domingo, 15 de junio de 2014

Joselito en Istres



Queda como obligación para con la época hacer una nota mínima sobre el retorno a los ruedos del torero madrileño José Miguel Arroyo 'Joselito', ineludible eslabón del toreo de la década de los 90 y el toreo que llamo posmoderno, por su historicidad y sus aspiraciones. Un camino que va de Ponce, Rincón, Tomás y el mismo Joselito, al vademécum actual con El Juli, Perera, Talavante, Castella (esa revisión del ojedismo). El toreo de los 90, directa consecuencia de Espartaco y su ligazón de perfil, se enroscaba al toro con una técnica que prescindía de la pureza del medio pecho, pero que a diferencia de hoy, intentaba rematar los muletazos adentro, detrás de la cadera. Semejante herejía, castigada por la excelsa pluma de Navalón por su descarga de la suerte, no sería nada ante el afán posmoderno de ligar los muletazos con la particularidad de rematarlos afuera del espacio, nunca en la cadera contraria, permitiendo un aire al toro y un espacio para la proposición del siguiente muletazo. Para gustos, los colores, sin duda, pero esta es la radical diferencia entre el toreo noventero y este de inicios del siglo XXI. Con muletazos expulsados hacia afuera, no se puede torear asentado en los riñones, metiéndolos, perpetuando la arquetípica y bella estampa de la tauromaquia, llamada desde siempre como "Cartel de toros", y que refleja el relajamiento y la gallardía del cuerpo del torero que domina al toro y lo torea bellamente, con el pecho hinchado, las zapatillas hundidas y el cuerpo vertical: el movimiento del muletazo lo da el mismo movimiento de la cintura. Hoy, tal vestigio solo puede rastrearse en la tauromaquia de Ponce, cuya elegancia en la expresión corporal es incontestable. Mientras tanto, el toreo posmoderno precisa del retorcimiento del cuerpo, del rompimiento, de la atormentada figura del matador, dislocado hacia atrás y hacia adelante, o también del llamado tancredismo, que no es otra cosa que la excesiva quietud y verticalidad impuesta por José Tomás, con aires de Manolete. Pero volviendo, es imposible el toreo de riñones si se rematan los muletazos afuera, pues se debe extender el cuerpo hacia la conclusión del muletazo, rompiendo la expresión corporal de relajación. Para gustos, nuevamente, siempre los colores. Joselito anda entre ambas tensiones. No es espacio para los lugares comunes, como su goyesca del 2 de mayo del 96, su Puerta del Príncipe, su digno retiro, la polémica con los críticos taurinos, sus embestidas contra las cajas de televisión, o su absurda facilidad para la capa, cosa de la que Ponce puede dar fe. Todo esto da igual en este punto. Joselito ha vuelto a los ruedos, y si Tomás y él lo hiciesen en condiciones, y no al socaire de la exposición bovina de Istres o Juriquilla, producirían la revolución interna y social que la tauromaquia necesita en una época como esta. Suenan ambos para torear en Nimes un mano a mano, lejos de los ecos deshonrosos de Casas contra Miura en Pentecostés. Tal imaginación se soltó en Cali en diciembre pasado, y la vuelta a los ruedos de Joselito parece ratificarla. Nimes se presta para la farsa del escenario controlado, el medio toro, el evento elitista y triunfalista de partida. ¿Tendrán la responsabilidad histórica para con su época, y saldrán a torear un toro íntegro en plaza de primera, con televisión y difusión, para dar el puñetazo en la mesa, y el bofetón a esta época? Qué más da, se puede lamentar desde este instante. Por cierto, Joselito dejó unos naturales de frente, toreados (con el sanbenito ese de la ligazón, para los revisionistas), rematados atrás, templados y bellos. El resto, desde luego es una exageración de Istres.

Feria:

Suerte Matador.


Videoteca taurina:







Todas las fotos son de Valentin Héyerè para Tierras taurinas.
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martes, 10 de junio de 2014

Épica lidia del XIX en pleno siglo XXI


Tanto leer y añorar la tauromaquia del siglo XIX, con su Jaquetón a la cabeza, luego el bendito Frascuelo, frente a la caballería caída, Peluquero, Víbora; y desde luego su Perdigón, certero Caín de los hermanos, y los naturales de Cayetano Sanz resucitados por Lagartijo, y también su Murciélago, la pierna del Tato, la digna camareta del Duque de Veragua. reemplazada por las empantanadas y enlodadas dehesas, y la ciénaga con la que Lagartijo cerró su carrera, al encerrarse también con seis del Duque en la plaza de la Corte...todo eso siempre soñado, siempre comido con los ojos ante la lectura de un toro poderoso y sumamente cambiante, inestable, al que había que cazar con los jacos de manera valiente en los medios, y al que su matador debía quebrantar en la muleta con una decisión que no admitía réplica. El XIX y sus sagrados toros de casta Jijona, hoy extintos por la tozuda manía de reemplazar con arte lo que fue, es y será solo rito. La manía, nuevamente huelga decirlo, de erigir un concepto de bravura predeterminado, donde el toro ha de ser una obediencia al servicio del desplazamiento en las telas, sin espacio para las malas ideas, el miedo, la pólvora, el desgarro. ¡Qué tan lejos todo esto del toro manso pero con poder, que no puede ser aclamado en el arrastre, pero que deja el corazón en vilo y la mano en puño por una descomunal fuerza que hace temer por el hombre, que ha de ser un héroe auténtico para salir con pie de la arena! ¡El corazón en la mano, en un puño!

El escenario prefabricado, carente de sensación por la anestesia, del toreo actual, siempre al servicio del arte del disfrute y la diversión, ha quitado del medio como estorboso al toro con poder y genio, malas ideas y mala leche. Leche oscura, en cambio al servicio de la emoción inesperada, la emoción auténtica del miedo transformado en poder y victoria del héroe. Se va entonces hacia el espurio indulto de El Cid a un ejemplar miserable de Daniel Ruiz en Albacete, y se piensa en los toros con poder, antónimos exactos porque donde en otro lugar solo hay movilidad de carrusel, aquí hay un huracán frío e incontenible que rebota con ira y retumba en todos los sitios. Es ese toro que hace siglos no permitió que lo domesticasen, y salido de su redil como una oveja negra, se daba de furia contra los cercados hasta destruirlos, ante la estupefacción de los pastores, hoy revividos en los cronistas de los medios de papel. ¡Es el primer toro de lidia! Manso porque se aleja del arquetipo construido culturalmente por los taurinos durante siglos, y que caracteriza la majestad de la bravura perfecta. Manso entonces, pero con el primitivo y bruto poder que dio inicio a la tauromaquia ahora y siempre.
Foto de davidcordero.es que muestra la largura de Cantinillo, además de su mansedumbre poderosa

                                    
(Si no se logra visualizar el vídeo, pueden dar clic aquí para ir al enlace directo)

O bien visitar:

      

