lunes, 30 de diciembre de 2013

La década de los 80 en Las Ventas, el documental



Este documental, de discreta fotografía por los archivos de origen, es una pieza audiovisual invaluable incluso para nuestro propósito de entender la tauromaquia contemporánea. Desde la mítica Corrida del Siglo donde Esplá ofendió a un Victorino Martín amarrándole (mal) su corbatín al pitón, hasta la luminosa decadencia de toreros de culto como Curro Romero y Rafael de Paula, esta historia vivida en la plaza de Las Ventas es un testimonio de una época donde el toreo era un temblor. Historia pues de esto: la tensión entre la pureza ortodoxa de Antoñete, y la descarada heterodoxia de Ojeda que a la postre vendría a triunfar como concepto subterráneo en nuestro toreo actual; en medio de todo ello late una tauromaquia sin duda más rica y variada que la actual, con Manili y Cámara en las sombras, Espartaco o Robles porfiando, Esplá, Manzanares padre, Curro Vázquez y Yiyo en dos extremos, y ante todo un filtro definitivo que traspasado, daba la medida de ser una figura del toreo: la corrida de Victorino Martín en Madrid, indispensable para la ratificación de la categoría del torero, segunda alternativa, quizá más real y necesaria, que todo espada debería lidiar. Así que es mejor extasiarse con esta soberbia pieza de historia: grandes faenas en Madrid, es decir, grandes faenas en la historia del toreo. La cantidad de toreros importantes que no nombro, por extensa y justificada, obliga a verse completa esta joya:

         
La década de los 80 en Las Ventas from Plaza de Toros de Las Ventas on Vimeo.
(NOTA: hay que dar click en "watch on Vimeo" para que se redireccione el video. La configuración de privacidad de esa plataforma de videos pone taras para que no pueda verse en otros espacios, mas sí embeberse. Vimeo, go home, you`re drunk. En cualquier caso, de no servir pueden dar clic aquí.)

Luego vendrían los años 90`s, con la irresistible consolidación de Joselito, Rincón, Ponce, y en los años finales, Tomás. Pero hablamos de los 80`s. El toreo aún guardaba la característica constitutiva de la diversidad de encastes, modos de torear y criterios de observación en la faena. El torismo tampoco se había impuesto como concepto subterráneo en el crecimiento del volúmen de los toros, hecho que quizá pueda observarse en la resistencia de la plaza a los toros de Baltasar Ibán, que sin embargo propiciaron una gran cantidad de triunfos aceptados. Luego, daría la sensación de un estancamiento con el inicio del siglo XXI, cuando el monoencaste se fue acaparando, incluso en el serial de San Isidro, y Victorino Martín dejó de ser un referente para las figuras. Una época destruida, ¿por el avance? ¿por la decadencia? La respuesta depende de la facción.



Característica importante e insoslayable de la época: la absoluta diversidad de encastes lidiados y la poca probabilidad de darle la vuelta al ruedo a un toro (solo siete toros de vuelta al ruedo en 10 años, con 228 ganaderías distintas lidiadas), cosa que ilustra mejor el grupo de gráficos mostrados al inicio del documental. Quizá con un poco de esfuerzo, uno pueda ver los resortes de la historia que van formando nuestra tauromaquia contemporánea, ya sea para decirnos que antes la tauromaquia con diversidad de encastes era posible, estética, necesaria y real, o para explicarnos que el incontenible avance del toreo tiene sus razones.

Saludos a todos, y gracias por visitar Descabellos en estos pocos meses de vida en el 2013. Fernando Cámara con la izquierda:


sábado, 21 de diciembre de 2013

Enrique Ponce El maestro de Chiva, el documental



Ad portas de la conmemoración de los 25 años de alternativa de Enrique Ponce, Canal Plus realizó el siguiente documental. Si es cierto que la tauromaquia de un hombre es su historia, este documental es necesario para entender el desarrollo y la evolución de una tauromaquia definitiva en el crisol del toreo contemporáneo:

             

Con las correrías de su abuelo Leandro, y aquella época donde había que torear de todo para merecer el grado de maestro, la tauromaquia de Ponce inicia como la búsqueda constante de la elegancia y la prestancia. En meses pasados, el abuelo Leandro murió a una alta edad, dejando para la historia al nieto valenciano de las becerras toreadas con sobriedad, y también al nieto de los Samueles descomunales. No me queda claro si el abuelo vio acaso el segundo aire que la tauromaquia de Ponce se tomó desde el llamado de atención que hizo en Bilbao este año (y ante todo aquí). Entonces, quizá todos recordamos esa aptitud para torear, donde la lidia era un elemento inherente, y no accidental. Ponce sacó de la chistera una serie de recursos para resolver las embestidas inciertas, inconstantes y ausentes de ritmo, y con el toro ya lidiado, empezó a correr la mano.

