lunes, 25 de noviembre de 2013

24 horas sin toreo en Bogotá, pero cinco siglos de gloria taurina


La inminencia del pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre el perjuicio a la libertad de los taurinos en Bogotá tras la velada abolición que efectuó Gustavo Petro, tiene algo intranquilos a los colectivos animalistas de la capital del país. Para simplificar las cosas, acaso de un modo algo abusivo, recordemos los precedentes y los contextos del caso: la Corporación Taurina de Bogotá, entidad que organizaba las corridas de toros en La Santamaría, interpuso una tutela que invoca el cumplimiento del derecho a la libertad de expresión, y en segunda medida, el derecho al trabajo. El derecho a la libertad de expresión, consignado en el DDIIHH, estipula que no puede ni cohibirse ni perseguirse al ser humano en función a su cultura, preferencias sexuales, identidad o género. ¿Y cómo altera este derecho al ser humano taurino cuando se efectúa una prohibición de las corridas? La tauromaquia, como una expresión cultural protegida por los estados firmantes del Convenio de París de la UNESCO en 2005, ha sido blindada en países europeos como Francia y España bajo el cánon de Patrimonio Cultural, y tan solo el 5% del territorio portugués carece de este tipo de declaración. La Corte Constitucional, órgano que en pasadas sentencias ha dejado en claro la irrefutable naturaleza de expresión cultural de la tauromaquia, seguramente se pronunciará en sentido positivo para los taurinos invocando que la prohibición velada de las corridas en Bogotá, viola el equilibrio reflexivo que debe haber entre los supuestos derechos de los animales (legalmente hablando) y los derechos humanos en materia de libertad de expresión e identidad cultural. Está fuera de toda duda desde una visión correcta, esto es, antropológica, que la tauromaquia es una cultura, y que en torno a ella se teje la expresión e identidad de una minoría con derechos. La velada prohibición de las corridas de toros en Bogotá viola estas libertades civiles.

Se ha hablado al principio de la publicación sobre la intranquilidad de los amantes de los animales, y se ha puesto por prueba una foto donde el ciudadano Felipe Alejandro Riveros lanza una pregunta al aire (clic en la foto de arriba para verla completa). Las ediciones sobre el texto de la pregunta son declaraciones de lo poco que lo ve él mismo. Vinculado con Animanaturalis y Animal Defenders, este ciudadano en su legítimo derecho a la libertad de expresión, participa en un evento que por 24 horas hará una serie de actividades en torno a algo llamado "cultura de la vida y la no violencia", de cuya configuración antropológica según los principios de esta ciencia social, poco claro algo tenemos. En mi legítimo derecho a la libertad de expresión, me permito responder a su pregunta.



"Hubo épocas en que la humanidad (sic) consideraba justificable y lícito quemar brujas, comerciar con personas, arrasar naciones por creencias religiosas o encerrar animales para matarlos por diversión

Hoy, de todas estas actividades sólo una (sic), la última, es considerada legal en ocho países del mundo, uno de ellos el nuestro. Recientemente la Corte Constitucional colombiana, máxima autoridad en materia judicial, profirió una sentencia que desestimula (sic) estas prácticas en el territorio nacional, y en todo caso prohibe (sic) que se inviertan en ellas recursos públicos, con lo cual ciudades como Bogotá perderían automáticamente su tradición.

Sin embargo, la Corporación Taurina de Bogotá exige que la plaza Santamaría de Bogotá, que es de la ciudad, se reabra de nuevo al público para que presencie estas actividades, con tal de que quienes se lucraban con ellas no pierdan su empleo.

Si usted fuera la Corte Constitucional, ¿qué diría?..."


Este animalista pide que el ciudadano, por un momento, sienta empatía por la Corte Constitucional para la respuesta del interrogante. De entrada es necesario responder que solo le sería lícito responder a un ciudadano informado sobre la jurisprudencia, con experiencia en la judicatura y con conocimiento de la profesión, esto es, que el ciudadano sea un juez formado en el derecho constitucional. De lo contrario, sería como preguntar sobre una ecuación de tercer grado a una persona que no sabe ni sumar ni restar. La pregunta, propia de tribuna, es terriblemente inane como retórica.

Hablando de retórica, el uso indiscriminado de las comparaciones con fenómenos humanos es el único caballito de guerra del ciudadano (y del animalismo en general) para explicar la inmoralidad del toreo o el especismo, bajo el sofisma del "principio de igual consideración". Se nos pide que hagamos una extrapolación de situaciones. Considérese que algunos casos de violencia contra la humanidad han sido dejados, y que ello demuestra de manera incuestionable que debemos abandonar similares casos en animales no humanos. ¿Pero qué tanto se puede defender esta extrapolación, digamos, a un nivel empírico de nuestras intuiciones morales, pero también a través de la realidad de los fenómenos citados, algunos de ellos eminentemente antitaurinos? No pasa inadvertido, por ejemplo, que comparar la tauromaquia con la quema de brujas es una declaración de desconocimiento sobre la naturaleza de ambos fenómenos. La quema de brujas se inscribe en un proceso que, como la inquisición, fue atrozmente antitaurino, persecutor de taurinos a niveles de llevarles hasta las piras de las hogueras, como a la bruja del ejemplo. El comercio de personas, conocido como esclavitud, tampoco es un fenómeno extinto o ilegal en algunos países contemporáneos, pero de ello no se sigue que la violación a un derecho humano como el de la libertad, deba compararse con la tauromaquia desde una posición antitaurina, abiertamente en contra de la libertad cultural humana del taurino. 


El forzamiento retórico de los ejemplos son considerados como falacia lógica por cuanto la conclusión no se sigue exactamente de las premisas, sino de ejemplos ajenos a ellas. Por ejemplo,  A (el toreo) es B (malo) entonces C (debe prohibirse) , pues D (la esclavitud, las tormentas del trópico, Hitler) es B entonces E ( ya fue prohibido).


[A . B -> C porque D . B ->E] Donde A es convenientemente cualquier ejemplo que yo sea capaz de imaginar, pero ajeno a la verdadera premisa [ D . B ->E] porque A no es igual a D. 


En lugar de tauromaquia, A también puede ser antitauromaquia. Por ejemplo, decir que así como hoy se considera malo restringir la libertad de los humanos como antaño se hacía con la esclavitud, hoy debería considerarse cosa semejante con los intentos de restringir la libertad de una cultura que no viola un solo derecho humano. El animalismo es hábil en el momento de condenar cualquier atisbo de atropocentrismo, pero también es incapaz de formular una ética animalista en independencia de cualquier mención a ejemplos humanos.




