sábado, 30 de agosto de 2014

Sobre un antitaurino artículo de Guillén.



Gonzalo Guillén ha publicado un furioso artículo en El Pasquín, el proyecto periodístico del caricaturista y reconocido antitaurino Vladdo. La mayoría de sus argumentos están sacados de un artículo previo de Klaus Ziegler, quien también arremetió contra Savater, y con razón, por la cantidad de tonterías que es capaz de deslizar el pensador español. Ziegler reducía al absurdo la argumentación del don Fernando, señalando la falacia lógica del Tu quoque en el argumento de la tauromaquia y el matadero, que va así:
Savater dice que en el matadero mueren de peor forma los animales, y por eso la tauromaquia es hoy aceptable: esta alogicidad tiene nombre, el Tu Quoque, y consiste en relacionar la veracidad o falsedad de un fenómeno poniendo como ejemplo a otros fenómenos convenientemente sacados del sombrero: tú también. Por ello, defender la tauromaquia diciendo que en el matadero también mueren los animales, es tan incorrecto como condenarla diciendo que los sicarios también matan, o que entonces deberíamos revivir el Coliseo romano, o que algún tarado que cazaba indígenas estaba en lo correcto. Pero entonces ni Ziegler, ni su acucioso sucesor Guillén, se percataron de que sus argumentaciones en contra de la tauromaquia también son en realidad generosas listas de tu quoques que apuntan a la relación escandalosa. Nada nuevo bajo el sol. Si se trazara una gruesa línea en toda palabra altisonante, en cada relación exagerada, en cada humillación o insulto apresurado, el argumento antitaurino quedaría empobrecido.

Un ejemplo:

Savater asevera que los animales no poseen derechos morales, ya que tampoco tienen obligaciones morales. Guillén asegura, para reponer, que entonces los niños en brazos tampoco poseerían derechos, al no ser posible el adjudicarles obligaciones morales, y que esto prueba el estatus moral del toro, por exclusión. 

Ambos hablan del contractualismo, como serie de pactos de reciprocidad para establecer un estatus moral. Pero Savater falla en suma porque sí es posible darle un estatus moral a quien no es capaz de cumplir responsabilidades;  lo demuestra por ejemplo la obligación moral de respetar los restos mortales humanos, o a los ecosistemas. Guillén en cambio falla en suponer que la matriz de los derechos humanos, y sus consiguientes ejemplos y falacias de asociación, son suficientes para probar el estatus moral de los animales no humanos. De ser así, el animalismo no tendría razón de ser, y bastaría con el humanismo y el antropocentrismo para dar estatus moral a los animales. Pero todos sabemos que el humanismo no es suficiente, y por eso existe el animalismo y sus diversos programas éticos. Recurrir al tu quoque de los niños o enfermos mentales sin responsabilidades morales, es una falacia por demás. Savater y Guillén están más cerca de lo que creen. 



Luego está la consabida retahíla de interpretaciones erróneas: al toro le "destrozan los músculos del cuello", el taurino padece de "una enfermedad mental llamada sadismo", y la extinción del toro se responde diciendo que "sería necesario restablecer la esclavitud para que no se vaya a acabar la raza negra". Incluso nos conmueve con una historia donde se revive la oscuridad del esclavismo en Colombia, protagonizada por un cerril ser que no veía con malos ojos matar indígenas como cacería. Guillén lamenta que este criminal no tuviera la suficiente preparación intelectual como para estar dispuesto a defender a la cacería de humanos como un arte y una cultura. Y ni hablar de los Vehículos de Tracción Animal (VTA), que guardan una obvia relación con el antiquísimo rito de la tauromaquia. Desde luego que nada supera en su fantasía a esta descripción anglo digna del último funcionario de PETA en Bronwnsville: 


"Aminoran al animal antes de salir a la arena, le pulen los cuernos para que no pueda defenderse de su asesino, nunca antes ha visto una plaza, no ha sido lidiado y carece de experiencia para combatir al habilidoso asesino que lo engaña con una manta y a los torturadores que le destrozan el lomo con púas y garrochas con el objeto de causarle un dolor insoportable. Por último, es asesinado con un machete puntilloso que el criminal saca de la manta roja y se lo hunde hasta lo profundo del corazón cuando, moribundo, menos posibilidades tiene de defenderse".