¿Pero de dónde pudo sacar esos recursos, cuando entendemos hoy que la tauromaquia de algunos es solo la reiteración del argumento, y no de la trama? Lo anterior quiere decir una cosa: que hoy solo existe una faena por torero, y esta solo es posible cuando sale el toro que confía aquel torero. Si la embestida se sale del margen aceptado, no hay faena, principio que llevamos viendo con cierta figura dos años seguidos en Lima, y con cierto gitano hipster en todas sus temporadas. Pero Ponce pertenece a una generación que vio despuntar a Rincón, a José Tomás y a Joselito Arroyo.


Mientras en América la rivalidad con Rincón llenó de gloria unas temporadas que no conocían esa gracia desde el toreo de El Cordobés y Palomo Linares, en Europa la incurable indiferencia contra José Tomás avivaba, si bien un poco menos, un espíritu de rivalidad que hoy no existe en la tauromaquia. Se vendría a cerrar todo con la retirada de Rincón en mano a mano con Ponce en La Santamaría de Bogotá, y con el soliloquio teatral de José Tomás, a años de distancia de la retirada de otro grande, Joselito, que ya no se podía embraguetar con los toros.

Precisamente es la bragueta, o mejor, la ausencia de ella, la primera y gran recriminación contra la tauromaquia de Ponce. Se pasa los toros lejos, desfajados, en la curva comodidad del toreo de pico. Es entonces cuando debemos preguntarnos si en la geometría del toreo, el inicio de la mentira es al mismo tiempo el inicio del arte, o de una forma estetizante de torear, y si la verdad no puede convivir con el toreo de arte en niveles iguales. Entonces viene ese incontestable toreo prestante, que reverbera una elegancia perseguida como símbolo de dominio al toro, y también despliegue del arte taurino. Elegancia que a veces nos obsequia Rafaelillo en medio de la guerra, y que no es otra cosa que el toreo de cadera y riñón metido. Esta elegancia en Ponce va siempre a media altura, sin hostigar la embestida del toro, un desahogo que quizá lo explique como el torero con más indultos en la historia. Discreto estoqueador, pero mejor en la capa, la suya no es una tauromaquia mediocre.


¿Cómo puede un espada tan estético no ser torero de Sevilla y sí de Bilbao? Esta pregunta es de una materia tan inexplicable como la tauromaquia misma, o como aquella abominación que pasará para la historia como la aportación de Ponce al toreo: la poncina, toda una destrucción al concepto mismo de Ponce, en un horroroso y teatral telonazo inelegante, un suicidio de escorpión cuyo mérito parece la gimnasia de rodillas y poses que preceden a un muletazo popular en el toreo de la rodilla en tierra para alarmar a los profanos.

Yo prefiero en lugar de ello al Ponce de la guerra con Lironcito; al de la diversidad de encastes y lidias y no al enfermo de Zalduendo; al de Gomero y la elegancia sin aduladores cursis, pues en esa época no estilaba eso de la poesía de pasquín en lugar de la crítica taurina. Prefiero al Ponce que rinde culto a Manolete toreando Miuras, y no al de la trampa en la América que lo idolatra. Prefiero al Ponce que bañó a todos este año en Bilbao, desmentido por la presidencia de Matías con una oreja, pero que se impone en el recuerdo más que la eternamente olvidada puerta grande de todos los años de aquel que ya tiene las dos orejas desde el paseíllo en Bilbao. Quizá con un poco de inocencia más que de esperanza, se puede pensar que Ponce puede revivir la tauromaquia de antes del 2002, donde su insufrible vicio de la distancia y la falta de bragueta se silenciaba por el nombre ganadero que rezaba en la tabilla.

Él puede.

viernes, 13 de diciembre de 2013

La Tauromaquia de Juan Mora


Golpeado nuevamente en horas recientes por los caprichos de cinco, a uno no le queda más opción que echar cuenta para atrás y recordar aquello que hace grande la historia de la grandeza misma. Porque una cosa es ser grande, y otra muy distinta estar inflado, al socaire de un sistema de taurineo que semeja a las dictaduras que concentran el poder absoluto en pocas manos, y conjugan para sí en esas manos todos los medios de comunicación, y en extensión de ello, la teoría única de la verdad. Dictaduras de lo blando.

