domingo, 7 de junio de 2015

Rafaelillo e Injuriado de Miura en Madrid



Última de San Isidro. Divisa verde y negra en Madrid de los toros de Miura para una terna donde el nombre de Rafaelillo ha retumbado en la tarde como un diapasón fuertemente golpeado por el arreón de uno de los de Zahariche.

Lo que hizo hoy Rafael Rubio Luján en su manojo de naturales, uno de ellos desmayado y metiendo al toro para adentro mientras observaba al público, absorto como Manolete ante el milagro del estatismo, lo empata (casi que lo iguala) con la gran historia de la tauromaquia, aquella de maestros reales, contrastados matadores y lidiadores cuyos galones se medían ante los toros de la leyenda, los toros de los siglos, los que más matadores han despenado y los que ratifican la gloria con su regla de media o la descartan. Miura para Cayetano Sanz(1) en Madrid; miuras en la encerrona de Lagatijo para la Cruz Roja; Miura para la gran temporada Frascuelista del 68, que abochornó a Rafael Molina hasta apartarlo de Madrid por un año; Miura para ratificar el tronío de Guerrita en la plaza de la Villa y la Corte; miuras para concluir que los "naidens" después del Guerra no eran nadie ni nada, hecho exacerbado por el cobarde Boicot de Bombita en 1908, cuando se negaron a matar los toros de la leyenda, con excusas tan febles como decir que cogían; Miura para Pastor cuando la tauromaquia estaba reseca y veía a lo lejos la Edad dorada; Miura para tocar los clarines de muerte de le edad antigua y saludar la época moderna en aquella corrida del 12, tan dura; miuras en mano a mano de José y Juan, esplendor de las épocas, y el pitón cogido por el trianero, la carrera del mensajero desesperado hasta la finca para informalo, y el golpe del ganadero en la mesa, acusando al todero de mentir, pues a un Miura jamás nadie había osado tocarle un pitón; miuras para las guerras y luego miuras en la mitad del siglo XX para las corridas de Pepe Luis en Sevilla, canto para demostrar que el arte no se reñía con la dureza; Miura para la puerta grande de El Viti en el año de 1965 en Madrid, y cinco años antes el Miura Escobero para Diego Puerta, faena de tanta complejidad que el maestro fue recibido en la enfermería por vivas y ovaciones del equipo médico que tardaba en atenderle; y para atrás, de Jocinero, Perdigón, Cochero (Chocero en otras crónicas), Agujeto, Islero, Receptor, el etcétera indefinido de los miuras del luto en los cuernos, toros homicidas que enviaron a la eternidad a espadas de tanto renombre como Manolete o El Espartero, o a coletudos perfectamente olvidados hoy, como aquel banderillero llamado Mariano Canet, muerto por un Miura que nunca se llama igual en las crónicas, aquel 1875. Miura.

Pues hoy, 07.06.2015, Rafaelillo se ha encontrado con Injuriado, herrado arriba con la A de asas y marcado con el número 55; pesó en báscula 606 kilos y repuchó en las dos varas, donde casi llega a emplearse. Manso correoso pues, que incluso intentó saltar al callejón en alarde de su condición, a lo que no llegó por la falta de fuerzas. En banderillas es un ariete bruto con la cara en las nubes, izando su larga gaita. No diremos, sin embargo, que lo que ocurre a continuación esté a la altura de lo que fue, por ejemplo, la faena de Joselito al miureño Galleguito en Sevilla, pero sí fue una bofetada clara en los prejuicios de esta época. Y también esto:

         

Luego de pegarle al toro el mejor natural de la feria, planta firme, de arriba a abajo y rematando atrás, (¡de adentro hacia afuera!) el Miura que vuelve como un látigo, le tira un derrote y le destroza la taleguilla: la tauromaquia es eso y no vale la pena otra explicación.

