martes, 17 de septiembre de 2013
El torero como héroe y la ética de la heroicidad
Dice Gloria Sánchez Grande en su escrito En esto consiste la tragedia del héroe: "Lo que ha diferenciado a la Fiesta de cualquier otro espectáculo plástico o visual no ha sido su carácter artístico, sino su vertiente heroica y a veces trágica, la que emociona y sacude la conciencia. Este sentimiento es la pura esencia de la Tauromaquia y su justificación a través de los siglos. La caída en el ruedo y el posterior alzamiento del héroe que rebasa los límites para defender su honor es, pues, una metáfora de la actitud con la que todos deberíamos encarar la vida. Alabar o criticar a Adalid retrata hoy nuestras glorias y miserias".
Dice el filósofo catalán Gómez Pin: "Alguna vez caractericé al toreo como «una sobria escuela de vida». Cuando responde a esta exigencia, el toreo es precioso. Y perderlo sería tanto perder una referencia ética como estética",
Corrida completa; ver desde 1:30:00 para la faena al quinto (oreja para Robleño) y luego el tercio de varas y banderillas del último.
¿Qué es el toreo más allá de un rito devenido en una disciplina cada vez más artística, pero al mismo tiempo con menos emociones que "sacudan la conciencia"? Es en efecto, y siguiendo la máxima de Marcel Proust, una escuela sobria de la vida, en tanto a que evidencia una serie de valores que se presentan como reales y moralizantes. Quienes deben caracterizar esos valores son dos animales, el toro y el hombre: uno a través de su animalidad exacerbada, que llamamos bravura, de la que nace un culto y un rito de muerte que le honra, pues un animal especial debe vivir y morir de manera especial; el otro, el hombre, quien debe cumplir con su papel de héroe que arriesga su vida para darle una muerte apoteósica al toro, en rigor de ser un animal especial. Por supuesto que en un mundo arrasado por modas y ausencia de compromisos con verdaderas profundas, esta verdad del animal y el héroe chirrea contra la comodidad sentimental de atribuirle al animal la disneylización o la cosificación y la muerte industrial y anónima. En tal sentido, el toreo contiene principios tan profundos como la religión pura o Shakespeare.
En la faena de Robleño donde se jugó la vida de una manera directa y tenaz frente a un miura incansablemente fiero, y sobre todo, en la vergüenza torera de David Adalid en las banderillas, con una cornada escupiendo sangre y un miura al frente, vemos entonces una manera de ser y de asumir una posición fundamental frente a la vida, del mismo modo que pensaba Geertz sobre las riñas de gallos: el rito con su dolorosa verdad expuesta, guarda una razón de ser más urgente que cualquier estúpida frivolidad que puede hacer alzar las cejas al antitaurino, o al torerista que imagina sobre el banderillero que es menos que un peón.
Por los que pensamos que el banderillero es un torero, y que ningún tercio de la lidia se supedita al otro; para los que pensamos que el toro debe morir con honor y en su posición de protagonista, y no de colaborador de una forma de arte; por la tauromaquia como un rito más que como un arte-artificial; por todo eso, y por nosotros, Adalid se jugó la vida:
"Y es que lo que Adalid representa es, en persona, tan dañino para el tinglado que hay montado como lo es para ese mismo tinglado el toro de casta y de fiereza. Son simplemente cosas que no deben ocurrir, porque con la matraca que llevan dada a cuenta de que si los toreros se lo han pasado estupendamente toreando, de lo a gusto que han estado, de lo que se han divertido, del fandango que se pusieron a cantar mientras toreaban, no cuadra ni que el toro quiera coger ni que un subalterno presente más torería que la mayoría de los que se enseñorean del escalafón a base de amolar juampedros. En la tauromaquia 2.0 el matador es un artista y la cuadrilla son unos que andan por allí a no molestar y a recoger los jerseys y los sombreros de paja que echan las gentes al ruedo cuando los artistas dan la canónica y prescindible vuelta orejera al ruedo."
(José Ramón Márquez en Salmonetes)