nadies traería el insultante poder en los despachos de Bombita, quien, en palabras de Paco Aguado, utilizaría su influencia para aplastar a Rafael El Gallo, lo que provocaría el profundo resentimiento de Joselito. El Rey años después lo humillara constantemente en los ruedos hasta desmoralizarlo y provocar su despedida final, con una venganza generacional de la que también valdría la pena hablar en otra ocasión. Sea como fuere, el poder de Bombita, su reinado de tuerto en época de ciegos, provocaría el primer incidente que empieza a hilar el hecho que convoca a esta lectura: Miura.

Guerrita fue una apática fusión entre la perfección lidiadora de Frascuelo y la gracia torera de Lagartijo, su maestro. Primer torero que impuso históricamente una monocasta: la Vistahermosa. Ejerció su poder en los despachos de forma tal que provocó una inclinación cuyos efectos hoy se siguen sintiendo. Él es la muerte del reinado torista más puro. Luego se cansó.

Para 1908 Bombita moviliza un boicot generalizado contra la ganadería sevillana. Este consistía en una reivindicación sindical que solicitaba mayores pagos para los toreros que lidiaran corridas de Miura, cosa que en el fondo, teniendo en cuenta la crisis empresarial, solo encerraba la pretensión de hacer imposible contratar a Miura para cualquier feria, debido a un incremento en el 100% de los costes económicos. La exigencia del doble de pago cuando se lidiaba Miura estaba soportada en dos ideas expuestas por los toreros en sendas cartas públicas: la denuncia del monoencaste, pues según ellos Miura copaba las ferias, perjudicando el equilibrio en las ganaderías; la segunda idea, más honesta, versaba sobre la dificultad: «su leyenda trágica, su mayor cartel», en palabras de Bombita, hacía del hierro andaluz una temible prueba para cualquier coleta. En el fondo, lo demostraría la historia, los toreros querían lidiar con menos apreturas hierros que se implicaran en los cambios que el toreo ya sospechaba. Temían la estela funeral de toreros muertos entre las astas de los miuras. Esta espantada gremial provocaría la ira de la afición, que se volcaría con las empresas, haciendo recular a los toreros, cuyas exigencias de la paga doble por lidiar miuras tendrían que ser desechadas a la postre. Sin embargo, ni los Miura ni los aficionados olvidarían.

Así que hay unos elementos sobre la corrida de 1912: el resquemor del ganadero Eduardo Miura. La abulia del reinado de Bombita. Los cambios que el toreo empezaba a presentir.

Un año antes, en 1911, Gamito de Vicente Martínez inaugura la modernidad ganadera al ganar la corrida concurso en Madrid con la que inicia la contemplación del último tercio; estando tan cerca el toro de Guadalest por su bravura en el caballo, se premia a Gamito por llegar con acometividad a la muleta, cosa que el Hidalgo Baquero no tuvo. El cambio es sustancial: si antaño la bravura se medía en el rosario de jacos arrastrados al muladar, en los tumbos y en la dureza de patas del tercio de varas, desde aquella corrida concurso de 1911 la bravura en cambio se computaría en la sumatoria del caballo y la muleta. Gamito es así el primer toro cuya boyantía sería tenida como síntoma para identificar la bravura, lo que implicaba la muerte de las faenas de muleta del toreo Heroico, pues estas, mientras más cortas y menos cantidad de pases antes de estoquear, resultaban mejores. Por ejemplo, la faena de Frascuelo a Perdigón, que constó de nueve pases (tres de ellos siendo naturales de belleza hoy extinta, según las crónicas), resultaría contradictoria con la expresión de bravura como resistencia y acometividad. Nueve pases celebrados en el XIX serían un desperdicio de toro en el XX donde incluso en algunos casos las lidias de muleta durarían 10 veces más. Las faenas entonces empezarían a aumentar en número de pases, invirtiendo el sistema de medición: de tres naturales de Frascuelo a 20 naturales de El Viti en Sevilla. Gamito impulsaría el cambio, simbolizando el cruce que trajo el Ibarreño Vistahermosa Diano, que cubrió vacas jijonas con notable éxito. Quedaría un año para el final del toreo antiguo.

Sería necesario reafirmar el hilo: muere el toreo heroico, aunque su inercia perdura en una tauromaquia residual. Esta se manifiesta en el abuso del veto contra Miura. El toro antiguo también muere, su aspereza ya no tendrá lugar en la tauromaquia artística de la Edad dorada. Tanto Eduardo Miura como Joselito El Gallo tienen una cuenta pendiente con Bombita, y la historia les dará esta última ficha. El primero enviará un encierro para imponer el respeto perdido con el veto de 1908. El segundo moverá los hilos en los despachos para echar adelante las corridas predispuestas para la obliteración de Bombita. Será un final coral para la época.


Los Bombita: arriba, Emilio Torres. Abajo, su hermano Ricardo, heredero de una época. Un toro y un jaco muertos.

La afición de Madrid sabía que Miura había enviado un duro encierro a la plaza de la vieja  carretera a Aragón. Aquí el satírico The Kon Leche glosa días antes de la corrida. Clic.
Se anuncia pues en Madrid una corrida de Miura que será estoqueada en 1912 por Bombita, Pastor, Rafael y Gaona. Ocho toros antiguos que saltan a la arena para defender con gloria el honor de su era. El ganadero envía una corrida descomunal de hechuras, pavorosa en el fenotipo y presumiblemente en la edad. Todo el encierro saldrá duro, exigente, sosteniendo la emoción del inicio hasta el final de la función. Sirva de ejemplo la lidia del quinto, de nombre Ciervo, un veleto astifino del que podemos adivinar su infernal lidia por la reseña. Tomó cinco varas por dos tumbos, para luego, aún correoso, hacer el terror en el resto de tercios:

«El Barquero, en la segunda entrada, clavó un par desigual y abierto. Enrique Álvarez entra, y al llegar le tira el toro un hachazo de los fúnebres. A la media vuelta entra otra vez, y también le olió a cuerno la taleguilla. No pudo clavar.
»Bombita encontró al toro con la cabeza como una devanadera, tirando cornadas por ambos lados y dando coces; un regalo.
»Intervienen Gallo [Rafael], Gaona y los peones, y resulta la faena pesada, como va toda la corrida.
Bronca».

