domingo, 18 de octubre de 2015

Centenario de la encerrona de Joselito con seis toros de Miura




Un años antes, durante la encerrona con seis toros de Contreras, José era sacado a hombros por una febril multitud compuesta por aquellos afortunados que habían visto la histórica faena al astado Algabeño. Era el delirio de las grandes tardes de toros, que confieren a la fiesta ese halo de inmortalidad por un momento, y que concilia a todos los espectadores en un solo puño. Pero desde el tendido, los eternos inconformes le gritan a su paso "¡Con Miuras!", reclamando que la proeza se hiciera con toros aún más difíciles que los de Contreras. Y él, reproduciendo el gesto del gran maestro que había de dominar su época, reformar las bases del toreo y extender el pundonor torero hasta sus límites más inhumanos, les responde: "Al año que viene".
Pues he aquí el 17. 10. 1915, en la misma plaza valenciana, otoñal y describiendo el final de una temporada agitada por la primera oreja en Sevilla, la corrida de Santa Coloma meses antes con Belmonte y las ocho encerronas de Joselito (Medina Garvey, Murube, Pinto Barreiros, Santa Coloma, Murube, Duque de Tovar, Santa Coloma, et al).

Su respuesta a los aficionados que le increparon desde el tendido fue esta:


Ovaciona el pueblo entero
tal derroche de valentía
Cae a los pies el torero
toda una sombrerería

Cuarteta del Heraldo de Madrid

Dice Paco Aguado en su imprescindible biografía sobre el Rey de los toreros: "Además de las más de veinte corridas que lidió en solitario en todas su carrera, solo una perteneció al legendario hierro, la que mató el 17 de octubre de 1915 en Valencia por un simple pique con unos aficionados "chés" que el año anterior, cuando salía a hombros de la misma plaza después de matar otros tantos de Contreras, le retaron a que lo hicieran con seis "miureños".
Y era así. El menor de la dinastía gallista y seis toros de Miura.
El duelo, desde luego, despertó un fervor inusual puesto que parecía el colofón a una de las mejores temporadas gallistas, verificada en toda la mitad de la Edad dorada del toreo. Entonces se decía que José toreaba "Dando pases de verdadero Papa", hipérbole que explicaba la pretendida santidad de un joven de 20 años que dominaba todos los giros del toreo como si de un maduro Pedro Romero se tratase.

Sobre los toros, es poco lo que puede decirse. Un siglo después de la gesta, fatigar las hemerotecas en pos de sus datos es una labor sin recompensa.
Francisco Moya en la revista taurina Sol y Sombra dice: "A Valencia ha enviado don Eduardo Miura un encierro con cuatro toros muy bien presentados uno chico y otro que se tapa por lo cornalón". Mientras que D. Carpio, para  el semanario Palmas y Pitos, escribiría que " hay dos toros que, aunque son largos, son muy bajos de agujas, y para qué hablar de ello. Los restantes están bien, sin ser ninguna exageración".   

Antes de la cruza con el famoso semental de Tamarón que tenía por nombre Banderillo, los miureños lucen sin la imponente alzada esquelética de nuestro presente. Reverberaba en ellos las sangres ya extintas hoy, aunque su poder era incomensurable y mandó al otro mundo a muchos toreros en aquella época. Pero "Joselito se aburría con los miuras", como dice Aguado.
También apostillará Jose Maria Sotomayor, en su obra comparativa de Joselito y Belmonte:


Dirán además las crónicas del ABC y D. Carpio:

"El primer toro es castaño obscuro, de bonita lamina, al que Joselito veroniquea; la ovación estalla, y se repite durante todo el primer tercio, pródigo en quites afilagranados. Cinco varas tomó el toro. Parean Cantimplas y Chiquilín. Joselito empieza con un pase ayudado con los pies clavados en la tierra; sigue ceñidísimo, tanto, que al dar un pase el toro le rompe el chaleco. Esto le encorajina más a Gallito, que continúa cada vez más cerca, dando toda clase de pases, tocando los pitones. El público, entusiasmado. Dos pinchazos buenos. El toro empieza a enseñar la oreja miureña. Joselito lo consiente con el cuerpo. Otro pinchazo y media estocada. Al acercase al estribo se ve que tiene rota la taleguilla por la ingle".