Pero la suma declaración de bienintencionada ignorancia en la pregunta del ciudadano, es considerar al toreo bajo la forma de "encerrar animales para matarlos por diversión"Este error es común en todos los textos canónigos del animalismo, como los escritos por Francione, Singer o Regan, por lo que no puede esperarse que palafreneros de cuarto y hasta quinto orden en el movimiento animalista, eviten pensar esta equivocación, conveniente por demás al momento de desinformar a una opinión pública hostil. El toreo, se ha dicho antes, no es una diversión, es un rito severo, que configura una cultura humana minoritaria, y cuyos móviles son tan graves que implican la vida y la muerte de humanos y animales. El taurino no va a la plaza con la lesiva intención de divertirse, pues asiste a un rito que forma su identidad, y lo vive con pasión pero también atendiendo a todos los estudios necesarios para entender las suertes de la lidia. En la corrida, no se entrega groseramente al goce gratuito, pues el taurino está pendiente del cumplimiento cabal de todos los cánones del toreo, la integridad del toro y la justicia en la lidia. Para divertir existe, en cambio, una rama de la tauromaquia, bufa ella, llamada toreo cómico precisamente por cuanto se diferencia de la lidia en que existe para divertir. Es mayoritariamente practicada por enanos que hacen las veces de dominguillos, se dejan revolcar por la vaquilla a la que jamás se hiere o mata, y consiste en la depauperización del humano frente a la bestia rabiosa. La distorsión del toreo cómico corresponde plenamente a la visión poco informada del antitaurino con respecto al rito de la corrida de toros, pero el toreo es otra cosa. Con evidencia.

¿Qué más puede decirse de la bienintencionada queja del ciudadano? Resumiendo: nos pide que hagamos las veces de un cuerpo judicial para el que no estamos aptos, pues se confunde sabiduría jurídica con intuiciones u opiniones morales. Se plantea la comparación agravada con fenómenos humanos que a la postre se identifican de manera plena con la naturaleza histórica de la antitauromaquia. Se desconoce de manera aberrante la naturaleza de las corridas de toros. Para no ser menos explícitos, es necesario recordar la edición oculta de su texto. Según él, si la Corte Constitucional se pronuncia a favor de la libertad cultural de una minoría, eso sería "como defender hoy a quienes quemaban las brujas o vendían los esclavos". ¿Se quemaba brujas porque esto era el rito de una cultura milenaria? Resulta poco plausible aceptar la comparación, pues el Santo Oficio fue más un aparato penal que cultural ciertamente. ¿Se vendían esclavos por cultura? Desde luego, se confunde de manera infantil una transgresión moral encubierta en el concepto de propiedad económica, con una cultura milenaria. Y así, hasta el infinito, toda la sucesión de ejemplos imprecisos.

Como se ha nombrado la palabra infinito, recordando al tiempo, no debemos perder de vista que este antitaurino fue el creador de un evento en Facebook que invita a los animalistas y antitaurinos a asistir a la maratón "cultural, artística y lúdica" que dejará en claro que el toreo no es una cultura, y que sucesos de "radiofonía" demuestran de manera poderosa que no es necesario matar animales para hacer arte. ¿Y para hacer ritos de sacrificio? ¿Vendrá el inválido ejemplo de los sacrificios humanos, violatorios de los derechos humanos que el toro de lidia no posee? En cualquier caso este evento que promete dilapidar recursos en una maratón de 24 horas sin tauromaquia, no excluye una historia de grandeza de cinco siglos, donde Bogotá ha sido centro de la cultura taurina en Colombia. Le convendría a esta buena gente estudiar qué es una cultura, el derecho humano y desde luego la verdadera naturaleza del toreo, antes de emitir un solo juicio moral basados en la espectacularidad de la sangre ritual. 




Nota adenda: se ha querido contestar a esta publicación que "también los mesoamericanos tenían una cultura configurada en torno al sacrificio humano". Esto no dota de ningún sentido a cualquier argumentación sobre la necesidad o no de una cultura en general y a la tauromaquia en particular. La queja contra el sacrificio humano no es la cultura, es la violación del derecho humano a la vida. El toreo no viola derechos humanos, por tanto la comparación está fuera de foco. 
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domingo, 24 de noviembre de 2013

El animal que da miedo





Las que figuran en la foto que inaugura la publicación son vacas landesas, que son de media casta, utilizadas siempre en festejos franceses incruentos. La razón de su presencia en esta publicación, es que explican el ridículo y la inconsecuencia de las posturas antitaurinas. Informa el diario Sudoest que los extremistas del CRAC nuevamente intentaron sabotear un festejo menor en Rion-des-Landes. Sus pretensiones de torpedear el festejo, encadenándose al ruedo como antes, se vieron frustradas por la suelta de cuatro vacas landesas por parte de la gendarmería francesa. El hecho de inmediato disuadió a los animalistas que emprendieron la huida.

¿Pero cómo pude sostenerse que el toro de lidia es un animal indefenso, cuando hasta una vaca de media casta provoca el pánico de los animalistas? ¿Y con una vaca cinqueña de casta Navarra, sería preciso correr de manera desesperada? El caso, además de estar refrendado en las cornadas a los toreros (que de por sí demuestran la capacidad de ataque y la no indefensión del toro de lidia) recuerda gratamente el reto a Jesús Mosterín, que se reproduce a continuación:


La prohibición de las corridas de toros en Cataluña, votada por el Parlament el pasado 28 de julio, ha generado entre los amantes de la fiesta de los toros un movimiento reivindicativo que parte de un doble convencimiento:1º) La inutilidad de seguir abundando exclusivamente en la defensa de la Fiesta.2º) La necesidad de desenmascarar a quienes la atacan utilizando mentiras y falacias.Dentro de éstos destaca, por su fanatismo y su ofensiva falta a la verdad, el profesor de investigación del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Jesús Mosterín.Para salir al paso de su continuada campaña de injurias, he querido enfrentarlo a sus propias patrañas con este reto que públicamente le lanzo y cuyo texto figura a continuación:

Fdo. Santi Ortiz 


¡¡RETO A MOSTERÍN!!

Haciéndome eco del malestar producido entre los amantes de la fiesta de los toros por las continuadas mentiras y falacias que sobre ella viene vertiendo el profesor de Investigación del Instituto de Filosofía del CSIC, Jesús Mosterín, me veo en la obligación de salir al paso de tan descarada campaña de difamación para frenar lo que considero una tergiversación inadmisible de la realidad.

Como ejemplo, tomaré algunas de las frases que el profesor Mosterín se permite escribir en su artículo ‘Farsa y mitos de la Tauromaquia’, publicado en el nº 214 (julio-agosto 2010), de la revista literaria ‘LEER’, en cuyo texto –salpicado de errores históricos garrafales–, el Sr. Mosterín afirma que:

1º) “El primer mito es el de la presunta agresividad del toro. El toro español no sería un bovino de verdad, sino una especie de fiera agresiva, un “toro bravo”. Como rumiante que es, el toro es un especialista en la huida, un herbívoro pacífico que sólo desea escapar de la plaza y volver a pastar y rumiar en paz”.