Juan Mora es un torero que por esa misma virtud del veto de cinco a la plaza de Sevilla, también estuvo todo este 2013 sin torear apenas. Porque es ese sistema cerrado el que no deja salir ni entrar nada sin su severo juicio; sistema pues que ve con malos ojos que se le haga luz o sombra al perfecto mundo luminoso y mistificado donde es posible cantar allí donde antes había pavor y respeto. Juan Mora sin embargo nos sigue interpelando tres años después de su última gran faena, cuando en aquel otoño del 2010 rompió de un cerrojazo de autoridad la puerta grande de Las Ventas con una faena del frascuelismo más puro: 17 muletazos a un toro de Torrealta, tres de ellos naturales perfectos, y luego un espadazo en lo alto que rodó al toro, mientras el torero caminaba garboso en dirección contraria, sabiendo que el toro había salido de sus manos muerto y matado.

(Adenda: cuatro naturales son lo suficiente como para cortar orejas de ley en Madrid, o producir un documental como el hecho por Canal Plus Toros, que dejo a continuación)

      


     

¿Qué es todo este espíritu que revive y reconocemos como visto desde un sueño del XIX? El toreo de la brevedad, de salir a torear con la espada de verdad y no con una de palito; el torero que para con la capa, o lleva al toro hacia el caballo con una mano y saca también al toro de la cabalgadura con la misma mano; la tauromaquia donde se puede comprobar el pavor que surge cuando se tensiona la torería contra la bravura.

He hablado, quizá con mucha ligereza, de frascuelismo y rasgos decimonónicos en una tauromaquia enclavada en los inicios del siglo XXI, poseída además por el espíritu más posmoderno de la ligazón y el asentamiento. Plantear la cuestión como lo he hecho aquí, nos lleva a reconocer puntos de encuentro con la tauromaquia de Frascuelo en lo fundamental: el contenido por brevedad, y de allí la intensidad.

Las faenas de Frascuelo, en son del siglo XIX, nunca sobrepasaban la docena de muletazos, si eran buenas. Entonces debía comprobarse el carácter medido de todos los pasos del torero en el albero, y su efectividad (más que la belleza) para ayudar a la estocada. Desde ese momento la tauromaquia de Juan Mora es la sabia medición del toreo para dejar al toro cuadrado y dispuesto para la muerte. No por otra cosa, el torero sale con la espada de verdad, filosa y pesada, estorbosa para el toreo por la derecha, y un elemento de riesgo cuando se torea con la izquierda. Lo hábil sería que esta construcción de poco espacio, tuviera además una forma concentrada. La tauromaquia de Juan Mora tiene esa forma concentrada.


Si la tauromaquia de Morante se tiene como barroca al ser la expresión profusa y total de muchos elementos plásticos, incluido el cuerpo del torero (lo que se conoce como empaque), la de Juan Mora no renuncia a ese barroquismo, aunque se represente en una dirección totalmente opuesta: en Juan Mora la expresión no es la del cuerpo, sino la del muletazo como una identidad independiente. Un toreo vertical, si se quiere de recargue en los riñones, donde el mérito está en tirar del toro y llevarlo hasta atrás estando absolutamente cargando en los riñones del torero. No cabe más verticalidad como expresión de la verdad, pero tampoco puede confundirse como 'panzaso' un toreo donde el diestro está asentado en el cite. Entonces, es como si el muletazo cantara solo en un espacio concentrado. Sabemos que la espada es de verdad, y que el torero en cualquier momento puede empalmar el pase de pecho con la estocada, al perfecto modo como en el XIX Lagartijo tumbó al toro Perdigón, o Frascuelo echó a rodar a Peluquero, toro de la ganadería de Antonio Hernández, que antes le había roto tres costillas al mítico torero de una cornada. Así.

             
      


Si la tauromaquia tiene algo de ballet, y este es la concisa exactitud en los movimientos plásticos de un bailarín, Juan Mora tiene el ballet más concentrado de la tauromaquia contemporánea. Su importe de artista se acrecienta cuando a él añadimos el talante de lidiador auténtico requerido para dar muerte a los toros en el momento preciso, lo que estuvo precedido de una lidia correcta. Ritual y arte son lo mismo por primer vez.

La evolución de su toreo es prueba de sus intenciones, que no guardan la pretensión de perpetuar el toreo clonado actual, de mano baja y culto al pase circular. De hecho, Juan Mora nunca baja la mano porque nunca quiebra el cuerpo al estar cargando en los riñones, pero nadie puede asegurar a la vez que el suyo es un toreo por alto.

El especial sobre de su carrera emitido por el Plus, como testimonio de una empecinada trayectoria para hallar esa forma cuya perfección depende de la exactitud.

