domingo, 5 de julio de 2015

Forcados -La épica de Marcelo Lóia en Lisboa



PEQUEÑA Y PRESCINDIBLE INTRODUCCIÓN PERSONAL
Hace mucho tiempo quería escribir sobre los forcados. Vista la grandiosa complejidad cultural del tema, conocida su conmovedora ética del heroísmo, creía que era necesario investigar antes de escribir nada. Compré algunos títulos sobre forcados en la internet (Jackson Nichols,  Almeida o Sousa -con un título tan sugestivo como "Objectos perdidos na memoria de um guerreiro (forcado)"-, El paradójico lujo de ser forcado"), con la esperanza de hacerme con los suficientes arrestos intelectuales para el tema. Estaba dispuesto incluso a leer todo lo que pudiera, diccionario de portugués en mano. Navegué a fondo, conocí la historia de Sequeirinha, de António Gomes Abrey (una suerte de Joselito, pero en forcados), de Nuno Salvacao Barreto (cabo por 50 años del grupo de forcados amadores de Lisboa; casi nada).o de Simao Luis Reis, que practicó el toreo a pie, el rejoneo, pero terminó decidiéndose por "pegar o toiro" en el grandioso arte del forcado, en una renuncia al toreo regular que bien valdría una buena novela taurina, o por lo menos recordarlo, tenerlo presente como "gesto".  Vi muchos vídeos, algunos de ellos verdaderamente épicos, y me sentí subyugado por una nueva clase de afición.

Dentro del gremio de los que importamos libros, circunda una suerte de maldición que nos hace propensos a ser estafados por anónimos vendedores extranjeros que toman el dinero y jamás envían nada. Muchos colegas y amigos que importan libros ante la ausencia de buenos títulos en las librerías nacionales, han sufrido tremendas pérdidas por confiar su inversión a vendedores desconocidos en Amazon y otras plataformas similares. Hay casos dramáticos de colecciones completas de enciclopedias forradas en cuero que jamás llegaron a manos de sus compradores. Por años me sentí impune a esa maldición. Compraba y obtenía mis títulos en la puerta de mi casa luego de fatigosas semanas en las aduanas nacionales y uno que otro impuesto extemporáneo. Impune, hasta que un mismo paquete con un libro de recetas para postres (!) y mi pack de forcados se perdió en el tiempo y en el espacio, aún hoy. Antes, había tenido un cotilleo con otro libro taurino: el Antes y después del Guerra, comprado en Buenos Aires a un precio exagerado y jamás recibido en casa. Escribí incontables veces al vendedor tras pagar el precio, y solo hasta que vio su bandeja de entrada llena de mis reclamos-súplicas, se disculpó diciendo que jamás había tenido ese título, que no sabía la razón por la que Amazon había catalogado a Bleu en su librería, pero que con gusto me devolvía hasta el último centavo, cosa que por cierto hizo (no todos los argentinos son como cierto enquistado en Barcelona). Finalmente, pude comprar a un precio peor el libro de Bleu en España en una perdida librería de Alicante. Hasta el libro de Bleu llegó, pero nunca mi caja con libros de forcados y recetas de cremas francesas.
Nunca más volví a cocinar un postre en mi vida, pero no dejé de ver forcados:



   


Estos vídeos, correspondientes a la misma corrida de Fernandes de Castro, ocurriendo hace apenas algunos días en Lisboa, en medio del gran siglo XXI que clama contra la autenticidad del heroísmo  y la reemplaza por una patética piedad hacia lo doliente. ¡Qué gran reivindicación de lo verdaderamente moral y positivo de la vida y la muerte! 
Marcelo Lóila, forcado cabo del grupo Aposento do Barrete Verde de Alcochete, pega un par de  torazos inconmensurablemente poderosos, solo ofreciendo su cuerpo desnudo, sin armas, sin artificio, solo corazón y brazos al frente y luego aferrarse a la muerte como única posibilidad de vivir. Ver interminables veces estos vídeos es conocer un vestigio actual de lo que es realmente la tauromaquia. 