 Perdido pues en lo solamente posmoderno, asiste uno a la decepción. Luego sale Cantinillo, un toro de la excelentísima señora doña Dolores Aguirre Ybarra, un Atanasio largo de esqueleto, cuajado, levantado a golpe de todas las desgracias, y sale manso al ruedo de Vic Fezensac en los Pirineos, durante la feria de Pentecostés, con poder en las patas y mosqueado. Toma seis varas porque se escupe en la mayoría, e incluso hace alarde de mansedumbre ostensible al intentar tomar el olivo en ocasiones. Un toro manso (conviene no dejar de mencionarlo) al que es menester ir a cazarlo, lo que se dice torear a caballo a la antigua, cuando algunos bureles se hacían fuertes en las querencias de los caballos muertos, y el picador debía ir hacia el cadáver equino para dar otra vara. En esto es proverbial la torera labor del picador francés Gabin Rhéhabi, y el caballo Destinado, de la cuadra de Bonijol, que han aguantado de manera épica este duro tercio de varas, en distintas posiciones de la plaza y siempre con el toro al relance y con poder. La última vara es una herejía para el aficionado actual, capaz de chillar en cuanto el picador traspase la raya del tercio, labor que en realidad supone un acto de renuncia al cobijo de las tablas, y por tanto, una valentía: Destinado y Rhéhabi saltan a los medios para cazar a Cantinillo, el manso que en la boca de riego arrea fuertemente hacia los adentros, y que propina a la cabalgadura un batacazo. La montura queda disuelta, el picador ha caído lejos, y Destinado queda solo, a merced del toro, que se encarniza en darle vueltas tirando cornadas. Entonces su criador, Bonijol, salta a la arena para sostener al caballo del empuje del manso, poniendo en pie la cabalgadura, y resistiendo un nuevo embate, empujando contra el toro en un curioso ménage á trois, para impedir una nueva caída del ya aporreado caballo.  Hasta entonces toda la plaza ha estado en vilo, con el corazón en un puño, primero por el susto de imaginar a este manso en las gradas, tras cada intento de saltar. Luego, por la emoción del poder y al mismo tiempo por la conmovedora valentía de los dos hombres y del caballo, prestos al honor de continuar la lidia y salvarse al tiempo de este huracán. Si de por sí el salir a los medios a esperar el arreón es de un mérito indiscutible, sellar este acto con la demostración de la solidaridad humana, la fortaleza torera y el heroísmo de todo, no puede generar otra cosa que el sentimiento eterno de la auténtica tauromaquia.


Aquí ya es lo suficientemente reseñable el acto como para hacer una crónica sentida. Pero hay más. Tercio de banderillas de manso, cortando el viaje y obligando a los peones a poner dos medios pares a la carrera del sobaquillo. ¿Qué hará su matador ante esta papeleta, en una época que exige el exiguo tratamiento de la ligazón para todos los toros, como único recurso? Alberto Lamelas, un taxista en la vida corriente, un torero en el sagrado albero, se arma de muleta y espada, manda tapar a los peones e intenta sacar a los medios al manso, que nunca conviene dejar en las querencias donde se hace fuerte. Aquí tiene que soportar con estoicismo que no tiene nombre, una cantidad de coladas y arreones que hacen palidecer la temporada completa de los que se arriman a los moribundos. Cantinillo en ocasiones humilla por el pitón derecho, así que el trasteo se desarrolla por esos derroteros. Ya en los medios, logra parar al toro (por ello la porfía de sacarlo), que desarrolla reservas como buen manso, guardando su poder para la oleada. Castiga al toro con macheteos a costillar contrario, metiéndose en ese sitio donde verdaderamente queman los pies, y se queda puesto para intentar hacer el toreo en redondo. Solo este dejar los pies en la arena y adelantar la muleta, provoca una ovación del público de Vic. Dos derechazos, uno de pecho enganchado y deja al toro en los medios. La lidia. Aquí ya el toro entiende que está a merced de la circunstancia. Lamelas le torea sin ligazón (que realmente no importa) cuatro derechazos y el de pecho. Mostrencos pases para la suficiencia estética de un Manzanares, pero que oyeron un olé auténtico, sentido, salido del corazón conectado con la garganta. ¡Está toreando un manso! ¡Como Frascuelo cuando le pudo a Filibustero de Martínez! Le enjareta una nueva serie bajo similares términos a la anterior, acompañada con un desplante torero, y sin obviar que el toro sigue teniendo poder y arrea en cada muletazo. Y sigue una serie en iguales magnitudes numéricas, pero enganchada totalmente,  mas 'podida' por el torero, porque Cantinillo empieza a defenderse más, ya derrotado en el destino de su lidia, soltando la cara en el arreón. Y aquí continúa lo sorprendente: Lamelas lo cuadra en la rectitud de la suerte, muleta abajo haciendo la cruz para que el diablo no se lo lleve, y deja una estocada de tendencia contraria pero habilidosa, valiente y bien engendrada, suficientemente honorable para un marrajo manso, un demonio, un leviatán, un lucifer que resucitó a muchos muertos. El manso se va a toriles, empieza a defenderse de la rueda de peones,  se traga la muerte y la plaza es un clamor. No queda más remedio que empuñar el bendito descabello (bloguero dixit), y propinar, a toro destapado, a puño certero y seguro, a muñeca firme, un golpe de cruceta que rinde al toro de inmediato, mientras la plaza se levanta, conmovida, dijera Vidal, por los desgarradores lances que acababan de presenciar.


El presidente de la corrida, pésimo aficionado, se aferró a la estocada para no conceder una segunda oreja, más que merecida. Los mansos no deben morir por arriba, es un insulto a los bravos. Lamelas dio dos vueltas al ruedo con su oreja, reviviendo hasta en esto un capítulo total del siglo XIX, cuando los despojos no existían, y los matadores eran aclamados en varias vueltas al ruedo. Un torero. Un torero. Un torero.

Como dato para la posteridad, se le dio la vuelta al ruedo al caballo Destinado, que resistió heroicamente el tercio de varas con un manso de poder. Ese caballo, yendo hacia los medios ligero a la orden de su picador, es más torero que algunos coletudos capaces de defenestrar el honroso legado de la tauromaquia cada vez que vienen de invierno a América. Pero es ese muy otro tema.

En Colombia no vivimos la tauromaquia del siglo XIX. Tuvimos que sufrir el abrupto cambio de la capea anárquica al toreo postbelmontista, en cuestión de cinco años, y con miuras y veraguas importados. Esta faena de Cantinillo, lidiado y muerto por Alberto Lamelas, más que en Vic en pleno siglo XXI, siempre insinuada en las tertulias bogotanas llenas de añoranza, es una deuda saldada.

Vuelta al ruedo a Destinado. Tanto esta foto, como la que dio inicio al escrito, y las no marcadas, pertenecen a André Viard y su excelente portal Tierras Taurinas.


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Pamplona



Con la resaca del San Isidro, que como toda resaca es siempre una nostalgia y un arrepentimiento, nos disponemos a guardar espera hasta el 7 de julio, cuando el toro sale en la festividad de San Fermín. Si Madrid es entonces una seria radiografía de la Fiesta, Pamplona es en cambio una tregua. Se vuelve a la raíz de la tauromaquia, pero también se asiste a su modernidad, pues aunque el enfrentamiento directo y desnudo entre hombre y conúpeta es milenario y se pierde en la noche de los tiempos, San Fermín es un fenómeno de hogaño en el reloj biológico de la tauromaquia, que aparece apenas en el siglo XVI en una historia taurina con más de 17.000 años (17 milenios desde Lascaux y las primeras evidencias arqueológicas de taurolatrías y tauromaquias). Traían a los toros desde las Riberas de Navarra los pastores, desde luego a las corridas o el matadero municipal, y el pueblo moderno, también forjador del toreo a pie, moldeó esta trashumancia urbana hasta anclarla a la expresión festiva y religiosa del San Fermín. Formidable.

Con lo que la tregua consiste precisamente en recordarnos el sentido de toda tauromaquia: el enfrentamiento auténtico entre hombre y toro, sea en la lidia o en el encierro donde se corre delante o tras los astados camino a las plazas. Ambas expresiones están selladas por el peligro del astado, donde la cornada o el aplastamiento suponen un riesgo recurrente, pero al mismo tiempo la razón de ser de todo triunfo del hombre. En San Fermín, el moldeado desde el XIX con su recorrido, su voluntad de correr frente a los toros, y no tras ellos, podemos notar la autenticidad del festejo popular, puro, no contaminado por la industria, y por tanto en ocasiones más lícito que algunas corridas de toros tremendamente adulteradas. Solo hace falta recaer en su sentido: atar la lucha entre hombre y toro a una dimensión sobrenatural, en este caso la creencia religiosa y estética en San Fermín.