En una época blanda de cinco doblegando a miles, y donde las tendencias mediocres se suceden como las luces en una autopista de noche, lo de Juan Mora es de agradecerse.

Una blasfemia contra el cánon mexicano de la duración. Una bofetada sincera contra el neotoreo del cuerpo doblado hacia adelante y el descargue de todas las suertes. Una afrenta digna con una espada de verdad contra los ayudados de fibra de carbono, propios de deportistas de alto rendimiento y no de matadores de toros. 17 muletazos que ya van para tres años, y si quisiéramos hacer alarde de radicalismo, tres naturales y un espadazo. Devaluada la época, y mientras algunos rapiñan lo poco que queda de nosotros con la imposición de una Fiesta virtual y socialmente cómoda, Mora está oculto en una zona sombreada que a la vez representa lo que la Fiesta debe ser y no es. Y lo reafirmo: el chantaje de los cinco participa de una misma expresión, que es la de la ausencia de Juan Mora en los ruedos.
     
                       


¿Por qué no se le anuncia en ferias de primera? Dicho con la concisión estilista de un antitaurino como Fernando Vallejo, debemos coincidir en lo siguiente: "Porque todos ustedes son irremediables en lo inútil"











jueves, 5 de diciembre de 2013

F. Bleu y Matemáticas: resurreción de la fiesta de los toros



El presente escrito intentará indagar sobre la necesidad de establecer un equilibrio entre el poder del toro y el oficio del toreo. La no conclusión de lo anterior, equivaldría a un desbarajuste de las claves de la tauromaquia cuyas consecuencias vemos hoy en el peligro de perder castas y encastes del campo bravo, producto de infelices circunstancias ante monopolios y conceptos cerrados. Haciendo eco de las consideraciones del crítico taurino F. Bleu, y de la lidia de Morante al toro Matemáticas de la ganadería de Victorino Martín, se intentará dejar de presente una serie de consideraciones que juzgo necesarias para que el toreo goce de cierta salud interna, tan necesaria ante las arremetidas de una sociedad hostil.

1.
Lagartijista de la primera hora, y frascuelista de la última, F Bleu legó para nosotros una biblia del toreo decimonónico capaz de volver a nuestros días como una premonición. La bancarrota moral que supone perder el equilibrio entre la relevancia del toro frente al torero, fue narrada como un fresco por Bleu al asistir a la época convulsa donde el lagartijismo, facción jurada a Rafael Molina Lagartijo, fue pasto de fuego para el nacimiento del culto a la personalidad del torero (o exageración en la afición por un torero), los ísmos, y también el surgimiento de figuras que harían valer su peso mediante imposiciones de ganado, alternantes y honorarios. En el apogeo de la rivalidad de Frascuelo y Lagartijo, se dan las circunstancias para traducir el culto a la personalidad hacia otros toreros, que se declaran herederos de las escuelas. Nace El Guerra, y con él la abusiva superioridad del torero frente a un toro mermado de todos sus aspectos relevantes. Sobre lo anterior, incluso el célebre panegirísta Peña y Goñi es capaz de acertar, al condenar que su torero imponga ganaderías blandas en detrimento de la maestría que una figura debe ostentar.

Pocas épocas pueden sin embargo rivalizar con nuestra tauromaquia contemporánea en lo tocante al monopolio de las ganaderías, el monopolio de un solo encaste (monoencaste) y de determinado tipo de selección. Si bien es cierto que en todas las épocas de la tauromaquia muchas ganaderías, encastes y castas han perecido al ser apuntillados en los mataderos todas sus especies, también lo es que desde hace siglos el toreo no se veía tan hostigado por la sociedad como hoy, hecho que acentúa todos los procesos de desaparición gracias a la pérdida de espacios, fechas, plazas y capital social.

Sin desconocer todas las aristas de la situación, es innegable que las figuras del toreo contemporáneo acaparan cierta cantidad relevante de festejos en plazas de todas las categorías, lidiando un único encaste que despierta serias dudas sobre la exigencia de su lidia. No debe buscarse otro motivo para tan censurable actitud que en esto: las figuras hacen lo que quieren porque el público lo permite.

En el siglo XIX Lagartijo disputó con Frascuelo una época de esplendor y variedad ya no de encastes, sino de castas. Más de lo mitad de lo lidiado en la mayoría de temporadas de ambas figuras, se inscribía en la llamada cabaña de Colmenar Viejo, que encerraba a las ganaderías más duras de la época, incluyendo a la muy andaluza de Miura por descontado. ¿Pero acaso, debemos preguntar de inmediato, no era cierto que en esa época ambos toreros ya tenían sus facciones de partidarios furibundos, dispuestos incluso a pelear en la plaza por sus toreros? ¿Y no hemos dicho que el monopolio o monoencaste es una actitud que existe en virtud al culto a los toreros, con lo que sus públicos le permiten todos los excesos?