En el toreo antiguo era común la estampa en los tableros de la confiada peonería recostada, desprevenida,  mientras el toro se hacía con el jaco o se le cuarteaba en banderillas. La imagen de la lidia de Ciervo es todo lo contrario: colosos como Bombita, el Gallo (Rafael), Gaona y los peones, intentando dominar una bestia enfurecida que adquiría cada vez más sentido. El toro defendía su sitio de bravo antiguo vendiendo cara su lidia, porque la lidia del toro es su vida. Y quizá hubiera salido también Vicente Pastor, de no haber salido corneado del embroque con Mesonero, un zahíno basto de pezuña, que tomó cinco varas por tres caídas y un jaco arrastrado por las mulillas, y que para ser estoqueado también requirió el concurso de Rafael con su capa, hecho inusual teniendo en cuenta que «El chico de la blusa» ha sido unos de los lidiadores más secos por cuanto efectivos de toda la historia. Con el muslo izquierdo perforado por el asta de Mesonero, Pastor ocupaba la primera camilla de la enfermería, dejando a la terna aún más sumida en medio de la miurada.

Pero esta hojarasca que va de la bravura de Ciervo a la derrota simbolizada por la cornada de Mesonero, no sería ni mucho menos lo más emocionante del encierro.



Clic en ambas imágenes para leerlas.

Como había caído herido Vicente Pastor, Bombita toma su turno y lidia a Gorrioncito, negro, alto de agujas, descomunal de trapío, incluso de 14 años en los textos del crítico Manuel Serrano García-Vao, Dulzuras. Todos los comentarios sobre el festejo comparten la visión del toro como uno duro de patas, de cuello ágil y sentido revoltoso, de fiereza descomunal, muy avisado y sin embargo de embestida de tranco en los numerosos lances de todo tipo que le presentaron al frente, pese a venderlos cada vez más. Gorrioncito encarnaría así el ideal del toro bravo antiguo, que en siglo XIX buscaba la emoción de la casta seca plagada de dificultades que el maestro debía resolver con una lidia adecuada, dispuesta para la muerte, que el astado también debería dificultar al máximo. La emoción peligrosa como contenido de la faena era una forma de arte dramático que convertían cada lidia en una potencial tragedia. La raíz primitiva del toro pavoroso, la pureza de su comportamiento cambiante, su latente violecia, fueron fundamento de la Fiesta por siglos, haciendo que se valorara a los bravos hombres que en desgarradores lances se medían a estos animales. Es por lo anterior que aquellas estocadas "sobradas", traseras y contrarias, tenían mérito pese a sus descalificaciones para el resultado de la faena; no obstante la lengua tinta en sangre, untar la mano en un sitio así implicaba una exposición de la suerte valorada como buena.

El veleto Gorrioncito toma seis varas y cobra dos jacos por tres caídas. Hace terror en las banderillas con continuos desarmes, para luego entrar entero a la muleta, donde Ricardo Torres tiene que lidiarlo con seis capotes de la peonería para apoyarle. Recorriendo toda la escala numérica de los tableros (no los dos dígitos tradicionales de la lidia buena: la querencia, la lidia del matador) Bombita intenta por diversos medios aviesos deshacerse del animal en la suerte suprema, a lo que se opone la feroz resistencia del toro. Tras más de seis intentos, Gorrioncito logra lesionar a Bombita en el segundo aviso, lo que supone una humillación insuperable, pero también da cuenta de lo entero y ágil que estaba aún el astado a ese punto de la atropellada lidia. Rafael ultimará al Miura a punta de sablazos, aunque algunas crónicas describen dos bajonazos y una media lagartijera. Perfectamente pueden ser ambas cosas. El Miura había impuesto su ley y nadie lo pudo derrotar.

Por su fiereza inhumana el toro es obsequiado con tres vueltas al ruedo, seguramente oídas por Bombita dentro de la enfermería, deshecho de humillación en su amor propio. Mientras agonizaba el animal que resume la bravura de una época, incluso aún hoy al que más vueltas al ruedo se le han dado en los honores póstumos, el torero que termina con una era de siglos abandona renqueando el ruedo rumbo a la enfermería. Ni toros ni toreros así volverán a existir. Por otro lado, fue la satisfacción al desaire sufrido por el ganadero, que despide de forma gloriosa los años del toreo a pitón y costillar contrario. La apoteosis es que el toro triunfante murió en su ley, anteponiendo a los trasteos las dificultades del altivo y arrogante animal que no se deja domeñar. Morir como un bravo.

Lunanco, Ciervo, Gorrioncito, Platero, Volador, Malleto, Trallero, Aperador.




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jueves, 4 de diciembre de 2014

Nuevamente la barbarie animalista



En la capital española los animalistas le han roto el brazo a Andrés de Miguel, autor del blog taurino Adiós Madrid. No contentos con esta agresión a un aficionado de 60 años, se han ensañado a puñetazos contra el maestro Rafael Cabrera Bonet, venerable sabio taurino, guía en el mundo de todos los que sentimos devoción por el Rey de los toreros. Los animalistas radicales irrumpieron en un evento académico de la doctora Yolanda Fernández Fernández-Cuesta titulado "Simbología táurica hasta los albores del mundo antiguo", llevado a cabo en las instalaciones de la Universidad San Pablo CEU en Madrid. Además se han grabado tirándose al suelo para fingir agresiones que ningún aficionado les hubiera propinado.