En la corrida, amortajada en últimas horas con las vendas cegadoras del arte prescindible, la creencia sobrenatural es cada vez más desplazada por lo habitual y lo profano: abolir el sorteo, plagiar al toro por un animal racionalizado, predeterminado, que toca su obediencia con la docilidad; el afeitado, la imposición de un discutible y único concepto de bravura: todo esto es excusable desde luego, pero en ocasiones no es nada en cuanto la pezuña del toro marca el adoquín de Estafeta, y la presencia del Toro llama un olor de multitudes que por desgracia la corrida de toros extraña año a año, progresivamente. Entonces el rito popular, el festejo popular y su autenticidad, abofetean a la madrastra taurina de la corrida.

8 de la mañana, 849 metros, las calles mojadas, el fantasma de Hemingway rebotando en todos esos ingleses con chaqueta. Los mozos, los diarios enrollados con las noticias que nadie leyó, porque aquí lo temporal ya no importa; y la cuesta de Santo Domingo, que es un camino espiritual junto a la pequeña iglesia, casi una capilla,  pero al mismo tiempo una deliciosa carrera con el diablo; los mozos nuevamente, los pellejos o las botas llenas de vino agrio que sirve de refresco para los corredores. La curva de Telefónica con su profano nombre moderno, una pequeña mancha en todo el léxico espiritual, como los cabestros, los montones; más de la descomunal carrera junto a esas sombras palpitantes, mortales, con dos agujas gruesas en la frente y la voluntad de cornear, y que se descuelgan, o asumen la punta en la Plaza Consistorial, pero que siempre son uno con la multitud que corre por ellos;  y luego la entrada en la plaza, que es como una iluminación, un nacimiento, desde luego mediocremente esotérico, a lo Montherlant. San Fermín, la devoción de todo taurino.



                        

                                                Documental Corredores de Encierros



También el link del documental Encierro haciendo clic aquí






(Los documentales son extraídos de los canales de Callejón y Tauro TV).
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sábado, 7 de junio de 2014

A los 20 años de Bastonito y César Rincón



El 7 de junio de 1994 fue lidiado Bastonito, el toro herrado con el número cinco de la vacada de Baltasar Ibán. Cuando hollaba la arena del coso de Las Ventas en Madrid, nadie presentía que iba a dar guerra sin cuartel hasta la muerte. De sus dos puyazos largos y bravos, sus banderillas trilladas, las 41 embestidas en la muleta donde la constante fue el terror y la pesadilla de su pitón derecho, y también de la épica que supuso para toro y torero la estocada, poco sabemos aún, 20 años después. Ahora como entonces, sus 44 arrobas destacadas para la guerra siguen siendo algo inefable (aquello que no puede ser dicho con simples palabras).

Lo simple es otra cosa: la plaza, su matador César Rincón, la afición, la época: todos seguimos aún aquí, con la eterna pregunta de qué sería de nuestro paradigma actual si este toro Bastonito hubiera regado su sangre en la cabaña brava, en su ganadería Baltasar Ibán, o en muchas casas más, rendidas a la evidencia de la suprema casta y la bravura incontestable. El tipo del toro sería distinto, y nuestros baremos para decidir la maestría, el arte, la bravura y la sinrazón, serían desde luego otros. Pero Bastonito ha muerto, su sangre se regó en el traje de Rincón como una agresión sumada a la multitud de ataques que dirigió contra el matador. Está muerto. Mas desapareció para aparecer por siempre. Es decir, por ejemplo, uno puede ir a los bares que rodean la Santamaría de Bogotá, de toda estofa social y calidad, y se estrellará entonces constantemente con esto:


Es César Rincón con el medio pecho, la suerte cargada, la mano abajo y el mando a tope para un toro que producirá a lo largo de la lidia más de 15 bestiales derrotes por el pitón derecho. Una cantidad estimable, si pensamos que además ese pitón supone uno de los más peligrosos de toda la historia de la tauromaquia. Bastonito cortaba intensamente el final de cada embestida por esa asta, lanzaba tornillazos, describía cornadas y recostaba para hincar. Ese pitón es una inteligencia de la destrucción, empujado por un toro fiero que arrea con las patas de manera felina, y cuyas banderillas sin trampa también son una corona de espinas que rayarán el rostro de Rincón. Lograr este muletazo, como en efecto fue lograda la serie, es el canto más poderoso de la época, aún hoy sin superación, y resulta ser el producto más acabado de la ética torera, como lo es toda la lidia misma de Bastonito. Así que puede ser una cerveza mala de Bavaria, o un café lo que se tenga en frente del bar, pero esta foto atrae al espectador de una manera conmovedora como incomprensible, pues lograr explicar su grandeza es difícil. En palabras blancas, el pitón derecho de Bastonito conjugaba tal peligro, que esta es de las poquísimas veces en la historia de la tauromaquia en la que el toreo por la mano derecha resulta más difícil que el toreo al natural, fundamento de toda dificultad.

Técnicamente esto es reducible: dos puyazos largos en la vara, la caballería sintiendo la furia en sus costillas de este toro empecinado; nuevamente banderillas, Rincón brinda al público de Madrid y se dispone a vivir el infierno en nueve series donde Bastonito atacará sin misericordia de principio a fin. Tuvo que sacarlo dos veces a los medios doblándose con él, intentando quebrantar con pases de castigo esta fiera escalera que se venía arriba; también al final precisó dos series de ayudados y cambiados para cerrarlo a tablas y cuadrarlo para la muerte; dos veces más tuvo que igualar al toro, de la primera saliendo con un pinchazo contrario, y de la segunda saliendo despedido por los cielos tras cobrar la estocada entera que inauguró unos 14 segundos eternos donde el torero quedó a merced del toro, que le tiraba cornadas y patadas con la desesperación de un animal recién salido de toriles. De todo esto resulta superior la tercera serie, la de la mano derecha, donde Rincón logra ligar cuatro muletazos con el toro crudo, con ese pitón homicida, presentando la muleta adelante y rematando atrás la cadena de muletazos bajos y templados para los que se necesita un poder que hoy se revela sobrehumano. Es lo más alto que ha llegado el toreo contemporáneo en el cumplimiento del eterno principio: torear es danzar con una muerte viva. No es de honor olvidar la séptima serie, donde Rincón logró torear -que no ligar, eso no importa, la verdad- dos naturales templados y desmayados; liga el de pecho, desde luego por el pitón cambiado, ese cuchillo derecho dirigido para cazar y que logra trenzar los muslos del torero y enviarlo a tierra para cazarlo. Bajo esta perspectiva, la siguiente foto de François Buschet, tiene la particularidad de demostrar más torería que cualquier foto de cualquier muletazo en otro registro, si es necesario decirlo, contemporáneo:


El maestro Vidal: «Embestir el toro de casta brava tan pronto plantó su pezuña en el redondel, y ya vibraba la plaza entera, reviviendo aquel estremecimiento singular y aquella emoción intensa que conformaban el ambiente habitual de las corridas de toros en todas las épocas, creando una afición numerosa, fiel y apasionada por esta fiesta exclusiva llamada del arte y del valor».

                              


La ética de la épica, hay que decirlo, es el compromiso por validar las acciones del ruedo, en la medida en que el torero también arriesga y se juega su pellejo. Como forma meramente artística, el toreo no resiste la prueba de la comprobación en una época como esta, donde la crisis moral es general como para cuestionar con histeria cualquier transgresión, y donde la superficialidad ramplona es multitudinaria. El arte no es suficiente, y en ocasiones es naïf. Lo anterior resulta más culpa de la época que del toreo. Pero cuando hay una escala moral, cuando hay una épica palpable en la dificultad del toro, y cuando este impone respeto, no hay víctimas en el ruedo. Bastonito poseía poder y no movía a bruta compasión por parte del espectador de ninguna época: infundía terror, y el héroe que le plantaba cara sus pitones, no era un victimario, sino todo lo contrario. Ambos fueron partes perfectas de un drama de poder que revive los temas fundamentales de la tragedia: aquellos seres abocados a la muerte, en el centro del día y del ruedo, luchando de manera gloriosa por hacer algo más que simplemente morir. El sentido y la desgracia. Y luego, la desgracia con sentido.


Tras aguantar con ejemplar estoicismo aquel pitón derecho, tan necesariamente mortal para la historia, Rincón señala un pinchazo y vuelve a cerrar a Bastonito. En la rectitud, y teniendo que salir por la costilla derecha, y por tanto, por el cuchillo aquel, deja la espada para ser cazado al mismo tiempo por el toro. Manolete e Islero, pero esta vez al contrario. Y he ahí precisamente la grandeza de Rincón y Bastonito, capaces ambos de sobrevivir por segundos a la más alta desgracia, conmocionando a la plaza en cada momento: el toro de pezuña dura que no se aflige en las varas y desarrolla un poder bestial, el torero que logra torearle siete muletazos en la época de la torpe ligazón; o el héroe que baja a morir por lograr un derechazo donde el hombre se imponga con un rectángulo de tela al animal más fiero del mundo, la plaza vuelta un coro en la vuelta al ruedo del toro, cuando se aclamaron sus restos mortales y se prefiguró la cerámica que lo inmortaliza como el último gran toro bravo de nuestra época. El toro anteponiendo toda resistencia a la muerte, queriendo comer al torero que lo ha estocado pasando ciegamente por ese mortal pitón derecho, fundidos ambos en un momento trágico, desesperante, patético, hermoso, sublime. Soberbio bastonazo de épica en el rostro tardo de esta época superficial, plagada de lo nunca auténtico. ¡Qué gloria más grande poder torear esta embestida, donde el arte primitivo fue más real que cualquier espejismo prefabricado con el débil y la obediencia casi anglicana del toro actual! Un Greco contra un garabato en una servilleta, un toro matado más vivo frente a la inmovilidad. La épica y brutal batalla entre Bastonito y Rincón seguirá proclamando el sentido de la tauromaquia, 20 años de tres siglos de toreo moderno: la verdad, la autenticidad, la bravura del toro y la epicidad del toreo, constituyen un principio plástico y artístico más poderoso que la preciosa mediocridad de algunas tauromaquias todas arte y solo eso; el drama es el arte donde subyace el toreo desde siempre, y necesita de un héroe, el último épico del mundo, contra la fiera más milagrosa.


                             
RINCON_BASTONITO_MADRID por burladero_es

(Un inciso al margen: es, sin más, la ética de la épica: que un hombre y una fiera de agresividad grave se trancen en una lucha mortal donde el ataque del toro se cambia por una danza con el torero. Cambiar el horror irracional de la violencia por una forma estética. Este es el principio del temple, y sobre todo de la dramaturgia de toda tragedia.  Homero decidió verter el dolor de una historia desgarradora en un vaso estético, y produjo un efecto superior al de cualquier arte profano. Desde entonces, y sobre todo tras Sófocles, las otras artes se revelaron instrumentales y acaso menores ante la poderosa evidencia de la tragedia dramática. Edípo, Antígona, Filoctetes, luego Hamlet, Fedra, Godot: la tragedia enseña la hermosura del desgarro, o mejor, de los lances desgarradores en la desgracia de los héroes, que por vía de una ética que explica sus acciones, a la postre no resultan víctimas, sino épicos seres caídos con honor ante un infortunio ciego y bello. Ese es el espíritu del toreo, y de aquel momento de sumo desgarro cuando Bastonito con la espada adentro tiraba cornadas y patadas en pos de Rincón, también caído a sus pies. Fin del inciso).
*Especial agradecimiento al gallista Pepe Morata, quien me facilitó de manera gentil la estremecedora foto que inaugura esta publicación.
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martes, 27 de mayo de 2014

Sobre el torero muerto


«Dos toreros muertos en un largo día, y la sociedad contemporánea se esfuerza por explicarnos la altura y la dimensión de su moralidad. Con sus tremendos tambores han arremetido furiosos en la celebración de la muerte, mientras nos tachan de inmorales por creer que también celebramos la defunción de los toros; nos observan a través de las rejas, con la actitud que adopta el visitante del zoológico al que tanto detestan.
Pues yo digo lo siguiente: para nosotros los taurinos, la muerte no es un asunto superfluo, tan remediable como para hacer de él una celebración propia de estadio de futbol. La muerte del toro para el taurino es tan absoluta, que lleva miles de años configurando sus ritos, y por lo menos tres siglos haciéndola coincidir con una expresión artística tan resueltamente elevada como real. Búsquese otra expresión humana tan compleja, tan problemática y a la vez tan rica, y no se encontrará ni la sombra de lo que es la tauromaquia. Compárese con el antitoreo más bruto, capaz de celebrar la muerte del torero como si de una anotación se tratase, y se entenderá que todas esas banderas que enarbolan en nombre de la moral, resultan y son ridículas.
«La mayoría inválida del hombre», clamada por el verdadero César de América (ni Girón, ni Rincón, decididamente Vallejo), se refería a ese ser que solo está lleno de pasado y de futuro: es el gran inválido moral de la historia, quien alza alarmado sus manos por la muerte de los animales, y las baja para aplaudir por la de cualquier hombre, en especial de ser torero. Un ser que se cree adelantado a su tiempo, futurista, pero que no es más que una nueva versión de la inconsecuencia ya pasada y conocida. Porque un mundo donde interese más la muerte de una jirafa en el zoológico, que los 110.000 niños a punto de morir por desnutrición en África, es un mundo que se burla de sí mismo, y también de los hombres muertos ante nosotros. Han querido enfrentar al toreo con el animalismo sin sentir sonrojo, porque a la vez el animalismo los estaba despreciando. Pero hay que tener el coraje para decirlo, como lo tuvo Carruthers entonces: el animalismo es un síntoma de la decadencia moral de occidente».

(...)
«¿Qué esperar entonces en la sombra del mundo, para este hombre inválido obligado a avanzar hacia los buses atestados, las televisiones vacías y los discursos políticos adulterados? Lo que clama Susan Sontag ausente en la inválida sociedad posmoderna: «un espacio para la seriedad». El toreo es una seriedad moral, una seriedad artística, y una seriedad cultural, por cuanto todo lo suyo está al filo de la muerte».

(Pueden seguir leyendo la entrada aquí, o bien ingresar a http://ateneowelles.es/blog/?p=34 . Escrita de forma exclusiva para el Ateneo Taurino Orson Welles, esta diatriba mínima tiene lugar un día después de la muerte de dos toreros en México, y un día antes de la tragedia donde tres toreros cayeron en Madrid ante una corrida casi sexteña de El Ventorrillo. Entonces pudo comprobarse el espectacular despliegue de inhumanismo del que el antitaurino es capaz, en su tardo regodeo por el dolor y la muerte de los hombres de luces, cosa desde luego contra todo pronóstico de la supuesta evolución moral que implica la adopción multitudinaria de una postura antitaurina en la sociedad posmoderna. Como nunca pudo verse la bajeza de una época que invoca a la ética para condenar las corridas de toros. Esta contradicción se muestra como una poderosa sugerencia: el antitoreo no es una evolución).


