martes, 3 de septiembre de 2013

Maletillas, escuelas taurinas: aprendiendo a morir


Maletilla, de Sanz Lobato, es una fotografía poderosa, patética, triste, ridícula, gloriosa y social: justamente lo que debe ser el arte. Ocurrió en Pedro Bernando, Ávila en el año de 1967, y su autor, pese a no ser aficionado a los toros, justifica la permanencia de la tauromaquia al considerarla como de "una estética altísima". Justificar, precisamente en un mundo posmoderno lleno de ataques; el fundamental, al ir conspirando la pérdida del animalismo como una moda pasajera, es poner el acento de las quejas contra el toreo en los niños, el impacto psicológico de las corridas, y la pertinencia ética de formar a menores de edad en escuelas taurinas. Formarlos para matar, dicen ellos; formarlos para que aprendan a morir, decimos nosotros. 

Pero asistimos entonces a una reproducción de un problema existente: que se ataque a la formación de niños para ser toreros, cosa que en el pasado se hacía condenando a los maletillas, y que hoy sin embargo se hace condenando a las escuelas taurinas. La palabra "maletilla" para el hombre del siglo XXI, puede resultar tan inexplicable como la permanencia misma de un rito de muerte y arte: la tauromaquia. ¿Qué es entonces un maletilla? El maletilla era un joven que se iba con un atado de ropa al hombro, muleta o capote, si se puede ambas, y así puesto se iba a peregrinar por todos los pueblos donde saliera un toro, un novillo o una vaca de lidia. Se molía de hambre, dormía a campo abierto, se cubría del invierno con su capote y se iba de un pueblo a otro con la decisión de irse a morir, y hacia esto todo bajo una convicción: ser torero. Y para serlo, debía aprender el duro oficio de lidiar con arte o poder, o ambas, a un toro de lidia. De tal suerte que resultaba todo un fresco social sobre la desesperación, pero al mismo tiempo sobre el apasionamiento y la identidad del pueblo. Estos hijos de nadie, idos a los campos a morir de cornadas o de hambre, con suerte llegaban a desarrollar un talento que, visto por alguien, los ponía a ascender en el mundo taurino hasta ser figuras, ganar millones, sacar a los suyos de la miseria, y contar algo importante sobre la estética de torear, como hace todo torero que ha sido algo. 



Es este entonces un camino lleno de dolor y lágrimas, demasiado duro para cualquiera, en especial si se es un joven. Esta disciplina espartana no garantizaba el éxito, cosa que cuenta el fotógrafo Sanz Lobato, sobre su fotografía: 

"En ese instante en que se me aparecía en el cuarto oscuro ya me llamó mucho la atención. La foto es patética. Recordaba cómo aquella criatura cada vez que salía al ruedo lo hacía tan mal que el novillo le iba a pillar. La gente del pueblo que presenciaba el encierro y los apuros por los que pasaba el inexperto diestro le decían: ¡Niño vete de aquí que te va a coger el toro! Ya le aseguro, era una situación de tremendo patetismo porque así es como vi a aquel pobre hombrecillo, con su traje alquilado que le estaba grande (eso se ve a la legua) y sin poder resolver nada."

Entonces, tras la creación de la primera escuela taurina de mano del gran maestro Andrés Vázquez, cabe preguntar si las escuelas en efecto se contraponen a lo anteriormente contado sobre la foto, esto es, si las escuelas taurinas son una garantía de aprendizaje. Atendamos a las palabras de un torero sobre el pase natural: 

 "Una vez que se engancha al toro en el primer natural hay que irle preparando para pegarle el siguiente vaciando la embestida con la muñeca. El toreo no debe perder pasos hacia atrás  sino que debe atacarle hacia adelante con una serie de movimientos de cintura y cadera. Esto es importante, porque atacando el toro, cuando este se vuelve lo único que ve es muleta, y no tiene otra posibilidad que embestir y repetir sus arrancadas. La ligazón debe producirse en medio metro. Pero es imposible ligar si antes el torero no ha colocado al toro en su sitio con un giro suave de su muñeca y con un movimiento hacia adelante de la pierna derecha. Atacar quiere decir que una vez que se remata con la muñeca el pase natural, el torero no debe dejar quieta la pierna derecha y colocarse perdiendo un paso moviendo la izquierda, sino que la que se queda inmóvil es la izquierda al tiempo que gira y avanza la derecha".

