lunes, 31 de agosto de 2015

Diego Urdiales, puerta grande en Bilbao


En la escritura del genial Roberto Bolaño es recurrente la mención al cheque de la Universidad Desconocida. Para entonces, él estaba en Gerona (Cataluña), con la visa de trabajo vencida, permiso de residencia por tres meses y la amenaza de ser deportado a Chile, país del que huía por la dictadura. Al carecer de visa, no podía conseguir trabajo y aguantaba un frío otoño sin comida, calefacción ni muebles en un piso que estaba a punto de ser rematado y donde las telarañas estaban vacías junto al río Oñar. Su esperanza era una moneda de níquel y una cabina telefónica mientras al otro lado de la línea nadie descolgaba el teléfono. En el paroxismo de la desesperanza, en medio de un gran tiempo indefinido y oscuro, a punto de morir de hambre y de frío, alguien golpea en la puerta de Bolaño y le entrega un cheque de la Universidad Desconocida dado por cualquier trabajo académico en su pasado. Es la metáfora de la salvación para quien espera. Bolaño pudo comprar un jamón, pagar la calefacción y empezar de nuevo. Temblaba al caminar pensando en el tipo de salvación que había obtenido, de forma providencial, de la nada, con el cheque de la Universidad desconocida. En uno de los momentos más líricos de su prosa, se echó a llorar al no entender esa salvación que tanto esperó.

Similar cosa sentí al ver a Urdiales llegar al estribo con el rostro bañado en lágrimas tras ver que, luego de 17 años de lucha, al fin había tenido su primera puerta grande en una plaza española de peso. Él, quien en los años de menos actividad remendó zapatos en Arnedo o se puso sobre el traje de luces una sudadera para torear de salón en los parques nocturnos, al fin oía ese toque seco en su puerta producido por el portador del cheque salvador. ¿Qué forma de salvación desconocida aguarda siempre sin que lo sepamos? En su caso, 17 años con esa certeza al fin se cumplían cuando Matías asomó el par de pañuelos.

          

La faena a Favorito de Alcurrucén olió a torero.
Su forma de cuajar el toreo al natural semidefrente y cargando la suerte de la forma más ortodoxa posible, en contravía con su época; los derechazos donde corrió la mano con un mando templado entre la exquisitez y el poder; el espadazo, sobrado por contrario y pasado, denotando que se atragantó de toro; las trincherillas clásicas para demostrar al toro dominado; el empaque clásico, sin aspavientos retorcidos ni pechos de paloma artificiales; los tiempos de la faena, medidos y consisos con la brevedad que requiere lo bueno, a diferencia de las faenas maratónicas de hoy;...era Antonio Bienvenida y también Chenel, con algo de la tragedia concertada de César Rincón por décadas oculto hasta que llega el momento de la gloria. El cánon clásico incluso se completó con esos derechazos de perfil, demasiado heterodoxos a primera impresión, pero que se resolvían con muletazos metiendo el toro para adentro en la circularidad bendita que es tan difícil de lograr, máxime con la suavidad de toque y recorrido que le imprimió Urdiales a la majestuosa embestida del toro. A todo esto subyacía la belleza platónica de la verdad: lo bello es bello porque es verdad.
De la unión de todos estos elementos, incluso con los andares para dar pausas al toro, se desprende un concepto tan perdido que nos parece irreal verlo: la torería. Que cada una de las acciones, movimientos y estados en una faena, en la calle o en una conversación, denoten que eso solo lo puede hacer alguien que es torero.


El gran toro de Alcurrucén fue bravo y presentado. No requería toque fijador, lo cual habla bien de su prontitud para presentar embestidas bravas. Permitió una de las mejores faenas de la temporada.

A su primero le había recetado una estocada tan perfecta, que a algunos aficionados les recordó la inmortal escultura "La estocada de la tarde", de Benlliuere, que conmemora la muerte del miureño Barbero a manos de Machaquito, y cuyo poder dramático se volvió referencia absoluta del buen estoquear y el bravo morir. Esos mismos aficionados, de los que uno puede presumir que son cultos, también refirieron que jamás habían visto llorar tanta gente en un tendido.

Los que también hicimos lo mismo frente a la pantalla del televisor, le creemos. Y también creemos en Diego Urdiales.


(Fotos de Miguel Aradros, Berho, Cultoro.com, artetaurino.de y pantallazos de Javi taurino).

domingo, 16 de agosto de 2015

Seis mentiras en el vídeo antitaurino de Canal Capital



El Canal Capital, televisión pública de todos los bogotanos, -incluidos los taurinos, esos molestos outsiders que también pagamos los impuestos que la mantienen-, lanzó con motivo de la celebración de Rock al Parque un comercial antitaurino bajo la campaña No a la sangre como espectáculo.

         


SEIS MENTIRAS SEIS EN EL COMERCIAL DE CANAL CAPITAL


1) "Por aquí salía el toro de lidia; se llamaba así porque había un tipo que tenía que lidiar con él"

Esto introduce una falsificación recurrente en el antitoreo: negar la existencia del toro de lidia al desconocer también su particularidad. Para el antitoreo, el discurso de la tortura solo sirve en función de un animal indefenso. De allí saltan a asegurar que los toros de lidia son un invento, y que en realidad los plácidos bóvidos resultan amigables mascadores de pasto, como Fadjen.  El torero sería así un despiadado que desgracia a un animal que no puede luchar, ahondado la inmoralidad del acto.

El toro de lidia no recibe tal nombre de su particularidad zoológica solo porque lo lidien. En realidad en él asisten distinciones del orden genotípico y fenotípico suficientes para hacer de su genoma una prueba aplastante sobre su naturaleza ofensiva. El toro de la corrida, concluyó la Academia, es una raza única, con cromosomas no presentes en otras razas y especies de bóvidos, con información genética relevante como para deducir, con algo de ciencia más que de ignorancia, que el toro de lidia se llama así por serlo, y no porque lo lidien.


2) "Vestido con lentejuelas, porque el tipo tenía que brillar con luz propia"

Aunque parezca un detalle inane, que los antitaurinos desconozcan la naturaleza del traje de luces dice mucho sobre qué es lo que realmente saben de la tauromaquia, un fenómeno que solo puede entenderse si es visto. La distorsión de la propaganda animalista ha extendido la especie de que el torero se viste con lentejuelas. Esto, naturalmente, ha producido un discurso homofóbico en torno a la incomprensión que rodea al fenómeno cultural.

Que la inteligentísima presentadora suponga que el traje de luces existe para "hacer brillar con luz propia" al torero, parece más el eslogan de un champú que una explicación informada al auditorio. En realidad, cualquier somera mirada sobre los estudios antropológicos de Patricia Martínez de Vicente, daría luces sobre cómo esta hermosa pieza de orfebrería tiene un sentido social que versa sobre la adquisición de dignidad de las clases menos favorecidas, que ascendían momentáneamente a la dignidad de señores en los ritos de los caballeros e hidalgos en la época de los Austrias. Curiosamente, tal empoderamiento del vasallo como igual al señor, es uno de los discursos en los que la izquierda encuentra mayor simpatía. En este caso, la ridiculización en torno al traje de torear, además de enmascarar un discurso homofóbico (¿Cómo se va a vestir un hombre con lentejuelas?), es un canto a la ignorancia sobre el fondo cultural de las corridas de toros.
Algo que también puede hacerse para salir de la docta ignorancia antitaurina en torno al traje de luces, es ver este trailer.