(2)

La siguiente serie completa el cánon por el natural haciendo de su pierna de salida el eje de la embestida. Vemos un mostrenco "espatarrado", inexplicable pues el compás lo abre la pierna muerta del muletazo; la que carga, la que marca la salida, está firme y puesta, exponiendo la femoral como los toreros buenos. Olía a torero. El toro, que desarrolló casta y boyantía tan solo ver a Rafaelillo de rodillas en la primera serie, se niega en esta a pasar por el derecho y tras dos intentos, a toro acosando tobillos, resuelve el torero con un precioso afarolado invertido hilado a un desplante gallista, rodilla en tierra. Si en ese momento hubiese sacado la espada de verdad, acostádose en el morillo y dejando una estocada en todo lo alto, la ovación y la petición hubiesen escalado tan alto que estaríamos hablando, en efecto, de algo similar a lo de Escobero. Sigue otra serie más.  Por desgracia Rafaelillo pincha en alto una vez engendrando bien la suerte, se deja ganar la acción en la segunda con el toro sin humillar, y dejando luego una en los blandos, desprendida y caidílla, que despena al toro y llena de pena al torero. Quizá el mismo Rafaelillo, desbordado por la sensación de cuajar en Madrid a un Miura, se haya pasado de faena sobrando la última serie, baja en evoluciones, avisando al toro tornado su condición para la muerte en complicada. Quedaba en los 24.000 espectadores la sensación del toreo eterno. Rafaelillo dio la vuelta al ruedo entre lágrimas y la unánime aclamación de todos los tendidos de la plaza.




 Hemos dicho que sería atrevido poner esta faena entre los grandes hitos de la tauromaquia, acaso en son de rigor. Sin embargo, para el nivel de inanidades que llevamos en estos tiempos, sin duda esta lidia es historia reciente. Fue una faena compleja, digna de todos los estudios, sólido capaz que todos los aspirantes a matador de toros tienen la obligación de aprender, antes que las hieráticas poses artísticas de los 'masters' ante el tiovivo mecanizado. Rafaelillo se encargó de lidiar a un toro cambiante, Miura al fin y al cabo, que no paró de acosarlo en cuanto los muletazos no eran poderosos sino de adorno; allí el toro volvía su gaita como un látigo y tenía los pitones a milímetros del maestro; quizá por ello esos naturales de desmayo, como el reseñado, sean tan importantes a la luz de las complicaciones del toro. Allí Rafaelillo no solo creó belleza, sino que realmente estaba mandando a un toro de condición aviesa en cuanto la muleta dejaba de castigarlo. ¡Qué grande fue eso! ¡Qué sensaciones aún nos recorren cuando vemos esas dos series de naturales tan perfectas! ¡Rafael! ¡¿Por qué tienes que salir con la espadita de palo y no con la de verdad?! ¡Pero qué grande torero eres! (3)



(1) La de Cayetano Sanz quizá sea la primera encerrona histórica en la memoria colectiva de la afición, hecho recogido por García Lorca en un sutil poema que data de su primera época. Debo a mi amigo Luis "Pocho" Rubio estos versos, que él halló en María Pineda, Estampa Primera, escena IV, precisamente hace 90 años:

"Y cuando el gran Cayetano 
cruzó la pajiza arena 

con traje color manzana, 
bordado de plata y seda, 
destacándose gallardo 
entre la gente de brega 
frente a los toros zainos 
que España cría en su tierra,
parecía que la tarde 
se ponía más morena.
¡Si hubieras visto con qué 
gracia movía las piernas!
¡Qué gran equilibrio el suyo 
con la capa y la muleta!
Ni Pepe-Hillo ni nadie 
toreó como él torea.
Cinco toros mató; cinco, 
con divisa verde y negra. 
En la punta de su estoque 
cinco flores dejó abiertas, 
y a cada instante rozaba
los hocicos de las fieras,
como una gran mariposa 
de oro con alas bermejas."


(2) Las fotos de este pequeño escrito han sido tomadas del blog de Fran Jiménez, que ruego visitar:  http://franpictures.blogspot.com.es/2015/06/rafaelillo-san-isidro-2015.html

(3) Que Rafaelillo es un gran torero, ya se sabía. En el 2009 había pinchado en Madrid la gran faena que le hizo a uno de Dolores Aguirre, (si mal no estoy, se llamaba Guindillo, aunque puedo estar equivocado). Tiene un toreo de muchos registros, donde cabe el desmayo con riñones y el toreo poderoso de castigo. En aquella época en Madrid alguien desplegó una pancarta que decía: Rafaelillo es la verdad.