viernes, 2 de agosto de 2013

Dramaturgia del tercio de varas, homenaje


LA CAVALERIE BONIJOL : ACTEUR MAJEUR DU TERCIO... por jeanmi_64

Para entender el sentido de esta publicación es indispensable haber visto el video de arriba.

Algo extraño sucede en este tercio de varas. El picador no es descabalgado: el toro de Hoyo de la Gitana no logra dar un tumbo pese a arremeter con fuerza y lograr que el caballo venza en algunas partes de la reunión. Erradamente se pregunta comúnmente ¿Por qué no hubo tumbo?, en lugar de preguntar correctamente ¿Por qué habría de caer el caballo y el picador? o también ¿Por qué caen, si son una muralla contra el toro, más pesada e hiriente? Pero a las 3 preguntas, se puede dar una misma respuesta: el caballero en plaza, vestido de oro y con un caballo mucho más ligero que el percherón de 700 kilos, ESTÁ TOREANDO, por ello no caen.

Bien reseñaban en Toro, Torero y Afición que antaño, cuando los caballos no llevaban peto, y el picador toreaba, era extraño que los caballos murieran presa de la ira ciega del toro. Lo mismo se puede colegir de lo contado en Dominguillos sobre el extraño indulto en Madrid a Jaquetón, toro que recibió entre 8 y 11 varas, siendo que hubo en la misma época toros de hasta 38 varas. Lo valorado fue en conclusión que esas varas, de número regular, fueron bravas, y toreadas por los picadores ante un toro que, recargando, aniquiló la mayoría de la caballería, conjunto que propició la solicitud de indulto en Madrid.  Esto es, antaño, los picadores toreaban. Como nombramos la palabra 'antaño', mejor será hacer una pequeña reseña:

Hablando de la pasada actuación de la cuadrilla de Castaño en Arles, perfilamos casi algo sobre el toreo a caballo de los picadores, disciplina que sirvió en el XVII y XVIII como transición entre el abandono del toreo caballeresco y el inicio del toreo a pie. Hay un vacío estético que no es tal, pues el camino de los llamados "empeños a pies" de los caballeros descabalgados, se empezó a convertir en una estética fija, que comúnmente se cree, fue desarrollada por una legión de carniceros, cuando en realidad es producto de dos ritos populares más antiguos que el toreo caballeresco que murió tras el ascenso de la casa real de los Austrias: hablamos del toro nupcial, y la capea religiosa (la que antecede a ritos táuricos como el toro de San Marcos, el Torneo del Toro de la Vega y demás). Sus códigos éticos y estéticos, es fácil de deducir, alimentaron el arte de picar toros cuando este ya no era una entretención nobiliaria o propia de reyes, sino popular; de allí, esa cantidad de códigos éticos y estéticos se vertieron sobre el toreo a pie. Si se torea a pie, solo es porque antaño se toreó a caballo; las nociones de: terreno, suerte, distancia, salida, entrada, adentros, afueras, hilo del pitón, y demás, devienen de este toreo a caballo. Toda esta historia puede corroborarse en la antropología contemporánea que está revisando qué es la tauromaquia. La bibliografía es amplia, pero puede empezarse por la obra de Pitt-Rivers si se requiere más información.

Lo cuento para que entendamos que el tercio de varas también debe ser toreado, pues ni siquiera es una posibilidad sino una realidad mucho más antigua, sabia y profunda que la de muchas tauromaquias a pies. Lo increíble del modelo francés actual es su capacidad para rescatar este principio: se exige un toro con edad y presentado según el tipo de su casta, para que dé juego en un tercio de varas que cada vez más se va transformando hacia el retorno de torear a caballo, lo que no deja de ser emocionante. Pero el mismo toro, puede y debe resistir el toreo a pie, ¿O qué fue lo que hizo el maestro Robleño en Céret con la encerrona de Escolares que fue más de 20 veces al caballo, algunas de ellas toreadas? ¿Pegar pases inconexos? ¿Trapazos? En ningún caso.

Si vamos a una visión estética, vemos que mientras el toreo a pie se ha desarrollado como un arte, en todo el rigor del término, el tercio de varas subyace en un fondo de dramatismo: no produce imágenes apreciables por su contenido plástico, sino drama, y por ello emoción.

Un día me preguntaba qué era lo que sentía al ver los toros de Mondoñedo ir más de una vez al caballo en la pasada corrida que se hizo para rendir honores a la afición de Bogotá. La emoción de ver un toro arrancar de lejos al caballo, y que meta riñones, o ver que sus remos traseros quedan flotando en el aire porque el toro se mandó ciegamente a traspasar al caballo....no tiene la misma explicación que lo sentido al ver un pase natural bien hecho, por ejemplo, y para dar un ejemplo tomasista, por José Tomás: uno sabe que aprecia una belleza plástica en el pase natural. En su lugar en el tercio de varas la belleza no es tal, pues es un drama emocionante entre 3 animales puestos en una situación sumamente extraña para el mundo del siglo XXI: el toro se lanza a matar al caballo, sabemos que nunca lo logrará. El caballo es un ciego, que no sabe quién le ataca, ni que se trata de un ataque. Un hombre vestido de oro, aguanta como San Jorge y una vara, al animal lleno de ira que empuja. Y luego el drama se reinicia. ¡¿Debo anotar que esto es simplemente un argumento dramático que Ionesco o Beckett, hubieran envidiado?!

Lo que se siente al ver un tercio de varas bien hecho, es la misma emoción que sienten los feligreses profanos cuando se dejan impresionar por ese alarde de valor idiota del torero que hace un pase cambiado por la espalda, creyendo que pone en riesgo su vida con semejante artificio, salvo que, y nunca mejor expresada la salvedad, en el tercio de varas el dramatismo es real.



Los bravos toros de Mondoñedo, todos dando peleas en el tercio de varas.