3) "Estaba el tipo acompañado por un caballo con un jinete, que tenía una gran lanza; esta gran lanza era clavada en el lomo del toro para humillarlo" (...) "luego salían unos banderilleros (...) tenían unas banderillas con las puntas así" [muestra un dedo alargado]

 Es bastante enojoso tener que desmentir tan meríficas exageraciones sobre lo que realmente pasa con el toro en el ruedo. La puya, según la bélica clásica, es todo lo contrario a una lanza: su función es la de parar o detener, por lo que se clasificaba como separada a aquellas armas arrojadizas que pretendían atravesar un cuerpo. Si una lanza atravesara el cuerpo del toro, quedaría inválido, quizá muerto, y no serviría para las siguientes fases de la lidia, donde debe enfrentar al hombre. Al toro se le pica para defender la cabalgadura, antaño sin peto protector, y también para lucir su bravura, pues el toro debe crecerse ante el castigo. La inexactitud sobre la longitud de los arponcillos también es muy diciente, puesto que nunca serán más largos que un dedo extendido y su función en el toro es la de avivar su embestida. ¿De dónde saca que el tercio de varas es para humillar al animal, si de hecho existe para exaltar su casta? El toro no rehuye la lucha y va al caballo en repetidas ocasiones según la dimensión de su bravura. En ese tercio, el público observa que el animal no sea manso y conmemora su poder frente a la lucha. Tan solo el día de ayer en Dax, Francia, una corrida de Pedraza de Yeltes encontraba la apoteosis con un toro que hacía honor a su estirpe al embestir con bravura a la caballería en distintas ocasiones.
Pero lo realmente mentiroso en esta descripción del toreo, es que obvia deliberadamente dos cosas fundamentales: el toreo de capa y el toreo de muleta. En estos actos, que de hecho ocupan la mayor parte de tiempo en una lidia, el hombre solo tiene un trozo de tela y con él debe crear una coreografía usando para tal fin la embestida de un toro que intenta matarlo. Por esta creación estética se conoce al toreo como un arte. El vídeo, al obviarlo, ignora la riqueza estética de las corridas de toros hasta el punto de hacer parecer todo una lucha digna de martirologio para los santos toros.

                     
                          

                          

                          

4) "Había un tipo que se sentaba aquí (...) cual Nerón en un coliseo, daba la orden de matar al toro"

Mi favorita. El Coliseo fue construido después del reinado de Nerón, el clásico déspota que sentía limitada simpatía por los juegos de circo, aunque eso no le impidiera ser un sádico real con los humanos. Por ejemplo, el incendio que este demencial inhumano provocó en Roma, también pasó por encima de los estanques donde décadas después se levantaría el reconocido y monumental Coliseo. Si este César se hubiera sentado en el Coliseo, como dice la presentadora, en realidad hubiera flotado en una laguna artificial. En todo caso, en las plazas el presidente no ordena la muerte del toro. Su jurisdicción solo llega hasta lo contrario: ordenar que no se mate al animal bajo la gracia del indulto, que es pedido por el público para los toros con ejemplar bravura, digna de ser preservada en la tutela de semental que se le asignará al salir victorioso de la corrida.
La escaramuza mendaz solo sirve para establecer la ignorante relación entre circo romano y corrida de toros. En la corrida no se conmemora la muerte humana, a diferencia del juego de circo antiguo. Tal diferencia no es sutil. La corrida se trata, precisamente, de lo contrario al circo: el hombre debe sobrevivir. Los espectadores del toreo no encuentran regocijo en la sangre, puesto que el toreo está codificado de tal forma que la agresión desproporcionada al toro quita el honor al torero. ¿Cómo pudiera ser que el desacierto en la espada genere el rechazo de un público que supuestamente goza con el sufrimiento? Seguido, los espectáculos con animales en el Circo romano eran menos frecuentes de lo pensado. Se servía la destrucción de especies endémicas de los territorios conquistados, para conmemorar la victoria del imperio. Las luchas de fieras contra esclavos indefensos, coinciden más con el deseo antitaurino que con la realidad de la corrida.



5) "Salían unos señores que eran los monosabios y arrastraban el cuerpo del animal por toda la plaza. (...)Mono, por uno; y sabios por a lo único que los tipos sabían hacer (sic). Afortunadamente estas personas desarrollan ahora tareas más nobles"

Otra genial intervención en los límites entre la ignorancia y la insolencia. La presentadora confunde a los monosabios con los mulilleros, personas estas encargadas de arrastrar los restos mortales del toro. Precisamente están allí para garantizar un trato ritual y puro con los restos de un animal que la cultura taurina considera como sagrado. El toro de lidia no puede salir de cualquier forma; lo lleva un tiro de mulillas engalanadas ricamente, como si al animal se le diera un trato funerario. De hecho lo es:


Por el contrario, los monosabios son ayudantes que mantienen la arena en condiciones óptimas para que los animales, sean caballos o toros, no se rompan las pezuñas. También limpian el ruedo y se someten a la heroica empresa de defender la cabalgadura en caso de que el picador la pierda. Si un caballo de pica cae a causa del indómito ataque del poderoso toro, quienes levantan al caballo son los monosabios. Su nombre no viene del insulto escupido por la presentadora: hace eco de unos monos o micos que hacían labores con tanta agilidad y destreza, lo mismo que minucia y gracia, que el movimiento de los peones por la arena para salvar caballos los recordaba.
Distinto a lo que dice la presentadora, la Alcaldía de Bogotá no se preocupó por el desempleo generado a causa de la prohibición de las corridas en 2012. En el fondo, no tienen idea de las penurias económicas que han pasado las miles de personas humildes que dependían de la temporada para obtener sus ingresos con una actividad legal y de la que aprendieron oficio.
Solo, a modo de humillación por la forma en la que lo expresaron, le ofrecieron a los toreros ser barrenderos y recolectores de basura.

6) "Allá se hacían 20.000 personas que bebían, celebraban y reían de la muerte del animal"

No contenta con inflar en 5.000 la capacidad de la Santamaría en un alarde de profundo conocimiento sobre el coso, la presentadora extiende uno de los mitos más celebrados en torno a la tauromaquia: que el taurino va a la plaza para emborracharse. Imaginar cualquier multitud -incluso antitaurina o imparcial- de 15.000 o 20.000 personas beodas en un recinto cerrado, supondría un problema de orden público descomunal. Las calles colapsarían, se sucederían las peleas en torno a la plaza, se destruirían inmuebles y los antitaurinos sufrirían una violencia casi mayor a la del toro atravesado por lanzas y luego arrastrados por monosabios tras el beneplácito de Nerón. De hecho, es imposible que exista una multitud ebria que a su vez no genere perjuicios significativos para una ciudad.
En realidad la manzanilla, clásico acompañante de la bota taurina, es un inofensivo licor con menos de 1% ABV, o sea, habría que beber docenas de litros de esta sustancia si quiera para sentirse un poco mareado. El toreo no gira en torno a la consumación de licores y las personas que asisten a la corrida, no lo hacen para usar la plaza como cantina pública. El desorden de personas estropeando la vista para dirigirse a los baños, los ruidos propios de la irreverencia alcohólica, y demás manifestaciones que concurren en la felicidad de la embriaguez, raramente pueden coincidir con el silencio, la quietud y la concentración del público taurino. Quien haya ido a una corrida en la Santamaría, sabe de lo que aquí se habla.
Lo de reír de la muerte del toro es quizá la mentira más demencial en esta pequeña comedia de salvajes falsedades. La muerte del toro es precedida por un silencio exigido al espectador: para que el torero se perfile a matar, todo el mundo tiene que estar callado. Por otro lado, ¿por qué no hay un solo vídeo de 20.000 risas estallando en el momento en el que el toro es muerto? De las miles de corridas grabadas en la historia desde que existe el arte del cine y la industria de la televisión, estocadas incluidas, no existe tal cosa como risas pregrabadas de talk show al momento de la muerte. Es imposible. La muerte para el taurino es el centro del ritual, pues supone el sacrificio digno de un animal que no merece ser abatido en la oscuridad de los mataderos. El torero debe ofrecer su vida para matar al toro, pues se lanza entre los pitones para poder clavar el estoque. Las recurrentes burlas en torno a los toreros corneados, pueden dar una idea a los antitaurinos de qué tan letales pueden ser las astas del animal, como para que se tomen en serio esto de la estocada.
El día que un espadazo sea celebrado con risas en una plaza, los taurinos dejaremos de ir.



