Queda como obligación para con la época hacer una nota mínima sobre el retorno a los ruedos del torero madrileño José Miguel Arroyo 'Joselito', ineludible eslabón del toreo de la década de los 90 y el toreo que llamo posmoderno, por su historicidad y sus aspiraciones. Un camino que va de Ponce, Rincón, Tomás y el mismo Joselito, al vademécum actual con El Juli, Perera, Talavante, Castella (esa revisión del ojedismo). El toreo de los 90, directa consecuencia de Espartaco y su ligazón de perfil, se enroscaba al toro con una técnica que prescindía de la pureza del medio pecho, pero que a diferencia de hoy, intentaba rematar los muletazos adentro, detrás de la cadera. Semejante herejía, castigada por la excelsa pluma de Navalón por su descarga de la suerte, no sería nada ante el afán posmoderno de ligar los muletazos con la particularidad de rematarlos afuera del espacio, nunca en la cadera contraria, permitiendo un aire al toro y un espacio para la proposición del siguiente muletazo. Para gustos, los colores, sin duda, pero esta es la radical diferencia entre el toreo noventero y este de inicios del siglo XXI. Con muletazos expulsados hacia afuera, no se puede torear asentado en los riñones, metiéndolos, perpetuando la arquetípica y bella estampa de la tauromaquia, llamada desde siempre como "Cartel de toros", y que refleja el relajamiento y la gallardía del cuerpo del torero que domina al toro y lo torea bellamente, con el pecho hinchado, las zapatillas hundidas y el cuerpo vertical: el movimiento del muletazo lo da el mismo movimiento de la cintura. Hoy, tal vestigio solo puede rastrearse en la tauromaquia de Ponce, cuya elegancia en la expresión corporal es incontestable. Mientras tanto, el toreo posmoderno precisa del retorcimiento del cuerpo, del rompimiento, de la atormentada figura del matador, dislocado hacia atrás y hacia adelante, o también del llamado tancredismo, que no es otra cosa que la excesiva quietud y verticalidad impuesta por José Tomás, con aires de Manolete. Pero volviendo, es imposible el toreo de riñones si se rematan los muletazos afuera, pues se debe extender el cuerpo hacia la conclusión del muletazo, rompiendo la expresión corporal de relajación. Para gustos, nuevamente, siempre los colores. Joselito anda entre ambas tensiones. No es espacio para los lugares comunes, como su goyesca del 2 de mayo del 96, su Puerta del Príncipe, su digno retiro, la polémica con los críticos taurinos, sus embestidas contra las cajas de televisión, o su absurda facilidad para la capa, cosa de la que Ponce puede dar fe. Todo esto da igual en este punto. Joselito ha vuelto a los ruedos, y si Tomás y él lo hiciesen en condiciones, y no al socaire de la exposición bovina de Istres o Juriquilla, producirían la revolución interna y social que la tauromaquia necesita en una época como esta. Suenan ambos para torear en Nimes un mano a mano, lejos de los ecos deshonrosos de Casas contra Miura en Pentecostés. Tal imaginación se soltó en Cali en diciembre pasado, y la vuelta a los ruedos de Joselito parece ratificarla. Nimes se presta para la farsa del escenario controlado, el medio toro, el evento elitista y triunfalista de partida. ¿Tendrán la responsabilidad histórica para con su época, y saldrán a torear un toro íntegro en plaza de primera, con televisión y difusión, para dar el puñetazo en la mesa, y el bofetón a esta época? Qué más da, se puede lamentar desde este instante. Por cierto, Joselito dejó unos naturales de frente, toreados (con el sanbenito ese de la ligazón, para los revisionistas), rematados atrás, templados y bellos. El resto, desde luego es una exageración de Istres.
Feria:
Suerte Matador.
Videoteca taurina:
Todas las fotos son de Valentin Héyerè para Tierras taurinas.