A de Miguel lo tiraron por unas escaleras, lo que le produjo la fractura a la postre, al destruir la cabeza del hueso húmero. Otros aficionados reportaron golpetazos e injurias, lo que se suma al ilegal boicot a un evento académico sobre el culto al toro. Estos grados de intolerancia, ensañados incluso contra las simbolizaciones de la tauromaquia, preocupan por su corte totalitario. Uno puede anotar que el evento académico ni siquiera trataba sobre el particular de las corridas de toros, pues hacía eco de un filón en los estudios antropológicos y etnológicos que indaga sobre los cultos antiguos donde el toro es protagonista en la cultura mediterránea.


Que se le rompa el brazo a un aficionado taurino en medio de un evento académico, esto es, que se exponga la violencia en medio de una tertulia intelectual, simboliza perfectamente la situación.

Medio siglo atrás Ángel Álvarez de Miranda había puesto todos los ojos de la intelectualidad europea sobre sí al llevar hasta un nuevo estadio el estudio de la historia religiosa. Persona hábilmente erudita, compuso en Ritos y Juegos del Toro un monumental como sintético estudio del culto al toro desde el paleolítico hasta la actual corrida. Inauguró así una disciplina intelectual que combinaba partes iguales de etnología, historia y antropología, reconocida ampliamente en el mundo académico, fundadora además de los estudios antropológicos sobre las corridas de toros, llevadas a tan buenos puertos en obras como las de Julian Pitt-Rivers. Sin embargo su obra quedó inconclusa por la temprana muerte que le sobrevino, pero supone uno de los hitos de la cultura tauromáquica a la altura de la lidia de Joselito a Barrabás, los naturales de Chicuelo, las elegías taurinas de Lorca o la composición enciclopédica del Cossío. Tales estudios sobre el culto al toro, su fértil influencia en el mundo intelectual, eran por irradiación objeto de estudio en la conferencia de Yolanda Fernández, precisamente situada en el mundo simbólico del toro en edades muy antiguas del hombre.

Del otro lado tenemos la interpolación: la barbarie animalista, integrismo radical que ni siquiera se detiene a pensar en el titular de la conferencia, su objeto o su relevancia hasta en la misma ideología antitaurina. Apuntan en cambio a todo lo que huela a taurino; disparan a discreción con los ojos cerrados y la lengua embutida para negar el diálogo, como los beodos prusianos en el más furioso colonialismo. A esto sería necesario añadir la triste vuelta a Europa de la censura cultural como preludio de la violencia, actitud propia del nazismo: irse en contra de todo lo que huela a tauromaquia, perseguirlo, quemarlo, golpearlo, arrojarlo, interponerle gritos, chillidos de bestia que cantan la voluntad totalitaria. El boicot al evento no representa el rechazo animalista a la violencia, pues muestra en cambio el grado de radicalismo del que son capaces cuando instrumentan su intolerancia. Luego, las agresiones a seres humanos, el arrojar por las escaleras a una persona reproduciendo así su propio salto al vacío. Son pelmazos de su fanatismo, piedras pesadas que no permiten avanzar incluso en una discusión razonada entre toreo y antitoreo que sirva para deponer el choque cultural al que asistimos. Porque en todo caso a estos descendientes del nazismo totalitario no les preocupa el curso moral de las sociedades. Incluso la escena de caerse al suelo mientras otro animalista graba el cuerpo caído como supuesta muestra de la agresión taurina, es prueba de su poco compromiso con la ética o con la verdad. Son fanáticos tarados de los animales, y por ellos son capaces a renunciar a toda noción de ética, hasta el punto de tirar por las escaleras a otro ser humano, rociar gas pimienta a una niña cuya madre tiene una tienda taurina, o intentar quemar o fumigar a gradas enteras de aficionados taurinos: son el nazismo.


Que no se rechace desde la "oficialidad" animalista la constante agresión física y verbal contra el aficionado taurino, hace cómplice audible a todo el movimiento de liberación animal. De hecho una cosa es consecuencia de la otra: la constante sindicación contra el taurino, el continuo ejercicio de la segregación y la intolerancia, la abusiva adjetivación diaria, componen la forma como los líderes animalistas susurran al oído de quienes arrojan taurinos por las escalas, les rocían gas o simplemente les acuchillan, como ocurrió en Bogotá con los novilleros en huelga de hambre. Rebotando, Álvarez de Miranda está del otro lado componiendo una grave historia que intenta entender la pasión de millones de personas por la tauromaquia. No es simplemente un atavismo cultural, transmitido por inercia a la generación siguiente; los antis son prueba de ello. El culto debe tener más explicación que aquella estúpida acusación de sadismo hecha sin prueba clínica aparente, reproducida en las getas más ignorantes del animalismo. Para Álvarez de Miranda el culto al toro era expresión de una complicada trama donde el animal era venerado por su poder genésico. El taurino lo observa como un animal sobrenatural, lo admira desde el paleolítico o lo corre por las calles en cada sobresalto social para conmemorar la unión con el hombre. El culto se rodea de símbolos que sintetizan la visión del taurino sobre el toro. No conmemoran víctimas, sino que explican la magnificencia del animal objeto de devoción y motor de una interpretación propia sobre la vida y la muerte. Sobre eso era la charla: una indagación sobre el toro como símbolo y sus interpretaciones históricas. Mientras los aficionados se reúnen para tratar de entender la problemática naturaleza de un fenómeno tan rico como profundo, otros llegan a patear las puertas. El toreo, esa tragedia, culmina con un sacrificio de veneración. Si esto último es motivo de alarma moral para el animalismo, ¿por qué lo ve con tan buenos ojos cuando en lugar del toro está el torero o el taurino? Todas esas conmemoraciones de las cornadas, las agresiones directas, la ubicación del homo sacer en el taurino, son barbarie, invirtiendo la retórica animalista. Barbarie contra la propia especie, renuncia a la razón; atropello ignorante con ecos de cisterna, donde en lugar de arrojar el cuerpo humano para saltar al toro cretense, se arroja al taurino por las escalas para romperle los huesos. Degenerados.