"Las mejores faenas que hizo José fueron las del sexto toro: verónicas, navarras, recortes, todo acabado con suma perfección. Luego prende un buen par de banderillas, y el sobresaliente, que es el Petreño, dos regulares. Brinda desde el centro de la Plaza y realiza una faena estupenda y valiente. Pases de pecho, naturales, de molinete, afarolados, de rodillas, el colmo, y el público de pie aclama a Gallito. Un pinchazo bueno y una superiorisima estocada fue el colmo de la fiesta, y el delirio de la ovación. Esta es la verdad clara y terminante de cuanto pasó en esta corrida". 


Lidia, arte, poder, torería, es decir, otra gloriosa tarde para decir que El toreo es grandeza, como clamara un absorto Joaquín Vidal décadas después. ¡Cuánto poder, cuánta sapiencia, cuánta valentía se requieren para lidiar seis toros de Miura en cualquier época de la tauromaquia!
La encerrona demostró la capacidad sin límites de un torero joven llevado hasta el límite en una maratónica temporada plagada de hitos y dolor. Desde que Lagartijo se encerró con seis miuras a favor de la Cruz Roja en el siglo XIX, la empresa de vérselas a solas con un encierro de los de Zahariche ha supuesto una tarea descomunal para la mente, el miedo y el cuerpo. Joselito cubrió la mansedumbre del encierro, acaso más difícil que la bravura en esta casa, propagando su ánimo tras la agresión de ese primer toro que le destruyó parte del traje. El repertorio de la capa, que le valió saludar una ovación en pleno tercio de varas, satisfizo al público, lo mismo que la muleta en el primero y sexto, totalmente dominados y sujetos por el Rey de los toreros. Cortó dos orejas en época en la que apenas se daban.
El pundonor que supuso encerrarse con 20 años ante seis miuras, trazó un techo muy alto para las aspiraciones del resto de matadores que vendrían en la historia, incapaces de tal gesta a tan corta edad y sin otra motivación que demostrar su sitio de matadores de toros. La valentía exacerbada, la lidia inteligente ante seis laberintos mansos y quedados; el poder de la capa más efectiva de la historia, la honestidad al matar y al elegir el encierro...hoy nos romperíamos las manos ovacionado una sola faena de esas.

Sin embargo, digamos con la melancolía general de este escrito, que lo importante de esta encerrona no fueron las faenas, pese a su capital importancia. Desde luego aquí lo relevante es la respuesta al aficionado que lo exige. 
Solo José entonces podía complacer así a una afición enconada, muerto de ira por su amor propio que respondió no con retos, vulgaridades, vetos, censuras ni desaires a una afición que le reclamaba hacer sus proezas luminosas ante toros más difíciles. Porque un torero debe responder con un cartel de toros a los aficionados que le reclaman, no con la policía, la censura o el reto a bajar al ruedo.



Era un tiempo distinto. Fue esa época donde la comunión entre los matadores y sus seguidores era un lazo fuertemente atado a la fe por la tauromaquia, el orgullo por el rito y la afición, y la devoción por los toros incluso para verlos en muladares que hacían las veces de corrales como si se tratara de dioses amados. Los toreros hacían la épica gesta con la que el aficionado salía a la calle lleno de ella, dispuesto a carear a "los del bando contrario", como en aquella época salieron de 1915 todos los gallistas en tropel retórico contra los belmontistas, a clamar la supremacía de José Gómez Ortega, Gallito, El Gallo, cuya mirada de la foto que inicia esta publicación refleja tanta soledad y profundiad como quien se sabe solo en el reinado histórico del toreo, suficiente, confiado y poderoso en la plaza de tientas de Miura, sin sospechar la muerte que se avecina cinco años después en los pitones de un ignoto toro en Talavera. 
Hoy, con tantos lobos golpeando nuestras puertas, ¿qué hechos de amor por el toreo nos llenarán de orgullo para salir como esos gallistas a encarar a los belmontistas, salvo que hoy el enemigo retórico es casi la sociedad entera en nuestra contra? ¿Quién recogería el guante de los aficionados que claman por un cambio en la estructura interna de la tauromaquia, tan ahítos de la misma perfecta facilidad, anestesiante, indiferente para la sociedad, desprovista de ardor épico y de motivos para hacer creer a los aficionados en su rito? 
¡Con Miuras! ¡Con el toro íntegro de hierbas, puntas y patas!