¿Y qué resta al final? El mérito del vídeo es que su guionista halló a la persona indicada para presentar esta sarta infamante, afrentosa y desconsiderada de falsedades en torno a una minoría que vive en Bogotá la persecución oficial de la Alcaldía. El reclamo contra la sangre como espectáculo obvia que las riñas de gallos ocurren en la ciudad semanalmente, sin que la alcaldía ni el animalismo con contratos suscritos con Petro, hagan nada. El tono del comercial es altamente desconsiderado, rayano en el desprecio y el odio; infunde mentiras y se solaza con un tema que lleva tres años ausente en la ciudad. A pesar del mandato de la Corte Constitucional en su sentencia T 296/13, la alcaldía sigue sin mantener el principio de imparcialidad en la función pública en torno al tema de los toros.

¿Pero cuál es la urgencia de producir un comercial de propaganda negra contra los taurinos? Entre otras cosas, la Alcaldía había expulsado a los toreros que practicaban de salón en la Santamaría, aduciendo que la plaza presentaba grave riesgo de colapso, exponiéndolos con esta medida a la constante agresión en los parques donde deben practicar ahora. Aunque se supone que la plaza está en intervención estructural por una empresa que ganó la licitación, se ve que no es óbice para que dentro de ella Canal Capital produzca un comercial dirigido contra una minoría cultural presente en la ciudad desde 1551 hasta nuestros días. Es, desde luego, el ahíto de la corrección pública, su producción diaria de demagogia en la propaganda,  la moralina que se escandaliza por el león cazado y no por los 12.000 niños portadores de VIH en derredor al felino, hasta entonces indiferente para la trama global. Si como dijo el filósofo catalán Gómez Pin, para el PIB mundial tiene más peso un gato parisino que una familia africana completa. Lo trágico, es que ya hasta el león cazado en Zimbabue tiene más peso en el escalafón de la indignación moral que los 39.000 niños muertos anualmente por desnutrición en dicho país, que además está en el último lugar de la medición de la Unicef sobre esperanza de vida infantil en todo el mundo. Algo paralelo sucede en Colombia con el tema de la tauromaquia en contraposición a los reales dramas de la nación, como, por ejemplo, la desnutrición infantil en La Guajira, que mata niños semanalmente. Desde aquí, es evidente, solo podemos extender falsedades contra la diferencia, aquella que no puede entrar en la trama de corrección de aquella aparente y espontánea sensibilidad moral, si es que puede decírsele así a la actitud que obvia la gran estela de mortandad infantil en despecho de un león, o de un toro.

Arraigo de la tauromaquia en Bogotá



CONSIDERACIONES PREVIAS

La alcaldía de Bogotá ha presentado en últimos días un proyecto de consulta popular antitaurina para la ciudad. Al reconocer que este mecanismo de participación ciudadana no pretende derogar leyes ni disposiciones constitucionales, pues de hecho carece de alcance para esto, las declaraciones de los funcionarios apuntan a que los resultados de la consulta determinarán si el toreo cuenta con el suficiente arraigo en Bogotá, todo esto en virtud a que la Corte Constitucional en la sentencia C-666/10, dispuso que las corridas de toros solo pueden realizarse en aquellos lugares donde la tradición taurómaca contase con el concurso de dicho arraigo.

Lo anterior abre una serie de dudas con respecto a la consulta, algunas de ellas ya formuladas en el concepto pedido por la misma alcaldía a la facultad de derecho de la Unversidad Externado de Colombia. En aquel análisis, se expresa de forma resuelta que la discusión sobre el arraigo es técnica, y como tal debe abordarse desde la disciplina que estudia el fenómeno, descartando que una votación pública pueda ser equivalente al análisis de las ciencias sociales. En tanto, todos los expertos sin vinculación directa con la alcaldía o el animalismo,  han determinado que el resultado de la Consulta, tal como está planteada, carecería de efectos jurídicos, por tanto su resultado no es aplicable.

De antaño se sabe la animadversión sentida por el burgomaestre actual contra la Fiesta de los Toros en Bogotá. Su lucha, en apariencia animalista, pero rebozada de incontables actos de negación, se interpreta como el ataque de una nueva ciudadanía contra los símbolos del poder conservador y dominante. Al parecer, esta conveniencia política obviaría de forma deliberada los derechos fundamentales de los aficionados y profesionales taurinos, todos consagrados de forma genérica en la Constitución y protegidos a lo largo de siete sentencias, las dos últimas, en específico la C 889/12 y la T 296/13, a propósito de las facultades de autoridades locales para prohibir la actividad taurina en Colombia, cosa que es de potestad únicamente del Legislativo o de un Referendo derogatorio.

El presente escrito pretender ser una aproximación inicial a la realidad del arraigo taurino de la tauromaquia en Bogotá.



En la antropología, los conceptos están atados a la pertenencia de las distintas escuelas de pensamiento. Lo anterior no es óbice para reconocer ciertas definiciones generales que pueden servir de análisis al estudio. Siendo el tema el del arraigo, convendría advertir de partida que esta es una categoría referida a los fenómenos culturales con presencia duradera en el seno de algunas comunidades.
Arraigo, cuya etología en el latín deviene de raíz, es un concepto que para las disciplinas sociales nunca ha contado con métodos de estudio que indaguen sobre las cifras exactas de humanos que se conjuguen con el fenómeno social. En las declaraciones de PCI en la Unesco, por ejemplo, y en donde el arraigo cultural es uno de los requisitos para la obtención de la categoría del Patrimonio, jamás se ponen en consideración cifras de popularidad, número exacto de cultores y otras estadísticas, totalmente indiferentes para las ciencias sociales. Por el contrario, la única medición plausible para determinar la raíz y permanencia de un fenómeno cultural en las sociedades, es precisamente el recuento histórico y la vigencia en el tiempo de los fenómenos. Por ejemplo, en los clásicos estudios indigenistas del Perú, se consideran con mayor arraigo a aquellas culturas que datan de siglos anteriores que aquellas mayoritarias y más cercanas a la contemporaneidad. Para cerrar esta idea, cabría recordad al pensador latinoamericanista Alfonso Reyes, quien destacaba al arraigo como algo contrario a la Universalidad, en consideración al profundo crisol de la riqueza cultural americana, tan variada como distinta en sus múltiples manifestaciones. Encumbrar una manifestación cultural por mor de popularidad, redundaría en una invalidez social con respecto a las ciudadanías que conservan modos antiquísimos y minoritarios de ser.

Sobre lo anterior, también la Convención de París emitida por la UNESCO en 2005, invocando su calidad como máxima autoridad del tema cultural en los países miembros de la ONU, contempla que el carácter minoritario de un fenómeno cultural no enerva ni su arraigo ni su pertinencia. Sensu contrario, la UNESCO considera que todas las manifestaciones culturales minoritarias son dignas de protección por parte de los Estados firmantes de la Convención, dentro de los cuales se encuentra la República de Colombia. Esto contradice totalmente el espíritu de la consulta, pues es suya la pretensión de eliminar una cultural minoritaria en razón a mediciones ciudadanas de pertenencia, cuando en realidad la conclusión de la votación es que merecen protección estatal para su fomento.
Según el «Principio de igual dignidad y respeto de todas las culturas» consagrado en la Convención de la UNESCO, se debe garantizar para la cultura minoritaria. En el mismo convenio, su artículo 7 determina medidas para la promoción de las expresiones culturales, en tanto que se les permita «crear, producir, difundir y distribuir sus propias expresiones culturales, y tener acceso a ellas, prestando la debida atención a las circunstancias y necesidades especiales de las mujeres y de distintos grupos sociales, comprendidas las personas pertenecientes a minorías y los pueblos autóctonos»[1]. Teniendo en cuenta que la Corte Constitucional a lo largo de su línea jurisprudencial ha considerado a la tauromaquia como parte del Patrimonio Intangible del pueblo de Colombia, su adecuación a estos principios técnicos y legales es evidente.
Por otra parte, la Constitución Política de Colombia también contempla, además de los derechos a la participación ciudadana, los derechos culturales como fundamentos de la nación. Por ejemplo, su Artículo 7 contempla a Colombia como un «Estado que reconoce y  protege la diversidad étnica y cultural de la Nación». Entre tanto, el Artículo 8 conmina como obligación del Estado el proteger dicha riqueza. No es de obviar la línea jurisprudencial de la Corte en el tema taurino.