2.
En la página 73 de su obra Antes y después del Guerra, F Bleu narra la historia inmortal del toro Perdigón, la cornada al hermano de Lagartijo, y lo sucedido en la lidia del toro, perfecta para los cánones de la época. De la aludida obra extraeré el resto de citas de este escrito:

«A esta época de triunfos pertenece la asombrosa faena empleada con el toro Perdigón, de Laffite, corrido en cuarto lugar el 4 de octubre.
Juan, el segundo de los Molina, entró a parearle de últimas, y al clavar los palos al relance salió cogido y fue volteado y corneado aparatosamente. Puede que aún no hubiese abandonado el redondel el torero lastimado en brazos de los monosabios, cuando Rafael, en medio minuto, en mucho menos tiempo del que se tarda en referirlo, pendientes de él 13.000 almas dominadas por la emoción, llegaba hasta la respetable cara del de Laffite, engendraba y remataba tres pases naturales, tres solos, pero como pudiera soñarlos el mismo Cayetano [Sanz], y enterraba toda la espada en lo más alto del morillo de Perdigón. Y en el preciso momento en el que el toro caía como masa inerte desdeñando el remate de puntilla, Lagartijo, sin abandonar la muleta de la mano izquierda, entró jadeante de impaciencia  en la enfermería para enterarse del estado de su hermano.

... He aquí el tipo de las faenas de los matadores de entonces. Faenas que helaban la sangre, que transmitían al público escalofríos de emoción, y que se recordaban admirablemente años y años. ¡Oh tiempos de toreo trágico, en que Lagartijo y Frascuelo se entregaban con alma y vida, con intereses, con ahorros y con capital, a los azares peligrosos de una profesión que ejercían, nunca como industriales, sino como aficionados y como entusiastas!

En esa clase de faenas, que los contemporáneos de los dos maestros recuerdan por centenares, se interesaba, más que la vista, el corazón del espectador; mejor que divertir, asombraban y sobrecogían; el aplauso no era bastante para exteriorizar el efecto que se experimentaba, porque ante las hazañas que daban completa sensación de la dificultad y del peligro de muerte, vencidos, rugía el pueblo y se congestionaba. 

Por otra parte, la figura hercúlea y musculosa de los lidiadores respondía, lógicamente, a su ejercicio profesional: eran atletas forzudos y no alfeñiques desmedrados; usaban alías hombrunos y no remoquetes infantiles terminados en -illo o -ito o en etc.


Así era el toreo de antaño y así debe y tiene que ser, a juicio de los que nunca le consideraremos como resolución de un problema de habilidad sin mezcla de riesgo personal, o como un concurso o torneo de actitudes plásticas»

El texto de Bleu continúa (puede leerse aquí) hablando de la verdadera sensación que produce la confluencia del Toro y del Maestro: una capaz de helar la sangre y encender el alma. La tauromaquia debe aspirar a eso, o de lo contrario, significar cualquier parapeto vetusto de arte, reproducido de manera incesante e insensata hasta que deje de poseer un sentido, pues la estética taurina de una época siempre caduca. Como es fácil observar, lo que el aficionado busca del maestro es que no haya aquel banderillero hermano caído en las astas, sino que el matador y su Perdigón sean una regla mínima de la tauromaquia.


3.
Lo que cabe fuera de toda duda, es que el culto a la personalidad de los toreros es el inicio del incontenible poder de los mismos para imponer las condiciones de su agrado para el ejercicio de la tauromaquia. Al respecto, y en lo sucesivo de las páginas 187 y 188, F. Bleu señala que  «La exageración inadmisible de ese romanticismo» produjo en Lagartijo un periodo de relajamiento y decadencia que a la postre le hizo perder la batalla histórica contra Frascuelo.  Sigue F. Bleu:  «La casi completa adhesión del público le perdonaba cien cosas detestables por una buena»,  lo que equivale a afirmar que la decadencia de un torero guarda una relación con la cantidad de fanáticos que comulguen en su parroquia. Más allá de la trágica comedia que se forma cuando la esperanzadora carrera de un torero se convierte en un espantajo (Juli, Morante, Tomás, Ordóñez, Aparicio, Pastor, Gordito, etc. per omnes versus), tal trágica comedia debería tener sin cuidado al aficionado de no ser porque hoy, y solo hoy, impacta directamente en la salud de la cabaña brava. En otras palabras, el culto a Morante o El Juli, es el responsable de la muerte de las ganaderías de bravos en el siglo XXI, cosa que espero se me permita argumentar a continuación.