Post data: debo gran parte de la riqueza documental de este humilde escrito a mi amigo Pepe Morata, joven gallista como yo. Va por él y por José a un siglo de su magisterio. 

sábado, 3 de octubre de 2015

Ventero 666



Cuando llegó el telegrama al gabinete del ganadero Juan Pablo Fernández, quien por entonces dirigía los destinos del histórico hierro de Vicente Martínez, sus ojos bajaron por el escueto texto que describía la aparente sucesión de toros mansos: uno quemado, otro cumplidor, el cojo, uno apenas bueno y el indiferente. Pero en el último, de nombre Ventero, se rompía con la estadística. Había que persignarse, pues estaba reseñado con la vieja caligrafía ganadera bajo el número 666: seis varas por seis caídas, por seis caballos muertos. El diablo.

Todo esto fue leído por el ganadero en la soledad de su gabinete, antaño habitación patriarcal infranqueable para cualquier miembro de la familia que no fuera el señor de la casa. Sobre rumores, siluetas en vidrios esmerilados, ruidos de madera equivalentes a los negocios o las riñas, un Luis Fernández Salcedo todavía niño recuerda con reverencia, afuera de la habitación, el estremecimiento del padre al ver las notas de Ventero. En aquella ocasión, con otras contadísimas, él pudo franquear la puerta del despacho, llamado por alguien de improviso urgido de compartir su estupefacción.
Los hechos en torno a este toro, inmortalizado en la famosa foto de Juanito Vandel, se extienden incluso más allá de su muerte. Luis Fernández Salcedo lo recordaría al evocar el Citröen perdido tras la Guerra Civil, es un hilo del que ya tiraremos con fuerza más adelante.
Lidiado en 1918 sin fortuna por un superado Camará en San Sebastián, "El Imparcial" diría de él: "Un bicho admirable, seco, duro, bien criado, con gran pujanza y atrozmente (sic) certero". Y Don Pío en "El Liberal" diría sobre Ventero: "prontísimo, impetuoso, fuerte, a comérselos vivos; con mona, caballo y castoreños levantaba al grupo en alto, lo tiraba luego con golpe brutal al suelo, se queda comiéndose, rabioso, los caballos". Ventero fue un pellejo del diablo,  bravo y furioso en contraste con su fina lámina, que incluso embistió contra los jamelgos caídos hasta arrastrarlos contra el estribo sin dejarlos. Su codicia en la pelea fue referencia máxima del comportamiento bravo del toro en varas y muleta, lo mismo que un definitivo convencimiento de toda la afición sobre el acierto del cruce entre la casta Jijona y el encaste Ibarreño, que luego daría pie al nacimiento del toro moderno.

Antiguo Jijón, prototipo de Vicente Martínez antes de la cruza con Ibarra y Parladé.

