lunes, 15 de agosto de 2016

Los peores mitos de los antitaurinos en la red



Que el toro es indefenso y no ataca. Que se mata a la familia del toro que logre matar al torero. Que la tauromaquia no es patrimonio. Los mitos antitaurinos, al descubierto.

Pero la mentira no es algo que se sirva exclusivamente en el plato del veganismo hoy por hoy. Celebraciones mundiales por curas de enfermedades terminales que en realidad estamos lejos de descubrir; milagrosas e indemostrables historias de perros que no comen ni duermen, a la espera ficticia de sus amos... ¿Pero qué persona con la más mínima inteligencia puede creer que el cáncer terminal se cura con bicarbonato de sodio o que un perro puede aprender a conducir un automóvil? ¡Qué importa! Si sale en la red y está viralizado, millones de personas creerán que es real. En este punto descubrimos lo gregario del pensamiento humano.



Mitos de esa laya también se extienden en las redes contra la tauromaquia. Aquí analizamos algunos.


1. El toreo ya no es PCI en Francia



Este primer mito es fascinante: que las corridas de toros fueron retiradas del Patrimonio cultural inmaterial de Francia, país que declaró a la tauromaquia como parte de su PCI en 2011. Desde luego, para aquellos que desdeñan a la tauromaquia como cultura, hecho que demuestran al rimar la palabra con el vocablo "tortura", esta era la derrota más esperada.

Para explicar el error debemos retroceder unos cinco años: la actividad humana que desea ser incluida en el PCI de cualquier país firmante de las convenciones de la UNESCO, debe demostrar su valor patrimonial y cultural mediante un estudio científico que es revisado por un grupo de expertos catedráticos en las áreas como sociología, antropología o arqueología. El jurado es definido por los ministerios de cultura de cada nación.

El toreo desde luego demostró con suficiencia ante el jurado y el Ministerio de cultura francés su carácter de cultura y patrimonio, por lo que la discusión ocasionadas por las falsas noticias de entrada ya está resuelta: no importa si un país retira o no al toreo de lista PCI, cuando en realidad desde el punto de vista de las ciencias sociales ya se ha demostrado que el toreo sí es cultura, sí es patrimonio y sí reviste un carácter inmaterial o intangible que merece protección.

Por otro lado, si el toreo ya ha sido declarado PCI, es imposible imaginar que pueda ser suprimido de la lista, puesto que el jurado ya ha fallado de forma irrevocable avalando estudios serios sobre la materia. La UNESCO en su estatuto no permite que un patrimonio declarado sea retirado de la lista. Es imposible.

Lo que se discute aún en Francia es por qué la ficha que declaró a los toros PCI en dicho país no aparece en las instalaciones del Ministerio de Cultura, es decir, un tecnicismo de procedimiento, no de fondo. La mágica desaparición de este documento representó para un juez la "abolición implícita" del toreo, cosa que desde luego no sucede en un país donde la cultura taurina aún vive como manifestación intangible del genio humano. En consecuencia, lo que los medios del mundo con una pésima traducción han difundido, es falso desde todo punto de vista: un patrimonio no puede ser eliminado del PCI y no existe ningún fallo que declare la salida de los toros de la lista en Francia. 

El filósofo francés F. Zumbiehl lo explica mejor:


La mejor forma de combatir el mito es exigir al mentiroso el número del fallo que supuestamente ordenó suprimir a la tauromaquia del PCI en Francia: sencillamente no existe.

2. El toro no ataca

                



Una de mis tonterías favoritas: el toro no ataca, es un animal que solo busca "huir" de la plaza. Para demostrarlo se valen de un vídeo taurino. Poco más que agregar que esta evidencia.

