Los antitaurinos recuerdan a los inquisidores, si es que no son su versión posmoderna: mientras creen ser portadores de la luz moral en un mundo corrupto, en realidad son capaces de las peores violencias, siempre en nombre de esa alta moralidad que pretenden imponernos.
Sirva un ejemplo: cada vez que un torero es corneado, no solo hay que aguantar el desfile de peores deseos contra el matador por parte de los antitaurinos. Su contradicción incluso les alcanza para el atrevimiento de ironizar.
Pero para el ejercicio de la ironía, decía Joyce, era necesario el concurso de la inteligencia: la ironía es una burla fina, sabia; provoca hilaridad antes que contradicción, y se caracteriza por el buen gusto. Todo esto no es común denominador de los antis.
Empecemos por algo: nos inclinamos a pensar que hay una brutal contradicción entre enunciar que el toro es un animal indefenso, pero a su vez celebrar las cornadas como si se trataran de goles en la final de un mundial. En cuanto un torero cae en el ruedo y la prensa amarillista prepara las fauces de buitre para explotar la noticia, los animalistas, veganos, antitaurinos, pacíficos habilis y demás fauna de la moral, dejan deslizar expresiones como "ojalá se muera", "denle el rabo y las orejas al toro", "ojalá sufra algo antes de morir" y, nuestro tema, "no le duele, es arte". ¿Pero cómo un animal indefenso puede herir al despiadado torero que lo atormenta, si ser indefenso consiste precisamente en la incapacidad de defensa? Es una pregunta tan difícil de responder como inquirir qué haría un toro con las orejas del torero, al carecer el bóvido de pulgar retráctil para coger nada, y mucho menos simpatía por la carne, al ser un herbívoro. Mientras el ser humano perdió su rabo al convertirse en Sapiens y bípedo hace 300.000 años, los antis siguen pidiendo que se le corte una extremidad vertebral al torero de la que hasta ellos mismos carecen.
En todo caso, la expresión "no le duele, es arte", es en realidad una inconsecuencia.
Los taurinos no creemos que la categoría de arte en el toreo enerve la capacidad de sentir dolor y placer en el toro, es decir, su sintiencia.
El toreo es arte porque supone la trágica coreografía entre un hombre y el toro, animal totémico y referencia central de un sistema de pensamiento muy antiguo. Quien no crea que el toreo sea dicha coreografía, vea este vídeo.
El toreo es un arte, aunque a veces no haya danza. También en él concurre el desgarro épico de las tragedias. Por ejemplo, la hazaña heroica del torero ante un astado ejemplarmente complejo y peligroso, produce una emoción estética a la que Valle-Inclán igualaba con el arte trágico.
Bajo el influjo de Nietzsche en su Origen de la tragedia, obra que revivió los estudios clásicos sobre Grecia, Valle- Inclán decía que Juan Belmonte al torear se transfiguraba en Apolo.
El toreo, decía José Bergamín, es un arte que debe verse de frente. La frialdad de los televisores dará una aproximación, pero nunca la experiencia. El arte, cualquier arte, se experimenta. Por eso existen los museos por encima de los catálogos.
Que el toreo sea arte no significa que supongamos el "indolorismo" del toro. Que se dance o se asista a una epopeya heroica en el ruedo, son datos estéticos, no morales ni mucho menos fisiológicos.
Los cordados, vertebrados, mamíferos y demás seres incluidos en dicho taxón, sienten. El toro de lidia y el hombre sienten, pero igualar su sintiencia como lo hace la imagen de arriba, es cosa de brutos.
Si el ser humano sintiera igual que un toro, tendría también sus hormonas. El sistema nervioso central no solo se compone por la capacidad de sufrir,como es el sueño de la piadosa ideología animalista. También lo hace de reflejos, condicionamientos y reacciones, todas determinadas a nivel hormonal. Igualar el sistema nervioso central de un humano con el de un toro, es, cuando menos, básico bestialismo.
Una vieja paradoja de la ética dice que el hombre no sabe nada sobre murciélagos. Ni porque se pusiera en sus zapatos, podría obtener el caudal hormonal, mental, consciente y físico, para conocer mínimamente lo que siente un murciélago al volar por los cielos en una noche con lluvia.
Si un antitaurino siente como un toro, está renunciando a varios millones de años de evolución y diferenciación. Cabría suponer que su sistema límbico es bastante primitivo para procesar algunas cosas: desde una misa de Bach hasta la sensación de un insulto expresado por la boca de otra persona. Sus reacciones hormonales al oler cualquier hembra en celo, también estaría condicionada por goteos constantes, entumecimiento de la entrepierna y apagón de las funciones neurológicas en la mitad de su cerebro. Como si estuviera comentando cornadas, exactamente.