Pero esta barbarie, la animalista,  sí es real.

Adenda: el maestro Rafael Cabrera ha descrito los hechos. "una vez que se produjo la presentación se levantaron diez energúmenos y empezaron a exhibir pancartas y a insultar a la gente. Parte del público los invitó a salir del aula. Yo acudía a la puerta y evité que entraran más". Pero no se conformaron con armar espectáculo, sino que también acaeció "una escenita de una actriz que se tiró al suelo descaradamente. Afortunadamente había bastantes testigos e incluso un inspector de policía como público que se puso alerta a pesar de estar fuera de servicio, por lo que le podrá traer consecuencias".

En este momento se apeló al vigilante-jurado del centro universitario, pero al acudir a apelarlo por parte de un joven, los personajes lo agredieron lanzándolo violentamente contra el suelo, con el resultado fatal de que a éste se le fracturó el húmero consecuencia de la caída. "Yo intenté retenerlo, pero me propinó un puñetazo en el bajo vientre y huyó despavorido", afirma el propio Cabrera. Entretanto se personaron en el lugar tanto los servicios policiales para identificar a los agresores como los sanitarios para atender al herido.
"Desde la universidad siempre hemos tenido mucha amplitud de miras porque nos parece que el toreo es un fenómeno cultural más, y debía abordarse desde es te enfoque. Por eso intentamos siempre que tenga el punto de vista cultural.  Pero este tipo de manifestaciones liberticidas están fuera de lugar....", señala finalmente el propio Rafael Cabrera.
Fuente: Cultoro.
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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Manifiesto Libertario de Bogotá.




MANIFIESTO LIBERTARIO

Para nosotros, los aficionados a los toros, el toreo es una manifestación de alta cultura. No porque lo hayan cantado los poetas o pintado los pintores, ni porque Francia, burocráticamente, lo haya declarado patrimonio cultural intangible de su tierra. Sino porque es una actividad que se expresa de muchos modos y es a la vez muchas cosas: una fiesta, un rito, un espectáculo, un combate, un sacrificio, un juego. Y un arte.

Las artes se definen por sí mismas, sin necesidad de demostración teórica: son como el movimiento, que se demuestra andando. Y en consecuencia se defienden también por sí mismas. Pero el arte del toreo, como todas las artes, tiene un enemigo, que es el poder. El de la Iglesia lo ha perseguido durante siglos, el de las autoridades civiles ha querido prohibirlo en muchas épocas y lugares, tanto cuando son despóticas – dictaduras o monarquías de derecho divino –como cuando se pretenden democráticas en virtud del derecho de las mayorías a gobernar. Olvidando el otro elemento esencial de la democracia, que es el respeto por las minorías.

Es esta última modalidad de acoso la que nos tiene reunidos hoy aquí, ante esta plaza de toros de Santamaría arbitrariamente clausurada por el capricho de un alcalde, que lo justifica en nombre de la estrecha aritmética que le dio el triunfo electoral.

Los aficionados a los toros somos una minoría, y sabemos que nuestros gustos no son universalmente compartidos. Por eso no aspiramos a imponerlos sobre los de otras minorías haciéndolos obligatorios, ni queremos tampoco prohibir los suyos, que pueden ser tan variados como la ópera o las carreras de motocicletas o la práctica del espiritismo, las procesiones religiosas o las maratones de marcha a pie. Sólo pretendemos que, recíprocamente, no nos impongan los suyos ni nos  supriman los nuestros. No queremos ni mandar ni prohibir. Pero nos resistimos a que nos prohíban y nos manden.

No se trata únicamente de reclamar el derecho a asistir como espectadores a las corridas de toros. Se trata también de defender el derecho a elegir el propio oficio. En este caso, la profesión de torero, como lo desean estos jóvenes novilleros que llevan meses acampando frente a las puertas cerradas de la plaza de toros, como refugiados de una guerra. 

O como lo hicieron estas figuras del toreo venidas de España, México y Francia, y por supuesto también de Colombia, para acompañarlos en persona en una manifestación de solidaridad con ellos y de coherencia con sus propias vidas. Estamos aquí, en suma,  para exigir la libertad. La libertad de expresión. La libertad de elección. La libertad del placer. Contenidas todas en el eterno sueño libertario que es la prohibición de prohibir.

Quien quiera suscribir este Manifiesto, bienvenido sea. Ya lo haga por su afición a los toros, o por su interés en el arte, o por su tolerancia hacia los gustos ajenos, o por su respeto por los derechos de las minorías, o por su amor a la libertad.  Este es un Manifiesto para hombres libres.


Bogotá, 12 de noviembre de 2014




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viernes, 31 de octubre de 2014

Cuenta atrás para la gran manifestación taurina en Bogotá




Cada vez falta menos para el 12 de noviembre, fecha en la que la afición taurina de Bogotá celebrará una gran manifestación en los alrededores de la Santamaría, el histórico coso de la capital colombiana.