2º) “Al salir al ruedo, el toro, siguiendo su tendencia natural, se quedaría quieto o se quedaría de cara a la puerta cerrada”, si no fuera, continúa, porque, para evitarlo, antes “se le clava la divisa”.

3º) “El segundo gran mito es que el torero corre un gran riesgo toreando a un animal de tamaño mucho mayor que él. De hecho el riesgo del torero es mínimo. Toda la corrida es un simulacro de combate, no un combate.”

4º) “El torero se acerca para que el toro no lo vea, no para mostrar valor, y el mayor riesgo que corre es el de ser herido por las banderillas.”

5º) “Cuando el torero se arrodilla ante el toro en una pose de teatral coraje, en realidad no corre ningún peligro, pues el toro lo interpreta como un gesto de sumisión que le impide atacarlo.”

Ante tales consideraciones, yo, Santiago Ortiz, mayor de edad y en pleno uso de mis facultades mentales, RETO públicamente a Jesús Mosterín para que, en virtud del racionalismo y espíritu científico de esa Ilustración que él tanto invoca y a la que me sumo, demuestre en la práctica las aseveraciones que se permite formular acerca de la no agresividad del toro de lidia y de la inexistencia de riesgo para el hombre que se le ponga delante de no mediar esa “panoplia de torturas a las que se somete” al animal.

Para lo cual propongo:

1º) Que el señor Mosterín, acompañado de personal de su confianza, se traslade conmigo, y ante los medios de comunicación que deseen estar presentes, a una ganadería brava de cuyo propietario se haya obtenido el correspondiente permiso (de lo cual yo me encargo).

2º) Que, una vez en ella, los vaqueros de la finca encierren un toro en un corral abierto y lindante con la placita de tientas. Toro que será custodiado por el personal del señor Mosterín para garantizar que nadie le moleste o incurra en cualquier tipo de “torturas” para irritarlo.

3º) Que transcurrido un tiempo razonable, con el beneplácito del profesor Mosterín se le abra al toro la puerta de la plaza, dirigiéndole a ella y se le encierre dentro.

4º) Que en la plaza no se someta al toro a castigo alguno. No habrá, pues, divisa, varas ni tampoco banderillas, éstas sobre todo para no poner en peligro la integridad física del señor Mosterín.

5º) Que el señor Mosterín se comprometerá a esperarlo en el ruedo; cosa que se supone llevará a cabo sin el menor riesgo, ya que, si como él mantiene “dos no pelean si uno no quiere”, menos pelearán en este caso, pues serían ambos –el pacífico bovino (según Mosterín) y el propio filósofo– los que no desearían la pelea.

5º) Si por cualquier casualidad, se observara cierta irritación en el toro, tampoco deberá ser esto motivo de alarma, pues, poniéndose el señor Mosterín de rodillas, el animal aceptaría el gesto como de sumisión y acatamiento y renunciaría a embestirle, como el profesor afirma.

Eso es todo.


Aceptando este reto, el profesor Mosterín tendría una oportunidad única para demostrar experimentalmente la veracidad de sus afirmaciones, cosa que de cumplirse no sólo me obligaría a reconocer públicamente mi error y a expresarle del mismo modo mis disculpas, sino que otorgaría a la causa antitaurina una fuerza y credibilidad extraordinarias. En caso contrario, el señor Mosterín estaría obligado a desdecirse públicamente de sus afirmaciones y reconocer que éstas no se atienen a la verdad.

Ahora bien, si el señor Mosterín rehusara recoger este guante, no sólo ratificaría mis sospechas de que es un simple embaucador, sino que quedaría por embustero (también por cobarde) ante todas las personas de buena voluntad que han venido creyendo en sus palabras.

Sr. Mosterín, el reto está lanzado. Ahora le toca a usted mover ficha.

Fdo: Santi Ortiz,
Licenciado en Ciencias Físicas, en la especialidad de Física Teórica, por la Universidad de Sevilla y Matador de Toros, alternativado en Huelva, el 3 de agosto de 1982, por José Antonio Campuzano en presencia del mexicano Jorge Gutiérrez. Además ha escrito varios libros taurinos y colabora en diversas publicaciones. 



Como si hiciera falta anotarlo, el profesor Mosterín jamás se pronunció sobre este reto público, pese a conocerlo. 

Se ha mentido que el toro de lidia es un animal indefenso, pero no se ha aceptado el reto de mostrar esa indefensión nunca. Se puede decir que la mentira es manifiesta cuando nunca han invadido un ruedo con toro, o cuando constantemente emprenden una campaña para desmentir la naturaleza bravía del toro de lidia, a pesar de toda la etología disponible. Fadjen, un falso toro de lidia, que en realidad pertenece a la raza mansa Morucha-Castellana, es clara prueba de la indefensión mental de los antitaurinos frente a una evidencia clarísima. Que sigan corriendo.

Click para verla completa

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sábado, 23 de noviembre de 2013



Matar al toro de lidia no es un asunto insignificante. Ni ética, ni técnica, ni antropológicamente es un acto vacuo. La estocada, cuando se hace bien, es el momento de mayor exigencia técnica y ética dentro del rito de la corrida de toros, entre otras cosas porque es su razón de ser.

La corrida de toros es la manifestación moderna de una taurolatría que los estudiosos han perseguido hasta la noche de los tiempos, esto es, se concede un carácter constante en la humanidad a su disposición de relacionarse con el toro, enfrentarlo, y sacrificarlo: por eso puede hallarse una expresión moderna del fenómeno, que conocemos como corrida de toros.  El toreo moderno nace al mismo tiempo que la industria de la producción de carne, y mientras el primero ha ido afinando sus formas y sensibilidad, la industria en cambio ha derivado en representaciones inaceptables del horror contra los animales, que aun ocultas de los ojos de las sociedades, están allí.  La muerte ritual del toro en el ruedo, es entonces lo contrario a la muerte del mismo toro en un matadero: a la luminosidad del ruedo, el riesgo de enfrentar los pitones y la moralidad que se desprende de esto, se contrapone la oscuridad industrial y oculta, la indefensión total de la res y la ausencia de cualquier moralidad en el matadero.