"En el histórico día 12 de julio de 1936, entré, por última vez, en el despacho de mi padre, después de misa segunda, para anunciarle que ya aguardaba en la puerta, con su coche de alquiler, Paco el de la Adela". La familia Fernández dividiría su exilio entre Burgos y Francia, pues había comenzado la Guerra Civil en España, una crujiente herida que también suena al cicatrizar. Don Juan Pablo moriría en Francia mientras que Luis Fernández Salcedo heredaría la vacada de Vicente Martínez, ya diezmada en medio de un campo arrasado por lo fragores de la guerra y los desmantelamientos. Era 1939.
"En los primeros días de septiembre volví a Colmenar. Nuestra casa por fuera estaba intacta. Entré. El portal, el comedor, las alcobas, todo estaba, poco más o menos, lo mismo a primera vista. Una especie de fuerza magnética poderosa me apartaba del despacho de mi padre, en el que yo tenía miedo de entrar. Al fin, por la puerta entreabierta, pude verlo en toda su desolación. Parecía un hospital robado. Solamente estaba en su sitio la cabeza de Gamito. Todo lo demás había sido aventado por el viento de la subversión y de la guerra".

Repítase de nuevo: todo el gabinete fue desmantelado, salvo la cabeza de un toro. Era la cabeza de Gamito, el primer toro bravo moderno de la historia.

"Hoy, al cabo de catorce años, dicha habitación me sigue inspirando una infinita amargura, y rehuyo de entrar en ella todo lo que puedo. Y, sin embargo, a pesar del tiempo trascurrido, yo me comprometería a situar cada cosa en su sitio: desde el icosaedro que servía de pisapapeles hasta la tablilla pintada por Julio Oñoro, que representaba a "Gallito" dando un pase por alto al "Barrabás". A la izquierda de la puerta, debajo del cuadro que figuraba al "Diano" corneando la puerta del corral del herradero, estaba una composición referente a la primera corrida de la cruza, y por debajo de ella, una fotografía magnífica de Vandel, representando al "Ventero" momentos antes de tomar la sexta vara. De espaldas, los matadores, muy bien colocados, se les conoce perfectamente; "Fortuna" se prepara para hacer el quite. Junto a la barrera, sin gabardina, naturalmente, se ven los cinco caballos muertos, muchos de ellos metidos debajo del estribo. En el margen superior del cartón, dice exactamente lo siguiente "Ventero", número 5. Lidiado en San Sebastián el 18 de agosto de 1918. Tomó seis varas; dio seis caídas y mató seis caballos. Lo mató Camará de varias estocadas, una de ellas, recibiendo" (...) "El autor, Juanito Vandel, como se le llamaba en la intimidad, se la regaló a mi padre, de quien era muy amigo y correligionario en el joselismo" [gallismo] (...) "Y llevado en su entusiasmo, con la misma pintura blanca con que firmaba "J Vandel.Foto", había puesto una cruz superabundante encima de cada caballo muerto, e incluso en el cuello del que todavía está en pie, relativamente orondo".
"Y aquí viene lo bueno. Como yo echase de menos tales signos, pregunté:
-¿No tenía este cuadro unas crucesitas?
-Sí...,pero...¡hubo que quitarlas!
Este detalle, al parecer cómico, es una de las tantas elocuentes muestras de la angustia de una época absurda."


Desde luego no deja de ser estremecedor. Arriba reposa la fotografía cuyas cruces debieron ser borradas en la espiral de odio en la Guerra. Su copia fue hurtada por uno de los bandos del conflicto. Denostando todos los símbolos, los comités de emboscadas desmantelaron la habitación que servía como despacho al poderoso señor de la zona. Todo desapareció. Todo fue expoliado del gabinete paterno. Todo, salvo la cabeza de Gamito, digna y en lo alto de la habitación vacía, como símbolo del inmutable significado de la tauromaquia, ajena a las controversias bélicas e ideológicas entre la izquierda y la derecha.
Hoy día el mismo pelmazo comité permanente de la moral y la violencia también nos obliga a eliminar las cruces que señalan ya no los caballos, sino los toros, corderos, cerdos, perros con ébola y pollos muertos. A esta peste que se extiende sin control pero con idéntica intolerancia,  solo le cabe una respuesta: la cabeza altiva, arrogante y fiera de un nuevo Ventero, un nuevo Gamito o Barrabás; el torismo como credo y el heroísmo del torero como camino. Es decir, la verdad.