Par de torazos que fueron protagonistas de las pegas en jueves pasado en Lisboa.
Si pudiera deshacerme de esta sensación de gloria que experimento al ver el par de pegas, sería fácil ser antitaurino. Los toros, un respetable burraco y un negro con la cruz de Atanasio a kilómetros de distancia, además de respetables de estampa tuvieron un poderoso cuello y motor en los cuartos traseros para arrear en la embestida de forma que cualquier obstáculo frente a su movimiento sería despedido por los cielos con la misma facilidad con la que una retroexcavadora rompe una pared de cristal delgado. Pero Lóila se aferra con una fuerza inhumana a estas embestidas de locomotora sin soltarse jamás de ellas, pese a que los toros derrotan enloquecidos y arrean metiendo riñones como si estuvieran apretando un caballo de pica. El cuello de los toros, no lo perdamos de vista jamás, puede dejar en suspenso en el aire al binomio de picador y caballo de pica, que suelen pesar más de 600 kilos por los espesos percherones que se usan hoy. ¡Pues estos toros con dicha fuerza fueron los que atropellaron al forcado, sin que este se soltara mientras sus compañeros caían en el camino del toro cual fichas de dominó! Si el forcado cabo (el primero que recibe la embestida) cae al suelo deshaciendo la reunión con el toro, la pega queda invalidada y debe hacerse una nueva "tentativa". El cabo debe sujetarse en la cara del toro mientras sus siete ayudantes intentan inmovilizar al furioso animal, todo a mano limpia. Suena incluso ventajista, pero cuando te atropella una bestia de media tonelada que galopa contra ti y estás solo por unos pequeños segundos, no hay tal ventaja y sientes un golpe seco en las costillas a menos que te sepas tirar encima de su cabeza milésimas de segundo antes de que te toque. Es una compleja y bella forma de simbolizar todo enfrentamiento entre los toros y los hombres, verificados de los albores de la civilización hasta nuestros días, con toda su carga dramática, moral y estética. Cuando los hombres detienen al toro tras jugarse la vida con sus movimientos, solo puedes admirar el triunfo de la inteligencia contra la fuerza, pero sobre todo del espíritu contra la materia más poderosa. 
Particularmente esta secuencia de fotos logra emocionarme, como si viera la pega sucediendo en locomoción: 





Marcelo Lóia aguantó con heroísmo la embestida de sus dos toros sin soltarse y consumando las pegas a la primera tentativa. Sus compañeros caídos se incorporaron a la metralla del toro con el forcado, minotauro invertido que fue dejando hombres tirados en la arena, como testimonia la emocionante foto del reguero de gorros y zapatillas que sirve para abrir este texto. Lisboa de pie aclamaría al forcado, obligándolo a dar dos vueltas al ruedo en medio de una unánime ovación, sinceramente agradecida tras aquellos trances vistos, donde se había dejado de patente que la tauromaquia es una escuela de valores y un valioso reducto sobre la autenticidad y la valentía. Quisiera poder describir la grandeza de lo vivido en Lisboa el pasado jueves, roto y conmovido por esa prenda de arrojo con la que el forcado se aferró a los cuernos como algunos nos aferramos a la tauromaquia cuando la política, el falso arte, la enemistad o la basura nos hacen sentir desprecio por nuestro siglo.
De alguna forma, mi caja de libros perdida por la estafa acaba de llegar a mi casa.


                                

Nota sin texto: En 1836 la reina María II de Portugal** abolió la muerte a rejón del toro en los ruedos lusitanos. Ella legisló  para que los mozos encargados de defender al Rey ante las multitudes, valiéndose del bastón llamado "Forca", fueran los encargados de pegar (se entiende que el vocablo no significa lo mismo que en castellano) al toro como sustitución a la muerte. Aunque en Portugal muchos aficionados reivindican la muerte del toro en el ruedo, la mayoría han aceptado de buena gana este mecanismo de "sustitución simbólica". El toro, al detenerse por las manos limpias de los forcados, simbólicamente muere al no poder moverse, pues la quietud es la contradicción de todo toro de lidia. De hecho en el siglo XIX la pega del forcado guarda mucha similitud con la suerte de matar el toro a estoque, que también se hacía recibiendo la embestida, por lo que el paralelismo es más que esperable. Sin embargo, la práctica de detener toros a cuerpo limpio no fue una invención monárquica, sino que es una práctica común devenida del festejo popular portugués de la Capeia, donde los hombre detienen al toro tras una armazón de madera que sirve para proteger y contener a la vez. La fuerza de los toros al empujar contra la estructura de madera hace que los hombres vayan describiendo un círculo en los movimientos hasta que finalmente logran centrar al toro.

**Post data: Campo Pequenho me aclara que la reina María II no fue quien abolió la muerte del toro en el ruedo y que los forcados existen desde el siglo XVII, cosa que es idea de este texto al hablar de la influencia de la Capeia en la práctica.


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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".