¿Quién pudo haber dicho palabras tan sabias, puras, ciertas y técnicas sobre el pase natural? ¿Alguien como El Juli, Ponce, Esplá, Rincón, Aparicio, El Cid, El Viti, Daniel Luque, Saldívar, o El Fundi? No, en realidad fue él: Manuel Benitez 'El Cordobés', uno de los toreros más heterodoxos e impuros de la historia, y criado a sangre y dolor y hambre en el medio de los maletillas:

En Bilbao, y con un tío del Marqués de Domecq
Y aunque Gloria Sánchez Grande confunde el nombre del lance de capa (siendo zapopina su nombre real), es necesario rescatar estas palabras, correspondientes a una reflexión similar a la nuestra:

"¿Cuál es el producto más logrado de esta administración taurina? La "lopecina" (dícese del lance inventado por El Juli que consiste en ejecutar un arabesco imposible con el capote con dudosa finalidad y vistoso resultado). La "lopecina", la "poncina", la "luquesina" o la "talavantina" se expanden en las escuelas taurinas donde cientos de chavales formados en fila india ensayan los pases de sus ídolos, los importantes "toreros-artistas". Toreo en serie, al fin y al cabo, especializado en  "gurripinas". Según Villán, un pase superficial, que sería imposible con toros encastados y fuertes: "Eso parece indicar Vicente Zabala Portolés: en torno al toro de verdad no pueden andar más que los toreros de verdad. La gurripina, la espaldina, el banderazo y demás microbios hijos del utrero sin casta se mueren como por arte de magia".

Lo cierto es que la anterior es una de las mejores reflexiones sobre la escuelas taurinas posmodernas, escuelas capaces de crear moldes, modelos y copias de la copia, que además ponen el acento en la estética, y no en la torería. Es acertado ejemplificar esto con la hermosa zapopina, lance mexicano inventado hace 40 años bajo inspiración de los movimientos de los charros que con un lazo ataban las reses huidizas; el lance, como muestra la siguiente secuencia, goza de una estética importante en el momento del cite, pero se comporta de cualquier manera en el momento real: el del embroque con el toro, donde pierde cualquier atisbo de estética, terrenos y mando; la zapopina hoy es un lance popularizado en los novilleros:



 Sin embargo, aquí no queremos ilustrar el siguiente argumento: que las escuelas taurinas han reemplazado la angustia del hambre y el toro duro de los maletillas por el confort de los toreros en las escuelas; sería una dolosa equivocación, entre otras cosas porque instrumentar una zapopina es muy complejo. Lo ilustrado es que el oficio del maletilla no implica un retroceso ni técnico ni estético en comparación a escuelas taurinas actuales, como las de El Juli (que cuenta con centro de alto rendimiento, nutricionista, cardiólogo y muchas ventajas): tanto escuela como maletilla, tienen que vérselas con el mismo espíritu, y este es el de aprender a morir.

Porque lo que aquí se ignora es que el oficio de aprender a ser torero el día de hoy es tan complicado como el maletilla que en los años 50`s se internaba sin un duro en el Valle del Terror, en infinidad de pueblos toristas con vacas cinqueñas, restaurantes repletos que no fiaban y enfermerías sin gasas. Como se ha dicho, pertenecer hoy a la pretensión de querer ser torero es enfrentarse no solo al toro y al público, pues también es hacerlo a una sociedad hostil y una antitauromaquia repleta de mentiras e intolerancia por partes iguales.

Frente a los requerimientos éticos preguntemos: ¿La formación de maletillas produjo en el pasado la proliferación de asesinos, delitos y crímenes sociales? Ciertamente no, pues el maletilla era una persona noble dentro de la adversidad. Lo mismo cabe preguntar sobre la formación de toreros desde hace 4 décadas, que a toda evidencia no ha producido ni ladrones, ni asesinos de humanos en serie, ni desfalcadores ni personas que afecten a la sociedad. Tal cosa es de difícil entendimiento para la sociedad contemporánea, que imagina sobre el aprendizaje taurino uno capaz de formar criminales, e incluso predicen sus posibles delitos y enfermedades mentales, mientras la demostración y los datos de esta supuesta maldad siguen en el aire.  Dicen que formar a alguien acostumbrado a matar es peligroso para la sociedad, mientras en siglos de tauromaquia ésta nunca ha afectado a nadie, ni siquiera al toro como raza singularizada, debido al bajo número de animales lidiados con respecto a los criados. ¿Cuántos asesinatos de humanos se le pueden comprobar a x o y torero?

Para finalizar, lo que aquí se ha pretendido es explicar que el aprendizaje de torear es eso: aprender las reglas y técnicas de un arte ritual complicado, donde se juega la vida, y que impone la adopción de una escala de valores rica en moralidades como el honor, la valentía, el control y el respeto; sin lo anterior, ni el maletilla ni el novillero podrían ponerse frente a un astado de lidia para torearlo con arte. En definitiva, lo que se enseña no es a matar, aunque el toro muera por regla del rito. Lo que se enseña es saber  morir en un rito de honor al toro, al público y a la tauromaquia. Para algunas mentalidades esto es incomprensible, como para nosotros lo es que se acuse a los novilleros actuales de formarse en una carrera delictiva basándose inexactamente en una declaración del FBI, pese a que las pruebas, bueno es insistir, no existen.

Sobre la foto que inaugura esta entrada, su autor a dicho lo mismo que yo siento al ver la siguiente foto de Oriol Maspons, y que explica la perspectiva del aficionado y el novillero cuando la tauromaquia existe:

"Un día, en mi estudio, el director de cine la descubrió y, contemplándola en silencio, se puso a llorar. Esta circunstancia me dio la certeza que tenía la fuerza que yo le asignaba."