  
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martes, 13 de mayo de 2014

La estocada de Fandiño



La estocada con la que Iván Fandiño dio cuenta de Rapiñador, su segundo de hoy en Madrid, y que fue sinónima de la puerta grande tan esperada por este matador, ha levantado una cantidad de críticas solo asimilable con la importancia moral que plantea: la ética de la espada en el toreo.

Antes conviene remachar un poco sobre el contexto. La corrida de Parladé enviada a Madrid no debió pasar en el reconocimiento por su exiguo trapío, y la disonancia entre las cabezas y el remate de cuatro ejemplares, donde el manso y sexto anovillado, sucio y reseco, fue una prueba viviente de cómo no enviar un toro a Madrid. La corrida tuvo cierta mansedumbre encastada, que le dio interés. No dio oficio alguno a la caballería, salvo en la segunda vara del cuarto toro. Tampoco exigió mucho al peonaje, no permitiendo el lucimiento por riesgo del mismo, excepto en la calidad de los palos puestos por el torero Miguel Martín. Así pues, una corrida que no conoció las cuerdas y que pasó desapercibida en los primeros tercios de la lidia. Hablando de cuerdas, muchas tenían que tocarse para poderle al encastado y poderoso cuarto, de nombre Gruñidor, que siempre estuvo por encima de toda la lidia, y dejó a su matador en físico ridículo ante los ojos de quienes vieron sus sumas cualidades. Llegado al siguiente acto de la lidia, a la altura del nunca malo quinto toro, y tras haber cuajado algunas series hoy perfectamente olvidables, Iván Fandiño tiró la muleta al suelo y se perfiló a matar en el tercio, mismo terreno que requirió el manso durante toda su lidia. Arrojándose pues a sí mismo hacia adelante con el cuerpo por muleta y espada, salió atropellado por la embestida del toro mientras dejaba una estocada atravesada y un tris pasada, que no valió para rendir a Rapiñador. Pero su gesto quedaba ahí, aún presente en los miles de aficionados que ovacionaban de pie, presas de la emoción y el desgarro.


Desde luego que el gesto no es nuevo. Se puede percibir como error en algunas lidias del XIX en las que era necesario cazar al morlaco en el momento preciso, aún si el espada estaba desarmado. Más modernamente, se puede recordar una novillada en Sevilla donde Juan Belmonte, arrebatado por el fracaso en sus dos astados, se tiraba a matar de la misma forma esperando la muerte. O en 1910, a Zacarías Lecumberri ante un aparente veragüeño de hechuras, haciendo el mismo gesto tan suicida como espectacular.

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 Desde entonces todas las críticas han coincidido en señalar su grosero carácter tremendista, propio más de funambulismo que de la sobriedad del canon en el toreo. Ya en el XVIII se contaba que la muleta era una parte sustancial de la estocada, pues es verdad que se mata con la mano izquierda. Incluso puede leerse cómo hace dos siglos estaba mal visto el perder el engaño cuando se ejecutaba la suerte, y hasta se contaban los pliegues de la muleta en el momento de engendrar la estocada, como expresión de la pureza en la preparación y relevancia de la muleta allí. Es por ello que puede entenderse la pérdida de la muleta de Frascuelo en un volapié, como un signo que termina de redondear la apatía de esta crónica de La Lidia:
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Con lo que puede decirse que el cuestionamiento a esta interpretación de la estocada, resulta del tremendismo de esta suerte, y su renuncia al toreo ciego de la mano izquierda que da salida al toro. Ni sobriedad, ni poder, todo lejos aún del glorioso sacrificio jubilar de un toro de lidia. Sí, pero entonces la acusación contra esta estocada debe chocar con la emulación que se hace con el julipié, que es aquella suerte engendrada con saltos hacia afuera, estocadas pasadas de pitón y renuncia espectacular al toreo ciego de la mano izquierda. Para los críticos, el julipié y la estocada de Fandiño son lo mismo.

Lo espectacular no resulta del salto, sino de lo que simboliza. No es lo indiscutiblemente llamativo de lo que aparece ante nosotros, sino lo que significa en términos de valor, pundonor y riesgo.
Sin embargo, y por desgracia para los críticos, esta observación es inexacta. Hay en esta estocada una emoción que despierta, oscura en el sentir del taurino, y que jamás puede decirse, pensarse, gritarse o temblarse en un julipié. Pese a su declarada herejía, esta estocada es una inestimable muestra de renuncia y de valor, si es que el toreo no es precisamente esto. El julipié entraña la mentira, mientras que la estocada a propósito de esta reflexión, es totalmente real y produce escalofríos. Mientras el julipié ocupa un salto para alejarse de los pitones, esta estocada en cambio consiste en un salto para acercarse a los pitones. Decididamente no son lo mismo.

Así pues, la técnica y la estética sobria de la estocada clásica, se ven superadas por un instante fugaz cuando el torero desprecia su vida y decide dar al toro todo su cuerpo, engendrando una suerte sin mayores pretensiones estéticas más que la de revivir el antiquísimo salto cretense al toro.


Las indagaciones antropológicas de Evans entienden a este salto cretense como uno ritual. La perfección de toda renuncia. Fandiño reemplazaría la muleta por su cuerpo, como la joven cretense reemplazaba la huida con su salto entre los pitones. Era un rito ético de renuncia. Esto puede ser desde luego tomado como una petulante interpretación de un acto que sin embargo aparece cada tanto en la tauromaquia desde hace por lo menos tres siglos. Es lícito pensarlo, pero también lo es imaginar que resulta ser lo contrario a lo que le acusan: su tremendismo que no es tal, pues lo tremendo, lo descoyuntado, lo suciamente esperpéntico, siempre ha consistido en una exageración brutal de los hechos: imaginar que hay riesgo en un salto de la rana ante un animal inválido, es quizá la representación más dura del tremendismo. Su vulgaridad consiste pues en exagerar al máximo las aspiraciones de algo por pasar como peligroso, serio, importante y difícil. Pero en cambio la estocada en cuestión no es una exageración de una sola mentira, pues no hay más verdad en el toreo que ir de frente a los pitones.

Así pues tenemos ante nuestros ojos la majadería de los desplantes, de los toreros de rodillas y de espaldas ante los toros rajados e incapaces de pegar un arreón, y del otro lado la estocada espectacular donde el torero ha tirado su cuerpo hacia adelante, contra los pitones, sin otro propósito que vencer o morir. Lo que acaba de describirse dista mucho de ser un beso en el pitón a un animal incapaz de mover su cabeza. Es todo lo contrario. En esta clase de estocadas hay más ética que estética y técnica, pero nunca puede acusarse a nadie de llevar la ética taurina hasta sus últimas consecuencias.

El tremendismo es lo contrario a la estocada que no huye.
Estocada a su primero, ya con la muleta. Demuestra que el matador sabe completar el canon, y que  no es necesario recurrir a la estocada espectacular en todos los casos. Hacerla previsible es al mismo tiempo convertirla en regular, practicable, y por tanto fácil de hacer con el desarrollo de las destrezas de una técnica. Solo debe aparecer en contextos totalmente inesperados, y como muestra total de renuncia. En conclusión, que no prolifere, y que Fandiño la repita en 10 años, de ser posible. Si se vuelve habitual, no pasaría más que como una anécdota cotidiana sin la menor importancia.