Todo muy bien, hasta que de entrada vemos que el animal del vídeo no es un toro, sino un becerro. No debemos explicar que en las distintas edades el comportamiento de los mamíferos muta. El hombre es un gran ejemplo: los bebés no suelen comportarse igual que los adultos, puesto que las conductas están íntimamente condicionadas por el desarrollo físico y mental. Por razón de ello, por ejemplo, los taurinos sabemos que un toro de cinco años es más peligroso que uno de cuatro. Mientras más edad hasta cierto pico que roza la ancianidad, más peligrosidad. Un poco como el ser humano.
¿Se imaginan que concluyeramos grandes porciones del comportamiento del hombre adulto con demostraciones basadas en vídeos de bebés? Por ejemplo, demostrar que para el ser humano es imposible pilotear aviones, concluyendo tan facunda idea con el vídeo de algún bebé inexpresivo en la silla de un piloto comercial, es una evidente tontería. Así las cosas, demostrar que el toro no embiste en la plaza, usando para tal propósito el vídeo de un becerro, explica que el antitaurinísmo se dirige a un público corto de muchas cosas.

Desde luego lo que sale en el vídeo es una forma grupal de la famosa "suerte del Tancredo", que consiste en hacerse la estatua para que el animal de lidia no perciba el cuerpo humano como una amenaza y siga de largo, ya que el movimiento siempre incita al ataque del astado. Que esto sea posible en la tauromaquia bufa o cómica (hacerse la estatua para no ser atacado), no indica en todo caso que el toro sea incapaz de atacar ferozmente, o que el truco sirva con astados de lidia cuya edad sea mayor a cuatro años.

En realidad el toro de lidia es un animal mortalmente ofensivo y poderoso:

3. Van a matar a la familia de Lorenzo




Nuestro sentimiento de pesar por la muerte de Víctor Barrio tuvo que volverse repulsión por la infame mentira que el animalismo difundió para contrarrestar las muestras de humanidad que muchos sectores sociales vertían por el fallecimiento del torero.

Más de 7,000 portales reprodujeron el que quizá sea el bulo de internet más mentiroso del siglo XXI: que existía una supuesta tradición taurina, bajo la cual se obligaba a matar toda la familia del toro que haya matado a su torero. Amparada en la leyenda de Manolete, se echó a rodar esta bola de odio, risible, no lógica, indemostrable, sentimental y lela. ¿¡Cómo van a matar a la familia de un pobre toro que solo hizo lo que hacen los animales de su raza, es decir, atacar hasta la muerte!? Inconcebible.

Es necesario aclarar que no existe ninguna tradición taurina que señale la obligatoriedad de la muerte de la reata (no familia) de un toro homicida. Por ejemplo, el ganadero no podría sacrificar el semental sin perder décadas enteras de dinero y trabajo. Lo que sucedió con Manolete, cuando el ganadero de Miura sacrificara a Islera, madre del toro Islero, debe entenderse según una circunstancia histórica especial: Manolete representó para España el resurgir de su cultura y los espectáculos de masas tras la Guerra civil que dividió al país. Su muerte fue un baldado de agua helada para una sociedad necesitada de referentes. El gesto del ganadero, brutal y sanguíneo, de mandar apuntillar a la vaca madre de Islero, solo obedece a la ira de una sociedad a mitad del siglo XX, no a una tradición taurina.

Por ende, es enfáticamente falso que se haya sacrificado a la familia del toro Lorenzo como consecuencia de la muerte de Víctor Barrio. Sobre este particular, permitamos que un medio de comunicación colombiano que cayó en la trampa se preste a hacer acto de contrición desmintiendo el bulo de redes sociales:


        

(Lista susceptible a ser ampliada)