El acto, que comenzará a las 15.30 horas, contará con invitados de excepción: ya han confirmado su presencia grandes figuras del toreo como Palomo Linares, César Rincón, El Juli, Juan José Padilla, José María Manzanares, Miguel Ángel Perera, Sebastián Castella, El Fandi, Alejandro Talavante, Luis Bolívar, Daniel Luque, Iván Fandiño o Manuel Escribano. También estarán presentes todos los estamentos taurinos de la Fiesta Brava colombiana: ganaderos, empresarios, toreros locales…

Esta gran reunión servirá para pedir el cumplimiento de la sentencia de la Corte Constitucional que exige la reapertura de la Plaza de Toros. Además, se enviará un mensaje al Congreso de la República para solicitar que la Tauromaquia sea declarada Patrimonio Cultural Inmaterial en Colombia.

Los convocantes de la manifestación han adelantado que se leerá un nuevo manifiesto taurino redactado por el escritor Antonio Caballero y firmado por diversas personalidades del mundo intelectual, incluyendo aquí a Premios Nobel, escritores, poetas, pintores, escultores, científicos, músicos, artistas e incluso expresidentes.  

Por otro lado, esta gran reunión de la afición taurina en Bogotá servirá para rendir un más que merecido homenaje a los novilleros colombianos que, desde hace ya meses, permanecen encadenados a la Plaza de Toros de la capital colombiana, entregados a una heroica huelga de hambre con la que han conseguido que el regreso de la actividad taurina a Bogotá esté cada vez más cerca. 

          

                           

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miércoles, 29 de octubre de 2014

José María Manzanares







Octubre trajo la noticia triste, con la que ya no podía envolverse los mínimos dramas diarios: ha muerto José María Manzanares. En la distancia del tiempo, sin la posibilidad de verlo jamás, posibilidad ya truncada para siempre y por siempre, sin poder olvidar los distintos habitantes del Hotel Tequendama que andaban por los corredores, con cajetillas de cigarrillos para el maestro siempre a destiempo, y su forma de salir al vestíbulo con la sombra de la una de la tarde, gafas oscuras y chaqueta deportiva, el corte de torero esperando la puerta corrediza hacia la 26, que aún no ha sido reformada, pero que como siempre desembocará en La Santamaría. Allí hay varios hechos. Uno, el fundamental, la alternativa de Rincón, testigo de la ceremonia cuyo padrino sería Antoñete, día de esplendor para el toreo nacional en el que se reseña a un Manzanares apático, con sudor en los sienes pero sin perder nunca la compostura. Mientras Antoñete baja la mano y se deja enganchar, y Rincón es un sobresalto hirviente de inexperiencia o ganas, él, Manzanares, toreará a media altura buscando el gesto completo y lento, muletazos goteantes, llenos de empaque, aire: así sería su tauromaquia. Luego, otra vez, con Roberto Domínguez estarán en los salones de la élite capitalina, luciendo un bronceado que no es posible en nuestras tierras, y que evocaba una vaga idea de la felicidad, callando ellos mientras golpean con el canto de una cajetilla de cigarrillos el mantel que antes se ha planchado escrupulosamente por su visita, mientras todas las damas bajan la mirada y todo está en silencio. El resto no es materia de nuestra incumbencia, pero al día siguiente armarán en la plaza un alboroto mayúsculo, y el presidente de la República los saludaría desde el balcón oficial. ¿Recordaría estos días en la soledad de su hacienda, cuando dejara pasar un día y otro y luego los demás hasta la muerte? El avión de Avianca que siempre temblaba en las nubes, o aquella vez que la Santamaría se llenó de niebla y las barreras se adivinaban solo por el rojo de los sacos de las peñas taurinas, a donde también fue a parar el toro. Manzanares, es cierto que nadie lo veía, caminaba con garbo torero hacia ese toro en la niebla. Así en la muerte, maestro.








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viernes, 17 de octubre de 2014

Manifestación taurina de Noviembre


1.
La suma de la burla a la Ley y la violencia antitaurina nos arroja de nuevo a las calles a protestar. Suena sencillo, pero no lo es. Carente de una tradición contestataria, el taurino no está habituado a esta clase de acciones sociales. Le fue indiferente por siglos la protesta, pues su último precedente se remonta a casi medio milenio atrás, cuando los clérigos de Salamanca se echaran a protestar nada más y nada menos que contra el Papa Pío V y su bula antitaurina Salute Gregis. Fray Luis de León, un inveterado aficionado a los toros, ya había dado un primer paso levantando su voz de protesta contra el innombrable pontífice. ¡Un fraile, contra su máxima autoridad espiritual! Y no solo ello: también los clérigos burlaban la bula que les prohibía torear o asistir a corridas, con ardides tan valientes como disfrazarse de mujeres, o de simples labriegos laicos. Con la inquisición rondando por allí, nadie dudaría de llamarles toreros por su valentía y honor, y por su afición. Pero ese espíritu ha estado dormido por siglos, máxime hoy,  justamente en el momento en que no es prudente seguir ajenos y con tesis tan nimias como "la fiesta se defiende sola", "la fiesta se defiende asistiendo a las plazas" o "protestar no sirve para nada". En nuestro caso, las dos primeras se revelan inexactas, pues asistir a una plaza es solo eso: asistir a una plaza, y seguido, este acto, como la fiesta misma, ya no goza de la suficiente fuerza social como para defender al toreo por mera inercia. Ni el toreo se defiende solo, ni basta con abarrotar los cosos. Hoy hace falta algo más que llenar las plazas, pues hay bárbaros en las puertas, atacando sin obtener respuesta, por lo que avanzan. Y lo tercero, porque las vías de hecho y de protesta social sí funcionan, como demostró la huelga de hambre de los novilleros, cuya trascendencia social y mediática puso el tema taurino nuevamente sobre el tapete, lo que propició la sentencia.