Como ha quedado dicho en la entrada sobre el monoencaste, las figuras del toreo contemporáneo acaparan más de la mitad de los festejos en plazas de primera y segunda categoría en Europa, imponiendo para su actuación un solo tipo de encaste, o mejor, de selección dentro de un solo encaste (ya que no lidian Marqués de Domecq, por ejemplo). Tras ellos, hay una fuerza social de románticos en su legítimo derecho a aficionarse a sus matadores, pero también la ambientación de la imposición del encaste en detrimento del resto de sangres y ganaderías. Cuando la burbuja de festejos empezó a decaer tras el luminoso 2007, los espacios para lidiar cayeron dramáticamente hasta el punto de casi reducirse a la mitad en menos de cinco años. Por desgracia, ante menos espacio, y la permanencia de la imposición del único encaste patrocinada por una afición poco exigente, se ha tenido que extender la alarma por la puesta en peligro de casi todas las sangres y casas ajenas al Domecq de las figuras.Sin lidia, no hay recursos posibles para la crianza. Sin recursos ni crianza, la ganadería va al matadero por quiebra. Sin una afición seria y crítica, la figura tiene el campo libre para que el culto a ella tome la forma de una tauromaquia prefabricada en casi todo.

El 99.9% de toros de Domecq que componen la baraja de un torero como El Juli, viene a representar la indignidad frente al suceso de la muerte de los Coquillas de Mariano Cifuentes o Sánchez Fábres en la oscuridad de los mataderos. Hay una innegable relación estructural entre un hecho y otro. La mistificación de la figura, además, siempre coincide con el eclipsarse del toro, por lo que el desprecio a la lidia de otros encastes, es más una expresión general que particular: el toro ha dejado de ser el protagonista. Se rinde culto indebido al hombre, y no al dios.



4.
Lo anteriormente expuesto sobre el patente peligro de extinción de muchas expresiones de la bravura, solo viene a reforzar la idea de que la queja del monoencaste de las figuras es una queja ética. Además del abominable riesgo de perder la riqueza genética del campo bravo, (mientras al mismo tiempo se reivindica con un doble discurso el importe de Patrimonio Cultural de la tauromaquia), se tiene que pensar sobre algunas preguntas. Que las figuras se nieguen a lidiar ciertos encastes, refrendados en el culto a la personalidad que las masas le rinden a los toreros, ¿no habla del poco amor propio, de la ausencia de vergüenza torera, y del poco calado real de algunas tauromaquias incapaces de contrastarse con ciertas embestidas? Si el Lagartijo venido a menos pero siempre adulado por su cohorte de seguidores tuvo la maestría de hacer una faena de época ante el serio Perdigón, no fue por otra cosa más que por ver a su hermano caer ante las astas de dicho toro. Se activó su amor propio en un registro que no era el del culto de los fanáticos (morantismo, julismo, manzanarismo, para hablar del mass media actual), sino el de la vergüenza torera, el ego del matador, la torería real y la sangre taurina. Salió a invocar los naturales de Cayetano Sanz al sentirse torero, no divo. Salió a matar sin el condenado tranquillo del paso atrás en el volapié al sentirse matador de Toros, no centro de culto de un romanticismo mal entendido, por el que se le permiten todas las ventajas.

Antes de terminar este escrito pensando sobre la faena de Morante al toro Matemáticas, juzgo necesario aclarar ciertas respuestas para quienes le rinden culto a algunos toreros cuando uno pregunta sobre el monoencaste, la elección de tipos, la variedad de encastes y demás arandelas del tema.