En suma, el problema de la consulta antitaurina es su confusión del arraigo social con el arraigo cultural. La malversación entre ambas categorías sociológicas, sin embargo no las hace susceptibles a demostrarse mediante el conteo de votos. Por ejemplo, no existe el primer estudio de ciencia social que mida la popularidad desde las urnas para delimitar la naturaleza de un Patrimonio Cultural Inmaterial. En virtud de lo anterior, las votaciones reemplazarían los trabajos de maestros como Claude Lévi-Strauss o Clifford Geertz en lo que refiere al análisis antropológico sobre los fenómenos. Lo anterior, sería tan absurdo como determinar por vía de las urnas la veracidad de alguna religión con respecto a las otras, o inquirir sobre la naturaleza y protección de los Derechos Humanos mediante consultar o referendos.

La consulta antitaurina planteada por la alcaldía de Bogotá, además de carecer de aplicabilidad jurídica, al no derogar sus resultados la Ley 916 de 2004, tampoco puede ser un instrumento para reemplazar discusiones técnicas que tienen su especialización interdisciplinaria en el seno de la academia colombiana. Finalmente, resulta evidente que el Estado de opinión ha sido altamente desestimulado por la Corte Constitucional, desde luego por la inconveniencia de sus efectos y deseos.


ARRAIGO TAURINO EN BOGOTÁ 

Comprendiendo a la cultura taurina como un todo de manifestaciones en torno al toro, y no solo como el concurso de la corrida, puede decirse que el arraigo taurino en la ciudad data desde la llegada de los toros a un territorio que, como el americano, no los tenía como animales endémicos. Es Alonso Luis de Lugo, junto a frailes cartujanos, quienes en 1543 importan a la sabana de la recién fundada Santa Fe los primeros ejemplares. Luis de Lugo vendió 35 toros y 35 vacas, a precio de mil reales por cabeza, para que fueran distribuidas así en las haciendas reales como animales guardianes.

Para 1551 se registra oficialmente la primera corrida de toros en Santa Fe, nombre que antaño las disposiciones territoriales del virreyno le daban a Bogotá. Fue en honor a la instalación de la Real Audiencia, y posteriormente para la llegada de su primer presidente, Andrés Díaz Venero de Leyva. Lo anterior quiere decir que en la capital se hacen festejos taurinos desde hace 464 años, extendidos hasta el 2012 con regularidad sorprendente, pues, como se verá más adelante, ni siquiera la época republicana refrenó el gusto taurómaco. En todo caso, es mayoritaria la presencia de años con festejos taurinos que las interrupciones por abolición. Estas últimas pueden dividirse solo en dos periodos históricos: la prohibición por bula papal y la de Gustavo Petro.

Otros autores señalan a la capital como epicentro de distintos festejos, significativos por su condición de celebración civil: «Del siglo XVI, se tiene al menos noticia de seis corridas: a la llegada del adelantado Alonso de Lugo; en 1545, cuando tomó el mando Pedro de Ursúa; en 1547, a la llegada de Miguel Diez de Armendáriz; en 1550, cuando el establecimiento de la Real Audiencia; en 1551, durante la posesión de Juan de Montano, y en 1564, cuando Andrés Diez Venero de Leyva tomo posesión del gobierno de Santafé»[1].
En cuestión, el toreo bogotano a lo largo de los siglos no pudo disociarse de su ocurrencia gracias a fastos civiles. Se hicieron corridas en la Plaza Mayor, como entonces se le llamaba a la Plaza de Bolívar, para celebrar ascensiones de reyes, llegadas de virreyes, proclamaciones de santidad, pero también para celebrar la Independencia y luego para conmemorarla de forma institucionalizada. Colonia y República son taurinas.

En El Carnero, primera obra literaria auténticamente colombiana que puede considerarse como tal, se narran innumerables festejos taurinos como parte activa de la vida santafereña. También es célebre la glosa sobre las vicisitudes piadosas vividas por Don Luis López Ortiz, próspero comerciante santafereño que se salvó milagrosamente del ataque de un toro que entró en su local, escapado de una corrida, y que apenas le ofendió untándole su levita con babas. A tal hecho, que trascendió por siglos en la memoria colectiva bogotana, se le confirió la categoría de milagro.

Con el discurrir de los siglos coloniales se pueden reconocer que la cultura taurina formó arraigo en la sociedad capitalina, bajo la forma de transcultura o transferencia cultural. Aquí, la tauromaquia adquirió una manifestación particular, permeada por el color local y el modo de ser santafereño. Por ejemplo, se toreaba con ruana, o se trasteaban los toros barrio a barrio, todo bajo preceptos de comportamiento netamente santafereños, rodeando los festejos además de manifestaciones gastronómicas y musicales propias de la región, cosa que no ocurre en ninguna otra tauromaquia del mundo. Desde luego los festejos también se verificaban en consonancia de severas celebraciones, más serias y con grandes componentes de hecho social. Algo digno de mencionar es que la única ocasión en la que se ponía alumbrado público, consistente en velas de cebo, era en la celebración de proclamaciones virreinales, ascensiones reales al trono y, desde luego, en días de corrida.
A la llegada del presidente aragonés Dionisio Pérez Manrique en 1669 de Lara se prohíben los festejos taurinos, mas no dejan de realizarse, debido a la gran afición del pueblo a la tauromaquia. Solo sería la aplicación de la bula papal antitaurina, extensible a todo el reino y las colonias, la que sea capaz de acallar la celebración de corridas por casi cinco décadas.


Durante 1654 hasta 1703  persistió una abolición de las corridas de toros en Santa Fe, no obstante los constantes festejos realizados, casi de forma subversiva, en fincas privadas y días de extremo clamor social, donde las autoridades se hacían las de la vista gorda, pese a la tremenda protesta de la iglesia.

Ante la llegada del ilustre virrey Diego Córdoba Lasso de la Vega, los festejos taurinos vuelven a la capital con gran pompa en 1704, al conmemorarse la jura de Luis I con fastuosas corridas de toros. Como ahora, el resurgir de la tauromaquia entre las aficiones de la población, no pudo ser posible sin el arraigo que esta práctica goza en determinado sector social:


 «El presidente Diego Córdoba Lasso de la Vega logró restablecerlas a principios del siglo XVIII, con la condición de que «con ningún pretexto ni causa, llegada la noche desde las Ave Marías, no salgan ni corran a caballo, ni saquen toro dentro del lugar ni sus arrabales hasta la hora común del alba, como ni tampoco al tiempo que se celebran los oficios divinos; pena al transgresor del perdimento del caballo y silla y dos meses de cárcel»[2]


Se distinguió por su particular afición el virrey José Solís Folch de Cardona, advenido como tal en 1753. Para 1756, merced a la noticia de la exaltación de su hermano Francisco de Solís a cardenal, se realizaron los festejos taurinos más grandiosos de los que Santa Fe tuviera memoria. Sin embargo, con la ascensión del abolicionista Carlos III a la corona española, la Nueva Granada, nombre que entonces se le daba a los territorios de Colombia, también ve el arribo del virrey Pedro Messía de la Zerda en 1761. Aunque se se celebran cuatro corridas de toros por su llegada,  luego él mismo hizo valedera la abolición de Carlos III. Pero no puede decirse que la ciudad se quedase sin corridas de toros, pues Messía de la Zerda seguía realizando festejos en su finca privada de El Aserrío, propiedad luego de don Antonio Nariño
Es precisamente don Antonio Nariño, en su calidad de alcalde regular de Santa Fe, quien en 1789 da la primera noticia de corridas de toros organizadas sin el concurso de fuerzas civiles extranjeras, volviendo a la vieja usanza de realizar festejos taurinos por espacio de seis días. Su paralela traducción al castellano de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sembró la semilla revolucionaria entre la élite de Santa Fe.