Es difícil argumentar sobre el vacío a propósito de la necesidad de marchar, protestar, hacer plantones, defender en redes sociales y hacer activismo. Incluso quisiera ser lo suficientemente elocuente como para poder explicarlo, pero mejor es el ejemplo. En Bogotá seguiremos dando los primeros pasos, esperando la reproducción del ejemplo allí donde quiera que la Fiesta esté en peligro. Aquí hemos invocado la unidad de todos los sectores para ser una sola voz contra la antitauromaquia y la persecución. El próximo 12 de noviembre, a la hora en que sonaba el clarín con puntualidad taurina, estaremos reunidos en el portón mayor de la Santamaría reivindicando nuestra libertad cultural y exigiendo el cese de la estúpida persecución en nuestra contra. Seremos uno para pedir al Congreso que avale la Ley que declara a la tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial del pueblo de Colombia, como en efecto lo es a la luz de la más estricta antropología y legalidad. Con las figuras, con los toristas, con los ganaderos y los banderilleros, y con la afición en general y los toreros y los novilleros, las 34 peñas y clubes taurinos de Bogotá, los picadores y los monosabios de la plaza, y con todo aquel que desee sumarse al inicio: resistiremos.

                       

2.
Con qué asco se mira los acontecimientos. Hay que ser un poco duro de boca para describirlo todo.

Para empezar, lo que hace el alcalde Petro para incumplir la ley es un agravio imperdonable. La Corte Constitucional lo conminó a deponer sus ánimos prohibicionistas, y permitir correr toros en la plaza. Invocó para ello varios principios: la conservación del patrimonio cultural, la ilegalidad de la censura, el derecho al trabajo, al libre desarrollo de la personalidad, y el bloque de constitucionalidad que a través de seis sentencias y la exequibilidad de una Ley de la república, avalan la actividad taurina en Colombia. Este laberinto de lenguaje jurídico desde luego tiene sin cuidado al alcalde y a los antitaurinos, a los que le da lo mismo violar la ley como desconocerla. Mientras algunos patinan en la definición de la cultura sin siquiera haber abierto en sus caras vidas un libro de antropología o de ciencia social, otros se distraen prodigando piedras, cuchilladas, o aspersiones de gas pimienta a los novilleros en huelga: ambos casos son una misma expresión de la barbarie, la real. La antitauromaquia bogotana se está convirtiendo cada tanto en una general definición de la ilegalidad y la indecencia. Allí tenemos al disléxico que colecciona ballestas,  y que explicó su animalismo abandonando decenas de perros en un lote cercano a Choachi; a la crespa que se plancha el pelo y calla sobre las riñas de gallos por el tintineo del contrato que le dio el alcalde -acaso protegiendo el negocio familiar-, y finalmente a la inefable que cultiva con fe el derecho pero le da igual injuriar a los magistrados de la Corte, en un soliviantado irrespeto propio de quien odia a la ley y las instituciones. Esto por hablar de los "importantes", aunque se vuelvan bastante insignificantes cuando pelean por las sobras del negocio, y lo mismo les vale echar tierra con infamias al toreo que echar tierra a sus colegas, un día atacando al referendo, otro endiosando la consulta, y otro negando todo, según convenga. Pero hay que pasar por los aún más insignificantes: los pícaros, los violentos ramplones, los de la vitola de la adolescencia per se antitaurina, y también lela y pelmaza; hay que seguir de largo por los brutos de boca y pesados de mano, los ignorantes, los despreciables que reproducen el nazismo; de largo sobre los que creen saberlo todo sobre la tauromaquia por haber visto un vídeo antitaurino (!), los que no saben nada de la cultura ni el arte, pero tienen el poder de definir y negar; y luego la tropilla de los que solo usan el antitoreo para hacer mutis sobre su propia consciencia, y que saben tan poco hasta de antitauromaquia que le es difícil odiar. Bastante crudo esto, quizá para que el novel filósofo animalista levante la ceja, él, también encerrado en su onanismo sin entender que las tesis animalistas nunca, léase de nuevo, nunca serán abrazadas por la sociedad, y que este momento que atraviesan por Petro está incluso regado por cientos de goteos semanales de la sangre de aquellos gallos de pelea, por los que ciertamente nunca hacen o dicen nada. Nada. Porque nada son sus berreos si antes no anteponen una serie de cosas: respeto y sometimiento a la ley, honestidad para no faltar a la ética en su lucha, y el reconocimiento de los derechos humanos, donde se incluye el de la cultura, y con esto la imposibilidad de segregar, perseguir, hostigar, insultar, injuriar, incordiar o asesinar al humano con una cultura diferente. En lugar de esto lo que hay es un humillante (para ellos mismos) panfleto donde se amenaza de muerte a los novilleros en huelga.

Sí. Es bastante insignificante todo, pero también mueve a asco. Porque en algún momento la historia se tendrá que mostrarlos a todos como lo que son: ciudadanos jugando al antropólogo, al psicólogo, al político, mientras en realidad sus expresiones largas comprenden un rango que va desde la calumnia vil y la ignorancia fundamental hasta la cuchillada que le dieron la última vez al aficionado, cuando atacaron en gavilla el campamento donde los novilleros adelantan su huelga. ¡Y se creen una expresión del progreso moral, consciencia del tiempo y de la sociedad! Tamaño atrevimiento...

Hasta aquí el texto es un libelo furioso.




