martes, 8 de octubre de 2013

Juan José Padilla, el héroe


Hace dos años nació un héroe. No hay una palabra más apropiada para definir a una persona que se plantea la titánica labor de volver a ponerse en la cara del toro, tras sufrir un espantoso accidente del que ha salido sin un ojo, con la mitad de la cara acusando parálisis,  la mitad de su audición perdida y, por si fuera menos decir, con la mirada acusatoria del mundo sobre su media ceguera. Si pararse frente a un toro para torear es una labor heroica, hoy tan incomprendida como difícil, hacerlo tras la terrible cornada de Marqués acusa algo de grandeza, cosa que cualquiera debería reconocer, así se esté desde una posición contraria a la tauromaquia.

Dicen sobre la película De Brau Blau:

"Pies de pasos contados a un bailarín, cuerpo disciplinado para esperar en calma total la primera embestida, mano exacta para una estocada hasta la empuñadura. La búsqueda de la perfección estética de un hombre solo, austeridad y pureza, ausencia de claveles y pasodobles, José Tomás en el pensamiento."

 Se referían a un hombre (el protagonista, de quien desconocemos su nombre) obsesionado con el toreo, que emprende un camino interior para enfrentarse al final del filme con un toro azul que él imagina; hasta tal momento, su camino de disciplina y espiritualidad se puede revelar como insoportable para cualquier castizo normal de la aldea posmoderna, renuente a los retos, las transgresiones,o  las verdades profundas que entrañan una problemática, ni más ni menos la vida y la muerte, el dolor, la heroicidad, la batalla sobre uno mismo y contra el toro;  a dicho protagonista, no le dolía tanto la inexplicable herida de su pierna que debía arrastrar mientras llevaba rocas pesadas en una carretilla, como sí le dolía no poder dominar el arte espiritual de torear. Aquel hombre es como Juan José Padilla. 

              

–¿Ha merecido la pena todo lo que ha pasado Juan José Padilla?
–(No duda a la hora de responder). Sí, ha merecido la pena. El sufrimiento es parte de la historia de un hombre y de un torero. Y cuando me miro al espejo cada mañana lo hago con orgullo. Y le doy gracias a Dios por poder afrontar la vida así. Todos los días tengo motivos para estarle agradecido. (Entrevista en el ABC)

De repente, el torero tremendista que antes fuera, no necesita explicarse en las entrevistas tras la cornada, aunque hable en la del Loco Quintero, o en la nota del The New York Times, ambos documentos imprescindibles; no lo necesita, pues su sola presencia en el ruedo frente a las astas del toro logra explicar la verdad: para socavar las acusaciones de ser un asesino, y también aquellas alegrías que despertó en los antis su cornada, Padilla se pone enfrente del animal de su desgracia para explicar que el toro y él son actores reales de una tragedia a la que no se le puede tachar de inmoral, pues por sí misma constituye una moralidad: la del héroe. No hay asesino, hay un héroe que se le llama matador por claras distinciones léxicas; tampoco hay taurinos sedientos de sangre en los tendidos, pues nadie sufrió la cornada como aquellos espectadores de Zaragoza que salieron perturbados y  tristes y decaídos de la plaza, mientras la antitauromaquia empezaba a comerciar con la violencia de las imágenes en nombre de una falsa idea de la justicia o el karma, logrando que el vídeo de la cornada fuera el más visto en la historia de los vídeos relacionados con la tauromaquia, en un curioso giro donde los acusadores emularon a los acusados de supuesto sadismo. 



No hay pues asesino, hay un héroe capaz de sacar casta, como el toro, como la vida ante la muerte y la muerte ante la vida, asunto este tan serio y fundamental que no cabe explicar más sobre su importancia en una época como esta, donde el bueno es quien se alegra en la frontera del morbo por la desgracia de un hombre, y el malo quien ejemplifica para toda la comunidad un valor, en ambos sentidos del término: