domingo, 13 de octubre de 2013

Marcel Proust en los toros


En otoño de 1889 tuvo lugar en París la famosa Exposición Universal que conmemoró el centenario de la Toma de la Bastilla, celebración que estuvo adocenada por la inauguración de la torre Eiffel. Para tal acontecimiento, España presentó entonces una corrida de toros, concurrida hasta el punto de ser presenciada por Marcel Proust desde un balcón del Hotel Ritz. Cuenta Adrian Shubert que fue tal el éxito de la corrida en París, que se hicieron 20 festejos más en dos plazas distintas (la cercana al Ritz, y otra colindante al Quai du New York) donde destacó la divisa del Duque de Veragua en todo el serial. La Plaza Vendôme, que daba festejos diarios, tuvo entonces la gracia de tener como espectador exiliado en su balcón al escritor más grande de todos los tiempos. Alternarían Reverte, Tortero y el francés Boudin «Pouly III» ante toros de Romero Balmaseda.

De esto no me hubiera enterado de no ser porque el mismo Proust lo dejó contando para la posteridad,en carta dirigida a su imponderable Laure Hayman (nieta del famoso pintor inglés, propietaria de un importante salón en París, y musa de la cual Proust tomaría algunos rasgos vertidos en Odette de Crécy). La carta puede encontrarse en Correspondances de Marcel Proust a Mesdames Laure Hayman et Louisa de Mornand. Dejo algunos apartes:

«Los matadores semejan hijos del mar. Como las Nereidas, uno tras otro emergen de las profundidades de la noche; sin embargo, mientas las diosas conservan su camino de retorno, los maestros parecen haber perdido el hábito de regresar. Hay en ellos, excepto en nuestro compatriota Boudin, por supuesto, algo pesado, rotundo, casi pesado, que revela su origen oceánico, la naturaleza marina de estas criaturas doradas».

«Desean convertirse en pura forma, pero sus movimientos, en vez de ser amables, como seguramente habrán de ser los de los ángeles que el Giotto suspendiera en los cielos de Padua, son movimientos descompuestos por la fatiga y la transpiración. Aunque ellos lo ignoren, el animal que matan los tiene atrapados».


Cuestión de voluntad poética la apreciación de Proust sobre la estampa de los toreros, sin duda, como también su intento de ir un paso más hacia la profundidad, captar la intención del toreo, y echar de menos la gracia en los movimientos; en fin, la circunstancia a la que debió someterse Proust fue a la de asistir 10 ó 15 años antes de la revolución belmontina a una corrida que aún no era arte, pero que empezaba a despertar y reptar hacia allí. La intuición, como puede llamarse a la queja de Proust, cuajaría con el tiempo en la revolución estética de Juan Belmonte, la tauromaquia como arte, el toreo de capote con movimientos amables, Curro Romero, Bienvenida, El Viti y finalmente José Tomás y Morante; el siguiente video narra de manera épica esa edad, ese desarrollo estético que Proust echó de menos, al ser testigo solamente del bravo toreo de piernas:

                        
El toreo from Por Siempre Toreo on Vimeo.

 Épico. Sigue Proust, con la impresión que le causó la muerte ritual del toro:

«Entonces el animal comenzó a hundirse, a deslizarse hacia un abismo cuya sima, solo en ese instante, nos estaba vedada. Aquel cuerpo precipitado no podía detenerse, ni era capaz de sostener su pupila. Alcancé a verlo mejor: ya no miraba, y, no obstante, había allí, en el rincón de esa pupila, una luz legañosa que provenía de adentro, de ese sitio, en el fondo, donde el dolor orgánico se transforma en resplandor».

 Es bastante improbable que desde el Ritz Marcel Proust pudiera inquirir incluso en las pupilas de un toro lidiado a muchos metros de distancia, por lo que su texto debe entenderse como una representación poética de su propia impresión: la transformación de la muerte del toro en otra cosa. De hecho este evento sentimental fue el que llevó a Proust a escribirle a Hayman sobre la corrida en una carta que también trataba del  l'affaire Dreyfus, lo que delata la grave importancia de los hechos para el escritor. No se refería entonces a una realidad física observable, sino a la capacidad del toreo para transformar la muerte del toro en otra cosa "donde el dolor orgánico se transforma en resplandor". La transformación aludida es la esencia de la muerte ritual del toro que sustenta la tauromaquia, cosa que Proust también intuye de manera sorprendente a la luz de su posición profana, y desde un balcón.

Finalmente dice:

«Si el tiempo está contra nosotros,esto, que los españoles llaman corrida, está contra el tiempo».

Cualquier interpretación sumaria y acomodad puede apuntar a que Proust está declarando la caducidad histórica del toreo. Sin embargo, la palabra tiempo, y el sentimiento de identificación del humano ("si el tiempo está contra nosotros") con la tauromaquia ("esto, que los españoles llaman corrida, está contra el tiempo"), dicen precisamente lo contrario. En fin, solo un seguidor de Proust puede escarbar sobre el sentido de la frase, uno que recuerda al final de su inmortal saga:


Hombre y tauromaquia están contra el tiempo, luchando como el Angelus Novus de Paul Klee que Walter Benjamin reseñara con gran acierto para la posteridad. Estar contra el tiempo no es lo mismo a estar fuera de él, con lo que el anacronismo se distancia de este sentido: el toreo entonces es una forma de conseguir lo mismo que Proust buscaba al encerrarse por años para escribir su saga: un sentido perdurable por encima del tiempo, y que como tal, necesariamente ha de entrar siempre en contradicción contra el tiempo; un sentido, pues, perdurable como arte y muerte, él mismo desaparición y gloria. Para mí el toreo y Proust son eso.