Heroísmo entonces.
En una época plagada de la mugre de los simulacros, del poco riesgo, de las mañas para evadir las más de las veces el peligro, el heroísmo es pues un valor que cada vez se hace menos presente, y que sin embargo es el pilar de la tauromaquia, y por tanto debe ser reivindicado donde quiera que aparezca. Cuando se le exige a un torero lidiar hierros duros, cargar la suerte o no hacer julipiés ni bajonazos, en realidad se le pide que sea heroico. Un héroe, tal allí como persona que no es como los demás en sus miedos y taimados recursos para evadir el peligro. Si el objetivo de la estocada pura es ofrecer un balance de valor entre el riesgo que corre el torero, y la dignidad de la muerte del toro, ¿acaso en qué falla la estocada de Fandiño, tremendamente evocadora de las estocadas de Valente Arellano y Galán? En las estocadas no se exige ningún canon estético: ni temple, ni recorridos, ni vuelos. El compromiso de la estocada es ético antes que nada, y heroico como resultado. No hay mentira incontinente en llevar la verdad, ni en completar toda la ética que rige la ciencia de las estocadas: dar la vida, para poder quitarla.

¿Pero qué es el heroísmo? Lo que el torero debe hacer. Cuando un grupo de jóvenes se congela a las cinco de la madrugada en un parque de Bogotá, apenas arropados por una botella de aguardiente, hablan sin saberlo 'Sobre héroes y tumbas', un clásico de la literatura latinoamericana cuyo título disyuntivo da pie para hablar de esto: el héroe no muere, ni quiere ni desea morir, pero esta sensación no es mayor a su deber. Ser héroe es cumplir ese deber, y el de Fandiño era el de matar a su toro dándolo todo, para explicarnos poderosamente que nada valía más entonces que abrir la puerta grande por la vía de la brutal honestidad y la verdad. Si la estocada es un compromiso ético, el toreo es un compromiso de héroes. Para decirlo de otra forma, siempre será mejor la ética que la estética, verdad trasparentada en la botella. Se hablaba entonces en el parque sobre la conmovedora lidia de Robleño a Déjalo, el Miura más peligroso que ha conocido el siglo XXI, cuando ambos se enfrascaron en Nimes a lo largo de una lidia fiera, azarosa, mortal de necesidad. Robleño sabía que era imposible dar un solo muletazo en condiciones estéticas para pasar como toreo en esta época, pero su trasteo despierta una especie de emoción sustentada en lo real, y que no ocupa al toreo ser vistoso o estéticamente armonioso; un valor que lo hace inolvidable: el mismo de esta estocada, conmovedor, innecesario, heroico, bello por sí mismo, de ofrece la vida para completar el canon del toreo.
¡Adelante, de frente, hacia abajo!






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domingo, 30 de marzo de 2014

Bela Tarr y László Krasznahorkai, sobre la condición humana

 

          

«Los hombres —continuó, sonriendo a Valuska, el cual no sabía si decir algo o
seguir escuchando con atención—, los hombres, si se puede creer
la chachara de la señora Harrer, hablan de terremotos y del juicio
universal, porque no saben que no habrá ni terremoto ni juicio
universal... Estos son absolutamente superfluos, pues todo se
vendrá abajo por sí solo, se vendrá abajo para que todo empiece
de nuevo, y la cosa seguirá así sin parar, porque es así, sin duda
—añadió, levantando la vista al techo—, es como nuestra inútil
rotación en el espacio: una vez empezada, no hay manera de
pararla. Yo—dijo Eszter cerrando los ojos—, yo me mareo, me
mareo y, Dios me perdone, me aburro, como cualquiera que haya
conseguido liberarse de la falsa idea de que puede intuirse un
plan concreto en el exasperante círculo de ascenso y caída, de
nacimiento y muerte, un maravilloso y gigantesco plan
teleológico en vez de la unanimidad cegadora del frío
mecanicismo... Que en un principio... en su día... existiera cierta
imaginación—continuó, echando un vistazo a su huésped que no
cesaba de moverse—es muy posible, pero ahora es preferible
callar en este valle de lágrimas, por el simple hecho de que así al
menos dejaremos en paz los vagos recuerdos de aquel al que
debemos todo esto. Es preferible callar—repitió con voz un tanto
más ronca—y no menear las sin duda sublimes intenciones de
nuestro antiguo patrón, ya hemos hecho demasiadas cábalas
preguntándonos para qué estamos destinados y, como podemos
ver, no nos han servido de nada. No nos han servido de nada ni
en esto ni en lo otro, porque, para ser sinceros, no vamos
sobrados de la tan deseable facultad de la lucidez: el afán
demoledor de nuestra curiosidad, con que una y otra vez nos
hemos abalanzado sobre el mundo, no se ha visto coronado por el
éxito, dicho sea con suavidad, y cuando a pesar de todo hemos
tomado conciencia de alguna pequeñez, enseguida lo hemos
pagado. Si me permite usted un chiste malo, piense—dijo
mientras se acariciaba la frente—en la primera honda. Si tiro la
piedra para arriba, la piedra cae y yo me alegro, debió pensar el
hombre. ¿Pero con qué se encontró? Tiró la piedra para arriba, la
piedra cayó y le dio en la cabeza. O sea que hay que ir con
cuidado con los tanteos e investigaciones—advirtió Eszter
suavemente a su amigo—. Es preferible contentarse con la flaca
pero al menos irrefutable verdad, que todos nosotros
experimentamos en nuestra propia carne, salvo usted por su
carácter angelical, claro está: que sólo somos los miserables
sujetos de un pequeño fracaso en esta creación aparentemente
deslumbrante y que, por tanto, toda la historia humana, para
mencionarle sólo lo que vale la pena, no es más que la
fanfarronería barata de este estúpido, sanguinario y desdichado
paria en el rincón más apartado de un escenario inabarcable y,
por otra parte, la embarazosa confesión, sabe usted, de un error,
el lento reconocimiento de que esta criatura, a decir verdad, no
ha resultado muy espléndida que digamos».
   László Krasznahorkai, Melancolía de La Resistencia pág. 101.



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lunes, 27 de enero de 2014

David Bowie no es periodista de Mundotoro


David Robert Jones nunca sería corresponsal de Mundotoro. Quiero que se me permita defender mi tesis, a la luz de lo ocurrido en una corrida verificada en la pequeña ciudad colombiana de Duitama, siendo el día el sábado pasado, y el sitio la pequeña plaza de toros César Rincón, coso precedido por una horrorosa estatua ubicada en las pesadillas de Rodin.

Con elementos de mi peña taurina, nos dirigimos hasta el mentado lugar desde la ciudad de Bogotá. Tres horas de viaje en carretera sobrevividos tras un pinchazo en la llanta trasera derecha, doloso hecho que vendría a ser evocado por la tarde con los pinchazos de Solanilla a un inválido ejemplar que le cupo en suerte. Completaban el cartel un ensimismado, casi caído dentro de sí mismo Ricardo Rivera, y la revelación de la temporada colombiana Manuel Libardo. En el papel ganadero, la tarde prometía ejemplares de distintas ganaderías en sangres muy dispares: el Domecq ajandillado de César Rincón, los condesos de Achury Viejo, los samueles de Fuentelapeña, el Juan Pedro de Juan Bernardo, el Núñez de Garzón Hermanos y los baltasares de Andalucía. Tan solo el ejemplar de Achury pasaría como toro terciado en Bogotá, por lo que hay que apuntar que la corrida fue anovillada, y más que una festejo concurso, se trató de un evento parecido a agroexpo o toroexpo o cualquier memez que pueda hacerse en Corferias. No se picó a los toros (que llamaremos así para simplificar las cosas), y muchos pasaron con dos medios pares de banderillas al último tercio. Los matadores, entretanto, y excepto Libardo, se esforzaron por explicarnos lo mal que tienen hecha la suerte suprema. Ocho pinchazos y cuatro golpes de descabello en la tarde.

La corrida dejó una serie interesante de Libardo por el derecho, deshecha por la inútil maña actual de ligar el pase de pecho con un anterior molinete que descoloca a toro y torero. Sobre todo, lo que valió fue un natural perfecto de Rivera al adelantado Juan Bernardo Caicedo: puesto sin exageración, un muletazo limpio, bajo, con los vuelos, cargando la suerte con abandono, rematado en la pala del pitón contrario y sin toque, ligado en tercer lugar en una serie que se vería empañada, cómo no iba a ser, por un pingüi saliéndose de la línea, y un pase de pecho cualquiera. Pero seguíamos aplaudiendo ese tercer natural. Es lo que puedo comunicar.

David Bowie, años atrás, había resumido en una exquisita canción el drama de la incomunicación: un astronauta se comunica como el genérico Major Tom al Cabo Cañaveral, pues está a punto de salir a una misión de caminata espacial. Encima del mundo, sobre todos nosotros, está solo como nadie lo ha estado. En tal perspectiva de la condición humana, la comunicación adquiere su cariz central. Sobre el caos de la soledad espacial, a Bowie no le queda sino la comunicación que emite, pero no es correspondida en la tierra. Para resumir su importancia: mientras el mundo veía el alunizaje del Apolo 11, sonaba esa canción que representa la soledad humana cuando la comunicación o la palabra o la oración están rotas. Luego caería al espacio del universo para siempre.

Crónica de Mundotoro sobre la corrida de Duitama:


Mentira. Esta comunicación de Mundotoro, que hace las veces de crónica taurina sobre una corrida, es toda una mentira, plagada de generalidades, por lo tanto imprecisa hasta el desenfoque. Porque para empezar, quien la firma, a menos que sea un gemelo o posea el don de la ubicuidad, es el mismo Alberto Lopera que en esos exactos momentos de la corrida estaba narrando para RCN el festejo de Medellín. Incluso, en el minuto 01:50 de este video, puede oírse a Lopera en el fondo narrando unos trapazos, a miles de kilómetros de la plaza de Duitama. ¿Cómo puede ser creíble esta comunicación publicada a sabiendas por Mundotoro?

 Lo increíble del asunto, se contiene en la reseña al ejemplar de Las Ventas del Espíritu Santo en el cuarto párrafo. Primero, se dice que es un toro, cuando en realidad fue un novillo de 440 kilos. Segundo, se le adjetiva como un buen toro, sin sentir el mínimo sonrojo por tan enorme mentira, escrita a la ligera con la misma desaprensión con la que se firma la crónica de una corrida en la que ni siquiera se estuvo de cuerpo presente. ¿Cómo no van a ser buenos los toros imaginarios, si nos proponemos imaginarlos así, señor Lopera?

(Adenda: aquí el señor novillo "buen toro")                                                                                                          

      

 El novillo, lidiado por Solanilla, fue así: de nombre Presidiario, bajo, sin muchas patas, agalgado de lo anovillado, tocado del izquierdo, negro zahíno, sin fuerzas y lavado de cara. Se durmió en el peto en el único encontronazo que tuvo. Se le picó en buen sitio pero de manera discreta. Pasó el segundo tercio con dos pares acusando por el pitón derecho las dos coladas que permitió Solanilla en la capa. En la muleta, quedó absolutamente parado en terrenos de su querencia, solo tragando los pases por adentro en medios muletazos por alto. Total y absolutamente parado, sin resistir, ni siquiera con la inercia de los mansos con físico, una serie continua de tres muletazos; con la lengua por fuera,  permitió que Solanilla se pegara un arrimón mexicano de esos que, antes que explicar la supuesta valentía de un torero, explica la ausencia total de casta en un toro. Estábamos ahí, luego de viajar tanto, para que Solanilla se pusiera de rodillas y de espaldas, en un infantil fandilismo que resumiremos en una imagen de El Litri, para no cargar sobre el torero bogotano tanto:





Si la anterior mueca taurina la permite hacer un toro bravo, íntegro, fiero y con casta, estoy dispuesto a empezar a aceptar la valía artística de la estatua que preside el pequeño coso de Duitama. Como vimos todos los que asistimos a la corrida, el torillo de Rincón fue un ejemplar borreguil, una vela en una copa, un niño recién montando en su bicicleta, una monja bajo su sombrilla amarilla, o el presidente Santos, pero en cualquier caso nunca un buen toro, a menos que entendamos "buen" como un adjetivo que podamos relacionar con las virtudes franciscanas de la no violencia, y mejor con las de la bondad absoluta y educada.

Lo peor es cuando los medios que tampoco estuvieron en la corrida, copian de manera descarada la mentira, y cometiendo errores de ortografía. Lo mejor, cuando alguien que sí estuvo en la plaza, dice la verdad, o casi la verdad.


Este es el drama taurino posmoderno: masas y masas de aficionados sometidos a la continua propaganda de los grandes medios taurinos. Porque una cosa es la información, la comunicación honesta que pregunta a Major Tom si Dios ayudará en la misión, y otra el proceso constante de mentir para lavar la cabeza de los aficionados: "un buen toro de Rincón habla de una buena ganadería, que a su vez es la que piden las figuras en Colombia". La mentira enmascara muchas cosas. Uno no es un medio, no tomó fotos y solo tiene su sinceridad. Ellos tienen las páginas donde se confunde la verdad con la pauta amañada, y la defensa del sistema corrupto que les da de comer a costas de asesinar a la tauromaquia y su historia.

Antes habíamos atravesado los campos de Cundinamarca oyendo a los Beatles, y luego los mismos campos verdes, verdes del verde de todos los colores de Aurelio Arturo. Vimos un valle imponente donde en una mitad brillaba un sol parco, y en la otra mitad una nube oscura ensombrecía pequeñas poblaciones enclavas entre las colchas de los cultivos de papa, con todo y sus flores moradas como las de la finca donde crecen los toros de Miura. Nadie conoce la sensación de importancia cuando se va a 100 por hora en una carretera serpenteada por árboles y prados mientras en la conversación está flotando la faena de Lagartijo a Perdigón, y suena You got to hide your love away mientras todo se va llenando de niebla lentamente. Si poetizo esto, quizá un poco con exceso, es para explicar la crueldad de Mundotoro: íbamos tan contentos, y luego ellos nos escupían al día siguiente semejante mentira. Y luego, por supuesto, El Juli:




La foto de El Juli con el toro afeitado lidiado en Cancún, participa de lo mismo: la mentira que en los medios mafiosos taurinos se vuelve, por artificio de tener la voz, en la única verdad. Lo que diferencia a Duitama de Cancún, es que en los tendidos de la primera, agazapados en lo alto de las gradas de sol, unos talibanes de Cali y Bogotá estaban atentos:

"Salió un Achury hechurado en lo de Conde de la Corte, adelantado, serio de cara y con brío. Empujó en la vara recargándose en el pitón derecho en un puyazo medio. Metió miedo en las banderillas de las que se defendía a hachazos que ya en la muleta, Libardo corrigió doblándose con él en los medios. cuatro series por la derecha de muy variado orden de eficacia y corrección, dos de naturales de uno en uno acompañados por el compás de una trompeta que aguantaba en suspenso para estallar hasta que Libardo diera el toque y el toro embistiera, lo que provocaba un olé contenido, feliz, sincero. En fin, la faena imperfecta que logra emocionar por la casta del toro y la sinceridad del torero, que siempre citaba cruzado y dando honestamente el medio pecho. Pero la plaza empezó a pedir un injustificado indulto."

