sábado, 7 de mayo de 2016

José Tomás en Jerez






Feria del Caballo de Jerez 2016: resumen de la corrida del sábado 6 from TorosJerez on Vimeo.




José Tomás hace el toreo sin toro, lo que en últimas es una metáfora de esta época donde se comunica sin hablar, se hace política sin ideas, o se hace literatura sin apuntar a la profundidad. Desbaratado por su propia leyenda, el torero de Galapagar se encarga tarde a tarde de romper su compromiso con la historia. Es una regresión platónica, donde el hombre se rehúsa a la magnitud de la vida y se complace viendo su distorsionada sombra en las paredes de la caverna. A Nietzsche le hubiera gustado decir que el toreo de Tomás, en ésta época, es un platonismo invertido, luego de haber sido nada más que la realidad misma. José Tomás fue, en determinada época del toreo, toda la pureza posible...Toda la brutal realidad de la verdad posible. Su tauromaquia llegó como colofón a la brillante historia del rito, y debió abolirse entonces. Es imposible lograr tal grado de ortodoxia que en aquel 97, del que hoy solo quedó un manojo de gaoneras fundacionales, echando el peso del cuerpo hacia adelante en el embroque, lejos de los tirones de los pequeños toreríllos que imitan al grandioso Rodolfo Gaona. José Tomás, un consumado lector de Hegel, pervertido por Corbacho se inició en el camino de la negación, la renuncia al cuerpo, la pérdida de ambición material. Su toreo puro terminó convirtiéndose en el frenesí de un kamikaze que acelera en picada contra el USS Santee, o del Mishima decapitado en prime time ante las pantallas de televisión de todos los japoneses horrorizados. José Tomás renunció a su cuerpo, y con eso a la compostura sabia de Antonio Ordóñez, que rara vez permitió un manchón de sangre en el traje, pues sabía parar, templar, cargar y mandar. Y no es que el toreo de Tomás hoy esté mal. Al contrario, la sombra de su pasado sigue suscitando momentos de esplendor taurómaco, como aquella encerrona de Nimes. Su capacidad de establecer la quietud y el abandono, hace que aventaje por mucho al resto de toreros de su época, y su interpretación de "cargar la suerte" resulta cuando menos elogiable. El lío es que sin Madrid de por medio, José Tomás se asimila más a un Rafael Guerra, grande en contraste de su miserable época, y no a un Joselito El Gallo, que lo lograría de atarse los machos y plantear una temporada de responsabilidad iniciando y terminando en la primera plaza del mundo, ante la cátedra. ¿Pero qué motivo hay para hacerlo? ¿Vale la pena morir por una afición como la de hoy? Quizá Tomás habría lidiado a Bailaor en 1920 un paso adelante de Gallito, pero hoy, saciado con nuestro fanatismo por él (y del que participo tanto como todos los que lo odian y aman, y lo convierten en el centro de la tauromaquia con un solo anuncio), no le hace falta. Estaremos colgados de sus naturales cargando la suerte, rara avis de esta época donde toreros como José Adame tienen más de 30 tardes al año, cuando deberían estar pareando en banderillas como peones. Hoy, 2016, la grandeza de José Tomás solo se explica por la cortedad de los demás, y porque es un hombre dispuesto a morir por algo elevado. José Tomás es un santo, en el sentido que Cioran le daba al término. Tomás es el último sacerdote del toreo, el único en entender que la zafiedad de las cámaras televisivas son un insulto al rito. Lentes y flashes que ya incluso se paran frente a los toreros en el paseíllo, junto a los inermes alguacilíllos que hace dos siglos hubieran arreado con fustes y sables a los invasores del ruedo, tal como dicta su función. Y mientras llegamos al momento en el que los fotógrafos y camarógrafos se pongan junto al toro y al torero en medio de una serie, en Tomás aún pervive algo de la ceremonia, algo de la liturgia, algo de la tremenda verdad que supone salir a morir para vivir en medio del rito de los toros.

Luego de mi desahogo con esta parrafada pretenciosa, he de decir que lo de Jerez explica lo dicho: una faena pura -para esta época-, con ajuste, codilleando al natural; luego esas gaoneras ortodoxas, estocadas dando de comer, naturales apegados al cánon, estatuarios escalofriantes, y sin embargo con un semoviente abundante en nobleza, americanizado de astas, de una casa tan vilipendiada como Núñez del Cuvillo. Sin el toro de Madrid, José Tomás no tiene la magnitud que él mismo se merece, porque el toro de Madrid es el espejo más certero que existe en el mundo, devolviéndole siempre a cada torero la exacta forma de lo que es, con todas sus limitaciones y virtudes, o la fea belleza de la verdad, as Stendhal said.



Las dos fotos son de Arjona, estirpe de fotógrafos que debería mirar Tomás como ejemplo.

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".