Que los maestros tienen un cierto deber histórico de contrastar su maestría con los toros más difíciles, es algo propio hasta de cualquier actividad humana. Solo en la mediocre mentalidad de algunos puede albergarse la no muy inteligente idea de que "las figuras no tienen nada que demostrar". Los toreros deben ser conscientes de la delicada situación social que atraviesa el toreo, y tirar del carro a todos los niveles, incluso garantizando la salud y equilibrio de la cabaña brava. Entonces de inmediato seguirá la queja: que los maestros han ganado su puesto en la comodidad, son tan fuertes que pueden elegir, e incluso aquellos toros exigidos por el aficionado no permiten el toreo estético, como si Curro Díaz nunca hubiera hecho una faena de arte a un Cuadri en Madrid, o Morante nunca hubiera expresado su mejor y más real toreo de capa ante un Victorino Martín en Sevilla. Que estas figuras solo matan lo que embiste porque necesitan mínimos de garantía, como si el año que viene tuvieran comprada la camada de La Quinta, Ana Romero o Baltasar Ibán. Luego saldrá la exposición de las heridas y la sangre de la figura cada vez que un Domecq logra pegar la cornada, cuando lo que se ignora es que el reclamo de la variedad de encastes no encubre un soterrado deseo por ver corneadas o en fuga a las figuras. Se es consciente de que todos los toros dan cornadas, porque no saben hacer otra cosa. Se sabe que Antonio Bienvenida murió por la embestida de una mínima becerra, y que en mor de ello todo animal de lidia entraña un riesgo real. Cuando el aficionado sueña con ver a Manzanares con un Juan Luis Fraile, no presume una carnicería. Quiere ver que el maestro sea capaz de hacer su tauromaquia, resolviendo las particularidades y complicaciones de todos los encastes y embestidas. ¿Quién no supone un goce estético al imaginar que la supuesta suficiencia lidiadora de El Juli hallaría un gran enemigo en algún arisco Saltillo de Zaballos? La dificultad del toro vendría a probar la magnitud real de las tauromaquias de todos. Sin toro, no sería posible la existencia del pase natural, por ejemplo; de ahí que sea el toro la medida de la importancia del pase natural en un registro tan o más importante que la estética misma del pase.

Sobre la página 190 de su obra, F Bleu enunciará la idea del aficionado:  «Para mí y para muchos, el mayor encanto de las fiestas de toros descansa principalmente en los momentos difíciles e inesperados que hay que resolver por medio de inspiración súbita.»

Para efectos de la reflexión que se ha intentado hacer en el presente escrito, lo más conveniente es cerrar con el video de esta faena: la Francia torista de la afición, los bastiones, la exigencia y la lidia pura, hace que una plaza que no alberga ni la mitad de asistencia que las más grandes plazas europeas y americanas, sea capaz de doblegar la mentalidad de la figura: Morante resulta lidiando toros de Victorino Martín en pleno 2013, lo que más que hablar bien del torero mismo, habla bien de la afición de Dax. Por el chiquero sale entonces el toro Matemáticas, serio de estampa y de comportamiento. El toro hace una brava pelea en varas, instaura el terror en banderillas, y se engalla en la plaza como amo de la situación. Morante, lejos de todas las centrales de cursilería que le rinden culto por los países hispanos, se ve encerrado en el ruedo con semejante alimaña infumable por el izquierdo y que pide guerra por el derecho. Es el hombre y el destino, pero antes de los dos está EL TORO.  La lidia será la guerra de Morante por intentar imponer su concepto ante semejante animal. ¿Lo logrará?, o mejor: ¿Lo hubiera logrado con mayor rotundidad de no existir el morantismo?    

                        

«Factor principal de las fiestas de toros: el toro. Lo demás es secundario. Con ganado bueno y toreros malos, hay corrida posible y hasta interesante; con los elementos invertidos, no la concibo.»
 página 199.

«Y lo que yo he querido dejar de manifiesto es que en la fiesta nacional el toro es la obra y el torero el intérprete. Sin desvirtuar lo esencial, no puede permitirse que el toro se supedite al torero.
Por eso fui lagartijista de la primera hora y frascuelista de la última. Para aquellos toreros fue el toro la razón suprema del espectáculo. No les cegó su calidad y su influencia de intérpretes famosos para colarse delante de la obra y eclipsarla. Pocas veces se pregunta en su tiempo «¿Quién torea?», sino únicamente «¿Qué toreros se lidian?».
   página 373
F. Bleu, Antes y después del Guerra (Medio siglo de toreo)

lunes, 2 de diciembre de 2013

La pierna rota del antitaurino en Lima



Lo que puede leerse desde el discurso animalista es esto: que un abolicionista que pretendía invadir el ruedo en la desangelada corrida de ayer en Acho, fue brutalmente agredido por hordas de taurinos, hasta el punto de dejarle una pierna rota. Lo contado sin embargo extiende un manto de duda sobre lo realmente ocurrido antes, durante y después de los hechos, teniendo en cuenta el modus operandi de cualquier acción antitaurina. Para empezar, es bastante sospechoso que no exista un solo video o foto de la supuesta agresión, si es de regla general que toda intervención de acción directa de los animalistas ha de ser grabada o filmada, pues para eso se hace la acción directa: para producir propaganda. La no difusión de las imágenes con fines ideológicos le resta credibilidad a lo contadoEn segundo lugar, no queda muy claro cómo se produjo la lesión (si por patadas, puños, palazos), pues incluso hay varias versiones de lo ocurrido, incluyendo una que cuenta cómo se le hizo rodar por las gradas, como si de un sacrificio mesoamericano se tratara. La anterior versión resulta poco plausible, teniendo en cuenta que los tendidos estaban casi llenos, y es muy difícil que rodara por encima de las personas. Así que ni siquiera se ponen de acuerdo en contar cómo sucedió la agresión, ni tampoco se permiten difundir la información gráfica que seguramente poseen. ¿Fueron lo suficientemente salvajes esos taurinos como para dejar al pobre hombre con la pierna rota allí tirado, o manifestaron algo de humanidad llevándolo a una ambulancia? Tampoco lo cuentan. Entre otras cosas, ni siquiera se rompió la pierna, pues el dictamen médico oficial cuenta que se dislocó el fémur, cosa harto distinta. 