"Agitaron sus pañuelos y ponchos y pitaron la primera igualada con la misma furia con la que pitan siempre el tercio de varas (lo que explica la inconsecuencia del indulto que pedían). La presidencia y el torero se dejaban engañar por la facilidad. Dentro del griterío, esos talibanes nuestros, se impusieron a grito limpio sobre lo que le faltó al toro en el tercio de varas, e increparon al torero, que los oyó, sobre la indignidad de un indulto barato. Antes habían logrado lo mismo con el tercio de varas en lo referente a dónde se deja al toro en suerte, y también los mismos gritos corrigieron los incompletos tercios de banderillas. A gritos, sin páginas grandes de pautas de miles de euros, hasta que la plaza quedó en un silencio sepulcral. Ya nadie pedía el indulto, los talibanes callaban con las gentes normales y Libardo se quedó cuadrado en la cara del toro. Luego echó todo el cuerpo tras la espada, hizo la cruz bajando la mano izquierda con corrección y salió limpiamente en el costillar tras haber dejado media estocada en el hoyo de las agujas. El toro moriría con dignidad en menos de 10 segundos, rodado, muerto con honor, para lo que nació. Se levantaría muerto sobre la mentira de Lopera, de Mundotoro, de El Juli, de Matilla, de Ruiz Villasuso, del sistema, y le pediría comunicación a Major Tom."

                             


A mis compañeros de tendido, talibanes irremediables   , familiares, el perro Hongo que vino de Holanda* o algo así, y demás aficionados que corrigieron el rumbo de una corrida. También a David Bowie por nunca haber aceptado el trabajo aquel en Mundotoro, y haber compuesto entonces en 1969 la imprescindible Space Oddity
*El perro no vino de Holanda: vino de Australia. Nos acompañó toda la corrida muy atento a los pormenores y pormayores de la lidia. Australian Cattle Dog, es su raza. 
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jueves, 9 de enero de 2014


Antes que nada, es imprescindible ver el video.  

                    
Manizales 8 de enero de 2014 from Aplausos on Vimeo.

Ocupado por el cánon nunca escrito, en el rejoneo nunca se indulta. De los caballos tísicos cosidos en el tendido de los sastres en el XIX, se pasa al esplendor de los prestantes caballos toreros para cuya protección hoy se afeitan los pitones del toro. Es un sobresalto del caballo miserable al caballo rey. Por ello, el toro queda relegado en segundo lugar, y las cuestiones de la bravura en el rejoneo nunca han sopesado nada sobre el indulto del toro. Alguna vez, un amigo me mostraba con devoción la divisa de un toro lidiado en Vitoria, también por Pablo Hermoso de Mendoza, de cuya bravura, por su testimonio, yo no estaría dispuesto a dudar. No lo estaría, si no estuviera radicalizado en un principio tan básico: la bravura del toro se mide en el tercio de varas en primera medida y, en segunda medida, en cómo desde este tercio se comporta en los demás. El toro de Vitoria fue infatigable en su carrera por alcanzar la grupa de los caballos veloces, y sus pitones tísicos se metieron por abajo de la capa cuando el peón cuadraba al toro en donde el rejoneador ordenaba. La plaza pedía el indulto, pero el presidente se encogía de hombros: no se lleva un pañuelo naranja a corrida de rejones. Si acaso, se llevan divisas, muerto el toro.

Pensar si este toro de Ernesto Gutiérrez, de nombre Villancico, es de indulto o no, a mí me produce una incurable indiferencia. Para mí no lo es de manera perfectamente clara. Solo como declaración, quizá se pueda dirimir el concepto más elemental, justo y real de bravura, con esta toma extraída del imprescindible blog Dominguillos. Palabras de Luis Fernández Salcedo:






Tercios de varas, con la caballería resistiendo la carga de la bravura, no huyéndola. 


Entonces, no se trata de ser fiel a una costumbre donde se sacraliza el tercio de varas. Al contrario, es que en efecto la bravura de un indulto debe ser real, para que el semental la pueda transmitir a sus descendientes como rasgo.¿Cómo puede saber entonces un ganadero si un toro de rejones es bravo, si este nunca se midió al tercio de varas, y si no sabemos si su empeño de luchar continuaba, aún si lo castigaban con pases por abajo, en redondo, y con un mando que reñía su temperamento? La duración de las anteriores características, es la que da la real medida de la bravura de un toro. Su velocidad, incluso su fuerza, o como sea que queramos entender la movilidad, no es sinónimo de bravura tampoco, por lo menos si no hubo un tercio de varas que midiera la disposición agresiva del toro. Quizá Fuente Ymbro ( separando, por ejemplo, a su toro Jazmín en particular), sea prueba fehaciente de cómo no debe confundirse la movilidad con la bravura. Si el infatigable motor de un toro de lidia fuera sinónimo de su bravura, Fuente Ymbro sería la ganadería más brava de España hace dos temporadas. Sabemos que lo anterior es suficientemente exagerado.



Sin embargo, uno no puede eludir ciertas cuestiones importantes: ¿El toro de lidia en rejones es un reo condenado a la muerte? ¿Por qué debemos usar los mismos baremos para medir la bravura de un toro en la lidia a pie y la lidia en rejones? ¿El rejón de castigo, que en algunos rateros logra equivaler a media estocada, no es acaso algo que podamos comparar con un tercio de varas a ley? ¿No soporta el toro de rejones un castigo análogo con la profusa cantidad de banderillas que se le imponen, además de la mutilación en sus pitones para proteger a los caballos? ¿Por qué debería ser la embestida por abajo una virtud, si el objetivo que el toro persigue para matar es más alto que él, al tener el caballo una alzada superior? En este punto, todas las nociones se confunden, pues nos obligan a pensar una medición de lidia [a pie], mientras lo que ocurre en el ruedo no es esa lidia. El problema sustancial de la cuestión del indulto en rejones, es que en realidad la bravura sí debe existir, así el toro no tenga ocasión de demostrarla.

Iluminado a veces por un acierto, Manolo Molés planteaba hace años en la radio colombiana algo: que aquel toro de rejones al que nuestra intuición hacía sentir por bravo, fuera indultado; luego, al desaparecer el caballero en plaza, haría su aparición un picador, quien citaría al toro tres veces al caballo, mas no lo picaría, pues la suerte propuesta ha de hacerse con el regatón. Dependiendo cómo acuda a esta cita, y cómo deshaga la reunión, el ganadero tendría plena certeza de la bravura de su toro. La idea no carece de razón.


(fotos de fiestadeltoro.com y Afición Perú)
Lo importante de esta polémica taurina es que lanza un llamado de atención sobre la valoración de la bravura en distintos registros al del toreo a pie. De hecho, hay muchas mediciones distintas: la del toro de forcados, que no debe dejar consumar la pega en menos de tres tentativas, o incluso la perturbadora de las corralejas del norte de Colombia, donde se mide la bravura del toro de media casta contando cornadas, rejonazos y envites por alto. Debe pensarse entonces sobre qué es la bravura en el rejoneo. Quizá entonces la ganadería brava se rompa en dos, pues empezaría a criarse un toro de rejones con conceptos harto distintos, y hasta se perfeccionaría su acometividad en mor de reproducir tal modelo de bravura.

Siendo acaso un poco presuntuoso con el agravio comparativo, no debe dejar de pensarse que el toreo ecuestre hoy vive una época de revolución y competencia similar a la de la edad de oro del toreo a pie. Desde el rabo cortado por Pablo Hermoso de Mendoza en Sevilla, y las consecuentes 11 puertas grandes de Diego Ventura en Madrid, el rejoneo es una forma de torear nueva. Aquí debe pensarse entonces que ocurrirá algo como en la edad de oro del toreo, Urquijo, Murube y nuestra historia, si al fin algunos se sientan a analizar la químera del hijo menor: ¿qué es la bravura en el rejoneo?

Para finalizar, debo decir que el toro de rejones debe indultarse según sus criterios, y que ni siquiera sobre tales Villancico era de indulto.

El Espíritu Santo no se aparece en videos, dijo Rafael de Paula. 





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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".