Vamos por partes. Es imposible hallar más mixtificaciones en la descripción de la corrida que Guillén mal hace. El mito del tratamiento previo al toro antes de salir al ruedo ha sido refutado hace mucho tiempo, incluso con argumentación de animalistas colombianos (el link naranja aporta testimonios de animalistas como Tosko, desmintiendo que al toro se le aminore antes de salir al ruedo; ella lo pudo constatar en más de 50 oportunidades con sus propios ojos, no con mitos). Creer que al toro se le "aminora" antes de salir a la plaza es incluso una ardid pueril, cuando constatamos la actitud antitaurina ante la cornada o la muerte del torero. Hablan de un animal indefenso, debilitado por el dolor, acorralado en su limitación, incapaz pues de cualquier esfuerzo ofensivo, pero a la vez celebran el dolor del "sicario" vejado cuando hay una cornada, y sin sonrojarse por esta contradicción, que más que doble discurso semeja un acto de tontería autocomplaciente. Los únicos toros a los que se les afeitan las astas ("limar", según Guillén), son a los toros para corridas de rejones, y esto con miras a proteger a los caballos de rejoneo. Pero incluso un toro afeitado sigue siendo mortífero y peligroso. De ahí que ningún antitaurino sea capaz de saltar al ruedo para salvar al toro vivo. La inexperiencia del toro es sobre la lidia, no sobre su potencia en el combate, pues el toro en la ganadería vive en continua lucha con sus hermanos de camada para conseguir la cima de las jerarquías de su pequeña sociedad. Por eso, lo primero que hace el toro al salir a la arena es bardear las tablas embistiendo a los capotes que se le presentan. Sabe que está retado, y presta batalla, pues es su naturaleza.
En su desconocimiento Guillén observa "púas y garrochas", aunque no se pone de acuerdo en los sitios de la "tortura": o los "músculos del cuello", o el "lomo", que no son lo mismo, evidentemente. En realidad la vara es una pirámide que se hunde hasta los seis centímetros antes de topar con una cruceta. La mayoría de sementales de las ganaderías son toros lidiados e indultados por su ejemplar bravura en las plazas, y aún con las heridas en sus morrillos (no lomo,o cuello), que sanan en breve, pueden desarrollar una vida hasta los 25 años.  Son toros de más de cinco varas, que vuelven con insistencia al caballo teniendo un gran ruedo para ir a otro lado, y que contrarían la reacción natural ante el dolor del resto de los animales, que es ir en dirección contraria al lugar donde se le produjo el estímulo doloro. Pero es seguro que Guillén nunca habrá visto algo así, pues incluso llega a asegurar que al toro se le mata a machete limpio. A machete puntilloso sacado de una perversa manta roja, roja como la sangre. Y que se clava en el corazón. Un gran ejemplo de esto es Bastonito, el mítico toro lidiado por Rincón en Madrid, que pudo hacer presa del torero y mandarlo al suelo y ensañarse con él, pese a tener un "machete" que le partió el corazón en dos, como si se tratara del desamor. Sin duda hablamos de un animal sobrenatural, casi un caballo de VTA.



Otra cosa sería hablar del sadismo, una patología mental clasificada en todos los catálogos del DSM como parafilia, esto es, un trastorno de la personalidad relacionado con el placer sexual. Para determinar el sadismo de un paciente es necesario hacer un cuadro clínico tras observar seis meses la relación entre la estimulación sexual y la contemplación o acción de los actos doloros en una víctima. El sádico no puede evitar así la consumación de algún episodio sexual en observancia del dolor [mirar la referencia F65 de cualquiera de las cinco versiones del DSM].  Pero es de toda evidencia que el taurino no experimenta episodios sexuales en la plaza de toros, en observancia de la tauromaquia. Incluso se puede citar a extaurinos negando la categoría del sadismo. ¿De dónde la sacaron? De su misma incomprensión y desconocimiento de la tauromaquia.  Guillén pretende demostrar que el taurino es sádico, ¡con una definición de la RAE! Esto es delicioso: ponderar un discurso de la seriedad y la evolución, pero seguir desperdigando condenas y diagnósticos médicos con definiciones de diccionario, reproduciendo ciertos gestos del pasado intolerante de nuestra especie. 

 Si nos tuviéramos que atener a la sabiduría de nuestra academia, la tauromaquia sería arte, como lo dice la RAE. Si se puede determinar médicamente el diagnóstico de un paciente a través del diccionario, sin duda la definición estética de la tauromaquia no está en discusión. O quizá sí. Cito a Guillén:

"Mientras más pueden hacer sufrir a su víctima y causarle la muerte sin la menor posibilidad de defenderse, su capacidad artística es mayor"

Así que todo discurso estético de la tauromaquia, tan duramente logrado a pulso de cornadas y muertes humanas, en realidad se reduce a la capacidad artística de dar dolor. Saquémonos de la cabeza que el arte del toreo es la coreografía de capote y muleta entre un toro de media tonelada y un hombre armado con la tela, de las cual sus categorías estéticas son el temple, la lentitud, la altura, el vuelo, el terreno, la jurisdicción, el remate y la salida, además de la gracia y el empaque o expresión corporal. No. Lo que hace José Tomás aquí no es desplegar todas esas categorías visuales admiradas por los mejores artistas de los últimos siglos. En realidad intenta "hacer sufrir a su víctima, y causarle la muerte sin la menor posibilidad de defenderse", para así lograr una mayor "capacidad artística".
  