El último Virrey, Antonio Amar y Borbón, fue recibido con toros pese a la creciente subversión que gran parte de los santafereños ya sentían por la corona extranjera. En tal modo, y de forma curiosa, los hechos oscuros de pacificación ocurridos por la retoma del poder por parte de Morillo en defesa de la corona de Fernando VII, estuvieron ausentes de festejos taurinos casi, de no ser por un festejo en 1861 que pasará a la posteridad por ser motivo de ofensa a Morillo. En él, un independentista de nombre José Ramón Escobar, obtuvo su libertad y la de 11 de sus compañeros al banderillear un toro pese a contar en sus piernas de recio bogotano con los pesados y oxidados grilletes que servían para demorarlo en una mazmorra, centro de la represión. El pueblo saludó frenéticamente la proeza de Escobar, frente a la que el pacificador Morillo no tuvo otra opción que bajar la cabeza, y dejar de asistir a toros.

Lograda la primera proclama de Independencia, se celebraron festejos taurinosnueve días después del 20 de julio de 1810, en lo que los historiadores consideran es la primera corrida republicana: «En efecto, el día 29 hubo misa de gracias con gran solemnidad y en la tarde corrida de toros con mucha alegría y regocijo. Con motivo de la instalación del Congreso, en la tarde de los días 23, 24 y 25 también hubo toros, que fueron breves, y en la noche iluminación Finalizando el año de 1811, el 24 de diciembre, tuvo lugar la elección de presidente del Estado en propiedad, designación que recayó en Antonio Nariño, quien de paso diremos era muy aficionado a los toros. Al día siguiente, de pascua, se lidiaron toros magníficos, función que se repitió el día 27 amenizada por la banda de sargentos y cabos de Milicias»[3]

Conforme iba verificándose el proceso de emancipación, los ejércitos patriotas fueron financiados en parte con festejos taurinos. Famoso es el registrado en Santa Fe, cobrando medio real la entrada, cuyos réditos se destinaron a comprar el atalaje necesario para que el ejército libertador saliese de la vicisitud provocada por el brutal a través del páramo dl Pispa. Como refieren a los historiadores, «Despidieron al ejercito libertador con toros El 21 de enero de 1815. Simón Bolívar se hizo cargo del ejército patriota y a pesar de que los bogotanos no estaban muy contentos, el día 22, que fue domingo, se celebró un gran festejo taurino, destacándose los jinetes sabaneros que competían valerosamente con los osados toreadores de a pie».[4] Como era de esperarse, la noticia de la total emancipación fue celebrada en 1817 con diversas celebraciones, entre ellas, naturalmente, corridas de toros.
Con lo anterior se entiende que la tauromaquia ya no era concebida desde mucho ha por el capitalino como síntoma de una cultura extranjera, sino que la verificaba como un sentir suyo; el toreo ya era una cultura santafereña, sin visos de extranjerismo, por lo cual no podía simbolizar nada español, teniendo su auge más significativo precisamente en la época republicana.
Ya en Bogotá, se decreta desde 1846 que la celebración de la independencia se conmemoraría el 20 de julio con corridas de toros en la plaza de Bolívar.
Aquí inicia la edad moderna del toreo colombiano, con la irrupción de toreros profesionales españoles como maestros de los patrios, la consolidación de las plazas monumentales, las grandes ferias capitales y, desde luego, el levantamiento de la Plaza de Toros de Santamaría, referencia absoluta de la tauromaquia americana.
Ante la llegada de las primeras cuadrillas españolas que practicaban el toreo a pie, se popularizan las capeas en distintos barrios bogotanos: San Diego, Las Cruces, Chapinero, Las Nieves y San Victorino, son los principales distritos que desde 1980 crean sus propios cerramientos para que hagan las veces de plazas de toros. También, con la definición de los caminos de herradura y la navegabilidad del Río Magdalena, empiezan a aparecer reses llaneras y cuneras que propician el toreo a pie hecho con muleta, como ya estilaba en España desde un siglo antes. Cada barrio vivía la tauromaquia según sus propias posibilidades económicas (de las elegantes corridas de Chapinero, con toreros traídos de España y asistencia de la alta sociedad, hasta las populosas corridas de San Victorino y Las Cruces, donde prosperó la industria de la chicha y las gentes más humildes encontraron su afición con modos más furiosos). Aunque desde entonces el toreo recibiera el desprecio de parte de la población, no deja de ser cierto que la práctica lograba atraer a los capitalinos que así lo quisieren, en virtud al enraizamiento de la misma.

Con la explosión demográfica, lo mismo que con la naciente industria del espectáculo, se hizo patente la necesidad de tener escenarios idóneos para la práctica taurina, a la par que grandes toreros españoles se popularizaban entre los aficionados. Es también para 1890 que Bogotá cuenta con su primer escenario taurino digno de tal nombre: La Bomba, circo de madera que precedería a otras 18 pequeñas plazas construidas ex profeso antes de la irrupción de la Santamaría en 1931.

Tras el advenimiento de las reses de casta pura importadas por la familia Sanz de Santamaría en la década de los 20, el toreo en Bogotá adquiere su plena madurez. Con la necesidad de tener un escenario monumental para albergar a la ya presente afición, conocedora y seria, don Ignacio Sanz de Santamaría invierte su fortuna en la construcción de la plaza de toros que hoy tiene en disputa a dos sectores de la sociedad, que no a toda. El domingo 08 de febrero de 1931, y ante la presencia de todas las fuerzas representativas de la vida civil capitalina y nacional, se verifica la primera corrida de toros en esta plaza.

81 temporadas taurinas alcanzaron a verificarse antes de la llegada de Gustavo Petro a la alcaldía de Bogotá en 2012, año en el que se realiza la última corrida. En dicha temporada final se registran cuatro imponentes llenos en la plaza, los días 15, 22 y 29 de enero, y finalmente el 19 de febrero, cuando se clausurara el recinto para espectáculos taurinos. Frente a esto, cabe preguntarse cómo puede llenarse cuatro veces una plaza monumental con cabida para casi 15.000 espectadores, de no ser porque dentro de su población hay el arraigo suficiente para vender más de 60.000 entradas para las funciones de toros.
Ya en 2014, la Corte Constitucional de Colombia reitera su línea jurisprudencial al proferir el fallo de tutela T-296/13, con el que conmina a la administración distrital a restituir la Santamaría como plaza de toros. Se puede subrayar el siguiente punto del auto de aclaración:

«5.5.1.3. Razón de la decisión: (i) la tauromaquia es una expresión artística y cultural, reflejo de un arraigo social y de la realización de una tradición sociológica; (ii) el deber constitucional de protección animal no se opone absolutamente a la celebración de espectáculos taurinos, en virtud del deber, también constitucional, de promoción y protección de la diversidad y el patrimonio cultural».