La mejor manera de introducir entonces al aspecto ritual de la estocada, es recayendo en el agravio comparativo con el matadero: la sociedad debe entender que son hechos distintos, abiertamente distintos, pero que a la vez demuestran que el humano posmoderno sigue sacrificando animales, y que cada muerte animal posee un significado en las sociedades modernas. Cuando un antitaurino carnívoro defiende su dieta, suele equivocarse al asegurar que "una cosa es matar por necesidad, y otra por diversión". Los términos de la fórmula son imprecisos: ni la carne es necesaria para sostener una dieta, ni el toreo es, en ningún caso, una diversión, pues su naturaleza es ritual, y es tan seria que involucra la vida y la muerte real de dos seres, y su trasfondo dramático y ceremonial. Lo que motiva la industria de la carne no es su necesidad, pues la carne se puede reemplazar por una dieta vegana; lo que motiva su uso es el hábito, el sabor de las presas, el placer que se desprende de su consumación, y la libertad que el humano se arroga. La misma libertad que el humano enarbola para sostener su dieta, es la que asiste al taurino para correr toros según los rituales de su propia cultura. Sin embargo  la cultura, a diferencia de una dieta, es irremplazable. Para un humano, cualquiera sea su condición, es más importante tener una cultura de identidad que comer carne. Por eso, lo correcto sería entender en la queja antitaurina que lo necesario es la cultura, y lo divertido (por su raíz de divergir) es creer que la carne es una dieta necesaria. La muerte ritual del toro es un asunto cultural más significativo que una hamburguesa.


Superado el antitaurino carnívoro, todo adquiere un cariz irremediable cuando nos topamos con el vegano, quien sostiene en sus teorías más lógicas que no hay un solo argumento para que el ser humano considere a un solo animal no humano como de su propiedad: de allí se desprendería que cualquier transgresión al animal es inmoral: no es su capacidad para sufrir (pues no creemos en el sensocentrismo), es su uso como objeto. Aceptar este principio derivaría en la extinción de todas las mascotas, razonamiento lógico defendido por Francione. Notamos no pocas dificultades en aceptar un enfoque como el anterior, por ambiguo e impracticable. Sin embargo, la tauromaquia no es la institución de la propiedad del toro como una mercancía: es la reivindicación total de su animalidad, de su combatividad, de su fiereza, y de la libertad de sus movimientos y deseos para luchar y morir en franca lid. El toro en el ruedo no es una propiedad, es un dios (en el sentido no numinoso del término), tiene nombre, familia, rasgos, y defiende su libertad y su animalidad expresándola mediante la lucha. El toro que no lucha, es devuelto a los corrales, porque sin embestida no puede haber tauromaquia. Luchar, lo decía Bataille, es el primer acto después de la libertad, no de la propiedad. Al toro no se le obliga a luchar al verse acorralado, pues hay faenas a campo abierto a espacio ilimitado, y también toros que, ya fue señalado, sencillamente no luchan. Al matador le compete entonces someterse al mismo juego ritual del toro: el de transfigurar una lucha en un arte dramático, exponiendo su humanidad a la cornada en tres episodios, llamados tercios. Ese principio de exposición plantea una moralidad: que el toro tiene un estatus al que solo se le puede oponer la lucha caballerezca, lo que implica aceptarlo como un rival-dios honorable, al que hay que hacerle las cosas de frente, dándole importancia a su ataque exponiéndose a él, y respetando su condición. Los lances de capa y los pases de muleta, son prueba de la veneración al enemigo: se danza con él, dándole por lo menos 100 oportunidades para que el torero sufra una cornada. Si no ocurre, es porque el torero posee una técnica que de fallar un centímetro o un segundo, deriva en la cornada, pero también anula la posibilidad de torear (aunque hay muchos casos de toreros que tras la cornada, siguen toreando con valor), y fundamentalmente la posibilidad de sacrificar ritualmente al toro.


El ritual  sacrificial, dice la antropología,  es la muerte sacra de un ser sagrado para una determinada cultura, fórmula esta donde una perdonable cacofonía no excluye de realidad a la aseveración.  La clase de mentalidad que sustenta el ritual no es la del sadismo. El taurino no permitiría que el toro muriese sin que de la muerte del animal se hiciese una ceremonia, un arte de exposición y una muerte moral. El taurino no persigue el dolor ni la satisfacción desde el mismo, pues se podría realizar una carnicería sin exposición para el torero, y la muerte del toro sería cualquier cosa hecha sin ánimo de establecer una moralidad de ella. No ocurre así, pese a que la propaganda antitaurina mienta lo contrario. Se puede argumentar de manera convincente que los taurinos de Portugal, país donde no existe la muerte ritual del toro, no luchan por la obtención de un inexistente sadismo: luchan, porque quieren una muerte digna para el toro bravo. Aquí de nuevo debe entenderse el contraste entre la muerte industrial y anónima contra la muerte del ruedo. La reacción del público portugués ante la inesperada estocada en Moita, significa la distancia que separa la futilidad de la muerte industrial con respecto al poder del ritual. Para un amante del dolor, lejos de frustrar como a los taurinos de Portugal, imaginar la muerte del matadero para el animal banderilleado que abandona vivo la arena sería un placer. Todos los taurinos lusitanos con los que se puede hablar, compadecerán la suerte del toro en los corrales donde recibirá la muerte.

El toreo existe para ese momento crucial de sacrificio: el toro será honrado con una muerte gloriosa, inconcebible en otro espacio de la aldea posmoderna e industrial. Ha luchado, está lleno de adrenalina, betaendorfinas, morigeraciones y ardor. Sin embargo, el momento también existe para consumarse con moralidad. Sobre el anterior particular, se puede leer en la Revista Aplausos Nº 1875 lo siguiente: «Sin una estocada por arriba en Bilbao no se concede la segunda oreja. Y una estocada de ley, en cambio, sí puede provocar petición suficiente.», de lo que se sigue que no se trata de matar al toro de cualquier manera, pues lo valorado es que se le mate específicamente de una manera: la honorable para el toro, y peligrosa para el torero, como balance moral entre la transgresión al animal, y el costo que se debe pagar por ello. Cuando la estocada «cae arriba», se ha hecho la suerte arriesgando el cuerpo al olvidar los pitones y arrojándose ciegamente hacia ellos, y cuando el animal cae fulminado, aún luchando sin enterarse, se tiene una muerte ritual que honró al toro bravo. Es un principio moral caballerezco, pero también un sacrificio religioso.


