domingo, 3 de mayo de 2015

De vencer o morir- Dos puertas grandes en Madrid



Manso y encastado encierro de Montealto en la tradicional corrida goyesca del dos de mayo en Madrid. Al igual que hace poco más de varias semanas, la puerta grande más importante del mundo se abre por vía de la épica. López Simón ha aguantado sin aspavientos hasta el turno de su siguiente toro, luego de ser corneado feamente al salir del embroque en la suerte de matar de su primero. Sus muletazos, salvo un ramillete de doblones toreros, fueron oquedades solo valiosas por la veracidad de estar allí con el muslo abierto, apretado por un torniquete de corbatín. Vencer o morir. Una generosa oreja completaba la cuenta necesaria. El torero no pudo salir a hombros, pues fue ingresado a cirugía tras pasear su trofeo. Como Roca Rey, demuestra que el arte en la tauromaquia no es solo la estética de la coreografía, alguna veces lo suficientemente tramposa como para desengañarnos de la ilusión. El toreo, como dijera Valle-Inclán, es antes que nada un dramatismo. 

No con tanta suerte contó Ángel Teruel, duramente corneado por un animal remolón, de cabeza suelta como uno de sus hermanos, producto de la ausencia de puyazos delanteros capaces de descolgar esas embestidas. A media altura le puso al torero una herida a puñal grueso de 20 centímetros que lo dejó impedido para proseguir la lidia; pero antes había demostrado ese fino empaque madrileño que lo hizo tan preciado hace un par de años en la corrida de Alcurrucén. Teruel sabe torear, recuerda a los maestros de la posguerra en algunos episodios, ante todo solo expresión. A falta de corridas, nos estamos perdiendo otro gran torero, ahogado en las limitaciones propias de su falta de rodaje.

CORRIDA COMPLETA



                   
Morenito por la Puerta Grande; López Simón, dos orejas y herido; Ángel Teruel, herido from Plaza de Toros de Las Ventas on Vimeo.

Quien se llevó en todo caso esta interesante tarde fue Aranda. A su último le cuajó una faena de distancias largas y exactas, mando y un imponente derechazo lleno del temple real que tanto echamos en falta, últimamente confundido con esa paparuza de los muletazos lentos a los toros lentos, o las muletas endurecidas con cera para que sus vuelos no busquen pitón para el enganche. Morenito de Aranda, quien también dejó tres naturales apreciables, hizo de su lidia por diestras un ejemplo de cómo es posible el toreo en redondo, rematando los muletazos y pudiendo a un animal que se vino arriba, sin necesidad de estirar el brazo más allá del cuerpo a pitón pasado, cuando ya no sirve de nada y se tapa, también para nada, ese buen tranco demás. Todas estas descripciones parecen enormemente generales. El toro, de gran condición, galopó de largo en tres series donde también demostró prontitud, humillación y aquel tranco que lo abría de las series para permitir a Aranda volver a dejarle la muleta puesta sin alterar el reposo de su lidia. En la última serie de esta parte de la faena si embargo puso su mirada cada vez más buscando la querencia natural, viaje que Morenito aprovechó en una serie de naturales que terminaron de romper al animal. Ya con los cuartos traseros apuntando a toriles, Aranda acortó la distancia y cuajó un derechazo sobrenatural por la lentitud y la circularidad del mismo, saludo por la plaza con un Olé estremecedor, y por todos nosotros en la transmisión de Tele Madrid con una aprobación unánime. Un derechazo enroscándose al animal, ralentizando el tiempo de un bicho que iba presto y terminó andando. Ya con el toro rajado y cerrado tras un bello trincherazo entre telones, Morenito se tiró a matar dejando una estocada buena que hizo rodar al toro y caer las dos orejas. Se sumaba así a López Simón, cumpliendo esa doble puerta grande que no se veía en Madrid desde aquel 91 con Ortega Cano y Rincón en la Beneficencia. 

Montealto llevó un encierro pleno de romana y edad. Aunque sus animales no pelearon en los caballos, mostraron boyantía en la muleta en un festejo lleno de interés para el aficionado. Excelentes matices de comportamientos, estos sí valiosos, sobre lo mucho que hay que lidiar y torear a un animal encastado. Sirva de prueba los 60 centímetros de heridas que registraron en la plaza sobre los cuerpos de los espadas por causa de los toros, pero al mismo tiempo los interesantes momentos de tauromaquia dejados por la terna, a los que habría que sumar dos palos puestos por el veterano Luis Carlos Aranda, quien lució el mismo terno verde de otra goyesca. 
Como dato final, valga anotar que tres toros del encierro mostraron la lengua pinta en sangre durante la lidia de muleta. Otra anotación sería lo poco que trascenderá, incluso en el medio taurino, un hecho tan relevante como una doble puerta grande en Madrid por la vía del toreo y por la de la épica ante un encierro encastado. Marginalidad esta a la que también hay que vencer o morir,