«Dos toreros muertos en un largo día, y la sociedad contemporánea se esfuerza por explicarnos la altura y la dimensión de su moralidad. Con sus tremendos tambores han arremetido furiosos en la celebración de la muerte, mientras nos tachan de inmorales por creer que también celebramos la defunción de los toros; nos observan a través de las rejas, con la actitud que adopta el visitante del zoológico al que tanto detestan.
Pues yo digo lo siguiente: para nosotros los taurinos, la muerte no es un asunto superfluo, tan remediable como para hacer de él una celebración propia de estadio de futbol. La muerte del toro para el taurino es tan absoluta, que lleva miles de años configurando sus ritos, y por lo menos tres siglos haciéndola coincidir con una expresión artística tan resueltamente elevada como real. Búsquese otra expresión humana tan compleja, tan problemática y a la vez tan rica, y no se encontrará ni la sombra de lo que es la tauromaquia. Compárese con el antitoreo más bruto, capaz de celebrar la muerte del torero como si de una anotación se tratase, y se entenderá que todas esas banderas que enarbolan en nombre de la moral, resultan y son ridículas.
«La mayoría inválida del hombre», clamada por el verdadero César de América (ni Girón, ni Rincón, decididamente Vallejo), se refería a ese ser que solo está lleno de pasado y de futuro: es el gran inválido moral de la historia, quien alza alarmado sus manos por la muerte de los animales, y las baja para aplaudir por la de cualquier hombre, en especial de ser torero. Un ser que se cree adelantado a su tiempo, futurista, pero que no es más que una nueva versión de la inconsecuencia ya pasada y conocida. Porque un mundo donde interese más la muerte de una jirafa en el zoológico, que los 110.000 niños a punto de morir por desnutrición en África, es un mundo que se burla de sí mismo, y también de los hombres muertos ante nosotros. Han querido enfrentar al toreo con el animalismo sin sentir sonrojo, porque a la vez el animalismo los estaba despreciando. Pero hay que tener el coraje para decirlo, como lo tuvo Carruthers entonces: el animalismo es un síntoma de la decadencia moral de occidente».
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«¿Qué esperar entonces en la sombra del mundo, para este hombre inválido obligado a avanzar hacia los buses atestados, las televisiones vacías y los discursos políticos adulterados? Lo que clama Susan Sontag ausente en la inválida sociedad posmoderna: «un espacio para la seriedad». El toreo es una seriedad moral, una seriedad artística, y una seriedad cultural, por cuanto todo lo suyo está al filo de la muerte».
(Pueden seguir leyendo la entrada aquí, o bien ingresar a http://ateneowelles.es/blog/?p=34 . Escrita de forma exclusiva para el Ateneo Taurino Orson Welles, esta diatriba mínima tiene lugar un día después de la muerte de dos toreros en México, y un día antes de la tragedia donde tres toreros cayeron en Madrid ante una corrida casi sexteña de El Ventorrillo. Entonces pudo comprobarse el espectacular despliegue de inhumanismo del que el antitaurino es capaz, en su tardo regodeo por el dolor y la muerte de los hombres de luces, cosa desde luego contra todo pronóstico de la supuesta evolución moral que implica la adopción multitudinaria de una postura antitaurina en la sociedad posmoderna. Como nunca pudo verse la bajeza de una época que invoca a la ética para condenar las corridas de toros. Esta contradicción se muestra como una poderosa sugerencia: el antitoreo no es una evolución).