domingo, 10 de julio de 2016

El antitoreo es mierda




A Víctor Barrio el toro Lorenzo de Los Maños le quitó la vida de una seca cornada en el costado. Aunque su cuadrilla sabía que estaba muerto al momento de levantarlo de la arena, corrieron desesperadamente para llevarlo a la enfermería. Y allí, aunque los médicos también sabían que había llegado muerto, decidieron intubarlo y practicarle maniobras de reanimación, mientras las imágenes de los banderilleros que lloraban aferrados a las tablas nos helaba la sangre. Hasta entonces, Lorenzo no significaba nada para el animalismo. No hubo campañas antes en su nombre, ni durante el rito, clamando ante las puertas del coso de Teruel su nombre. Y si hubiera muerto sin historia (para ellos), seguro hoy también estarían ignorantes de su existencia, sin ardor ni indignación. Lorenzo, perdido en el mar de correcciones e indignaciones fáciles de nuestra sociedad… Pero el toro descubrió la pierna de Víctor en una tanda donde el viento le movió la muleta, le hizo zancadilla con la cabeza y, viéndolo en el suelo, lo atravesó con su pitón de lado a lado del tronco. He pensado en ello antes de dormir: al igual que la muerte de Ana Karenina, espantosa en su física (una bella rusa triturada por el paso del tren) pero elevada en su sentido, la de Víctor Barrio tuvo cierta limpieza, libre de horror e imágenes penetrantes. Él murió para decir que estuvo jugándose su vida en cada corrida antes de llegar a Teruel, exponiendo su cuerpo, su futuro y la paz de su familia a lo peor para hacer cumplir un rito que no todos comparten ni pueden entender, profundo de sentido porque allí está la vida y la muerte de verdad. Es la única reflexión decente que puede hacerse sobre su fin, a menos que uno sea animalista o antitaurino.

Pero el animalismo cree que el estatus moral de un ser humano es igual que el de una vaca o un gato, aunque la ciencia moral demuestra justamente lo contrario, como escribió Peter Carruthers. La sociedad, esa masa acrítica que hoy privilegia la rapidez y no el esfuerzo, ha premiado ese ligero pensamiento, creyéndolo.




Anoche, antes de irme a la cama con un vacío en el pecho, veía algo de los 50.000 tuits que contenían el keyword “Víctor Barrio”, y era casi como oír la radio Hutu de Ruanda, llamando “cucarachas” a los Tutsis y diciendo que su muerte era un acto de justicia y normalidad. Estas personas en realidad celebraban con alegría la muerte del torero. Con sinceridad, estaban eufóricos porque el toro lo había corneado, hecho reproducido mundialmente por todos los medios, al saber que el rencor contra la tauromaquia haría que la noticia se volviera viral, como si el torero fuera la mayor personificación del mal en un mundo donde 60 millones de niños morirán de hambre, como denunció la Unicef.

¿Qué objeto tiene denunciar la inmoralidad de la corrida incurriendo en una inmoralidad peor? ¿Qué sentimientos oscuros revelan quienes se alegran de la muerte humana? ¿Cómo puede lamentarse la falta de piedad en el taurino mientras se hace gala de una impiedad peor, al estar dirigida contra el ser humano? Que yo sepa, el genocidio en Ruanda es un verdadero problema moral, mientras que sobre el matadero de carne no todos estamos de acuerdo.

Celebrar la muerte del torero desdice totalmente el discurso animalista. No hay elevación moral alguna en alegrarse por la muerte de un ser humano, sea por el motivo que sea, mientras se nos exigen la idea de que la vida es sagrada, incluso la animal. Por ejemplo, solo el nazismo se arrogó la facultad de decidir qué muertes humanas podrían llorarse.



 Por otro lado, es estulto formular la supuesta indefensión de un “torturado” mientras se reproducen de forma victoriosa las imágenes donde el toro mata al torero. En la historia, jamás un torturado mató a su victimario en el mismo acto donde era supliciado, porque es enfáticamente imposible. La muerte del torero es una verdad que derrumba el discurso animalista, al ofrecerlos sin el manto de pureza ética que predican al mismo tiempo que exigen, y también al hacer notar que el toro es un animal poderoso, no un pobre torturado. Muchos toreros salen prácticamente muertos del ruedo y son revividos por la ciencia médica del siglo XXI. Para no ir muy lejos, hace tres semanas a Escribano un toro le pegó una cornada que hace 20 años lo hubiera matado en cinco minutos. En perspectiva, las celebraciones del antitoreo se han reducido por el humanista avance de las ciencias médicas.