La parte resolutiva de la sentencia, cuya observancia es de obligatorio cumplimiento, ordena:

«restituir de manera inmediata la Plaza de Toros de Santa María como plaza de toros permanente para la realización de espectáculos taurinos y la preservación de la cultura taurina, sin perjuicio de otras destinaciones culturales o recreativas siempre que éstas no alteren su destinación principal y tradicional, legalmente reconocida, como escenario taurino de primera categoría de conformidad con la Ley 916 de 2004».
Junto al punto anterior, huelga decir que la Ley 916 contempla a la Santamaría como plaza de primera categoría en Colombia, estatus que solo se da a los recintos monumentales construidos para el uso de la tauromaquia. Gozando de este rango legal, la Corte Constitucional también reconoció en la sentencia C 889/12 que la mera existencia de una plaza de primera categoría, es prueba suficiente para determinar el arraigo de la tauromaquia en excepcionalidad al estatuto de protección animal, siempre y cuando los festejos se realicen en las fechas tradicionales, que en Bogotá pueden rastrearse, como se vio, hasta el siglo XVIII.


  
Según lo expuesto, el toreo en Bogotá hace parte, junto a múltiples manifestaciones dispares, del patrimonio cultural intangible del pueblo bogotano, pues como fenómeno cultural ha estado presente en la capital desde todas sus edades históricas, contando en el siglo XXI con el suficiente arraigo como para ser capaz de llenar la plaza de toros en sucesivas veces, pese al rechazo que un sector de la sociedad erige contra esta clase de prácticas. Se vería inadecuado determinar por vía de las urnas, y en directo atropello a derechos fundamentales ya tutelados por la Corte Constitucional y la Ley, principios técnicos que corresponden a las disciplinas de las ciencias sociales, y, desde luego, ante la clara vigencia del toreo desde 1551 hasta 2012, e incluso con posterioridad, como ha quedado patente con las múltiples manifestaciones que los aficionados taurinos de Bogotá han adelantado contra las medidas de la administración distrital. En suma, si se determinara por vía de la popularidad el arraigo de cualquier expresión cultural, se concluiría que en realidad la capital no cuenta con ningún tipo de arraigo hacia nada, puesto que ninguna práctica cuenta con la unanimidad favorable de la población, sean los ritos indígenas, la consumición del tamal con chocolate, el uso de la ruana o, como es objeto de esta disertación, las corridas de toros. Sensu contrario, el desarraigo resultaría de una abolición lograda por vía de las urnas y en total distorsión de las disposiciones de la Corte Constitucional, en cuyas sentencias, no es posible encontrar en la parte resolutiva, mandato alguno que ordene a las administraciones para que verifiquen por sondeos el nivel de popularidad de la práctica taurómaca, con miras a validarla o negarla. Ya la Corte dispuso a través de la sentencia C 889-12, la falta de alcance de las autoridades locales para la restricción de la tauromaquia en plazas de primera categoría, y también en T 296-13, donde hay un directo mandato dirigido a la alcaldía de Bogotá, donde se le conmina a «abstenerse de adelantar cualquier tipo de actuación administrativa que obstruya, impida o dilate su restablecimiento como recinto del espectáculo taurino en Bogotá D.C». Los resultados de una eventual consulta, sin poder aplicarse, también contradirían el mandato del Constitucional.

Si bien es cierto que la cultura es mutable, y que la espontánea sensibilidad moral es uno de los rasgos definitivos de la sociedad moderna, tampoco deja de ser cierta la prevalencia de los Derechos Humanos, donde el libre acceso a la cultura es uno de los basamentos para una sociedad evolucionada. Por el contrario, las prácticas de totalitarismo en contra de minorías al otro lado de los «desacuerdos razonables», son rasgos distintivos de las peores experiencias sociales del siglo XX.

En consideración a lo anterior, el arraigo de la cultura taurina de la capital está demostrado por vía legal ante la existencia de la plaza que la Corte ordenó restituir para espectáculos taurinos, en toda medida al tutelar los derechos fundamentales de los toreros y aficionados bogotanos, que mantienen la vigencia de un fenómeno cultural presente en la capital desde 1551.



NOTAS





[1] http://admin.banrepcultural.org/node/32536
[2] Íbid.
[3] http://www.banrepcultural.org/node/32538
[4] Íbid.

(1) http://www.taurologia.com/imagenes%5Cfotosdeldia%5C1672_ensayo__la_fiesta_de_toros_en_colombia.pdf
[2] http://www.unesco.org/new/es/culture/themes/cultural-diversity/cultural-expressions/the-convention/convention-text/

lunes, 10 de agosto de 2015

Rafael El Gallo en Bogotá




No pude evitar presentar a los lectores del blog esta anécdota consignada por Alfredo Iriarte en su maravilloso libro Toros, de Altamira y Lascaux a las arenas colombianas. Para una afición que pasaba de la capea tumultuosa del siglo XIX al esplendor del arte taurino en tan solo cinco años, la figura supersticiosa del torero artista depararía amargas sorpresas. Mientras su hermano años antes consolidaba el visionario plan para dotar de plazas monumentales a la creciente afición hispánica, Rafael El Gallo provocaba la destrucción de la única plaza de toros con la que disponía la gélida Bogotá de inicios de siglo. Nada mejor que vivir este recuerdo en el excelente castellano del maestro Iriarte. En todo caso, Rafael obsequiaría a la afición bogotana con un regalo imperecedero: el haber tentado casi mil reses traídas de los llanos, cuneras y criollas, que servirían de vientres para la cubrición con los sementales ibarreños y veragüeños  traídos por los Sanz de Santamaría en los años siguientes. Tal cruce fundaría nuestra cabaña brava tal como la conocemos hoy día. Para un poco laborioso Rafael, la empresa de tentar lotes gigantes bajo la niebla cortante de Cundinamarca es quizá la refutación más conmovedora y preciosa sobre su supuesta pereza.

RAFAEL EL GALLO EN BOGOTÁ

Poco después [de 1920] llegó a Bogotá un auténtico "peso completo" de la tauromaquia: el famoso Rafael Gómez "El Gallo", ampliamente conocido en todo el mundo de los toros además de por su pericia y maestría, por sus manías, supersticiones y arbitrariedades. Y se dio la coincidencia de que al tiempo con "El Gallo", visitó a Bogotá el célebre tenor italiano Titta Ruffo para una corta temporada en el Teatro Colón. Hubo, por supuesto, alborozo en esta ciudad tediosa y conventual por la coincidencia de estos dos magnos acontecimientos. El miércoles haría su aparición Titta Ruffo en el Colón con Rigoletto y el domingo siguiente "El Gallo" se encerraría en el Circo de San Diego con seis tremendos ejemplares criollos. Bogotá hervía de emoción puesto que la mayoría de aficionados a la ópera eran a la vez grandes taurófilos.
Teatro Colón de Bogotá, epicentro de la vida cultural republicana
Llegó el miércoles. El espectáculo de palcos y platea era imponente en el Colón con las níveas percheras de los fracs y los descotes, collares, diademas y anillos de la concurrencia femenina. Llegada la hora, se alzó el telón y sonó en todo el teatro un murmullo de desconcierto y estupor. No sonó obertura alguna y el proscenio estaba desnudo de la fastuosa escenografía que todos esperaban. Solo apareció el empresario, un italiano ataviado de gala, que con voz grave y solemne se dirigió al público para hacerle saber que, a causa de una laringitis aguda, el Maestro no podría cantar esa noche, pero que la empresa les comunicaría oportunamente la fecha en que el divo, ya repuesto de su dolencia, los deleitaría con las maravillas de su voz. Hubo expresiones de descontento y finalmente surgió un conductor de masas que convocó a la concurrencia para desfilar por la Carrera Séptima hasta el hotel en que se alejaba el tenor para comprobar la veracidad de la información. Y fue así como la principal arteria bogotana presenció el más elegante desfile de su historia que avanzaba en orden con el más insólito de los propósitos. Llegada la aristocrática muchedumbre ante el hotel, el adalid exigió con voz sonora que saliera Titta Ruffo al balcón para verificar la evidencia de su afonía. Por supuesto, el médico que lo atendía salió en su lugar y explicó a los manifestantes que si el cantante salía a exponerse al helaje bogotano, se quedaría sin voz para el resto de su vida. Que conservaran la calma y la seguridad de que no perderían sus boletas. Ya apaciguados, los fervientes melómanos desfilaron hacia sus casas.