Lo anterior no deja de ser una mínima introducción a la naturaleza del sacrificio taurino, tema tan profundo que no puede agotarse en una sencilla publicación de blog. Tampoco es una justificación ética de la tauromaquia, pues no es el tema planteado. Lo que motiva este escrito, es dejar fuera de toda duda algunas verdades que la antitauromaquia se empecina en no oír: que no es el goce de la muerte y el dolor, pues estamos ante un tema antropológicamente distinto. Que no es el abuso sencillo contra un ser indefenso, pues se trata del momento más moral de toda la corrida: toda una institución del sacrificio honorable. Que no es cierto que la motivación sea el indefinido dolor del animal, pues la estocada valorada es aquella donde el torero es capaz de fulminar al animal aún luchando. Todo esto compone un eje de la tauromaquia, pero lo ocurrido en el ruedo es de una amalgama mucho más rica y profunda: ritual, arte, tragedia, guerra, humanidad, animalidad, y cómo todo esto se teje en una cultura milenaria, presente en la posmodernidad contra viento y marea. Considero innecesario tener que explicar la pertinencia del sacrificio en las sociedades modernas: la bibliografía antropológica al respecto es apabullante, y se supone que el ser evolucionado antitaurino tendría un discurso formado contra la lógica sacrificial, con base a conocerla. La UNESCO ha protegido varios ritos sacrificiales en la actualidad, aún cuando involucren animales. Sobre las paradojas que esto suscita (por ejemplo, la falacia de los sacrificios humanos), ya me he pronunciado en la entrada sobre la cultura y la tauromaquia.

Acaso una muestra de qué es la estocada y el sacrificio, sea la que prodigó El Fundi en Sevilla a un toro de Palha (desde el minuto 01:04 del siguiente video): el torero se enfrenta al poder de un animal que incluso con un soberbio espadazo en sus carnes, continua persiguiéndolo sin término hasta darle un puntazo: el animal ha sido matado pero sigue vivo, y su poder alcanza a herir al hombre, pues el toro hasta el final es moralmente un animal guerrero. El torero ha ofrecido su integridad durante la ejecución de la estocada, y a la salida de ella, pues no se puede matar al toro gratuitamente, por lo menos en la posibilidad y la exposición. El toro sigue encampanado, pleno de facultades y poder, y luego la muerte lo sorprende en cuatro segundos. La última embestida del toro bravo pondrá fin al ritual de sacrificio donde se estableció una moral de relación con su animalidad. El toro ha muerto digno, y el matador ha matado con dignidad, cosa tan distinta a la muerte industrial del toro indefenso hasta de las poleas, o del plan general de genocidio en el que desemboca toda antitauromaquia y animalismo, donde el toro necesariamente ha de pasar por la muerte industrial.

           

Lo que se ha explicado, en resumen, es sencillo: no es la satisfacción sádica por la muerte, es el sacrificio ritual, que hunde sus raíces en una taurolatría histórica, y que tiene sus propios móviles morales, antropológicos y estéticos. No es matar por matar, es hacerlo de una manera determinada, no carente de moral, y que persigue una cosa: darle muerte digna a un animal venerado en medio de una ceremonia que pone fin a su vida para perpetuar la cultura en la que nació, fue formado y llevado a luchar. Lo anterior obligaría a replantear de manera más inteligente las quejas antitaurinas con respecto a la muerte del toro y la mentalidad del taurino, pues los juicios contra la tauromaquia parten de suposiciones y tergiversaciones inaceptables.

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lunes, 18 de noviembre de 2013

Nuevo acto de terrorismo antitaurino en Rion-des-Landes



El diario francés Sudoest informa sobre un acto criminal de incendio contra la pequeña plaza de Rion-des-Landes. Debe entenderse que la intentona de quemar vivo a André Viard junto con toda su familia hace algunos años, no había de concluir para los antitaurinos de Francia con este deleznable acto de terrorismo.

La cruzada que ALF ha lanzado contra los espacios más pequeños y vulnerables de la tauromaquia, ayer cobró un nuevo episodio con el intento de quema de la plaza de Rion-des-Landes, una localidad que también en meses pasados había sufrido una oleada violenta de la antitauromaquia, acción que incluyó ataques con gases de fumigación y bengalas a los tendidos repletos de niños, mujeres y ancianos, la invasión del ruedo y el intento de suelta de unos novillos contra la población.

Por fortuna, la madera mojada por los días pasados de lluvia, y la oportuna acción de los bomberos provenientes de Dax, hizo que la situación no derivara a mayores.

Como en Lima hace menos de un mes, la quema de la plaza es un acto unilateral de terrorismo que dirige su objetivo a callar definitiva y autoritariamente lo que no puede ni quiere entenderse, expresión, esa sí, más pura del barbarismo. ALF, se ha dicho, glorifica la violencia que comete aduciendo que es necesaria en una cruzada de purificación del mundo contra el maltrato animal. ¿Acaso no es el mismo discurso de la Inquisición medieval? Además de su incipiente antitauromaquia, el animalismo se toca aquí con la Inquisición, cuando la justificación de sus impulsos violentos está amparada en un falso discurso moral.

                                            

Animal Liberation Front, una organización considerada como terrorista por el FBI ha perpetuado más de 7.000 episodios que incluyen quema de instalaciones, solo en el territorio americano. El dato revela una profunda psicopatía piromaníaca en este movimiento.

La inmoralidad de la destrucción es justificada con la supuesta inmoralidad contra el animal, argumento falaz no solamente por la contradicción ética, sino también porque para un fanático por los animales, cualquier cosa sería menos grave que maltratar un animal, y con ello, la puerta abierta para la violencia inhumana está más que abierta para cualquier acto. A los taurinos nos compete evaluar nuestras acciones legales y civiles de cara a la creciente escalada de violencia antitaurina en todos los países del toro. Debemos tener en cuenta que estamos ante personas que condenan la violencia pero la usan, y que no ven mal en recibir dentro de sus filas activistas a un grupo terrorista que incluso ha envenenado comida para bebés o ha lanzado gases de fumigación a un tendido repleto de personas. Con lo anterior, uno piensa que aquí no obra un ánimo de paralizar la tauromaquia destruyendo estultamente sus instalaciones, pues lo evidente es que ellos pueden atentar contra la vida humana: lo han hecho y lo seguirán haciendo. No puede ser otra la expresión de una inquisición posmoderna.


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lunes, 11 de noviembre de 2013

Una historia underground de la tauromaquia americana


Con la entrada en vigor de la temporada mayor americana nuevamente asistimos a la parodia de la Fiesta.

La concurrente lidia de novillos que se hacen pasar por toros, y el eufórico ánimo de públicos ignorantes de las más elementales reglas del toreo puro, hacen al continente presa de desprecios por parte de cierto sector del taurinismo europeo. Sin embargo, reseco ya de tantas burlas recibidas por dicho sector sobre la dignidad de la Fiesta en América, debo concordar que tales burlas son hermanas de las trampas que algunos toreros imponen a lado y lado del Atlántico. Las burlas están aupadas en su mayoría por lo que ocurre cada domingo en la Plaza México, confundida como supuesta "Primera y más importante plaza de América", con lo que el aficionado europeo supone que todo lo ocurrido en el tema taurino en América es idéntico a lo que malamente ocurre en aquel albañal. Esto desde luego tiene sus desventajas. Por ejemplo, si la opinión europea está de acuerdo en que el toro americano es indigno, chico y mojiganguero según lo que ve en la Plaza México: ¿Qué queja puede enunciarse contra la figura que hace trampa lidiando novillos en América?