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miércoles, 15 de octubre de 2014

Los niños no tienen prohibido ir a los toros en Portugal



PROTOIRO CONSIDERA QUE LAS RECOMENDACIONES DEL COMITÉ DE DERECHOS DE LOS NIÑOS DE LA ONU SOBRE LA TAUROMAQUIA ESTÁN PLAGADAS DE PREJUICIOS Y CARECEN DE FUNDAMENTO

El informe que el Comité de los Derechos de los niños de la Organización de Naciones Unidas (ONU) referido a la Tauromaquia, está plagado de prejuicios y carece de todo fundamento. PROTOIRO, la Federación de Tauromaquia Portuguesa, denuncia que dicho informe se basa exclusivamente en informaciones de una conocida fundación antitaurina con sede en Suiza.  

En estos momentos en los que la crisis económica sigue teniendo un gran impacto, especialmente en la vida de muchos niños que viven en una situación de precariedad debido al grave deterioro económico de sus familias, nos parece que este informe va en la dirección opuesta. Queremos denunciar que este comité ha utilizado una parte de su tiempo no para ayudar a niños en peligro de exclusión social sino para establecer algunas recomendaciones completamente extemporáneas y fuera de la realidad que se vive ahora mismo en muchos lugares del Mundo.

PROTOIRO quiere denunciar también que las recomendaciones realizadas por parte de dicho comité de la ONU que supuestamente debe velar por los derechos de los niños, han sido promovidas por un lobby antitaurino profesional desde la Fundación Franz Weber, radicada en Suiza y que es la que financia y organiza logísticamente por todo el Mundo el movimiento abolicionista. Sin contrastar con otras fuentes, el Comité de Derechos de los Niños de la ONU ya atendió en marzo de 2013 las peticiones que le realizó esta fundación. Muy a la ligera y sin contraponer informes científicos independientes lanzaron conceptos como "el bienestar físico y mental de los niños" sin que haya la más mínima evidencia científica creíble de que la tauromaquia puede tener un impacto negativo en los niños.

De hecho, los estudios independientes demuestran lo contrario, como pasó con el que encargó el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, cuyas conclusiones claramente subrayaban que "no había base suficiente para sustentar científicamente una medida como era la prohibición del acceso a menores de 14 años a una plaza de toros". En este mismo sentido, PROTOIRO señala cómo millones de portugueses han crecido viendo festejos taurinos sin se que se haya producido en ellos un impacto negativo en la personalidad o comportamiento. Se trata pues de una mentira e intento vergonzoso de promover un prejuicio social contra la tauromaquia por parte de este lobby antitaurino.

Basta recordar que en Portugal las corridas de toros están clasificadas para mayores de 12 años, aunque esto es tan sólo una mera recomendación ya que los niños mayores de tres años pueden asistir a un espectáculo taurino acompañados por un adulto. En este sentido, la Entidad Reguladora de la Comunicación Social de Portugal afirmó en 2008 que "los espectáculos taurinos no son susceptibles de influir negativamente en la formación de la personalidad de los niños y adolescentes". Del mismo modo queremos recordar también que la Constitución de la República de Portugal tienen la obligación de promover el acceso a la cultura portuguesa a los niños como un derecho inalienable.

El propósito de la acción del colectivo anti es claro: ya que les imposible lograr la prohibición de las corridas de toros, buscan retirar el derecho de asistir a los niños a este tipo de espectáculos con el fin de eliminar el arraigo popular con el que cuenta la tauromaquia en muchos puntos del Mundo. Este comité aún no ha comprendido que la tauromaquia es buena para los niños por el profundo respeto y reivindicación de los valores y derechos humanos, al ser un espacio que transmite valores muy arraigados de nuestra cultura. Por otra parte, PROTOIRO observa que las recomendaciones realizadas por el comité de la ONU no tienen carácter vinculante.

Queremos hacer un llamamiento para que todos los países taurinos preparen una defensa activa y efectiva ante el Comité de Derechos de los Niños de la ONU desmontando el fraude que ha organizado la Fundación Franz Weber a través de sus distintas sucursales abiertas en diferentes países.

Por último, queremos declarar que en estos momentos en los que Portugal pasa por serias dificultades económicas, surge una fundación Suiza que en connivencia con la ONU pretende retirarnos la libertad de elegir de qué modo tenemos que educar a nuestros hijos. Esto sin duda es inadmisible y desde PROTOIRO vamos a luchar porque la verdad prevalezca y que los niños no vean coartados sus derechos, su libertad de conocer sus raíces y su cultura.

PROTOIRO
Federación Portuguesa de Tauromaquia


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martes, 23 de septiembre de 2014

El árbol de la vida, de Terrence Malick



Malick, quien al igual que Tarr nunca cursó cinematografía, sino filosofía, deja una obra cumbre del séptimo arte como su testamento. El árbol de la vida es una pieza de perfección intratable.

¿Qué se puede decir para encerrar tan inabarcable obra? Es la historia del mundo desde el instante mismo de la creación hasta la muerte de un joven texano en la Segunda Guerra Mundial, y la extensión de la muerte durante años hasta la consumación del Paraíso. Del cielo a Texas, de Dios a los hombres, del cielo a las bacterias y células que se reproducen en celdas espontáneas, El árbol de la vida es un canto a la totalidad, y sin duda, a la altura del inmortal drama de Bergman, lo más cerca que ha estado el Cine de desentrañar una relación fundamental con Dios.


La participación de dos estrellas taquilleras suponen las suficientes campanillas para desconfiar de la profundidad de cualquier realización, prejuicio infundado desde luego en esta cinta. Cualquier impureza actoral es desactivada por Malick merced a un impecable trabajo de encuadres capaces de captar el sentimentalismo de las actuaciones, y nada más. Es inolvidable el dolorismo ante la muerte en la interpretación de Jessica Chastain, o el gesto severo y vacío de Pitt, incapaz de articular una expresión mientras interpreta una tocata de Bach, o reprende a su hijo por cerrar el mosquitero de mala manera. La cámara flotante, de planos envolventes a los que luego Sorrentino rendiría culto, o el sabio manejo de la luz de la tarde y el amanecer, son cosas que conceden relieve a la supuesta planicie de una narración sin grandes sobresaltos, como sucede siempre que se narra la cotidianidad. Nunca contar la simple vida fue tan profundo, hay que insistir.