Y llegó el domingo. Un sol esplendoroso y San Diego lleno hasta reventar. Lo que no sabemos es cuántos de los ansiosos espectadores de ese día sabían que "El Gallo" era un supersticioso compulsivo e irreductible que otorgaba fe ciega a las más extravagantes supercherías, con la condición de que si cualquiera de ellas se hacía patente antes de la corrida, Rafael Gómez se negaba a torear, así cayera sobre él la ira divina. Y fueron ese día tan malaventurados los bogotanos, que cuando el diestro ya se había cubierto con el traje de luces y se disponía a partir hacia San Diego, se asomó a una ventana de su habitación y desde allí divisó el paso de un negro cortejo fúnebre que se desplazaba por la Carrera Séptima hacia el Cementerio Central, encabezado por uno de aquellos inolvidables carruajes de cristales biselados, grandes airones negros, auriga luctuoso y caballos igualmente exornados con penachos de luto. "El Gallo" quedó fuera de sí. Toparse con un desfile mortuorio era para el torero el más siniestro de los presagios. Se vio corneado, desventrado, muerto. Enloquecido, echó mano de la espada y estoqueó las ventanas. Cuando recobró algo de sosiego, advirtió que, ante tan funesta señal, no torearía aunque lo mataran. Los enfurecidos taurófilos desentablaron el circo mostrando esa vez una vesania mucho más feroz que en las anteriores, en tanto que la Policía, en una medida de elemental precaución, montaba guardia en el hotel en que Titta Ruffo convalecía de la laringitis y "El Gallo" de su pataleta. Sin embargo, el final de esta serie de insucesos fue feliz. Y el domingo siguiente no hubo que sepultar a ningún bogotano y todos los gatos negros huyeron de la ruta de "El Gallo", debido a lo cual el diestro pudo encerrarse a gusto con sus seis astados y salir del circo, ya nuevamente entablado, en hombros de los taurófilos y blandiendo manojos de orejas y claveles. Y el remate de toda esta pintoresca cadena de episodios corrió por cuenta del incomparable y bogotanísimo Federico Rivas Aldana, "Fray Lejón", quien lo narró en unos versos llenos de gracia y humor que terminaban así:

Si Titta Ruffo toreara
otro Gallo nos cantara.


Alfredo Iriarte
Rafael El Gallo, haciendo el paseíllo en el Circo de San Diego, predecesor de la Plaza de Toros de Santamaría.

domingo, 9 de agosto de 2015

Morantadas


Cuando André Viard me dijo que en Francia financiaban su lobby legal con apenas 4000€ anuales, pensé de inmediato en el revuelo que causó dentro de la prensa colombiana la cifra que cobró Morante en Manizales por un fallido mano a mano. Aquella vez el torero de la Puebla no hizo ni siquiera un intento de natural. Por tres faenas insustanciales, breves, desganadas y cojas, se le canceló en caja 130.000€, como incluso salió publicado en Marca. Esto quiere decir que con lo cobrado por Morante en Manizales, insistamos, en una sola tarde, se puede financiar el lobby taurino francés por 32 años en su aspecto más vital: la lucha legal en tribunales y juicios.


Los nimios cuatro mil euros han rendido para debilitar el músculo financiero de los antis en Francia. Solo para nombrar, se pueden destacar los siguientes casos:  5700€ de multa a Garrigues, 3000€ por difamar, 8000€ por disturbios en Rion, 6500€ por el  delito de injuria a la presidenta de las UVTF,..tan solo el caso de Rion-des-Landes dobla la cifra invertida todo el año por el Observatorio. Si bien este dinero no resulta en las arcas de los taurinos, lo cierto es que va a parar a un lugar mucho más importante: lejos del activismo animalista. Lo anterior ha producido que el movimiento antitaurino francés invierta más en su defensa legal que en sus acciones contra la tauromaquia, por lo que ha debido tornarse resueltamente violento y trasgresor de la ley ante las reiteradas zancadillas en su contra. Es lo ideal, pues dichos movimientos penden de un hilo ante la posibilidad de su ilegalización por parte del Ministerio del Interior de Francia. Con ello, ya ni siquiera serían posibles las protestas antitaurinas a dos kilómetros de las plazas galas, ni el activismo, ni las ONG especializadas, ni los gurús que viven de la profesión antitaurina a costa de la xenofobia en nuestra contra.

A todo esto, el día de ayer en Marbella el grupo antitaurino Vegan Streaker volvió a probar sus aptitudes atléticas para saltar cadáveres de toros en las plazas.


¡¡¡¡Atención, nuevo salto del Vegan Streaker Group!!!En esta ocasión han saltado en Marbella, los activistas Peter...
Posted by Vegan Streaker Group on Domingo, 9 de agosto de 2015


A favor de la versión antiaurina, desfilarán en los noticieros amarillistas de España los vídeos que muestran la agresión de la cuadrilla contra Pedro Torres, hecho corroborado por aficionados taurinos honestos que, como yo, deploran que se repelan ataques antitaurinos admitiendo el uso de la violencia. Esto en el fondo es un error estratégico para el sistema taurino, pues hace cierta la falsa tesis de que el toreo vuelve violentas a las personas, por lo que representa un peligro de salubridad pública. Es evidente el movimiento mediático que habrá en nuestra contra a raíz de las condenas subsiguientes que los tribunales profieran contra la cuadrilla de Morante.

En todo caso, el morantismo abundó nuevamente sobre una supuesta agresión a su torero. Justifican e incluso celebran el linchamiento al anti como método de defensa ante la estúpida acción de saltar al ruedo con el toro muerto, como hace esta ONG que cobra donativos para entradas, defensa legal y hasta mercadeo. Esto es una inconsecuencia.
Tras el chaparrón con el anti, donde trascendió que hasta el apoderado de Morante se lío a empujones con la policía, el torero se negó a cerrar el rito de lidiar y matar a estoque al toro de lidia, cerrándose en el burladero mientras hacía gestos con los brazos hacia las autoridades.
Como si se sacase del fondo de una telenovela cursi de los años 90 (las de mi infancia), Morante respondió a todo echándose a llorar, tapando su rostro con un ramo de flores. Mientras sonaban las dianas de los avisos, Talavante se dedicó a hacer quites por chicuelinas, en tanto los antis se erigían con los suyos como los héroes de la jornada. Ni Valle-Inclán hubiese descrito un panorama tan enclenque, con el toro volviendo vivo a los corrales, como quieren los antis, mientras el ¿matador?, lloraba a desconsuelo sentado.

En Francia la afición financia su lobby jurídico y de comunicaciones con una tasa directamente deducida de las entradas adquiridas para los festejos. Es el país con la mejor salud taurina del mundo, incluso superando a España. Foto de @Dominguillos

Sin duda, la romántica imagen del matador llorando tras las flores logró remover el corazón sensible de algunos aficionados, los mismos que con su estupenda inteligencia pueden captar el arte, incluso la "genialidad" de Morante fumando vestido de lince ibérico. Toda esta sarta de contrariedades en todo caso nos desvelan un fondo más urgente sobre la decadencia del toreo en España: el torero no es un héroe, la afición está desmoralizada y los antitaurinos logran perturbar la paz taurina hasta con un pelele que salta a la arena con el toro muerto. Si este hecho es capaz de hacer perder los estribos, es difícil imaginar lo que suceda cuando el antitoreo haga esta clase de asaltos a mayor escala, con mayor número de "voluntarios desinteresados" y con más frecuencia.

Pero lo que revela en últimas, es que la tauromaquia española sufre de morantada: ese letargo, esa pereza, reflejada en la total incapacidad de acción sobre nada que les signifique un reto mayor. La abulía de Morante es la del aficionado, pereza mística y mala a diferencia del coraje de sus vecinos franceses, quienes a motu propio financian un discreto lobby que ha espantado de su país a las ONG que asolan España. Morantismo sería lo contrario: virtuosismo barroco en el arte, salvo que hoy ni Morante es morantista ya.