La conducta correcta del buen aficionado europeo debería reducirse a aprender un universo casi subversivo, por oculto y desconocido. Underground es una palabra que debería usarse aquí para definir la tauromaquia americana alejada de los prejuicios. Lo que le compete al aficionado europeo es tomar la conducta de los conquistadores de hace medio milenio ante un universo desconocido, nuevo, rico y multitudinario en matices. De hecho la historia taurina de América no ha sido ni es necesariamente una historia del toro mediocre y el público fácil y festivo.

Esta publicación inicia con un toro de Guachicono de la camada actual. El toro será lidiado el próximo 31 de diciembre en Cali con un cartel emintemente colombiano, ante la imposibilidad de conseguir un torero español que quisiera cruzar el atlántico para torearlo. Su sola presencia viene a desmentir cualquier burla sobre la condición del toro americano, que si bien por cuestiones zootécnicas y topográficas es de un tipo más reducido que el europeo, tiene su dignidad. Que los toreros españoles impongan condiciones donde lo lidiado se presenta como un animal lamentable, es otra cosa, pero no excluye la existencia de docenas de ganaderías dignas en toda América. El toro americano no ha sido visto por la mayoría de la afición europea, y bajo ese desconocimiento también se esconde el de la afición seria americana, y el de nuestra historia.


Por ejemplo, considero que la anterior foto es al mismo tiempo el testimonio más contundente de la afición seria americana. Corresponde a un cartel de barrera puesto por los gaonistas en El Toreo de la Condesa el 19 de noviembre de 1944. Los gaonistas, aficionados que iniciaron su taurinismo siguiendo la tauromaquia de Rodolfo Gaona en la edad de oro del toreo, eran ortodoxos y rigoristas, exigentes de la casta, y el buen torear. Denostados por oponerse a la construcción de la Plaza México, pues intuyeron que era imposible garantizar la afición pura de 45.000 personas, los gaonistas mantuvieron en un espacio reducido un tipo de tauromaquia independiente (recordemos el veto a toreros españoles tras similar acción en España contra Fermín Espinosa en los años 30`s), eminentemente mexicana en sus tipos, pero que mantuvo al toro como eje de la Fiesta. De entonces datan todas esas imágenes de tercios de varas con toros romaneando.


Aunque parezca irreal, la anterior foto corresponde a un toro de Xajay en los años 30. Dicha ganadería hoy en día es un criadero casi canino para figuras del toreo españolas. ¿Qué ha cambiado desde esta época donde los toros tenían bravos tercios de varas, pero suficiente calidad en la muleta para la práctica del toreo aindiado, templado y reposado de Fermín Espinosa y Lorenzo Garza? La afición, cosa que el siguiente documental narra con maestría de género:

                  

La desaparición del los gaonistas por vejez, y también por la puntilla de una tauromaquia mexicana que empezó a prescindir del toro, dejó huérfana a una afición americana que nacía hacia las grandes ferias copiando el modelo de San Isidro. Sobre todo en Sudamérica, los toreros españoles lidiaban hasta reses de media casta,  por ejemplo cuneras llaneras en Colombia y Venezuela, o criollas puras por cruce en Ecuador, Perú y Panamá. A modo de anécdota, puede decirse que además de la incursión de Belmonte en Lima, es Alcalareño el primer torero español que lidia algo serio en Sudamérica: mató al Miura 'Papelillo' en Bogotá, en tarde donde no se consiguieron picadores; su heroísmo trascendió a toda la sociedad bogotana, logrando poner por primera vez al toreo en las primeras páginas de los dos diarios importantes de la época.

La década de los 30`s supuso el incipiente nacimiento de la cabaña brava americana, donde primó la sangre veragüeña y la santacolomeña, obviando, claro está, el asaltillamiento en México. Los públicos aún aprendían las claves y reglas del toreo moderno, y la tauromaquia empezó a regularizarse. La década siguiente estará atravesada por el estremecimiento que supuso la irrupción de Manolete y su tauromaquia, además de la respuesta mexicana, comandada por Silverio Pérez. Nuestra tauromaquia entonces era vislumbrante, abierta a los desbordante de la mass media y las plazas fijas, las ferias y las ganaderías americanas.

Los revisteros cumplen entonces una valiosa labor al informar a la afición sobre la naturaleza de un arte que arrebata pero que no puede ser explicado racionalmente por una afición que pasó de la casi anárquica capea de barrio americano al fasto de la plaza fija, las decenas de miles de personas congregadas y la quietud al torear. Es necesario recordar que salvo Lima, nuestra tauromaquia decimonónica se parecía más a una capea que a lo realizado por Frascuelo, El Guerra o Lagartijo. La afición debió madurar de un solo golpe. ¿Qué pasaría entonces con la madurez adquirida tras una década de nacimiento y aprendizaje?


Particularmente en Bogotá se da el fenómeno del nacimiento de innumerables peñas taurinas, que además de funcionar como grupos de estudio y tertulia, sirven como manifestación en la plaza y termómetro de toda una afición. Desde entonces, identificados con sus uniformes para ser visibles a la afición que creía más en sus conceptos antes que en el de los revisteros (algunos corruptos,) las peñas taurinas bogotanas signaron la identidad de una plaza donde es posible ver corridas toristas, en tipo con el encaste lidiado; corridas impregnadas, si fuera necesario decirlo, de seriedad. Una plaza americana donde puede verse torear a El Califa, El Cid, Urdiales, Juan Mora o Robleño, plaza donde además salieron reventados toreros como Aparicio, Ortega, Antoñete, El Juli o Ponce, no es una mala plaza, y habla de una identidad construida, y mantenida en contra de empresas, sindicatos y sistemas de figuras. Hoy Bogotá cuenta aún con más de 25 peñas, algunas no regularizadas o reconocidas, y que abarcan un espectro que va desde el torismo más intransigente (y bien vestido) hasta las peñas favorables a El Juli o Manzanares. Los uniformes actúan también para diferenciarse entre sí, según los matices acabados de exponer. Cabe preguntar: ¿Es la idea de plaza americana que el prejuicio y mala estrella de la Plaza México ha regado en Europa?