Pero la poesía visual de esta película, que inunda plano a plano el filme, es algo harto tratado. O se rechaza o se resiste la andanada de hermosas imágenes encadenadas sin otro propósito que hilar la historia misma de la existencia, desde Dios hasta la muerte. Sin embargo, el sentido del filme es lo realmente abrumador. Pocas veces una película me había llegado tanto como esta, incluso después de vista. Al igual que el concepto mismo de El árbol de la vida, la cinta se sigue reproduciendo incluso después de su último segundo.

         

Es necesario empezar por el título: El Árbol de la vida es en realidad un concepto cabalístico, propio de la tradición mística judía, y que intenta indagar sobre Dios y sus emanaciones en todo lo creado. El árbol sería así la descripción de toda la creación, pero al mismo tiempo el camino que debe andarse para llegar a Dios. Él se manifiesta regando lo que es por toda lo existente, y mientras más lejos se esté de él, más oscuridad y tribulación habrá. Es el mismo significado de la película, que no solo es el intento de captar la trama y la forma de todo el universo, sino también es la resurrección de uno de los grandes temas de occidente por excelencia: la tragedia de Job. El filme es así creacionista y deísta, pero también apóstata y rebelde, todo conjugado en un drama sublime.

El universo inicia con la gloriosa Lacrimosa compuesta por Zbigniew Preisner. Dios despierta en el Caos y empieza a emanar lo que es por toda la oscuridad, dando lugar a la creación. Mientras la majestuosa música de Preisner empata con las imágenes de la creación, Malick alterna el monólogo susurrado de las tribulaciones de Job y sus preguntas existencialistas. El resultado es impagable:

             

Pero esta gloriosa creación no es el inicio del filme. Es un bucle. Antes, convenientemente, los padres de familia han recibido la dolorosa noticia de la muerte de su hijo de 19 años. Este instante en realidad es un recuerdo futuro del hijo mayor de la pareja, quien en su edad adulta es interpretado por Sean Penn, un hombre rodeado de construcciones modernas, sofocado en sus gestos, atrapado en los ascensores y en la muerte pasada de su hermano, que rememora con los ojos cerrados, dando pie narrativo también al despliegue de la historia de su familia.

Mientras la madre está sola en casa, un hogar deshabitado por la guerra, el padre está junto a un caza bombardero P-47 a punto de despegar. Tanto las fechas, los objetos, la edad del hijo y la estructura del drama, dan a entender mediante elisión que el hijo ha muerto en la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Job, el hombre moderno lo tenía todo, y todo le fue luego arrebatado de sus manos. Sus propiedades se esfumaron en furiosos vientos, y sus hijos murieron en ese mismo viento. La dolorosa pregunta por Dios es al mismo tiempo la dolorosa pregunta por la existencia. Todo es expresión de Dios. Lo que hay arriba, es igual a lo que hay abajo, pues son reflejos. Así, el protagonista clama que nunca había visto la gloria que lo rodeaba, con la luz y los pájaros en el cielo. Job también lo clamó al entender que su drama era al mismo tiempo su redención definitiva. ¿Cómo salvarse? ¿Cómo encontrar la respuesta? Solo reconociendo que el drama humano es la más perfecta prueba de la existencia de Dios*.

         

Entonces el filme avanza desde Dios en el primer instante hasta Texas en el siglo XX. Una familia nace. La historia de la vida de un niño, vista con extremo filtrado desde un lenguaje solamente cinematográfico, se despliega desde el enamoramiento de los padres hasta la redención en el paraíso en un futuro dislocado, donde todos son niños y adultos a la vez. Dios entretanto ha flotado como inaudible presencia en los árboles vistos en planos picados y contrapicados, en la cenital luz del sol cuando amanece y atardece (Oh, gloriosa fotografía),  o en la sugerencia de unas cortinas movidas por el viento. Detalle a detalle, el filme es poesía visual pura, pues El árbol de la vida dice que todo es expresión de Dios.


Descabellos

* La idea es un escándalo, sin duda. Pero como decía Nicolás Gómez Dávila, "Pretender que el cristianismo no haga exigencias absurdas es pedirle que renuncie a las exigencias que conmueven nuestro corazón". Este es el significado de la historia de Job: la inexistencia de Dios no es sinónima de la ausencia de bien en el mundo. Que haya maldad, no excluye a Dios, sino que inicia una historia profunda. El dolorismo de la gracia recuerdan fuertemente la salvación por crucifixión, los partos entre la luz, las caídas en desgracia, y todas las formas necesarias para que haya una posterior redención.  Job dramatiza esas formas en una historia donde el castigo es el premio a la vez. Las llagas en su piel descubrieron luego una nueva y duradera juventud, y sus propiedades arrasadas sirvieron de asiento a nuevos bienes más gozosos. Idea compleja desde luego para la mentalidad de las más modernas casuísticas de rigidez matemática. En fin, pienso que a don Nicolás le hubiera fascinado el filme de Malick, pues explica de forma poderosa el esplendor del drama humano, donde solo puede leerse una huella divina para admitir su perfección, su belleza, su esqueleto dramático como una forma de arte y trascendencia. La perfección estética y dramática de la condición humana, son pues prueba de la existencia de Dios, aseguran. Al drama humano también llega el árbol.

Si alguien se antoja, aquí pueden ver la película.
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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".