                      
         

 O quizá la escuela contraria, más cercana al drama: el torismo ultraortodoxo y su dureza:

                     
Rachido, de Palha y Luis Bolívar | San Isidro... por canaveralito

Guillén en cambio obvia a la ligera la existencia del toreo tal como es. Nunca ataca el verdadero arte de la tauromaquia, pese a negar que el toreo sea una forma estetizante. Su descripción del capote o la muleta solo apunta a señalar a estas como "mantas" que encubren los terribles "machetes" con los que Savater se complace sexualmente, al verlos clavados en el pobre animal, reencarnación inusual de los afroamericanos, los indígenas cazados y las víctimas del sicariato en Colombia: todos revictimizados con la obtusa comparación retórica ante la ausencia de conocimientos y argumentos sólidos.  Y es aquí donde precisamente el toro de lidia difiere radicalmente de las víctimas de un sicario, o de los indígenas sometidos al arte cinegético de un tarado pistolero: el toro de lidia es agredido, pero su atributo es el de hacer peligrar la vida del torero embistiendo hacia el cuerpo solo protegido por telas. Los antitaurinos, tan prestos a celebrar las cornadas y muertes de los toreros como si se tratasen de goles, conocen muy bien el potencial agresivo del astado de lidia. Que el torero sepa sortear esta amenaza, es precisamente la esencia de la tauromaquia, que guarda sentido solo si tal amenaza existe a lo largo de la faena, donde es el toro el que intenta agredir: torear es cambiar una cornada por el lance o el muletazo, la danza. La víctima del sicario no puede responder el ataque, y los indígenas sometidos a cacería seguro no podían desbaratar a su persecutor con su ataque. ¿Por qué extender una falacia de asociación en todos los sentidos insensatos que se le ocurran a Guillén?

Así que aquí tenemos a los antitaurinos de hoy y de siempre: psicólogos sin título, juristas sin carrera, antropólogos sin nociones, artistas que obvian las estéticas, y sociólogos que desprecian lo social. Desplegar constantemente un punto de vista desinformado, apoyado íntegramente en falacias de asociación, es precisamente un canto a su no-tener-razón-en-lo-fundamental, pese a cierta parcial identidad que podamos dar a su condena moral, ante la evidencia de la muerte y la sangre. Precisamente es ello lo que tiene que profundizar la discusión, que debe ser inundada responsabilidad y equilibrio para no atropellar una minoría cultural, y de paso a los animales. En lugar de un plan sensato de reemplazo simbólico y una propuesta coherente para mantener la raza de lidia, asistimos en cambio a una campaña bruta y mal hecha de propaganda negra, cuyo único logro es el de regar odio en contra de los taurinos por razones tan infundadas como ponerlos al nivel de enfermos mentales.

Un punto culminante es este: terminar el gesto de Guillén invocando la ley de protección animal en Francia, pero ocultar que en tal país las corridas de toros son Patrimonio Cultural Inmaterial, y que los antitaurinos, relacionados con el nazismo por desgracia, y a causa de su violencia xenófoba, tienen prohibido manifestarse a dos kilómetros de las plazas de toros.

Titulaba Guillén su artículo con un insulto: barbarie. Lo barbárico siempre ha sido una identificación de lo xenófobo. Nunca el progreso moral se ha manifestado a través de la segregación cultural, y quien así lo sostenga está mintiendo.
Tu quoque.

Adenda: si Guillén quiere leer sobre ética taurómaca, que se haga con la teoría aristotélica de Víctor Gómez Pin. Si quiere conocer argumentos a favor de la tauromaquia, que lea a Wolff o a Zumbiehl. Encarase con Savater es muy fácil.

Segunda Adenda: el expresionismo abstracto precisamente es una escuela que libera de la figuración, totalmente, al arte occidental tras el desgaste de las vanguardias. Contrastar a Pollock con una foto convenientemente sacada de contexto, no es enfrentarse por comparación con el arte de la tauromaquia para anularlo. Mejor hubiese sido poner una verónica de Morante de la Puebla, o un pase natural de José Tomás, y contrastarlo así con cualquier forma de arte figurado (el no figurado radica precisamente en no parecerse a nada, incluso ni al arte mismo. Poner expresionismo abstracto es curioso). Pero bien, poco puede exigirse al caricaturista Vladdo, dispuesto a babear que los taurinos somos sádicos, pero también a sacar hasta por debajo de las piedras las fotos que testimonian su cercanía con García Márquez, un "sádico" taurino que le prodigó su amistad, sin que Vladdo se percatara de las patologías que aquejaban al Nobel bárbaro).