Para entender lo sucedido debemos ir un poco más atrás, al momento en que esta mujer que posa en la foto, dona al rededor de US$ 1.200 para comprar unas costosas entradas para algunos activistas. Podemos aquí preguntar por qué se gasta tan importante cantidad de dinero en un acto alevoso y estúpido, en lugar de destinarlo a animales que pasan hambre, están enfermos o necesitan hallar un hogar, pues corren el riesgo de ser sacrificados. La respuesta empieza cuando los antitaurinos de Lima publican la anterior foto para agradecer a la mujer: el bienestar animal se pone en segundo lugar cuando lo que se pretende es encontrar propaganda, difusión y reconocimiento. La brutal acción de invadir un ruedo, resulta más espectacular desde todo punto de vista que usar miles de dólares en comida para perros hambrientos, o en rescatar 100 gatos mediante adopción legal.

La versión de los taurinos varía un poco, y por demás está apoyada en videos que ya están en poder de las autoridades, y en cadena de custodia, por lo que no han sido publicados aún: los antitaurinos, necesitando llegar al ruedo, alcanzaron la barrrera sin llamar la atención. Entonces saltaron al callejón, con la mala fortuna para el anti de la foto, de caer mal y resultar dislocado. Ya allí, sus compañeros le abandonaron pues siguieron el camino hacia el ruedo. Fueron sacados a la fuerza en ese intento, pero sin golpes. El antitaurino disculado fue atendido en la plaza por los cuerpos de socorro allí presentes, y luego trasladado a un centro médico. No es cierto lo que arriba dice la página antitaurina (lo hicieron rodar a empujones varias filas de galerías) pues estaban sentados en la fila 2.

Así que la disposición de esto es clara: victimizar a unos activistas deslumbrados con la retórica del activismo y la acción directa, lo que reforzará su estereotipo de héroes. Usar la acción directa con fines ideológicos y aprovechar lo sucedido desde la distorsión y poca precisión sobre la realidad de los hechos. El bienestar animal queda una vez más relegado.  Lo cierto es que ya no solo comercian con el patetismo de la muerte del toro, pues ahora lo hacen con la falsa pierna rota de un antitaurino de Lima. 

Lo mismo de siempre



Ayer se evidenció una vez más el principio eterno de esto: que la Fiesta es de Toros. Mientras en México D.F. al rededor de 30.000 aficionados abarrotaban los tendidos con un cartel sin el lumbre de las figuras europeas, todo a la voz del Toro que se mostró en redes sociales para promocionar la taquilla, en Lima ocurría el previsible guión del baile de corrales, el parchamiento de una corrida con hasta cinco ganaderías distintas, y la imposibilidad de la tauromaquia de la figura ante toros sin condición de bravura, todo lo anterior sin plaza llena. ¿Acaso no es la tragedia contínua de la Fiesta? El Toro está saliendo en corridas sin figuras, que podemos denominar maestros por uso de la época. El Toro, como aquel Farolero de Barralva, o Don Ramón de Teófilo, imborrables, sale pues para toreros sin cancha que se quedan cortos, y el astado se va con las orejas y el rabo puestos, y sin poder expresar toda su bravura. Al otro lado, el medio toro sale con la figura, y su maestría también se va al desolladero sin mostrarse. En ambos casos el dinero ya está embolsillado.

¿Cuál es la Fiesta que queremos? ¿Las figuras seguirán indiferentes? ¿Se olvidará comparar la tarde de ayer en México con las que vendrán con Luque, Padilla, El Juli y demás figuras? ¿Seguirán pagando en Lima la entrada más barata en US$90 para ver un espectáculo manipulado desde el corral y para siempre?


             
Monumental Plaza México corridal del 1-dic-2013 from Suerte Matador TV on Vimeo.