El único episodio de la lidia donde la ruptura de la armonía estética es más que valiosa, resulta de la suerte de varas cuando en ella el toro logra imponerse, y matar simbólicamente al caballo y al picador. De repente todo resulta en un caos visual donde las evoluciones estéticas son producto de la imposición del toro, de su superioridad con respecto a la angustia humana. Es entonces cuando el toro allí decreta que la estética del ruedo parte de él. Un claro ejemplo es la imagen resultante del gran tercio de varas de Tito Plácido Sandoval a un Cuadri de 4 varas, de nombre Vidente; sucedió ayer en Dax, Francia:
Épico tercio de varas como productor de caos visual, de angustia y de victoria para toro y torero, donde ambos asumieron su muerte simbólica. Luego, el tercio de banderillas a Vidente sería casi tan magistral. La lidia no debe ser arte más que rito, y rito en cuanto a reivindicadora de la muerte digna de un Dios: el toro bravo. Muerte digna por honrosa en medio de la garantía de la bravura y la lidia pura, muerte entonces con sentido ritual. En ese sentido, si el toro no logra imponer su estética -o ley- como una capaz de luchar con la impuesta por el torero, habrá un desequilibrio brutal.
La última de las fotos -todas de André Viard- es sencillamente una obra maestra desde cualquier punto de vista. La estética de los chorros de color sobre la angustia de la cogida al banderillero, con los capotes torcidos, lejos de la templanza del toreo, pero tan taurino, tan lleno del espíritu de la tauromaquia.