viernes, 16 de agosto de 2013

Estética y Caos en la Tauromaquia

La lidia del toro bravo a partir del siglo XIX empieza a adquirir pretensiones artísticas con la consolidación del toreo a pie, cuya intención en los quites y en la suerte de matar, era la de aparecer como una armonía estética apreciable.







Armonía en cuanto a la continuidad de la belleza y la plástica en los pases, lances, quites, recortes, y en la pureza de los movimientos en la entrada a matar, todo ello, tan cercano a la danza y a la mística, y si no, a su trascendencia. Lo que es necesario contraponer a esta armonía, es la ruptura de ella: el enganchón, el trapazo,  la voltereta, la cornada tras la cogida, y de parte del toro, la pérdida de manos, la embestida descompuesta: todo esto resulta repugnante a la vista, por cuanto configura una pérdida de armonía con respecto a los movimientos bellos del torear. Ocurre que en la tauromaquia de inicios del XXI, la armonía estética cimentada en la ligazón de los pases, está logrando aplastar la ruptura de la armonía, necesaria esta última como verificadora de la verdad del ruedo: la muerte, la violencia del toro. Sobre las quejas que acusan a la tauromaquia actual de restarle poder al toro se ha dicho mucho, por lo que no vale la pena reiterar esa verdad. Mejor es considerar la suerte de varas como productora de rompimiento de armonía.

El único episodio de la lidia donde la ruptura de la armonía estética es más que valiosa, resulta de la suerte de varas cuando en ella el toro logra imponerse, y matar simbólicamente al caballo y al picador. De repente todo resulta en un caos visual donde las evoluciones estéticas son producto de la imposición del toro, de su superioridad con respecto a la angustia humana. Es entonces cuando el toro allí decreta que la estética del ruedo parte de él. Un claro ejemplo es la imagen resultante del gran tercio de varas de Tito Plácido Sandoval a un Cuadri de 4 varas, de nombre Vidente; sucedió ayer en Dax, Francia:

                     

Épico tercio de varas como productor de caos visual, de angustia y de victoria para toro y torero, donde ambos asumieron su muerte simbólica. Luego, el tercio de banderillas a Vidente sería casi tan magistral. La lidia no debe ser arte más que rito, y rito en cuanto a reivindicadora de la muerte digna de un Dios: el toro bravo. Muerte digna por honrosa en medio de la garantía de la bravura y la lidia pura, muerte entonces con sentido ritual. En ese sentido, si el toro no logra imponer su estética -o ley- como una capaz de luchar con la impuesta por el torero, habrá un desequilibrio brutal.






La última de las fotos -todas de André Viard- es sencillamente una obra maestra desde cualquier punto de vista. La estética de los chorros de color sobre la angustia de la cogida al banderillero, con los capotes torcidos, lejos de la templanza del toreo, pero tan taurino, tan lleno del espíritu de la tauromaquia.