
Comentábamos en alguna tertulia que la decepción del aficionado es el motor histórico de la Fiesta. Su carácter insatisfecho es al mismo tiempo el gas loco que se riega y lo empuja tarde a tarde, línea de la vida tras línea, a seguir alimentando su afición por la tauromaquia. El toreo es el único espectáculo que se da el lujo de traicionar unánimemente a decenas de miles de espectadores en una tarde. Y nada pasa.
Una decepción que ascendía por...