Las hipofisiarias y adrenales de un bovino hacen que la experiencia del dolor en él diste de la nuestra. De hecho, cada reacción y sensación es distinta para cada especie.
Si los taurinos creemos que el toro reacciona a los estímulos doloros emitiendo betaendorfinas analgésicas, podríamos decir que el ser humano tiene un mecanismo similar en la emisión de adrenalina para impedir su colapso en situaciones extremas, como las largas caídas. Esta es la raíz de los deportes extremos.
Sin embargo, el toreo no es un deporte, y las hormonas humanas, como el mismo hombre, son incomprables.
El toreo es arte porque es arte, no porque al toro no le duela. Y al toro no le duele porque el toreo sea arte, sino porque lo dicen incontables estudios científicos cuya conclusión deriva en reconocer que el toro desarrolla una constante agresividad en el ruedo, aupado en la reacción hormonal que se desencadena ante los estímulos invasivos. Sin sus embestidas, no existiría el toreo. Sin su peligro ofensivo, no existirían las cornadas.
Por ejemplo, una frase cualquiera de dichos estudios, en los que la palabra Arte está ausente:
"La raza del toro de lidia es una raza autóctona española con unas características que la hacen distinta a otras razas bovinas (...) Por ello, nos hemos planteado el estudio de diferentes parámetros hormonales durante la lidia, para valorar la respuesta que tiene el ganado bravo ante el estrés y el intenso ejercicio físico que supone la lidia. Para la determinación de las concentraciones hormonales se utilizó la técnica enzimunoenzimática EIA de competición en el caso de las hormonas cortisol, coritcosterona, testosterona, 17-beta estradiol, androstenodiona, triiodotironina y tiroxina. Para la hormona estimulante del tiroides se empleó el sistema EIA Sandwich. Tanto los toros como los novillos se clasificaron en tres grupos: campo, rechazo y lidiado.(...) A la vista de los resultados obtendios se observa que la lidia provoca un aumento significativo de las concentraciones de cortisol y de corticosterona, tanto en novillos como en toros. Respecto a las hormonas gonadales, la lidia completa también produce un incremento en los niveles de testosterona y de 17-beta estradiol en novillos y en toros; y de androstenodiona en los toros. En el caso de las hormonas tiroideas, los valores plasmáticos de T3 y T4 tienden a incrementarse con la lidia. La TSH aumenta durante la corrida en el caso de los novillos, y en el caso de los toros el incremento no llega a ser estadísticamente significativo. ".
La meta-encefalina bloquea receptores de dolor y crea un concepto físico llamado Umbral del dolor, presente en cada especie. El del toro, condicionado por siglos de evolución, sería un Umbral del dolor adaptado para la lucha en el campo y la plaza.
¿Acaso figura en lado alguno la tolda del arte? Aquí tampoco:
"Otra parte de nuestro estudio fue intentar conocer el umbral de percepción del dolor mediante la medición de los niveles de betaendorfinas en toros y novillos. La betaendorfina es un opiáceo endógeno y la hormona encargada de bloquear los receptores de dolor (nociceptores) en el sitio donde éste se está produciendo, hasta que llega un momento que se deja de sentir dolor".
(Fuente: http://revistas.ucm.es/index.php/RCCV/article/viewFile/RCCV0707330001A/22583)
Los umbrales de dolor, como los sistemas comunicativos o las funciones neuronales, son distintos para cada especie. A los toros no le duelen las cornadas de sus hermanos (pueden seguir luchando en el mismo sitio hasta que el otro toro pierda la batalla), pero al torero sí. Entiéndase a la luz de lo arriba expuesto.
Es evidente que al torero sí le duelen las cornadas. Por eso el toreo es un ejercicio para valientes, por más que se empeñen otros en negarlo. Sin ese valor, sin esa suficiencia para actuar, esquivar y danzar con un animal que produce cornadas tan grandes como el regocijo anti, no existiría el arte de torear. Sin embargo, el toreo no es arte porque al torero le duela, sino a pesar de que le duela.
El antitaurinismo todo evolucionado confunde fisiología con arte e ironía con sus aberrantes principios de regocijo ante el dolor de sus congéneres. Semejan a los brutos que, ante los patíbulos y cadalsos de la inquisición, arrojaban gatos muertos a los reos que agonizaban, tras ser condenados por "practicar brujería" con animales de Satán, como los gatos negros.
Alegrarse de la cornada de un torero es la renuncia a los principios de compasión ante el dolor, ética de avanzada y moralidad de todos los escenarios, que precisamente pretenden imponer en la sociedad. Si ni ellos mismos son capaces de mínimos éticos ante su propia especie, que por favor no pidan máximos éticos hacia todos los animales.