Seamos totalmente sinceros: la tauromaquia española requiere que las figuras, mayores beneficiados del sistema por las cifras astronómicas en sus honorarios, donen una infinitesimal parte de sus reales en la puesta en marcha del tan necesario lobby que todos exigen a gritos. Si los franceses con 4.000€ pueden tirar por un año, en España con lo donado en una tarde por cada figura las maravillas que pueden hacerse son indescriptibles. El lobby, como todos han pedido, requiere articular esfuerzos judiciales y mediáticos para seguir una campaña que defienda a la tauromaquia de todas las amenazas con las que sus enemigos la sitian. 
Ni siquiera hay que tocar en una sola moneda las fortunas privadas de nadie. Si el recaudo total de la taquilla en Madrid en una sola tarde asciende a más de 400.000€, esto es, 100 veces más que el presupuesto anual del lobby taurino francés en su apartado legal, un festival anunciado bajo las banderas de defensa de la tauromaquia sería más que suficiente. Solo haría falta la voluntad de los toreros con poder de convocatoria para que Las Ventas se llene con el mismo grito libertario.

Por desgracia, la situación actual del sistema español "aun en un toro diera horror", como dijera con espanto Góngora al huir alucinado de la corte. 



sábado, 8 de agosto de 2015

Rafaelillo y Ratón de Miura


Con los caireles tinturados de dos sangres, Rafaelillo le pegó al Miura unas verónicas de codos altos, antiquísimas en su poder y estética, para luego rematar con una media antoñetísta, vista con añoranza de inmediato; bastó poco más para traernos de inmediato una vaharada de toreo antiguo, capaz de resucitar la afición posmoderna más maltrecha. Al principio bastó solo su corte, torero de traje oscurecido por el sudor y de rostro brillante por lo mismo, como aquel grandioso prodigio de Gelves ante los descendientes de Diano en el 14, cuando se dijo que sudó tanto que al salir en la sillín a hombros, tras firmar una de las grandiosas cimas del toreo de todos los tiempos, el líquido le escurría copiosamente como un testimonio brutal sobre la dignidad. Lo llevaron hasta el Hotel Palace, con el puño en alto. "Figuras como Manolete, Pepe Luis Vázquez, le cogieron el aire [a los Miura] porque eran muy buenos", dijo el oráculo de Molés en la transmisión. Dejó por fuera el periodista a una legión de toreros que ofrendaron su sangre en la arena ante los toros de la leyenda, mortíferos cornúpetas, pellejos sabios, pezuñas endurecidas por la ira y la raza, cabezas homicidas, brutas para el arreón inesperado, y esqueleto largo al que es necesario pasar completo en el muletazo, extendiendo el brazo hasta el dolor de todos los tendones...frente a esta suma de dureza, un torero, Rafaelillo, hizo el toreo desmayado, profundizando sobre el natural que había insinuado en Madrid frente a Injuriado, esta vez consiguiendo la ligazón toreada (sin desprecio de corregir el sitio entre muletazo y muletazo, pues ligar es encadenar el toreo, no hacerlo quieto) y el reposo total del cuerpo ante semejante ejemplar, en el centro del verano más caliente del que se tenga recuerdo, diría Hemingway, solo que esta vez fue cierto:

           

Para los menesteres del entendimiento sobre la lidia, prefiero ceder de forma abusiva los trastos al amigo Pepe Morata, quien escribió en el portal Pureza y Emoción:

"En quinto turno sale el que responde por “Ratón” y que es un tío con toda la barba. Con el número 66, también con pelaje cárdeno, cuatreño y hierro arriba. De fachada entroncada con la rama Gallardo, tronco cilíndrico, badanudo, manos cortitas y formidable riñonada, pudiendo confundirse sin gran pega con un pabloromero de antaño. La cara fosca provista de una testuz rizada donde bien se puede echar una partida de frontón, pitones sucios verdosos y una durísima mirada le dotan de una seriedad imponente. Le baja los humos Rafaelillo con unas verónicas sacando los brazos plenas de mando y poder. Toma una primera vara a cargo de Agustín Collado haciendo una muy buena pelea, encelado y empujando con los cuartos traseros, para cangrejear con descaro en el segundo envite. El garlopo es pronto y alegre en banderillas y llega al último tercio embistiendo con la cara alta pero con muy buen ritmo. Formidable el inicio de faena de Rafaelillo, primero arrodillado y después sacándoselo a los medios con embraguetadísimos muletazos. El trasteo es un clamor de principio a fin pero el toreo al natural alcanza gotas de impresionante emoción. Con la muleta empuñada por el centro del palillo y planchada, enganchando siempre por delante la embestida, exponiendo la femoral, pasándose la mole por la misma faja y vaciando el muletazo en los riñones. Con la plaza ya al rojo vivo, firma otros tres naturales citando de frente en la misma boca de riego de impresionante factura, enormes, rebosantes de torería y pureza, un deletreo del arte del Toreo de la alfa a la omega. Tres naturales para guardarlos en la retina para toda la vida de un aficionado. Cuatro pinchazos previos a un formidable volapié ponen tierra de por medio al corte de trofeos pero no al clamor de Valencia que lo obliga a recorrer el anillo en una apoteósica vuelta al ruedo. ¡Formidable tarde la que ha brindado Rafael Rubio “Rafaelillo” en Valencia!"



En las reseñas de las grandes faenas antiguas, la presencia de los pinchazos no restaban un ápice a la calificación final, siempre y cuando estos fueran en lo alto o engendrando bien la suerte. Pudiera ocurrir que el toro se arrancase a destiempo, distraído por algún estímulo inoportuno en el tendido. Pudiera que señalase el matador un grandioso pinchazo en todo lo alto, pero que el de cuernos no descubriese entre los omóplatos, juntando los huesos. La honestidad al momento de torear se intuye incluso cuando el matador falla. Tal sensación nos llena cuando Rafaelillo está frente al Miura, pese a cuatro enganchones y cuatro pinchazos, unos señalados de buena manera y otros condicionados por la cabeza del toro, que no cejó en perseguir la faja del torero durante toda la lidia. Solo por lo anterior es posible entender en toda su magnitud el mérito de esta faena. En el toreo de Rafaelillo hay una lidia implícita siempre, capaz de solucionar los problemas de toros tan cambiantes, hasta hacerlos ver como francos y boyantes. Fíjese, por ejemplo, la atención en los dos enganchones, a los que Rafaelillo responde castigando por bajo con la muleta oblicua, todo en la misma serie, para luego torear con figura erguida ante el resultado de su propia lidia. Había atemperado la ira de un Miura con dos incontestables muletazos. Se dice fácil, tanto que da vergüenza escribirlo.
Lejos del desgarrador llanto de Madrid, esta vez Rafaelillo dio una vuelta al ruedo dignísima. Era consciente de lo que había logrado.


Luego hay que proseguir por el resto del verano, circo infeliz de festejos medianos con vocación de acontecimiento. Allí se lucen los dudosos descendientes de El Gallo puestos en menda por panegiristas mediocres, obtusos en su revisionismo histórico, capaces de rebuscar razones hasta en la pierna amputada de El Tato para justificar la pierna retrasada de las figuras actuales. Es cierta la idea de que ni puestas una encima de las otras, todas esas faenas en los bastiones veraneantes y vacacionales de esta época, que comprende el paréntesis entre Pamplona y Bilbao, con todo su sol en lo alto, no le hacen ni un poco de sombra a la grandiosa faena de Rafael Rubio, Rafaelillo, a un Miura en Valencia muy alejado de su sombre, pues fue llamado Ratón.



Notas: las fotos bonitas son de Javier Comos, un aficionado muy decente.