miércoles, 17 de junio de 2015






Enmascarado como un combatiente de lucha libre mexicana, allí, atrás del alguacilillo vestido de charro, este inútil personaje agitó el avispero de la siempre nerviosa polémica taurina el pasado fin de semana, mientras la opinión taurómaca obviaba una carta que explicaba los motivos del suicidio de Juan Belmonte.

La materia de escándalo puede ser descrita con facilidad: lo que antes estaba guardado en el nicho del "toreo cómico", aquel desfile circense de enanos simpáticos, superhéroes de Hollywood en trajes desteñidos o remendados, desempleados dispuestos a dejarse vapulear por una vaquilla para ganarse el pan, ahora, por acto de desesperación y publicidad, da un salto exponencial; se pasa del toreo cómico al toreo litúrgico para hacerlo la misma cosa. Es como si mañana un enano vestido de American Captain hiciera el paseíllo con Diego Urdiales, y alternase con él en Mont de Marsan. Lo que ha hecho este "Fantasma" es romper la película que dividía al toreo bufo de la corrida de toros, todo por su santa voluntad de hacerse con la carrera que sus limitados dotes lidiadores no le permitieron a rostro desnudo.


Este "Fantasma", cuya habilidad para esconder su identidad le duró un día, ha sido reconocido como Ricardo Leos. Da igual. Puede llamarse como sea, pero su rostro tapado, a efectos de la corrida, recuerda la mixtificación de la pornografía japonesa, pixelada para revestir una última barrera de pudor pese a lo explícito de sus formas. La anterior idea es de Sizek, desde luego, pero puede pensarse en este caso, donde un hombre se tapa la cara precisamente para que todos se fijen en ella. Distinto al parche de Juan José Padilla o al ojo de cristal de Leonardo Hernández, este Fantasma se vale de una forma compatible con el toreo cómico, como lo demuestra la misma historia. Los enanos disfrazados de superhéroes que torean vaquillas son conscientes de su grado de parodia con respecto a la corrida. Son una caricatura del ritual. Pero ascender a la corrida esa caracterización, solo resulta como una parodia ofensiva a la condición de ser torero cuando se hace dentro de la corrida de toros donde se lidia y da muerte. La diferencia debe entenderse.


La invasión que esto supone es al mismo tiempo una idea sobre la frivolización de los valores taurinos, atacados por la sociedad afuera de los muros, y disueltos en mayor grado en los interiores de nuestra fortaleza, golpeados una y otra vez por deshonras como el ataque de toreros a los tendidos, la imbecilidad antitaurina de medios como Mundotoro*, la falta de épica en la mayoría de las lidias, entre otras lindezas que resultan en la pérdida de temor a violar las leyes del toreo. Que un sujeto toree en corrida de toros ataviado a la usanza bufa es por lo menos una ofensa mayor a los toreros caídos en el ruedo, puestos al nivel de las inofensivas mojigangas que desde siempre han servido para hacer reír y no para conmover con los tremendos lances éticos y plásticos que produce la liturgia taurina, último gran ritual sacrificial de occidente.

Con lo que la cuestión sobre este torero, de raquíticos méritos propios, debería hacernos reflexionar sobre qué es lo que hace perder el respeto a la tauromaquia incluso dentro de las mismas filas de toreros. No es de hacerse esperar que algún listo empresario mexicano lo contrate por temporada y lo lleve en gira mediática ofreciéndolo bajo la promesa de hacer la graciosa experiencia del circo una análoga a la trascendente experiencia, por ejemplo, de la Misa.


Hay incluso otra cuestión desoladora: no logro ver la diferencia entre el torero enmascarado, acaso un rezago del tan peculiar pintoresquismo americano, y los toreros que, por vía contraria, enmascaran al toro, disponiendo su falsificación en cosas como bóvidos afeitados, sin edad, sin la entidad suficiente; esos toreros, que también parodian los valores de su propia profesión, ora gitanos beodos, protagonistas de las portadas de Hola, falsos maestros del encaste único, hacen lo que el Fantasma: poner una máscara al toro de lidia, para que no veámos que bajo la tela se esconde un animal impostor. ¿Qué será peor para nosotros? ¿El torero fantasma o el toro fantasmagórico? Ejemplos sobran e incluso abundan. Si el Fantasma invade la corrida seria con los moldes de la corrida cómica, estos sujetos hacen lo mismo: en ocasiones muy abusivas, invaden la corrida bufa y sus parodias bajo el molde de la corrida seria, al degradar los valores de la corrida de toros. Pero desde luego toda la infatigable corriente de la diaria indignación taurina, jamás enfocada a puntos correctos (como defenderse de la ofensiva antitaurina), seguirá cargando contra el pobre Fantasma, hombre que incluso a exteriorizado su intención de torear en Madrid, desde luego porque detrás de una caperuza es más fácil ir soltando cada insolencia.

La corrida seria, litúrgica, ritual, estética y realista no es para bufos.


*A este portal, que graduó de "taurino" al reconocido antitaurino Murakami, y que desoyó el pedido de los aficionados para evitar el amarillismo contra Jiménez Fortes tirando una galería de 40 fotos sobre su cornada (como si con una sola no les valiera para ser indecentes), sus editoriales solo le alcanzan para demonizar a los toristas. ¿Qué clase de periodismo sería el de un medio que da falsa información sobre los protagonistas de sus noticias, ayuda al ataque de las celebridades que reseña y finalmente ataca a sus propios clientes con insultos? Eso solo ocurre en la tauromaquia, donde hay portales Fantasma.

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".