La situación es ilustrada por este par de faenas de El Califa ante toros en tipo Contreras de la ganadería de Mondoñedo, quizá la mejor en el tercio de varas de todo el continente. El Califa acababa de llegar de abrir en junio del 2001 la Puerta Grande en Madrid con toros de Dolores Aguirre, y no vino de vacaciones de invierno precisamente. Con una cornada de 11 centímetros y tras cinco minutos en la enfermería, salió a pegar una serie tan rara como estremecedora. Los toros pidiendo carnet. Luego, el toro de Santa Bárbara en distintos registros (bonanciblemente noble, bravo y encastado y manso encastado) para un cartel que rara vez puede verse en otras plazas americanas. Finalmente, las hechuras y trapío de los toros en las tardes de figuras hace algunos años, con el fácil y festivo público consuetudinario que arrastran las figuras a cualquier plaza.  Es definitivamente la historia de una plaza distinta con respecto al prejuicio europeo hoy en boga:

                            
               
                           

                          

La historia americana continúa entonces con la consolidación de dos plazas: Cali y Guadalajara, ambas famosas por echar el toro grande, aunque sin embargo la distancia en el talante de la afición de ambas plazas es abismal. Cali semeja a una Pamplona: desbordante de gozo, descontrolada, en ambiente de feria.  Por otro lado,  Guadalajara  entraña la seriedad más aguda de las plazas de México, con un toro en tipo y una afición que gusta de él.

          

Como se ha notado en la foto inicial, el toro de Guachicono siempre ha tenido unas astas pavorosas. Entonces, las figuras del toreo también tenían que lidiar las corridas duras en América. No se venía de vacaciones.
Tercio de varas en Guadalajara.
Si la mención de Cali y Guadalajara es un ineludible en esta historia underground de la afición en América, sería impensable dejar pasar de largo a la afición de Lima, la más antigua del continente. Una vez que se acepta que el toro americano tiene un tipo y un comportamiento distinto que el europeo, y por tanto esto determina la tauromaquia, debe pensarse que Lima tiene una particularidad especial que la hace más valorable: se sabe que la ganadería brava peruana quedó devastada tras una reforma agraria que quebró a las ganaderías históricas hace algunas décadas. Desde entonces, las pocas casas ganaderas peruanas deben hacer frente a una explosión de festejos populares en el Perú profundo(más de 600 al año, cifra récord en América), y sin embargo, las ganaderías no tienen ni un tipo ni un nivel adecuado para una plaza de primerísima importancia como Acho. La seriedad de la afición limeña se manifiesta cuando importan la totalidad de sus encierros desde Colombia, para mantener el nivel de la plaza, aún en detrimento del característico nacionalismo de todo americano. El siguiente toro, de nombre Vencedor, y proveniente de la ganadería colombiana de San Sebastián de las Palmas, fue indultado en Acho el año pasado por Alfonso de Lima, torero peruano. Imposible encontrar más americanismo taurino.


Si esto es una especie de historia, necesariamente tiene que concluir en el siglo XXI y en la labor del Tendido 10 de Acho, organización cuyos ecos de exigencia y conocimiento, recuerdan a sus herederos americanos en la historia: los gaonistas, y el tendido de sol de Bogotá con sus peñas. El Tendido 10 de Acho, como cuenta en su blog, es una peña taurina que contribuye a la "revalorización de la feria taurina del Señor de los Milagros", labor que se cumple con la exigencia en la plaza, y la labor crítica de blogs como el excelente El Desjarrete de Acho, además de la puesta en marcha de estrategias que involucran los medios actuales, como Youtube. De lo anterior es prueba el siguiente vídeo, donde el buen aficionado logra reconocer en su previzualición a Chupetero II y a Dax. Acho, con La Santamaría de Bogotá aún cerrada esta semana, es la plaza más importante y seria de América.

              

Hasta el momento hemos recorrido una historia de la afición y la tauromaquia americana que sirve para desmentir el fantasma del coso de insurgentes. La estrechez de miras no puede derivar en que se confunda lo ocurrido cada domingo en la Plaza México con la rica y variada realidad de la tauromaquia americana, apenas aquí vislumbrada para efectos de desmentir la supuesta superioridad de la plaza del D.F. en todo el continente. Una plaza seria, a mi modo de ver, se caracteriza por una afición incipiente en el estudio y la divulgación. También en una plaza silenciosa, exigente del tercio de varas y de las condiciones mínimas de trapío. La manifestación de seriedad en América puede encontrarse en las corridas de Mondoñedo con más de 13 varas en Bogotá , también en los pitos y matracas de Acho contra la trampa de las figuras, y en las inalterables condiciones de trapío de Guadalajara. Indudablemente, también tendrá que verse cuando Cali recupere el ritmo tras una pasada década desastrosa, cosa que promete hacer la nueva empresa apostando por el Toro, como se ve en la foto que inaugura esta historia. Es evidente que si en España la identidad de una plaza cambia cuando a ella llegan las figuras, en América ese fenómeno está agudizado, pero en el fondo, el espíritu de la tauromaquia americana es otro. Como América misma, es un concepto aún en construcción.










En orden de aparición: 1) Sasaimuno, Contreras de 534 kilos de la ganandería de Mondoñedo, lidiado el 5 de febrero del 2012 por Luis Bolívar en Bogotá, considerado como el toro más bravo de la temporada mayor en Colombia. 2) Segundo Santa Bárbara de la segunda comparecencia de Diego Urdiales en Bogotá. 3) Sasaimuno en la muleta. 4) Un toro de Fuentelapeña, ganadería colombiana que marcó época en Cali. 5) Un Tenexac mexicano, procedencia Piedras Negras, lidiado este año en una plaza portátil. 6) Un Rancho Seco lidiado este año en Guadalajara. 7) Un Fuentelapeña en el campo.  8) Un Mondoñedo en el caballo.
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miércoles, 6 de noviembre de 2013

¿Por qué es Cultura la Tauromaquia?


La Tauromaquia hoy ha sido declarada como Patrimonio Cultural e Histórico del pueblo español. Esta declaración pone entonces los focos de la controversia en determinar si la tauromaquia puede ser cultura o no. Quienes niegan que el toreo pueda tener esta categoría, se empeñan en ver a la cultura como un refinamiento de formas, incluso como una manifestación de civilidad, definición plausiblemente correcta pero que al mismo tiempo niega la naturaleza profunda de la Cultura. En primera medida, lo que hay que aclarar es la semántica: el toreo no es cultura, es una cultura, matiz que pone en una órbita precisa el debate.

El problema con la cultura así es su definición, que compete a la ciencia social que la estudia: la antropología. Que la Cultura tenga una ciencia social que estudia su naturaleza, supone que la antitauromaquia se basa en ella para negar el carácter cultural de la tauromaquia. Sin embargo, como se ha anotado, las críticas antitaurinas se centran más bien en rimas con la palabra tortura (privilegiando el escolástico pensamiento musical, desechado por la lógica hace medio milenio), y en negar de facto cualquier atisbo de proyecto civilizador en el toreo. Visto de otro modo, las refutaciones antitaurinas sobre la Cultura y el toreo no incurren en determinismos, ni en consideraciones antropológicas, por lo que esta renuncia a la ciencia social debe interpretarse como una verdadera ausencia de razón: nunca han desligitimado el carácter cultural de las corridas de toros, y confunden las críticas éticas con las críticas de ciencia social.

