lunes, 16 de noviembre de 2015
Diego Urdiales en México
Ante un oponente bastante insignificante Diego Urdiales confirmó su alternativa en la Plaza México, esa perenne fuente de frustraciones y anatemas taurinas. En nombre de esto, y no de la verdadera magnitud de la faena, es que Urdiales impactó en la jornada dominical taurina de América, pues vino a suponer un bálsamo para la dolida afición seria de dicha plaza, sometida cada tanto al escarnio de la vulgaridad, el pseudotoro y la ramplonería taurómaca, sin embargo exhibida potentemente en la televisión cada domingo como si de acontecimientos reales se tratara. Es como si transmitieran a nivel mundial un concurso municipal de poesía adolescente.
Pues este concurso de chapuceros se convirtió el pasado domingo en una cátedra brillante. Ante el toro Personaje de Bernaldo de Quirós, un jirón de 505 kilos de puro pienso y materias grasas, Diego Urdiales dejó en el ruedo el toreo más estético que haya visto América en la presente temporada, quizá también de la pasada. Si alguien quiere saber qué es el compás, o el papel jugado por la cintura y las muñecas con evocaciones belmontinas en el toreo, debe atender esta faena antes que nada. Incluso los doblones sin terminar de flexionar las piernas, diríamos "a media altura", tan del toreo antiguo de cuando el toro no permitía un respiro al matador, tuvieron el suficiente sabor como para justificar una oreja de ley en cualquier plaza seria del mundo.
No sé el motivo, quizá es una conexión atrevida, pero dadas las circunstancias pensé de inmediato en lo que fue Paco Camino en México. Nadie como él vino desde afuera para interpretar el sentir mexicano del toreo, donde no prevalece la ortodoxia sino una suerte de ligazón heterodoxa en la que vale la expresión única de cada muletazo, la hondura y el sentimiento del intérprete. Es decir, ¿hace cuánto no veíamos al público de barreras y contrabarreras alzar su brazo cantando cada "olé", o dejando por un momento corto sus asientos para enfatizar un "olé" aún más extasiado por el milagro visto? Ese era el público americano de la alegría, ahora casi muerto y que cada vez más da paso por partes iguales a hordas de semianalfabetas cazacarteles y a toristas con una frustración conmovedora.
Urdiales, casi como Antoñete, resucitó su tauromaquia rayando la cuarta década de su vida. Como esta faena, todo en la tauromaquia tiene resurrección. Algo así debe ocurrir con la Plaza México, con la tauromaquia americana y con la dignidad de una cabaña brava continental sometida a décadas de legrado por parte de las figuras del toreo. La faena de Urdiales a Personaje, más allá del triste toro que la acompañó, es la prueba de que en este continente el toreo puro tiene cabida, y que su lenguaje universal es capaz de conmover a los aficionados, mucho más que las maromas zapopineras, los falsamente valerosos cambiados por la espalda, el estúpido toreo de rodillas o las carreritas histriónicas de los banderilleros del pitón pasado. Como decía Carlos Fuentes, a quien Manolete le enseñó (aunque en realidad es una cita del Quijote) que todo es vida, incluso la muerte: "ojalá y todo eso se vaya a la mierda".
Fotos. Manolo Briones.