La estupidez y la hipocresía son rasgos destacados de todas las homilías de odio, incluso dirigidas con alegría contra la esposa de Víctor, sin el más mínimo rubor. Estas personas pidieron que a Lorenzo se les diera el rabo y las orejas del torero, como si el ser humano tuviera rabo (esa extremidad de la columna vertebral que perdimos hace siete cadenas evolutivas) o como si el toro pudiera o quisiera hacer algo con las orejas de un ser humano. Son comentarios totalmente estúpidos. Para estas personas, la única experiencia directa con la anatomía es el pedazo de carne en sus platos, innecesario, obtenido con la cobardía de quien no fue al matadero a ultimar mirando a los ojos al bovino de donde viene, pero que llama “asesino” al torero que sí lo hace. Otros entretanto concluyen que la muerte de Víctor “es arte”, ironizando sobre la peregrina idea de que para nosotros la muerte del toro es arte. Es cierto que estas personas jamás han tenido una tauromaquia en sus manos o que todo lo que saben de toros está filtrado por una máquina de propaganda y desinformación digna de Goebbels.



Pero el punto central es este: ¿Cómo las personas que nos exigen a los taurinos el no hacer de la muerte un acto, ven con tan buenos ojos el fallecimiento de un torero? Anselmi, que corre más rápido que la inteligencia que lo persigue, dijo que los taurinos pagamos por ver morir, y como tal, no podíamos decir nada a los antitaurinos que hacen uso de la muerte en el ruedo, esta vez del torero, para sentirse eufóricos. ¿Pero es que acaso está formulando que uno puede “alegrarse” de la muerte del otro y luego salir a la calle a caminar sintiéndose como una persona perfectamente normal? ¿Lo hacen ellos? ¿Entonces de qué nos acusan a los taurinos? Hasta el demoledor Estado americano respetó los ritos funerarios al arrojar a Bin Laden al fondo del mar desde un helicóptero, a pesar de ser la persona más odiada de lo que va del siglo XXI.

La alegría con la que celebraron la muerte de Víctor demuestra que no hay ninguna elevación moral en ser antitaurino. Que la vida humana no es un absoluto en la ideología animalista, y por tanto es una inmoralidad en sí misma. Que nos enfrentamos a gente capaz de buscar el perfil de la esposa de un torero para ponerle con risas las imágenes de la cornada, porque la moral ante la muerte no significa absolutamente nada. Mi recordado Juan Carlos Onetti decía que la vida era mierda, sin grosería, haciendo énfasis en la fisiología más primaria y baja, al comprobar que se vive en medio de una sociedad superficial y tonta, incapaz de cualquier esfuerzo de elevación más allá del piso básico. Las personas incapaces de cualquier simpatía por el humanismo, están reducidas a capas tan básicas de la fisiología como la mierda. Luego del Pozo, de las reflexiones y angustias, solo quedaba lo peor del mundo, subsistiendo para siempre en la estupidez, felonía e inhumanidad de algunas gentes: la mierda. La vida es mierda. Pero Víctor y Lorenzo le concedieron un sentido a sus vidas y muertes, algo para lo que los taurinos nos reunimos en ceremonia, sin alegrías inmorales por la específica muerte de nadie, dispuestos a ver un heroico sacrificio y no un funeral convertido en stand up comedy para las risas posmodernas.

Parafraseando, he de decir que si para algunos la vida humana no es un absoluto que debe ser respetado sobre cualquier diferencia, entonces el antitoreo es mierda.




sábado, 9 de julio de 2016

El peligro recordado, encierro de Escolar Gil en San Fermín 2016



Como el año pasado, un toro de Escolar Gil decide no pasar la cebra de tránsito y volver sus pasos hasta los corrales. Su recorrido rezagado dejó varios heridos, poniendo la nota de un encierro peligroso, emocionante y sui generis. Foto: EFE



El toro devuelto:

viernes, 8 de julio de 2016

Seis corneados y un ángel en el dramático encierro de Cebada Gago


Dos toros sueltos y cinco minutos de caos en el segundo encierro de San Fermín  2016. Los toros de Cebada Gago se disgregan y ponen a prueba la pericia de los mozos, con un saldo de seis heridos graves y un ángel auxiliador. Foto: EFE.  

jueves, 7 de julio de 2016

Encierro de Fuente Ymbro en San Fermín 2016


Con un rápido y limpio encierro rompió fuegos la edición 2016 de las fiestas de San Fermín.
Foto de Reuters

sábado, 7 de mayo de 2016

José Tomás en Jerez






Feria del Caballo de Jerez 2016: resumen de la corrida del sábado 6 from TorosJerez on Vimeo.