A los efectos de nuestra reflexión, cabe precisar antes que nada que el toreo es un ritual sacrificial, naturaleza apenas evidente en el acto que se abre con un despeje simbólico, se llena de protocolos ceremoniales también simbólicos (brindis, cambios de tercios, ceremonias de alternativas, de corte de coletas) y culmina con el antiquísimo sacrificio ritual del Toro, que en las claves de la cultura taurina es tenido como una entidad numinosa o casi sagrada (de ahí las disputas entre torismo y torerismo que han signado la historia del toreo). Como ritual, el toreo entonces se erige como un entramado simbólico que se apoya en ciertos principios rituales que versan sobre la bravura digna del toro, el intento de sacrificio simbólico del hombre que se defiende de la muerte con un trozo de tela, conocido como toreo, y finalmente con los significantes de la muerte ritual. El toreo ha sido estudiado como ritual sacrificial desde la escuela antropológica de Cambridge, ante todo con el invaluable aporte del profesor Julian Pitt-Rivers, por lo que se sugiere la lectura de este, sobre todo en su escrito El sacrificio del toro,  para entender que el toreo es un ritual sacrificial. Destacar el carácter ritual del toreo  nos recuerda que todo ritual es cultura. En ese sentido, el reconocido antropólogo Clifford Geertz, aboga por «una concepción coherente de la Cultura, definida como un dominio de comunicación simbólica». El hombre es así un « artefacto cultural» sometido a la práctica de convertir todos sus actos relevantes y fundamentales en símbolos y sistemas, pues su significado y su comprensión nos distinguen de los animales, y por tanto representan un avance civilizador. El toreo es eso.





Otra determinación fundamental de la definición cultural es entenderla más allá del entramado simbólico y ritual. La Cultura entonces se entiende como un sistema que compromete la forma de ser de un pueblo o un grupo humano: sus costumbres, rituales, lengua, tradiciones, artes vivas, su conocimiento sobre la naturaleza y su forma de transmitir estos saberes ancestrales de una generación a otra. Tal definición encuadra en todos los protocolos de la UNESCO sobre Cultura, esto es, una expresión inmaterial única y original que define la manera de ser de un grupo humano. La tauromaquia, cuando fue declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial del pueblo de Francia, demostró que podía satisfacer de manera cabal los 5 protocolos de la UNESCO sobre la determinación de una Cultura. Los taurinos somos una minoría cultural que tiene sus propios rituales (el toreo), artes vivas (confección de traje de luces, de instrumentos para torear), metalenguaje (la caló taurina), modos de vestir (la inconfundible vestimenta de un taurino), gastronomía (viandas y bebidas únicas derivadas de las corridas y consumidas en ellas), saberes ancestrales de la naturaleza  (la cría artesanal del toro bravo) y un programa social de transmisión endógena de todo este acervo cultural (escuelas taurinas, tradición taurina familiar, biliotecología taurina). Lo anterior logra unificarse en una visión del mundo, una forma de ser a la que corresponden sus expresiones, estéticas y éticas particulares; asimismo logra conformar un grupo y una identidad que por su fuerza perdura a través de los siglos. En el caso del toreo, la cultura ha perdurado a través de milenios (a la luz de nuevas evidencias historiográficas sobre el culto al toro y su enfrentamiento con el hombre); su manera de perdurar a través de épocas, reyes, papados, dictaduras y déspotas, desempeña una demostración más del carácter cultural e identitario de los pueblos a través del toreo. En este punto, nadie puede tener problemas para aceptar que el toreo es un sistema cultural minoritario,  recluido por una cultura hegemónica y anglosajona hacia la exclusión en nombre de una ética animalista mal entendida y peor practicada, que obvia a la ligera las implicaciones culturales, sociales, económicas, políticas y ante todo culturales de la tauromaquia. En tal sentido, la cultura taurina y el culto al toro merecen protección oficial de acuerdo al Convenio de París de la UNESCO.

                     
El toreo from Por Siempre Toreo on Vimeo.

Por último, otra determinación de la Cultura la entiende como un hecho biológico. Desde los estudios en primatología, en especial los de Jordi Pi Sabater, se ha demostrado que los homínidos superiores tienen un fuerte determinismo biológico a erigir sistemas simbólicos, rituales y prácticas que pueden constituirse en Cultura. También los simios tienen rituales de muerte para estratificar sus protosociedades. Entonces se plantea la distinción y la capacidad de los homínidos superiores para desarrollar entramados rituales« Los juegos simbólicos desarrollados por simios, crecen en medios humanizados» (Véase el estudio Cognitive implications of linguistic learnig in apes), lo que demuestra que el ritual puede considerarse como un hecho natural, no de exclusiva perversidad moral humana, como de hecho quiere sugerir el único antropólogo que ha cuestionado al toreo. Así, el carácter civilizador debe ser condición esencial cuando una cultura se erige como tal, pues los simios superiores con rituales son considerados como formas biológicamente más sustentables y organizadas (en términos evolutivos) que aquellos simios sin rituales ni juegos simbólicos.

La tauromaquia entonces es un sistema cultural que satisface los protocolos de ciencia social y de la UNESCO, por cuanto es al mismo tiempo un ritual de expresión inmaterial antiquísimo, y un sistema desprendido del ritual, pues gira en torno a él, y se desarrolla para fundir identidad a un grupo humano específico: los taurinos. No puede compararse con lastres como la ablación, por cuanto la ablación no es una cultura, y por cuanto el toreo no viola derechos humanos. Lo mismo cabe sobre los rituales sacrificiales de seres humanos practicados en culturas como las mesoamericanas hace algunos siglos: hoy se excluyen de cualquier posibilidad de protección y están prohibidos, no en función de su invalidez cultural, sino porque violan derechos humanos. El toreo no viola ningún derecho humano consignado en el Derecho Internacional Humanitaro. De ahí que toda comparación resulte improcedente; considérese por ejemplo, desde el momento en que la UNESCO ha declarado como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad al ritual sacrificial del Sanké mon, donde mueren miles de peces, y algunos gallos y cabras, todo en en una sola tarde en medio de rituales ancestrales. Lo mismo para la Cetrería, antiquísimo arte donde un animal caza a otro, y donde la muerte del animal cazado por el ave de rapiña no es óbice para que se nieguen el carácter cultural de esta práctica milenaria, hoy blindada y protegida como PCI por la UNESCO.

Para un mayor estudio de la naturaleza cultural del toreo, tema siempre infatigable y con muchas aristas, propongo la siguiente lectura emanada de Taurología:












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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".