lunes, 31 de agosto de 2015

Diego Urdiales, puerta grande en Bilbao


En la escritura del genial Roberto Bolaño es recurrente la mención al cheque de la Universidad Desconocida. Para entonces, él estaba en Gerona (Cataluña), con la visa de trabajo vencida, permiso de residencia por tres meses y la amenaza de ser deportado a Chile, país del que huía por la dictadura. Al carecer de visa, no podía conseguir trabajo y aguantaba un frío otoño sin comida, calefacción ni muebles en un piso que estaba a punto de ser rematado y donde las telarañas estaban vacías junto al río Oñar. Su esperanza era una moneda de níquel y una cabina telefónica mientras al otro lado de la línea nadie descolgaba el teléfono. En el paroxismo de la desesperanza, en medio de un gran tiempo indefinido y oscuro, a punto de morir de hambre y de frío, alguien golpea en la puerta de Bolaño y le entrega un cheque de la Universidad Desconocida dado por cualquier trabajo académico en su pasado. Es la metáfora de la salvación para quien espera. Bolaño pudo comprar un jamón, pagar la calefacción y empezar de nuevo. Temblaba al caminar pensando en el tipo de salvación que había obtenido, de forma providencial, de la nada, con el cheque de la Universidad desconocida. En uno de los momentos más líricos de su prosa, se echó a llorar al no entender esa salvación que tanto esperó.

Similar cosa sentí al ver a Urdiales llegar al estribo con el rostro bañado en lágrimas tras ver que, luego de 17 años de lucha, al fin había tenido su primera puerta grande en una plaza española de peso. Él, quien en los años de menos actividad remendó zapatos en Arnedo o se puso sobre el traje de luces una sudadera para torear de salón en los parques nocturnos, al fin oía ese toque seco en su puerta producido por el portador del cheque salvador. ¿Qué forma de salvación desconocida aguarda siempre sin que lo sepamos? En su caso, 17 años con esa certeza al fin se cumplían cuando Matías asomó el par de pañuelos.

          

La faena a Favorito de Alcurrucén olió a torero.
Su forma de cuajar el toreo al natural semidefrente y cargando la suerte de la forma más ortodoxa posible, en contravía con su época; los derechazos donde corrió la mano con un mando templado entre la exquisitez y el poder; el espadazo, sobrado por contrario y pasado, denotando que se atragantó de toro; las trincherillas clásicas para demostrar al toro dominado; el empaque clásico, sin aspavientos retorcidos ni pechos de paloma artificiales; los tiempos de la faena, medidos y consisos con la brevedad que requiere lo bueno, a diferencia de las faenas maratónicas de hoy;...era Antonio Bienvenida y también Chenel, con algo de la tragedia concertada de César Rincón por décadas oculto hasta que llega el momento de la gloria. El cánon clásico incluso se completó con esos derechazos de perfil, demasiado heterodoxos a primera impresión, pero que se resolvían con muletazos metiendo el toro para adentro en la circularidad bendita que es tan difícil de lograr, máxime con la suavidad de toque y recorrido que le imprimió Urdiales a la majestuosa embestida del toro. A todo esto subyacía la belleza platónica de la verdad: lo bello es bello porque es verdad.
De la unión de todos estos elementos, incluso con los andares para dar pausas al toro, se desprende un concepto tan perdido que nos parece irreal verlo: la torería. Que cada una de las acciones, movimientos y estados en una faena, en la calle o en una conversación, denoten que eso solo lo puede hacer alguien que es torero.


El gran toro de Alcurrucén fue bravo y presentado. No requería toque fijador, lo cual habla bien de su prontitud para presentar embestidas bravas. Permitió una de las mejores faenas de la temporada.

A su primero le había recetado una estocada tan perfecta, que a algunos aficionados les recordó la inmortal escultura "La estocada de la tarde", de Benlliuere, que conmemora la muerte del miureño Barbero a manos de Machaquito, y cuyo poder dramático se volvió referencia absoluta del buen estoquear y el bravo morir. Esos mismos aficionados, de los que uno puede presumir que son cultos, también refirieron que jamás habían visto llorar tanta gente en un tendido.

Los que también hicimos lo mismo frente a la pantalla del televisor, le creemos. Y también creemos en Diego Urdiales.


(Fotos de Miguel Aradros, Berho, Cultoro.com, artetaurino.de y pantallazos de Javi taurino).