José Tomás hace el toreo sin toro, lo que en últimas es una metáfora de esta época donde se comunica sin hablar, se hace política sin ideas, o se hace literatura sin apuntar a la profundidad. Desbaratado por su propia leyenda, el torero de Galapagar se encarga tarde a tarde de romper su compromiso con la historia. Es una regresión platónica, donde el hombre se rehúsa a la magnitud de la vida y se complace viendo su distorsionada sombra en las paredes de la caverna. A Nietzsche le hubiera gustado decir que el toreo de Tomás, en ésta época, es un platonismo invertido, luego de haber sido nada más que la realidad misma. José Tomás fue, en determinada época del toreo, toda la pureza posible...Toda la brutal realidad de la verdad posible. Su tauromaquia llegó como colofón a la brillante historia del rito, y debió abolirse entonces. Es imposible lograr tal grado de ortodoxia que en aquel 97, del que hoy solo quedó un manojo de gaoneras fundacionales, echando el peso del cuerpo hacia adelante en el embroque, lejos de los tirones de los pequeños toreríllos que imitan al grandioso Rodolfo Gaona. José Tomás, un consumado lector de Hegel, pervertido por Corbacho se inició en el camino de la negación, la renuncia al cuerpo, la pérdida de ambición material. Su toreo puro terminó convirtiéndose en el frenesí de un kamikaze que acelera en picada contra el USS Santee, o del Mishima decapitado en prime time ante las pantallas de televisión de todos los japoneses horrorizados. José Tomás renunció a su cuerpo, y con eso a la compostura sabia de Antonio Ordóñez, que rara vez permitió un manchón de sangre en el traje, pues sabía parar, templar, cargar y mandar. Y no es que el toreo de Tomás hoy esté mal. Al contrario, la sombra de su pasado sigue suscitando momentos de esplendor taurómaco, como aquella encerrona de Nimes. Su capacidad de establecer la quietud y el abandono, hace que aventaje por mucho al resto de toreros de su época, y su interpretación de "cargar la suerte" resulta cuando menos elogiable. El lío es que sin Madrid de por medio, José Tomás se asimila más a un Rafael Guerra, grande en contraste de su miserable época, y no a un Joselito El Gallo, que lo lograría de atarse los machos y plantear una temporada de responsabilidad iniciando y terminando en la primera plaza del mundo, ante la cátedra. ¿Pero qué motivo hay para hacerlo? ¿Vale la pena morir por una afición como la de hoy? Quizá Tomás habría lidiado a Bailaor en 1920 un paso adelante de Gallito, pero hoy, saciado con nuestro fanatismo por él (y del que participo tanto como todos los que lo odian y aman, y lo convierten en el centro de la tauromaquia con un solo anuncio), no le hace falta. Estaremos colgados de sus naturales cargando la suerte, rara avis de esta época donde toreros como José Adame tienen más de 30 tardes al año, cuando deberían estar pareando en banderillas como peones. Hoy, 2016, la grandeza de José Tomás solo se explica por la cortedad de los demás, y porque es un hombre dispuesto a morir por algo elevado. José Tomás es un santo, en el sentido que Cioran le daba al término. Tomás es el último sacerdote del toreo, el único en entender que la zafiedad de las cámaras televisivas son un insulto al rito. Lentes y flashes que ya incluso se paran frente a los toreros en el paseíllo, junto a los inermes alguacilíllos que hace dos siglos hubieran arreado con fustes y sables a los invasores del ruedo, tal como dicta su función. Y mientras llegamos al momento en el que los fotógrafos y camarógrafos se pongan junto al toro y al torero en medio de una serie, en Tomás aún pervive algo de la ceremonia, algo de la liturgia, algo de la tremenda verdad que supone salir a morir para vivir en medio del rito de los toros.

Luego de mi desahogo con esta parrafada pretenciosa, he de decir que lo de Jerez explica lo dicho: una faena pura -para esta época-, con ajuste, codilleando al natural; luego esas gaoneras ortodoxas, estocadas dando de comer, naturales apegados al cánon, estatuarios escalofriantes, y sin embargo con un semoviente abundante en nobleza, americanizado de astas, de una casa tan vilipendiada como Núñez del Cuvillo. Sin el toro de Madrid, José Tomás no tiene la magnitud que él mismo se merece, porque el toro de Madrid es el espejo más certero que existe en el mundo, devolviéndole siempre a cada torero la exacta forma de lo que es, con todas sus limitaciones y virtudes, o la fea belleza de la verdad, as Stendhal said.



Las dos fotos son de Arjona, estirpe de fotógrafos que debería mirar Tomás como ejemplo.

lunes, 1 de febrero de 2016

José Tomás en La México


Comentábamos en alguna tertulia que la decepción del aficionado es el motor histórico de la Fiesta. Su carácter insatisfecho es al mismo tiempo el gas loco que se riega y lo empuja tarde a tarde, línea de la vida tras línea, a seguir alimentando su afición por la tauromaquia. El toreo es el único espectáculo que se da el lujo de traicionar unánimemente a decenas de miles de espectadores en una tarde. Y nada pasa.

Una decepción que ascendía por los escalones de la plaza se apoderó de los asistentes al doblar el quinto de la tarde. José Tomás no había completado faena alguna. Los enganchones, el interrumpido derrumbe de algunas embestidas, amontonadas sin concierto en una idea alejada de la lidia, pinchazos e intermitencias, fueron como borradores tachados en un cuadro no lógico, nada parecido a la encerrona de Nimes, la faena a Corchito o los productos de la moribunda Barcelona.

La plaza más grande del mundo registró un lleno evocador de las épocas martinistas, cuando Manolo era capaz de repletar la plaza hasta el reloj, él solo. Pero como en sus últimas comparecencias en La México, en la de Tomás se cumplió la ley ineluctable y eterna de la tauromaquia: el rito, la fuerza, el poder, el sentido, la profundidad y la razón de la fiesta es el toro. En su ausencia, no hay tauromaquia posible.







José Tomás y Joselito Adame from Al Toro México on Vimeo.

Hay que tener una honda impresión sobre el yerro del veedor, persona encargada con todos los galones de traer un encierro digno, que no fracasase mojado por su propia orina y la mansedumbre. En una plaza donde cualquiera corta orejas al mínimo esfuerzo de interpretación sobre la ebriedad de la parroquia, que un torero de la talla histórica de José Tomás no haya triunfado con rotundidad implica una cadena de errores que van desde la pésima elección de las ganaderías hasta la impúdica corrupción de la reventa.





Decenas de aviones volvieron a sus países de origen, arrastrando una decepción similar a cuando el tiro de mulillas se lleva a los mansos hacia el destazadero. Cualquiera, por artificio de la literatura, puede inventar una buena crónica sobre la tarde, pero la verdad es que Tomás se dejó trompicar como novillero en su primero, no terminó de sujetar a su segundo e incurrió en sus dos terceros, el oficial y el bis, en el juego de las figuras al venir a América: toro chico y manso, billete grande y ni una gota de vergüenza en la cara camino a las tablas, con la tranquilidad de tener la cifra consignada en el banco y la esperanza del aficionado aún más capitalizada. Tampoco puede obviarse que su primero fue un marmorillo al límite del trapío, que su segundo carecía de remate y abundaba en sosería, mientras que sus dos últimos revivieron el escenario dominical de horror habitual en La México, donde una especie deforme y bruta plagia al majestuoso toro de lidia su sitio.

Lo dice un tomasista.

Pero acaso, ¿se puede esperar que una tarde se salga del libreto habitual de La México?

Ahora lo esperamos en la Santamaría, donde prometió encerrarse cuando la plaza recobrara su libertad.

Foto Briones