sábado, 8 de agosto de 2015

Rafaelillo y Ratón de Miura


Con los caireles tinturados de dos sangres, Rafaelillo le pegó al Miura unas verónicas de codos altos, antiquísimas en su poder y estética, para luego rematar con una media antoñetísta, vista con añoranza de inmediato; bastó poco más para traernos de inmediato una vaharada de toreo antiguo, capaz de resucitar la afición posmoderna más maltrecha. Al principio bastó solo su corte, torero de traje oscurecido por el sudor y de rostro brillante por lo mismo, como aquel grandioso prodigio de Gelves ante los descendientes de Diano en el 14, cuando se dijo que sudó tanto que al salir en la sillín a hombros, tras firmar una de las grandiosas cimas del toreo de todos los tiempos, el líquido le escurría copiosamente como un testimonio brutal sobre la dignidad. Lo llevaron hasta el Hotel Palace, con el puño en alto. "Figuras como Manolete, Pepe Luis Vázquez, le cogieron el aire [a los Miura] porque eran muy buenos", dijo el oráculo de Molés en la transmisión. Dejó por fuera el periodista a una legión de toreros que ofrendaron su sangre en la arena ante los toros de la leyenda, mortíferos cornúpetas, pellejos sabios, pezuñas endurecidas por la ira y la raza, cabezas homicidas, brutas para el arreón inesperado, y esqueleto largo al que es necesario pasar completo en el muletazo, extendiendo el brazo hasta el dolor de todos los tendones...frente a esta suma de dureza, un torero, Rafaelillo, hizo el toreo desmayado, profundizando sobre el natural que había insinuado en Madrid frente a Injuriado, esta vez consiguiendo la ligazón toreada (sin desprecio de corregir el sitio entre muletazo y muletazo, pues ligar es encadenar el toreo, no hacerlo quieto) y el reposo total del cuerpo ante semejante ejemplar, en el centro del verano más caliente del que se tenga recuerdo, diría Hemingway, solo que esta vez fue cierto:

           

Para los menesteres del entendimiento sobre la lidia, prefiero ceder de forma abusiva los trastos al amigo Pepe Morata, quien escribió en el portal Pureza y Emoción:

"En quinto turno sale el que responde por “Ratón” y que es un tío con toda la barba. Con el número 66, también con pelaje cárdeno, cuatreño y hierro arriba. De fachada entroncada con la rama Gallardo, tronco cilíndrico, badanudo, manos cortitas y formidable riñonada, pudiendo confundirse sin gran pega con un pabloromero de antaño. La cara fosca provista de una testuz rizada donde bien se puede echar una partida de frontón, pitones sucios verdosos y una durísima mirada le dotan de una seriedad imponente. Le baja los humos Rafaelillo con unas verónicas sacando los brazos plenas de mando y poder. Toma una primera vara a cargo de Agustín Collado haciendo una muy buena pelea, encelado y empujando con los cuartos traseros, para cangrejear con descaro en el segundo envite. El garlopo es pronto y alegre en banderillas y llega al último tercio embistiendo con la cara alta pero con muy buen ritmo. Formidable el inicio de faena de Rafaelillo, primero arrodillado y después sacándoselo a los medios con embraguetadísimos muletazos. El trasteo es un clamor de principio a fin pero el toreo al natural alcanza gotas de impresionante emoción. Con la muleta empuñada por el centro del palillo y planchada, enganchando siempre por delante la embestida, exponiendo la femoral, pasándose la mole por la misma faja y vaciando el muletazo en los riñones. Con la plaza ya al rojo vivo, firma otros tres naturales citando de frente en la misma boca de riego de impresionante factura, enormes, rebosantes de torería y pureza, un deletreo del arte del Toreo de la alfa a la omega. Tres naturales para guardarlos en la retina para toda la vida de un aficionado. Cuatro pinchazos previos a un formidable volapié ponen tierra de por medio al corte de trofeos pero no al clamor de Valencia que lo obliga a recorrer el anillo en una apoteósica vuelta al ruedo. ¡Formidable tarde la que ha brindado Rafael Rubio “Rafaelillo” en Valencia!"



En las reseñas de las grandes faenas antiguas, la presencia de los pinchazos no restaban un ápice a la calificación final, siempre y cuando estos fueran en lo alto o engendrando bien la suerte. Pudiera ocurrir que el toro se arrancase a destiempo, distraído por algún estímulo inoportuno en el tendido. Pudiera que señalase el matador un grandioso pinchazo en todo lo alto, pero que el de cuernos no descubriese entre los omóplatos, juntando los huesos. La honestidad al momento de torear se intuye incluso cuando el matador falla. Tal sensación nos llena cuando Rafaelillo está frente al Miura, pese a cuatro enganchones y cuatro pinchazos, unos señalados de buena manera y otros condicionados por la cabeza del toro, que no cejó en perseguir la faja del torero durante toda la lidia. Solo por lo anterior es posible entender en toda su magnitud el mérito de esta faena. En el toreo de Rafaelillo hay una lidia implícita siempre, capaz de solucionar los problemas de toros tan cambiantes, hasta hacerlos ver como francos y boyantes. Fíjese, por ejemplo, la atención en los dos enganchones, a los que Rafaelillo responde castigando por bajo con la muleta oblicua, todo en la misma serie, para luego torear con figura erguida ante el resultado de su propia lidia. Había atemperado la ira de un Miura con dos incontestables muletazos. Se dice fácil, tanto que da vergüenza escribirlo.
Lejos del desgarrador llanto de Madrid, esta vez Rafaelillo dio una vuelta al ruedo dignísima. Era consciente de lo que había logrado.


Luego hay que proseguir por el resto del verano, circo infeliz de festejos medianos con vocación de acontecimiento. Allí se lucen los dudosos descendientes de El Gallo puestos en menda por panegiristas mediocres, obtusos en su revisionismo histórico, capaces de rebuscar razones hasta en la pierna amputada de El Tato para justificar la pierna retrasada de las figuras actuales. Es cierta la idea de que ni puestas una encima de las otras, todas esas faenas en los bastiones veraneantes y vacacionales de esta época, que comprende el paréntesis entre Pamplona y Bilbao, con todo su sol en lo alto, no le hacen ni un poco de sombra a la grandiosa faena de Rafael Rubio, Rafaelillo, a un Miura en Valencia muy alejado de su sombre, pues fue llamado Ratón.



Notas: las fotos bonitas son de Javier Comos, un aficionado muy decente. 

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".