sábado, 19 de octubre de 2013
Censura a la tauromaquia en Barcelona
Es bastante enojoso reproducir la siguiente información:
"El Ayuntamiento de Barcelona ha vetado una foto en la que aparece Juan José Padilla y que sirve para publicitar la exposición de la última edición del World Press Photo que acogerá la capital catalana. La foto en cuestión, obra de Daniel Ochoa de Olza, muestra al diestro jerezano en el patio de cuadrillas la tarde de su reaparición en Olivenza acompañada de la frase Facereality(Afronta la realidad), según informa la Cadena Ser.
Según el ayuntamiento, esta imagen, que no aparecerá en las banderolas anunciadoras de la exposición, no concuerda con su idea de la ciudad y desde el consistorio se ha pedido a los organizadores que busquen otra foto."
En nombre de la libertad de expresión, el derecho a la cultura, el respeto a las minorías, al arte, a las manifestaciones seculares, e incluso a la más elemental noción de decencia gubernamental, ¿qué se puede decir sobre la decisión del ayuntamiento? Esta abierta censura perpetúa la antitauromaquia catalana, que sabemos identitaria y no animalista. Identitaria, por cuanto percibe al toreo como algo eminentemente español, hispánico y "no catalán" en un supuesto bastante desacertado; esto es lo que realmente subyace a la censura de una imagen de fuerza fotográfica, poética y humana obvia; cuando el ayuntamiento invoca una disparidad con "la idea de Ciudad", realmente no cierra la posibilidad al toro: de ser quizá la siguiente imagen, la censura no se manifestaría, si no perdemos de vista que el Correbous está blindado en Cataluña, al ser un festejo de gran presencia al sur del Ebro:
La foto de Padilla encuadra una expresión moral: la de la superación del hombre. Luego de aquellas imágenes del terror repartidas por la antitauromaquia en todo el mundo, imágenes que conmemoraban la violencia contra el torero, cualquier foto de Padilla ya no significa lo mismo. Siempre va a estar precedida por el halo irremediable de su tragedia, pero también de su heroicidad. La referencia mantenida cuando el torero se sobrepone a su desgracia, y se cala así la montera para salir de nuevo a torear, no es la de la glorificación de la violencia contra los animales. La imagen precisamente hace hincapié en la inexistencia de cualquier toro de lidia en ella misma; lo primero que vemos es lo único que vemos realmente: un hombre que afronta con entereza su destino.
La foto es identificada de inmediato como enemiga al portar valores estéticos hispanos. La fobia se manifiesta contra la imagen, y se deriva en la censura directa contra una organización internacional de fotógrafos profesionales, itinerantes en Barcelona. Donde todavía puede encontrarse un sentido en la acción del ayuntamiento, es en declarar con esto su nula tolerancia contra un fenómeno cultural como el taurino, y explicar al mundo que la censura y la persecución tiene formas aceptables en el siglo XXI, sin recordar al lejano XX y su rosario de genocidios amparados en la persecución cultural, y cuando además violar los derechos culturales de las minorías es lo mismo a violar los Derechos Humanos y el DDIIHH. No pasará nada.
Tras la legitimación de la censura y la persecución cultural, y los continuos porrazos contra los taurinos en todos los frentes sociales, ¿se va a instaurar el culto a la persecución, como en 1938 hicieran los nazis? Es preciso recordar nuevamente: la foto de Padilla cumple con dos procesos de representación, pues además de ser algo taurino, también es un documento periodístico, gráfico y moral de gran calado, hasta el punto de tener un segundo puesto en el Word Press Photo del año pasado, lo que ya es decir. Lo hecho por el ayuntamiento de Barcelona es una forma de autoritarismo, pero también de amenaza: ¿tendrá que retirarse en un futuro cualquier obra cultural, artística y espiritual de los pueblos del toro, si en ella hay alguna referencia taurina? Solo al azar, sufrirían la misma censura que la foto de Padilla obras como la poesía de Lorca, la pintura de Goya hasta Picasso y Bacon y Gaya, los versos de Alberti o la escultura de Benlliure, decretados todos como culpables de herejía taurina. ¿Por qué acaso la humanidad tendría que permitir la reproducción del Carme de Bizet, si en un supuesto de delirio antitaurino cumple la misma labor de "glorificación de la violencia contra los animales" que la foto de Padilla, e incluso a niveles masivos y más refinados?
A menudo uno está tentado a recordar al gran poeta Teofilo Gautier: "Se ha dicho y repetido en todas partes que en España se perdía la afición a los toros, y que la civilización concluiría por desterrarla; si la civilización llega a hacer esto, tanto peor para ella, pues una corrida de toros es uno de los espectáculos más bellos que el hombre pueda imaginar". Y debe añadirse: tanto peor para la supuesta evolución moral, si se instaura un culto a la persecución, pues sería su absoluta negación histórica. Contra todos estos intentos de aplastamiento, contra todos estos detenimientos sobre lo taurino como algo a ser negado, hay una pequeña luz: la tauromaquia misma, el innegable calado moralista de un rito duro y hermoso, que obliga al hombre a exponer una escala de valores frente a la muerte, y que nos obliga a no permanecer en silencio frente a esta otra clase de muerte, que es la persecución cultural en pleno siglo XXI; y fundamentalmente en este caso, la solidaridad de fotógrafos, incluso no taurinos, que han entendido todo esto como la manifestación de un atropello contra el arte y la cultura: